Read Nocturna Online

Authors: Guillermo del Toro y Chuck Hogan

Tags: #Ciencia Ficción, Terror

Nocturna (12 page)

BOOK: Nocturna
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El Sol se hizo peligrosamente delgado, y el espectáculo —visto con lentes protectores— era como una ranura elaborada por el hombre que hubiera sido lanzada al firmamento y bloqueado la luz diurna. El semicírculo despidió un brillo blanco y adquirió una tonalidad plateada en sus últimos estertores agónicos.

Extrañas bandas de sombra comenzaron a proyectarse sobre la Tierra. Las oscilaciones formadas por la refracción de la luz en la atmósfera terrestre, semejantes al efecto de la luz titilando en el fondo de una piscina, se retorcían como si fueran serpientes difusas. Estos inquietantes juegos de luz hicieron que a todos los espectadores se les pusieran los pelos de punta.

El final llegó con rapidez. Los últimos destellos fueron escalofriantes e intensos, y la media Luna se redujo a una línea curva, a una delgada cicatriz en el cielo, y luego se fragmentó en perlas de un blanco incandescente, representando el último de los rayos del Sol que atravesaba los valles más profundos de la superficie lunar. Las gotas fulguraron y desaparecieron con rapidez, apagándose como la débil llama de una vela sofocada en la cera negra. La cromosfera de color carmesí, esa atmósfera delgada y superior del Sol, resplandeció durante algunos segundos finales, y el rey de los astros desapareció.

Era la totalidad.

Calle Kelton; Woodside, Queens

K
ELLY
G
OODWEATHER
no podía creer lo rápido que había oscurecido. Permaneció en la acera, al igual que todos sus vecinos, en lo que normalmente —a esa hora del día— era el lado soleado de la calle, observando el cielo oscurecido con unos lentes con marco de cartón que venían incluidos en las botellas de gaseosa Diet Eclipse de dos litros. Kelly era una mujer instruida y sabía qué estaba sucediendo desde un punto de vista intelectual. Y sin embargo, sintió una descarga de pánico casi aturdidora, un deseo de correr y esconderse. El alineamiento de cuerpos celestes y el paso de la sombra de la Luna agitaron algo en su interior. Tocó las fibras recónditas del animal asustado por la noche que surgía dentro de ella.

Seguramente otras personas sintieron lo mismo. La calle se había silenciado durante el eclipse total. Todos estaban bajo una luz extraña, y aquellas sombras como gusanos, proyectadas en el césped, justo fuera de su visión, contra las paredes de la casa, parecían espíritus errantes. Era como si un viento frío hubiera soplado en la calle sin mecer cabello alguno, pero estremeciéndolos por dentro.

Es lo que te dice la gente cuando tiemblas:
Alguien acaba de caminar sobre tu tumba
. Ése era el aspecto que tenía ese «ocultamiento». Algo o alguien estaba caminando sobre alguna tumba mientras la Luna muerta avanzaba sobre la Tierra viva.

Miró hacia arriba y vio la corona solar: un anti-Sol, negro y sin rostro, brillando demencialmente alrededor de la vacuidad de la Luna, observando la Tierra con el cabello blanco y resplandeciente, como una cabeza de la muerte.

Bonnie y Donna —la pareja que vivía al lado— estaban abrazadas, y Bonnie tenía la mano metida en el amplio bolsillo trasero de los jeans de Donna.

—¿No es sorprendente? —dijo Bonnie sonriendo.

Kelly no fue capaz de responder: ¿acaso ellas no entendían? Para Kelly, esto no era una simple curiosidad ni un entretenimiento vespertino. ¿Acaso no veían que esto era una especie de presagio? Las explicaciones astronómicas y los razonamientos intelectuales podían irse al diablo. ¿Cómo era posible que aquello no significara algo? Probablemente no tenía un significado inherente per se. Se trataba de una convergencia de órbitas. Pero ¿acaso había algún ser sensible que no fuera capaz de atribuirle algún significado, ya fuera negativo o positivo, religioso, psíquico o de algún otro tipo? Simplemente porque entendemos cómo funciona algo, no significa necesariamente que lo
comprendamos

Ellas hablaron de nuevo con Kelly, quien estaba sola, y le dijeron que podía quitarse los lentes.

—¡No querrás perderte esto!

Kelly no se iba a quitar sus lentes, independientemente de lo que dijeran por la televisión sobre los procedimientos a seguir durante la «totalidad». La televisión también decía que comprar costosas píldoras y cremas rejuvenecedoras evita el proceso de envejecimiento.

En toda la calle se escucharon «oohs» y «aahs» al unísono, en un evento realmente colectivo en el que las personas se sentían cómodas con la singularidad del momento y lo aceptaban. A excepción de Kelly. «¿Qué me pasa?», se preguntó ella.

Su sensación se debía, parcialmente al hecho de haber visto a Eph en la televisión un momento atrás. No dijo mucho en la conferencia de prensa, pero por la expresión de sus ojos y la forma como habló, Kelly supo que estaba sucediendo algo realmente malo y que iba más allá de las aseveraciones del gobernador y del alcalde sobre la muerte súbita e inexplicable de doscientos seis pasajeros en un vuelo transatlántico.

