Nivel 5 (61 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

BOOK: Nivel 5
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Scopes emitió una carcajada.

—Temo no ser una persona tan atractiva, como sabes muy bien.

—Quizá, pero no cabe duda de que eres de lo más interesante.

—Gracias —asintió Scopes. Y tras un momento, añadió—: Es una idea intrigante.

—No tenemos nada que hacer en las próximas dos horas.

Scopes sonrió con amargura.

—Está bien, Charles. ¿Por qué no? Sin embargo, hay una condición. Debes ponerte también a ti mismo en el programa. No voy a regresar solo a la isla Monhegan.

Levine negó con un gesto de la cabeza.

—Yo no soy programador, sobre todo para algo tan complejo como esto.

—Eso no es problema. He escrito un logaritmo generador de personajes. Utiliza diversas subpautas. Hace intervenir al usuario en breves conversaciones y efectúa unas pruebas psicológicas. Luego crea un personaje y lo inserta en el mundo del ciberespacio. Lo preparé como una herramienta para que me ayudara a poblar la isla de modo más eficiente, pero ahora podría funcionar perfectamente para nosotros.

Miró interrogativamente a Levine.

—Y quizá entonces me digas por qué te imaginaste tu casa de verano derruida —dijo Levine.

—Quizá —contestó Scopes—. Pongámonos a trabajar.

Al final, Levine eligió parecerse a sí mismo, con un traje oscuro que no le ajustaba bien, la calva y unos dientes disparejos. Se dio lentamente la vuelta delante de la videocámara de la sala octogonal. Las imágenes grabadas serían escaneadas en varios cientos de imágenes de alta resolución que, juntas, formarían la figura de Levine que residiría en la isla virtual de Scopes. Durante la última hora y media, la subpauta A le había planteado innumerables preguntas, desde sus primeros recuerdos de la infancia hasta profesores memorables a los que había conocido, su filosofía personal de la vida, la religión y las convicciones éticas. La subpauta le había pedido que citara los libros que había leído y las revistas a las que había estado suscrito. Le planteó problemas matemáticos, le preguntó por los viajes que había realizado, por sus gustos y aversiones musicales, por los recuerdos de su esposa. La subpauta le entregó varias pruebas de Rorschach para que las hiciera e incluso le insultó y discutió con él, quizá para calibrar sus reacciones emocionales. Levine sabía que todos los datos resultantes serían usados para suministrar al cuerpo el conocimiento, las emociones y los recuerdos que poseería el personaje de su ciberespacio.

—¿Y ahora qué? — preguntó Levine después de sentarse.

—Ahora sólo tenemos que esperar —contestó Scopes con una sonrisa forzada.

Él ya había pasado por un proceso similar de interrogatorio. Tecleó varias órdenes y se arrellanó en el sofá mientras el superordenador empezaba a generar los dos nuevos personajes para la recreación ciberespacial de isla Monhegan.

El silencio se adueñó de la sala. Levine se dio cuenta de que el interrogatorio había servido al menos para mantenerlo ocupado, impidiéndole cobrar conciencia de que aquéllos eran, en realidad, los últimos minutos de su vida. Ahora, una extraña mezcla de emociones empezó a asaltarle: recuerdos, temores, cosas que había dejado sin hacer. Se volvió hacia Scopes.

—Brent… —dijo.

Se oyó un tono bajo y Scopes se inclinó y pulsó un botón en el teléfono situado junto al sofá. La voz de Spencer Fairley sonó a través del altavoz del teléfono.

«Los helicópteros acaban de llegar», dijo.

Scopes se colocó el teclado sobre el regazo y empezó a teclear.

—Voy a enviar este programa de audio a la seguridad central, así como a los archivos, sólo para asegurarme de que más tarde no haya preguntas sin respuesta. Escuche atentamente, Spencer. Dentro de unos minutos daré la orden de que este edificio sea evacuado y sellado. Sólo deben permanecer en él usted, un equipo de seguridad y otro de bioemergencia. Una vez se haya llevado a cabo la evacuación, tiene usted que cerrar el sistema de circulación de aire de la sala octogonal. A continuación bombeará el contenido de diez bidones de VXV en el suministro de aire, y volverá a poner el sistema en marcha. No sé con seguridad cuánto tiempo se tardará en… —Se detuvo—. Quizá deberá esperar unos quince minutos. Luego envíe al equipo de emergencia a la escotilla de emergencia a presión, en el tejado de la sala octogonal. Que Endicott se ocupe de despresurizar la escotilla desde el control de seguridad y de dar instrucciones al equipo para situar los contenedores de cianofosfatol en el interior de la escotilla, para después cerrar y presurizar la escotilla exterior. Una vez el equipo se haya retirado, abran la escotilla interior mediante control remoto, desde el control de seguridad. Los contenedores de cristal caerán en el interior de la sala octogonal y se romperán, liberando así el cianofosfatol… ¿Me ha comprendido, Spencer?

Hubo una larga pausa antes de que oyeran la contestación.

«Sí, señor.»

