J
EFE
L
UNTZ
. ¿La verdad? Puede que sea solo un pequeño y estúpido rumor embellecido por una de tus amigas idiotas: una mentira absoluta, una calumnia digna de denunciarse.
Mientras los ánimos de los Luntz se caldeaban, al fondo se veía a Ashton y a Jillian, a la izquierda de la escena, a una distancia de la cámara que hacía que su conversación no se pudiera oír. Al final, Jillian se volvió y caminó en dirección a la cabaña, cuya fachada posterior lindaba con el bosque, y Ashton se dirigió de nuevo hacia los Luntz con expresión de inquietud.
Cuando Carol Luntz vio que Ashton se acercaba, apuró su margarita de un par de tragos rápidos. Su marido reaccionó con una palabra inaudible murmurada entre dientes. (Gurney bajó la mirada a la transcripción de audio, pero no había interpretación.)
El jefe de Policía, cambiando de expresión cuando Ashton se unió a ellos, preguntó:
—Bueno, Scott, ¿todo va bien? ¿Todo en orden?
—Eso espero—dijo Ashton—. Bueno, ojalá Jillian simplemente…—Negó con la cabeza y su voz se fue apagando.
—Oh, Dios—exclamó Carol Luntz, con bastante esperanza—. No pasa nada, ¿verdad?
Ashton negó con la cabeza.
—Jillian quiere que Héctor se una a nosotros para el brindis nupcial. Antes nos ha dicho que no quiere y…, en fin, eso es todo. —Sonrió de manera extraña, bajando la mirada a la hierba.
—¿Y él qué problema tiene?—preguntó Carol, inclinándose hacia Ashton.
Hardwick pulsó el botón de pausa, congelando a Carol en una pose conspirativa. Se volvió hacia Gurney con la pasión de un hombre que comparte una revelación.
—Esta es la clásica zorra que disfruta con los problemas. Le gusta saborear cada detalle, simula que está rebosando empatía. Llora por tu dolor y espera que mueras para poder llorar más y mostrar al mundo lo mucho que le importa.
Gurney percibía la verdad en el diagnóstico, pero le costaba digerir el exceso de Hardwick.
—¿Y luego?—preguntó, volviéndose de manera impaciente hacia la pantalla.
—Tranquilo. Mejora. —Hardwick pulsó el botón de
play
, reanimando la conversación entre Carol Luntz y Scott Ashton.
Ashton estaba diciendo:
—Es una estupidez, no quiero aburrirles con eso.
—Pero ¿qué pasa con ese hombre? —insistió Carol, hablando como en un gemido.
Ashton se encogió de hombros, como si estuviera exhausto para poder mantener el secreto por más tiempo.
—Héctor tiene una actitud negativa hacia Jillian. Ella, por su parte, está decidida a resolver sea lo que sea que haya ocurrido entre ellos. Por esa razón insistió en que yo lo invitara a nuestra recepción, y he intentado hacerlo en dos ocasiones, hace una semana y de nuevo esta mañana. En ambas ocasiones rechazó la invitación. Ahora mismo Jillian me ha llamado para decirme que pretende sacarlo de su cabaña para el brindis nupcial. En mi opinión, es una pérdida de tiempo y ya se lo he dicho.
—¿Por qué se molesta con… él?—Carol Luntz trastabilló al final, como si hubiera buscado un epíteto desagradable sin encontrarlo.
—Buena pregunta, Carol, pero no tengo respuesta.
Su comentario fue seguido por un cambio al encuadre de otra cámara, una cámara posicionada para cubrir un cuadrante de la propiedad que incluía la cabaña, el jardín de rosas y la mitad de la mansión. Jillian, la novia de álbum de fotos, estaba llamando a la puerta de la cabaña.
Una vez más, Hardwick paró el vídeo, por lo que la imagen se distorsionó en una especie de mosaico en la pantalla.
—Muy bien—dijo—. Aquí estamos. Ahora empiezan los catorce minutos críticos. Los catorce minutos en los que Héctor Flores mata a Jillian Perry Ashton. Los catorce minutos en los cuales le corta la cabeza con un machete, sale por la ventana de atrás y escapa sin dejar rastro. Esos catorce minutos empiezan cuando ella entra y cierra la puerta.
Hardwick soltó el botón de pausa y la acción se reanudó. Jillian abrió la puerta de la cabaña, entró y cerró la puerta tras de sí.
—Esta—dijo Hardwick, señalando la pantalla—es la última vez que la vieron viva.
La imagen permanecía en la cabaña mientras Gurney imaginaba el asesinato que estaba a punto de ocurrir detrás de las ventanas con cortinas de flores.
—Has dicho que Flores sale por la ventana de detrás y escapa sin dejar rastro después de matarla. ¿Estás hablando literalmente?
—Bueno—dijo Hardwick, haciendo una pausa teatral—, he de decir… sí y no.
Gurney suspiró y esperó.
—La cuestión es que la desaparición de Flores tiene un eco familiar. —Hardwick hizo otra pausa acentuada por una sonrisa artera—. Había un rastro desde la ventana de atrás de la cabaña que se adentraba en el bosque.
