Authors: David Brin
—Yo shoy Culla, sheñor —replicó el alienígena—. Shu Tierra esh muy agradable. —Los grandes ojos rojos eran ahora sombríos. Culla retrocedió.
Bubbacub le condujo de nuevo a los cojines junto a la ventana. El pequeño pil se colocó en posición inclinada, con sus manos cuadrateralmente simétricas colgando sobre los lados del cojín. La «mascota» le siguió y se acurrucó a su lado.
Kepler avanzó y habló, vacilante.
—Lamento haberle sacado de su importante trabajo, señor Demwa.
Sé que ya está muy comprometido... sólo espero que podamos persuadirle de que nuestro pequeño... problema merece su tiempo y es digno de su talento. —Las manos del doctor Kepler se retorcieron sobre su regazo.
La doctora Martine contempló la inquietud de Kepler con una expresión entre paciente y divertida. Aquí había matices que molestaron a Jacob.
—Bueno, doctor Kepler, Fagin debe de haberle dicho que desde la muerte de mi esposa me he retirado de los «asuntos misteriosos», y en este momento estoy muy ocupado, probablemente demasiado para implicarme en un largo viaje fuera del planeta...
La cara de Kepler mostró tanta decepción que de repente Jacob se sintió conmovido.
—... sin embargo, ya que Kant Fagin es un individuo perspicaz, escucharé con mucho gusto a todo aquél que me traiga, y decidiré sobre los méritos del caso.
—¡Oh, encontrará este caso interesante! No hago más que decir que necesitamos savia nueva. Y, por supuesto, ahora que los Administradores nos han permitido traer algunos consejeros...
—Vamos, Dwayne —dijo la doctora Martine—. No está siendo justo.
Yo llegué como consejera hace seis meses, y Culla proporcionó los servicios de la Biblioteca incluso antes. Ahora Bubbacub ha accedido amablemente a aumentar el apoyo de la Biblioteca y venir con nosotros en persona a Mercurio. Creo que los Administradores están siendo más que generosos.
Jacob suspiró.
—Desearía que alguien me explicara de qué va todo esto. Usted por ejemplo, doctora Martine, tal vez podría explicarme cuál es su trabajo... ¿en Mercurio? —Le costó trabajo decir «Navegante Solar».
—Soy consejera, señor Demwa. Me contrataron para que llevara a cabo pruebas psicológicas y parapsicológicas sobre la tripulación y el entorno de Mercurio.
—¿He de entender que tenían relación con el problema que ha mencionado el doctor Kepler?
—Sí. Al principio se pensó que los fenómenos eran un truco o alguna clase de alucinación de masas. He eliminado ambas posibilidades. Ahora está claro que son reales o que tienen lugar en la cromosfera solar.
»Durante los últimos meses he estado diseñando experimentos psi para llevarlos a las inmersiones solares. También he estado ayudando como terapeuta a varios miembros del personal del proyecto; las tensiones de llevar a cabo esta clase de investigación solar se han reflejado en muchos hombres.
Martine parecía competente, pero había algo en su actitud que molestaba a Jacob. Impertinencia, tal vez. Jacob se preguntó qué más había en su relación con Kepler. ¿Era también su terapeuta personal? ¿Y estoy aquí para satisfacer el capricho de un gran hombre enfermo al que hay que seguir la corriente? La idea no era muy atractiva. Ni la perspectiva de verse implicado en política.
¿Por qué Bubbacub, jefe de toda la Sucursal de la Biblioteca en la Tierra, está implicado en un oscuro proyecto terrestre? En algunos aspectos, el pequeño pil era el extraterrestre más importante del planeta, aparte del embajador timbrimi. En comparación con su Instituto de la Biblioteca, la organización galáctica más grande e influyente, el Instituto de Progreso de Fagin parecía una barraca de feria. ¿Había dicho Martine que iba a ir a Mercurio?