—Incluso después de que el cianofosfatol haya realizado su trabajo, aún quedarán virus vivos en esta sala, ocultos en los cadáveres, de modo que, como paso final, debe usted incinerarlos. El calor también desnaturalizará el cianofosfatol. El revestimiento antiincendios de la sala octogonal contendrá un fuego interior del mismo modo que puede contener uno exterior. Pero debe procurar no causar una explosión prematura o un incendio fuera de control que pueda diseminar el virus. Al principio debería utilizar un elemento incendiario de acción rápida y elevada temperatura, como el fósforo. Una vez los cuerpos se hayan quemado por completo, debe limpiarse el resto de la sala con un elemento incendiario de baja temperatura. Será suficiente con un derivado del napalm. Encontrará ambos en los suministros del laboratorio restringido.

Mientras escuchaba, Levine no dejó de observar la metódica imparcialidad con que Scopes describía el procedimiento a seguir: los cadáveres, los cuerpos… Serán nuestros cadáveres, pensó.

—A continuación, el equipo de bioemergencia debe llevar a cabo un proceso de descontaminación estándar con un agente caliente en el resto del edificio. Una vez eso haya terminado… —Scopes hizo una breve pausa—. Entonces, Spencer, supongo que ya todo dependerá del consejo de administración.

Se produjo un nuevo silencio.

—Y ahora, Spencer, póngame con mi albacea —pidió Scopes serenamente.

Un momento más tarde, una voz ronca y grave sonó a través del altavoz del teléfono, junto a la mesa.

«Aquí Alan Lipscomb.»

—Alan, soy Brent. Escuche. Se va a producir un cambio en mi testamento. ¿Sigue ahí, Spencer?

—Sí, señor.

—Bien. Spencer será mi testigo. Deseo proveer un fondo de cincuenta millones para el Instituto de Neurocibernética Avanzada. Me encargaré de transmitirle los detalles a Spencer, que se los pasará a usted.

«Muy bien.»

Scopes tecleó rápidamente y luego se volvió hacia Levine.

—Voy a enviarle a Spencer instrucciones para que transfiera todo el banco de datos del cifraespacio, junto con el compilador y mis notas sobre el lenguaje C
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al Instituto de Neurocibernética Avanzada. A cambio de esa dotación, pido que conserven mi recreación virtual de la isla Monhegan en funcionamiento perpetuo, y que permitan el acceso a ella a cualquier persona seria.

Levine asintió con un gesto.

—En exposición permanente. Adecuado para una obra de arte tan colosal.

—Pero no sólo en exposición, Charles. Quiero que se encarguen de aumentarla, de extender la tecnología, de mejorar la profundidad del lenguaje y las herramientas. Supongo que esto es algo que me he guardado para mí mismo durante demasiado tiempo. — Se pasó la mano por el cabello, con gesto ausente—. ¿Alguna otra petición, Charles? Mi albacea es muy bueno para lograr que se hagan las cosas.

—Sólo una —contestó Levine.

—Adelante.

—Creo que ya podrías imaginarlo.

Scopes le miró por un momento.

—Sí, desde luego —dijo. Se volvió hacia el teléfono—. Spencer, ¿sigue ahí?

«Sí, señor.»

—Le ruego que rompa la renovación de esa patente para el moho X del maíz.

«¿La renovación, señor?»

—Limítese a hacerlo así, y permanezca en contacto.

Scopes se volvió hacia Levine con una ceja levantada.

—Gracias —dijo Levine.

Scopes hizo un gesto de asentimiento. Luego tendió la mano hacia el teléfono y pulsó una serie de botones.

—Atención a todo el personal de la sede central —dijo por el auricular.

Levine oyó cómo la voz arrancaba ecos y se dio cuenta de que el mensaje era emitido por todo el edificio.

—Al habla Brent Scopes —prosiguió—. Ha surgido una emergencia que exige que todo el personal evacúe el edificio. Se trata sólo de una medida temporal y les aseguro que nadie corre ningún peligro. —Hizo una breve pausa—. Antes de que abandonen el edificio, sin embargo, debo informales que se ha producido una alteración en la cadena de mando de GeneDyne. Se enterarán de los detalles dentro de poco. Pero debo decirles ahora que he disfrutado mucho trabajando con todos y cada uno de ustedes, y les deseo lo mejor para el futuro, tanto a ustedes como a GeneDyne. Recuerden que los objetivos de la ciencia son también los nuestros: el avance del conocimiento y la mejora de la humanidad. Nunca los pierdan de vista. Y ahora, por favor, diríjanse hacia la salida más cercana.

Con el dedo apoyado en el interruptor del teléfono, Scopes se volvió hacia Levine.

—¿Estás preparado? — preguntó.

Levine asintió con un gesto. Scopes levantó de nuevo el interruptor.

—Spencer, el lunes que viene por la mañana, presentará todas las cintas de lo ocurrido aquí al consejo de administración de GeneDyne. Y ahora, por favor, ya puede empezar a introducir el gas VXV… Sí, sí, lo sé, Spencer. Gracias por todo. Y le deseo la mejor suerte.