—¿Qué quieres decirme, Jack?
—Ese rastro hacia el bosque se interrumpe a ciento cincuenta metros de la casa.
—¿Qué estás diciendo?
—¿No te recuerda nada?
Gurney lo miró con incredulidad.
—¿Te refieres al caso Mellery?
—No conozco muchos más casos donde las huellas se interrumpan en medio del bosque sin ninguna explicación clara.
—Entonces, ¿qué estás diciendo?
—Nada en concreto. Solo me preguntaba si habías pasado por alto un cabo suelto cuando resolviste la locura del caso Mellery.
—¿Qué clase de cabo suelto?
—¿La posibilidad de un cómplice?
—¿Un cómplice? ¿Estás loco? Sabes tan bien como yo que no había nada en el caso Mellery que sugiriera siquiera la posibilidad remota de más de un culpable.
—¿No será que estás un poco susceptible con ese tema?
—¿Susceptible? Me ponen susceptible las sugerencias que son una pérdida de tiempo y que no se basan en nada más que tu desquiciado sentido del humor.
—¿Así que es todo una coincidencia?—Hardwick estaba haciendo sonar la nota precisa de desdén que Gurney sentía como unas uñas que rascaran una pizarra.
—¿Qué es todo, Jack?
—Las similitudes del modus operandi.
—Será mejor que me digas enseguida de qué estamos hablando.
La boca de Hardwick se alargaba a ambos lados, quizás en una sonrisa, tal vez en una mueca.
—Mira la película—dijo—. Solo quedan unos minutos.
Pasaron unos pocos minutos. En la pantalla no estaba ocurriendo nada significativo. Varios invitados caminaron hacia el arriate que bordeaba la cabaña y una de las mujeres del grupo, la que antes Hardwick había identificado como la mujer del vicegobernador, parecía estar llevando a cabo una especie de visita botánica, hablando enérgicamente mientras señalaba distintas flores. El grupo salió poco a poco del encuadre como si estuviera unido por hilos invisibles a su guía. La cámara permaneció enfocada en la cabaña. Las ventanas con cortinas no dejaban ver nada.
Justo cuando Gurney estaba a punto de preguntar el propósito de esta parte del vídeo, la imagen cambió de nuevo para mostrar a Scott Ashton y a los Luntz en primer plano, y la cabaña en el fondo.
—Es la hora del brindis—estaba diciendo Ashton.
Los tres estaban mirando hacia la cabaña. Ashton echó un vistazo a su reloj, levantó la mano y llamó a una joven del personal de servicio. Esta se apresuró a acercarse con una sonrisa servil.
—¿Sí, señor?
Ashton señaló hacia la cabaña.
—Dile a mi mujer que son más de las cuatro.
—¿Está en esa cabaña junto a los árboles?
—Sí, por favor, dile que es hora del brindis nupcial.
Al salir para cumplir su encargo, Ashton se volvió hacia los Luntz.
—Jillian tiende a perder la noción del tiempo, sobre todo cuando está tratando de conseguir que alguien haga lo que ella quiere.
El vídeo mostró a aquella mujer joven cruzando el césped, llegando a la puerta de la cabaña y llamando. Al cabo de unos segundos, llamó otra vez, luego intentó hacer girar el pomo sin éxito. Se volvió a mirar hacia Ashton, poniendo las palmas hacia arriba en un ademán de desconcierto. Como respuesta, Ashton hizo gestos para que llamara de manera más enérgica. La joven frunció el ceño, pero obedeció de todos modos. (Esta vez el sonido fue lo bastante fuerte para que la cámara, que Gurney calculaba que estaría a unos quince metros de la cabaña, lo registrara en la pista de sonido.) Al no recibir respuesta a su intento final, la mujer volvió a poner las palmas hacia arriba y negó con la cabeza.
Ashton murmuró algo, en apariencia más para sus adentros que para los Luntz, y caminó hacia la cabaña. Fue directamente a la puerta, llamó con brío, luego tiró con fuerza y empujó el pomo al mismo tiempo que gritaba:
—¡Jilli! ¡Jilli, la puerta está cerrada! ¡Jillian!
Se quedó mirando a la puerta, parecía frustrado y confuso. A continuación se volvió y caminó con determinación hacia la puerta de atrás de la casa principal.
Sentado en el brazo del sofá de Gurney, Hardwick explicó:
—Fue a buscar una llave. Nos dijo que siempre guardaba una copia en la despensa.
Al cabo de un momento, el vídeo mostraba a Ashton saliendo de la casa principal y volviendo a la puerta de la cabaña. Llamó de nuevo, al parecer no recibió respuesta; introdujo una llave y abrió la puerta hacia dentro. Desde la perspectiva de la cámara que lo grababa, a unos cuarenta y cinco grados de la cabaña, apenas se veía el interior del edificio y solo el perfil de la cara de Ashton, pero se apreció una inmediata tensión en su cuerpo. Al cabo de un momento de vacilación, entró. Varios segundos después se oyó un horrible sonido, un gruñido de asombro y angustia, la palabra «ayuda» gritada desesperadamente una, dos, tres veces, y luego, unos segundos más tarde, Scott Ashton salió por la puerta tambaleándose, tropezando con sus propios pies, cayendo de lado en un arriate, gritando «¡Ayuda!», de manera tan primigenia y repetida que dejó de ser una palabra.