Bubbacub contemplaba el techo, ignorando aparentemente la conversación. Su boca se movía como si cantara algo en una escala inaudible para los humanos.
Los brillantes ojos de Culla observaban al pequeño Jefe de la Biblioteca. Tal vez podía oír la canción, o tal vez también a él le aburría la conversación hasta el momento.
Kepler, Martine, Bubbacub, Culla... ¡nunca había creído que algún día estaría en una sala donde Fagin sería el menos extraño!
El kantén se agitó. Fagin estaba claramente excitado. Jacob se preguntó qué podría haber sucedido en el proyecto Navegante Solar para ponerlo así.
—Doctor Kepler, es posible que pudiera encontrar tiempo para ayudarles. —Jacob se encogió de hombros—. ¡Pero primero sería muy interesante averiguar de qué va todo esto!
Kepler sonrió.
—Oh, ¿no he llegado a decirlo? Oh, cielos. Supongo que últimamente evito pensar en el tema... Estoy todo el día dando vueltas a lo mismo...
Se enderezó e inspiró profundamente.
—Señor Demwa, parece que el sol está habitado.
En épocas prehistóricas, la Tierra fue visitada por seres desconocidos procedentes del cosmos. Estos seres desconocidos crearon la inteligencia humana por medio de mutaciones genéticas deliberadas. Los extra-terrestres recrearon a los homínidos «a su propia imagen». Por eso nosotros nos parecemos a ellos y no ellos a nosotros.
Erich Von Daniken,
Recuerdos del futuro
Las actividades mentales sublimes, como la religión, el altruismo y la moralidad, son fruto de la evolución, y tienen una base física.
Edward O. Wilson,
Sobre la naturaleza humana
La Bradbury era una nave nueva. Utilizaba tecnología muy avanzada respecto a la de sus predecesoras en la línea comercial, pues podía despegar del nivel del mar por sus propios medios en vez de ser transportada hasta la estación en lo alto de una de las «Agujas» ecuatoriales colgada de un globo gigante. La Bradbury era una enorme esfera, titánica según los primeros modelos.
Éste era el primer viaje de Jacob a bordo de una nave con energía de la ciencia de mil millones de años de antigüedad de los galácticos.
Contempló desde la cabina de primera clase cómo la Tierra iba quedando atrás, y la Baja California se convertía primero en una costilla marrón, separando dos mares, y luego un simple dedo a lo largo de la costa de México. El panorama era espectacular, pero un poco decepcionante. El rugido y la aceleración de un avión transcontinental o la lenta majestuosidad de un zepelín crucero eran más románticos. Y las pocas veces que había salido de la Tierra, subiendo y bajando en globo, tenía las otras naves para contemplar, brillantes y atareadas, mientras flotaban hacia la Estación de Energía o volvían en el presurizado interior de una de las Agujas.
Ninguna de las grandes Agujas era aburrida. Las finas paredes de cerámica que contenían las torres de cuarenta kilómetros a niveles de presión del mar habían sido pintadas con gigantescos murales, grandes pájaros en vuelo y batallas espaciales de pseudociencia-ficción copiadas de las revistas del siglo XX. Nunca resultaban claustrofóbicas.
Con todo, Jacob se alegraba de estar a bordo de la Bradbury. Algún día tal vez visitara, por nostalgia, la Aguja Chocolate, en la cima del monte Kenya. Pero la otra, la de Ecuador... Jacob esperaba no tener que volver a ver la Aguja Vainilla nunca más.
No importaba que la gran torre estuviera sólo a un tiro de piedra de Caracas. No importaba que le dieran la bienvenida de un héroe, si iba allí alguna vez, pues era el hombre que había salvado la única maravilla de la ingeniería terrestre que llegó a impresionar a los galácticos.
Salvar a la Aguja le había costado a Jacob Demwa su esposa y una gran porción de su mente. El precio había sido demasiado elevado.