¿Se trataba de un virus? ¿De un ataque terrorista? ¿De un suicidio masivo?

Y ahora esto.

Deseó que Zack y Matt estuvieran en casa. Anheló su compañía en ese instante, que ese asunto del ocultamiento solar terminara de una vez por todas, y tener la certeza de que nunca más volvería a experimentar esa sensación. Miró hacia arriba a la Luna asesina en su oscuridad triunfal a través del filtro de los lentes, y temió no ver el Sol nunca jamás.

El estadio de los Yanquis, el Bronx

Z
ACK PERMANECIÓ EN SU ASIENTO
al lado de Matt, quien observó el eclipse boquiabierto y frunciendo el ceño como un conductor para ver mejor el tráfico. Más de cincuenta mil seguidores de los Yanquis tenían puestos lentes de protección para el eclipse, y se habían puesto de pie para mirar la Luna que oscurecía el cielo en aquella tarde perfecta de béisbol. Todos menos Zack Goodweather. El eclipse era agradable y todo lo demás, pero él ya lo había visto, así que concentró su atención en el banquillo, pues prefería ver a los jugadores de los Yanquis. Allá estaba Jeter, con los mismos lentes que tenía Zack, apoyado en una rodilla en el escalón superior como si esperara su turno al bate. Los lanzadores y los
catchers
habían salido de la zona de calentamiento, y estaban reunidos en el campo derecho, contemplando el espectáculo como todos los demás.

—Damas y caballeros —anunció Bob Sheppard al público—, niños y niñas: pueden quitarse los lentes de seguridad.

Todos lo hicieron. Cincuenta mil personas, casi al unísono. Exclamaron en señal de admiración, algunos aplaudieron, y entonces estalló un clamor general, como si los seguidores estuvieran tratando de hacer salir a Matsut, el jugador modesto e infalible, para que recibiera sus merecidas alabanzas después de lanzar un pelotazo hacia el Monument Park.

En la escuela, Zack había aprendido que el Sol era un horno termonuclear de seis mil grados Kelvin de temperatura, y que su corona —es decir, la capa exterior, visible desde la Tierra únicamente durante un eclipse total— estaba conformada por un gas de hidrógeno inexplicablemente más caliente, pues su temperatura alcanzaba los dos millones de grados Kelvin.

Lo que vio al quitarse los lentes fue un disco negro y perfecto bordeado por una delgada capa carmesí, y rodeado por un aura de luz blanca y tenue. Era como un ojo: la Luna, una pupila negra y ancha; la corona, la parte blanca del ojo; y los rojos fulgurantes centelleando de los bordes de la pupila —volutas de gas calcinante estallando desde los bordes del Sol— las venitas inyectadas en sangre. Era un poco como el ojo de un zombi.

¡Qué bueno!

Cielo zombi
. No:
Zombis del eclipse. Zombis del ocultamiento. ¡Zombis ocultos del planeta Luna!
Un momento: la Luna no es un planeta.
Luna Zombi
. Podía ser una idea para la película que él y sus amigos pensaban filmar ese invierno. Las radiaciones lunares del eclipse transformaban a los jugadores de los Yanquis de Nueva York en zombis que se alimentaban de cerebros humanos. ¡Sí! Y su amigo Ron, que parecía una versión joven de Jorge Posada:

—Oye, Jorge. ¿Me podrías dar tu autógrafo?… Un momento… ¿qué haces?… Oye, ése es mi… ¿qué tienes… en los ojos?… Ay… No… ¡¡NOOO!!

Se escuchaba el sonido de un órgano y algunos borrachos convertidos en directores de orquesta movían los brazos y exhortaban a la tribuna a cantar una floja canción que decía «la sombra de la luna me persigue». Los fanáticos del béisbol casi nunca necesitan una excusa para hacer ruido. Esa gente hubiera gritado incluso si el ocultamiento se hubiera debido a un asteroide que estuviera a punto de chocar contra la Tierra.

¡Vaya! Zack concluyó sorprendido que eso mismo habría dicho su padre de haber estado allí.

Matt estaba admirando ahora los lentes gratuitos; le dio un pequeño codazo a Zack:

—Será un recuerdo muy agradable, ¿verdad? Creo que toda esta gente entrará en eBay mañana a esta hora.

Un borracho tropezó contra el hombro de Matt, derramando cerveza en sus zapatos. Matt permaneció un momento inmóvil, y luego se dirigió a Zack con los ojos en blanco, como diciendo: «¿Qué se puede hacer?». Sin embargo, no dijo ni hizo nada. Ni siquiera se dio la vuelta para mirarlo. Zack advirtió en ese instante que nunca había visto a Matt tomar cerveza; sólo vino blanco o tinto por las noches, en casa y en compañía de su madre. También tuvo la sensación de que a pesar de todo su entusiasmo por el béisbol, Matt sentía miedo de los fanáticos que había a su alrededor.