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as cámaras fijas de la boda, situadas en los cuatro puntos de perspectiva claves del césped, continuaron grabando otros doce minutos después del derrumbe de Ashton, lo que creó un amplio registro en vídeo del consiguiente caos; hasta que el jefe Luntz ordenó apagarlas e incautarlas, pues tal vez podían ayudar a resolver el crimen.
Los doce minutos completos de hiperactividad formaban parte del DVD editado que Gurney estaba viendo con Hardwick: doce minutos de órdenes y preguntas gritadas, de chillidos horrorizados, de invitados corriendo hacia Ashton, a la cabaña, retrocediendo, una mujer desplomándose, otra tropezando con ella y cayéndole encima, invitados ayudando a Ashton a levantarse del arriate, guiándolo por la puerta de atrás hasta la casa principal, Luntz bloqueando la puerta de la cabaña y marcando frenéticamente en su teléfono móvil, invitados volviéndose a un lado y a otro y con aspecto enloquecido, los cuatro músicos entrando en la escena, un violinista todavía con el instrumento en la mano, otro solo con el arco, tres policías uniformados de Tambury subiendo a la carrera hacia Luntz, que custodiaba el umbral, el presidente de la British Heritage Society vomitando en la hierba.
Al final de la grabación, después de una última sacudida digital, Gurney apoyó la espalda en el sofá y miró a Hardwick.
—Cielo santo.
—Entonces, ¿qué opinas?
—Creo que me gustaría saber un poco más.
—¿Por ejemplo?
—¿Cuándo llegó el DIC a la escena, y qué encontraste en la cabaña?
—Agentes uniformados llegaron tres minutos después de que Luntz apagara las cámaras, es decir, quince minutos después de que Ashton descubriera el cadáver. Mientras Luntz llamaba a sus propios agentes, los invitados estaban llamando al 911. La llamada fue desviada al Departamento del Sheriff. En cuanto los agentes de uniforme echaron un vistazo a la cabaña llamaron al DIC, contactaron conmigo y yo llegué a la escena al cabo de unos veinticinco minutos. Así que el grupo de costumbre se puso en marcha enseguida.
—¿Y?
—Y la prudencia imperante convino en que todo debería dejarse lo antes posible en el regazo del DIC, lo cual significaba en el regazo del investigador jefe Jack Hardwick. Allí permaneció durante aproximadamente una semana, hasta que tuve el impulso de informar a nuestro estimado capitán de que su hipótesis del caso (la que él insistía en que yo debía seguir) tenía ciertos defectos lógicos.
Gurney sonrió.
—¿Le dijiste que era un puto inepto?
—Con otras palabras.
—¿Y reasignó el caso a Arno Blatt?
—Hizo exactamente eso, y allí ha permanecido encallado durante casi cuatro meses. Lo que han hecho es como acelerar en el desierto con las ruedas encalladas: han provocado una tormenta de arena, pero no han avanzado ni un centímetro. De ahí el interés de la preciosa madre de la preciosa novia en explorar otra vía de resolución.
Una exploración que probablemente sustituiría la tormenta de arena del girar de ruedas por otra tormenta de mierda relacionada con la defensa del propio territorio, pensó Gurney.
«Retrocede ahora, antes de que sea demasiado tarde», susurró la vocecita de su sensatez.
Luego otra voz habló con despreocupada seguridad: «Deberías, al menos, averiguar lo que descubrieron en la cabaña. Saber más siempre es bueno».
—¿Así que llegaste a la escena y alguien te dirigió hacia donde estaba el cadáver?—preguntó Gurney.
Hardwick hizo una mueca al recordarlo.
—Sí. Me dirigieron hasta el cadáver. Era consciente de cómo los cabrones me estaban observando al llevarme al umbral. Recuerdo que pensé: «Están esperando una reacción fuerte, lo que significa que hay algo horrible ahí». —Hizo una pausa. Sus labios se estiraron en una mueca forzada durante un segundo o dos, y luego continuó—: Bueno, estaba en lo cierto. Al cien por cien. —Parecía agitado.
—¿El cuerpo era visible desde el umbral?—preguntó Gurney.
—Ah, sí, era visible, sí.
H
ardwick se levantó del sofá haciendo un esfuerzo, se frotó la cara con ambas manos como un hombre que trata de cobrar plena conciencia después de una noche de sueños inquietos.
—¿Hay alguna posibilidad de que tengas una botella de cerveza fría en casa?
—No en este momento—dijo Gurney.
—¿No en este momento? ¿Qué coño significa eso? No en este momento, pero quizá dentro de un minuto o dos una Heineken helada podría materializarse delante de mí.
Gurney reparó en que, aunque aquel hombre hubiera parecido vulnerable hacía unos instantes, al recordar lo que había visto hacía cuatro meses, esa debilidad ya había desaparecido, arrinconada de golpe.