Lentamente, Scopes colgó el auricular. Después volvió a colocar las manos sobre el teclado.

—Allá vamos —dijo.

Se produjo un zumbido y las luces disminuyeron de intensidad. De repente, la enorme sala octogonal se transformó en el desván de la casa en ruinas de isla Monhegan. Al mirar alrededor, asombrado, Levine se dio cuenta de que no sólo una, sino las ocho paredes de la sala se habían convertido en una vasta pantalla.

—Ahora ya sabes por qué elegí el desván, en lo más alto —dijo Scopes, y dejó el teclado a un lado.

Levine, como en un trance, se sentó en el sofá y miró alrededor. Por el exterior del desván podía ver con claridad la terraza. El sol empezaba a despuntar sobre el océano, y el mar parecía absorber los colores del cielo. Las gaviotas planeaban alrededor de las barcas de pesca en el puerto, y graznaban excitadas mientras los pescadores transportaban barriles de cebo de pescado por el muelle y los cargaban en las barcas.

En una silla situada en el desván, una figura se movió, se levantó y se desperezó. Era de baja estatura y delgada, con extremidades desgarbadas y gafas gruesas. Un impenitente mechón se levantaba como una pluma negra entre la desordenada mata de pelo.

—Bien, Charles —dijo la figura—. Bienvenido a la isla Mohegan.

Levine vio a otra figura en el extremo opuesto del desván, un hombre calvo, con un traje oscuro que no le sentaba bien, y que hacía un gesto de asentimiento.

—Gracias —dijo con una voz que a él le sonó familiar.

—¿Quieres que demos un paseo por el pueblo? — preguntó la figura de Scopes.

—Ahora no —contestó la figura de Levine—. Preferiría sentarme aquí y ver cómo zarpan las barcas de pesca.

—Muy bien. ¿Quieres que juguemos al Juego mientras esperamos?

—¿Por qué no? — replicó la figura de Levine—. No tenemos nada que hacer en las próximas horas.

Levine se arrellanó en el sofá de la sala octogonal, y observó con una sonrisa a su personaje recientemente creado.

—Sí, disponemos de mucho tiempo —asintió Scopes desde la oscuridad—. De un tiempo infinito. Tanto para ellos y, sin embargo, tan poco para nosotros.

—Elijo «tiempo» como palabra clave —dijo la figura de Levine.

La figura de Scopes se sentó de nuevo en la mecedora, tomó impulso hacia atrás y di) o:

—«Habrá tiempo para preparar un rostro que se encuentre con los rostros con los que te encontrarás. Habrá tiempo para asesinar y para crear…»

El Levine real percibió un extraño olor en la sala octogonal; un olor acre y dulzón, como el de rosas muertas. Empezaron a escocerle los ojos y los cerró, mientras escuchaba a la figura de Scopes, que seguía diciendo:

—«Y tiempo para todas las obras y días de acción, que levantan y dejan caer una pregunta sobre tu plato. Tiempo para ti y tiempo para mí…»

Se produjo un silencio y lo último que Levine escuchó mientras aspiraba el gas letal fue su propia voz, que pronunció una cita como respuesta:

—«El tiempo es una tormenta en la que todos nos hallamos perdidos…»

EPÍLOGO

El desierto tenía un aspecto extraño bajo los altos y tenues cirros que lo cubrían. Ya no era un mar de luz, sino una llanura de un azulado oscurecido que terminaba en los picos puntiagudos de unas montañas distantes. El frío y el olor del otoño del desierto permanecían suspendidos en el aire.

Desde su posición dominante sobre Monte Dragón, Carson y De Vaca descendieron las miradas sobre las ruinas ennegrecidas de las instalaciones experimentales Remote Desert de GeneDyne. El enorme bunker subterráneo del Tanque de la Fiebre se había convertido en un cráter de cemento ennegrecido y de vigas de hierro retorcidas que sobresalían del suelo del desierto, rodeadas por la arena chamuscada. El laboratorio de transfección plásmica no era más que un esqueleto de vigas retorcidas por el calor. Los dormitorios y los marcos oscuros y destrozados de las ventanas parecían mirarlos con ojos muertos. Todo lo que pudiera quedar allí de algún valor había sido retirado semanas atrás, para dejar únicamente los cascarones huecos de los edificios, como mudos centinelas de lo que había sido. No había planes para su reconstrucción. Según los rumores, el ejército iba a utilizar aquellos restos como objetivo de pruebas de bombardeo. Las únicas señales de vida eran los cuervos que aún rondaban la cantina destrozada.

Más allá de las ruinas de Monte Dragón, los restos de otro pueblo desvanecido se elevaban sobre el paisaje: Kin Klizhini, la Casa Negra, desmoronada por el tiempo, la falta de agua y los elementos. En el extremo más alejado del cono de ceniza, el grupo de antenas de radio y radares se elevaba silencioso, a la espera de su desmantelamiento. Más abajo, la furgoneta en la que habían llegado estaba aparcada donde había estado el perímetro, como un punto de color en medio de tantos desechos.

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