Deseó que su papá estuviera a su lado y sacó el teléfono del bolsillo de Matt para ver si le había respondido.

La pantalla decía: «Buscando señal». Aún estaba fuera de servicio. Los rayos solares y la radiación afectaban a las ondas radiales y los satélites; eso era lo que se decía. Zack guardó el teléfono y miró de nuevo el campo de juego, buscando a Jeter con los ojos.

Estación Espacial Internacional (ISS)

A
TRESCIENTOS SESENTA KILÓMETROS
sobre la Tierra, la astronauta Thalia Charles, ingeniera de vuelo norteamericana de la Expedición 18, flotaba en la gravedad cero en compañía de un comandante ruso y de un ingeniero francés, por el vestíbulo que unía el módulo del
Unity
con la parte posterior de la escotilla del laboratorio
Destiny
. La nave espacial de investigación orbitaba alrededor de la Tierra dieciséis veces al día, casi cada hora y media, a una velocidad de veintiocho mil kilómetros por hora. Los ocultamientos no eran un espectáculo grandioso en la órbita inferior de la Tierra: bastaba con bloquear el Sol con cualquier objeto redondo en una ventana para ver la corona espectacular. Por lo tanto, a Thalia no le interesaba el ocultamiento, sino el resultado que este fenómeno tenía en la lenta rotación de la tierra.

Destiny
, el principal laboratorio espacial de la ISS, medía ocho metros y medio por cuatro —aunque el espacio interior del módulo cilíndrico era más pequeño, debido a los equipos que estaban en los costados—, y era tan largo como cinco personas acostadas por una de ancho. Cada ducto, tubo y conexión de cable tenía acceso directo y estaba a la vista, por lo que cada una de las cuatro paredes del
Destiny
parecía del tamaño de una placa madre. En ciertas ocasiones, Thalia se sentía como en un pequeño microprocesador que realizaba las computaciones dentro de un gran computador espacial.

Thalia caminó con sus manos en el nadir, el piso del
Destiny
—pues en el espacio no hay arriba ni abajo— hacia un anillo ancho y con forma de lente que contenía varios pernos. La contraventana del portal estaba diseñada para proteger la integridad del módulo ante posibles colisiones con micrometeoros o basura espacial. Abrió la manija de una pared con los pies, revelando una ventana de sesenta centímetros de diámetro y con calidad óptica.

La circunferencia azul y blanca de la Tierra se hizo visible.

La labor de Thalia consistía en tomar algunas fotografías de la Tierra con una cámara Hasselblad por medio de un cable disparador. Pero cuando miró inicialmente el planeta desde su inusual punto de vista, se estremeció con lo que vio. La enorme mancha negra de la sombra lunar parecía un punto muerto sobre la Tierra, una falla oscura y amenazante en lo que habitualmente era este planeta, de un saludable color azul. Más desconcertante aún era que no podía ver nada dentro de la umbra, la parte central y más oscura de la sombra de la Luna; esa zona había desaparecido en un abismo negro. Era como ver una imagen de satélite de una verdadera catástrofe: la destrucción causada por un incendio horas después de haber consumido a la ciudad de Nueva York, y el mismo propagándose sobre una amplia franja de la costa Este.

Manhattan

L
OS NEOYORQUINOS ESTABAN REUNIDOS
en Central Park, y el enorme césped de veintidós hectáreas fue invadido como para un concierto de verano. Los que habían traído sábanas y sillas portátiles en la mañana estaban de pie como el resto de los espectadores, los niños trepados en los hombros de sus padres y los bebés en los brazos de sus madres. El Castillo Belvedere, púrpura y gris, se erguía sobre el parque como un fantasmagórico detalle gótico en medio de ese espacio pastoral eclipsado por los rascacielos del Este y Oeste de la ciudad.

La vasta isla-metrópoli se detuvo, y todos sintieron la quietud de la ciudad a esa hora. El ambiente era como el de un apagón, tenso, pero comunitario. El ocultamiento impuso una especie de cualidad sobre la ciudad y sus habitantes, una suspensión de la estratificación social durante cinco minutos. Todos estaban bajo el mismo sol, o bajo la falta de éste.

Las radios sonaban en el césped, y la gente cantaba la popular «Eclipse total del corazón», de siete minutos de duración, que transmitía la emisora de radio Z-100.

A lo largo de los puentes del Este, que conectaban Manhattan con el resto del mundo, los espectadores permanecieron junto a sus vehículos estacionados, o sentados sobre ellos, y algunos fotógrafos con cámaras especiales tomaban fotos desde las aceras.

En muchas terrazas de edificios sirvieron cócteles, como en una celebración de Año Nuevo oscurecida momentáneamente por el espectáculo aterrador del cielo.

La gigantesca pantalla Panasonic Astrovision de Times Square transmitía el ocultamiento a las masas terrestres, a la vez que la fantasmagórica corona del sol resplandecía sobre «la encrucijada del mundo» como una advertencia lanzada desde un sector lejano de la galaxia, pero la transmisión se vio interrumpida por parpadeos de distorsión.

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