La Tierra se había convertido en un disco cuando Jacob se dispuso a buscar el bar de la nave. De repente le apetecía disfrutar de compañía. No se sentía así cuando subió a bordo. Lo había pasado mal poniendo excusas a Gloria y los demás del Centro. Makakai se había enfadado. Además, muchos de los materiales de investigación sobre Física Solar que había pedido no habían llegado, y habría que enviarlos a Mercurio. Finalmente había acabado por enfadarse consigo mismo por haberse dejado convencer para participar en este asunto.
Avanzó a lo largo del corredor principal, en el ecuador de la nave, hasta que encontró el salón, atestado de gente y tenuemente iluminado. Se abrió paso entre los grupitos que charlaban y los pasajeros que se acercaban a la barra a beber.
Unas cuarenta personas, muchas de ellas trabajadores contratados para operar en Mercurio, se congregaban en el salón. Bastantes de ellos, que habían bebido demasiado, hablaban en voz alta a sus vecinos o simplemente se quedaban atontados. Para algunos, marcharse de la Tierra había sido muy duro.
Unos pocos extraterrestres descansaban en cojines en un rincón aparte. Uno de ellos, un cintiano de piel brillante y gruesas gafas de sol, estaba sentado frente a Culla, que asentía en silencio mientras sorbía con una pajita lo que parecía ser una botella de vodka.
Había varios humanos cerca de los alienígenas, algo típico de los xenófilos que se agarraban a cada palabra que captaban en una conversación de extraterrestres y esperaban ansiosamente su oportunidad de hacer preguntas.
Jacob pensó en abrirse paso entre la multitud para llegar al rincón. Tal vez conociera al cintiano. Pero había demasiadas personas en aquella parte de la sala. Decidió tomar una copa y ver si alguien había empezado a contar historias.
Pronto formaba parte de un grupo que escuchaba a un ingeniero de minas que contaba una historia terriblemente exagerada de derrumbes y rescates en las profundas minas Herméticas. Aunque tuvo que esforzarse para oír por encima del ruido, Jacob estaba ya pensando que podía ignorar el dolor de cabeza que se aproximaba, al menos lo suficiente para escuchar el final de la historia, cuando un dedo en sus costillas le hizo dar un respingo.
— ¡Demwa! ¡Es usted! —chilló Pierre LaRoque—. ¡Qué suerte! Viajaremos juntos, y ahora siempre tendré alguien con quien poder intercambiar opiniones.
LaRoque llevaba una brillante túnica suelta. Blue Pur Smok flotaba en el aire, surgido de la pipa que chupaba con ansia.
Jacob trató de sonreír, pero como alguien le estaba pisando, fue más parecido a un rechinar de dientes.
—Hola, LaRoque. ¿Por qué va a Mercurio? ¿No le interesarían más a sus lectores las historias sobre las excavaciones peruanas o...?
—¿O similares pruebas dramáticas de que nuestros antepasados primitivos fueron creados por antiguos astronautas? —interrumpió LaRoque—. ¡Sí, Demwa, esa evidencia será pronto tan abrumadora que incluso los píeles y los escépticos que se sientan en el Consejo de la Confederación verán el error de sus conceptos!
—Veo que lleva la camisa —Jacob señaló la túnica plateada de LaRoque.
—Llevo la túnica de la Sociedad Daniken en mi último día en la Tierra, honrando a los arcanos que nos dieron el poder para salir al espacio. —LaRoque agarró la pipa y el vaso en una mano y con la otra alisó el medallón y la cadena de oro que colgaban de su cuello.
Jacob pensó que el efecto era demasiado teatral para tratarse de un hombre adulto. La túnica y las joyas parecían afeminadas, en contraste con los modales toscos del francés. Sin embargo, tuvo que admitir que iban bien con el tono afectado.
—Oh, vamos, LaRoque —sonrió Jacob—. Incluso usted tiene que admitir que salimos al espacio por nuestros propios medios, y que fuimos nosotros quienes descubrimos a los extraterrestres, no ellos a nosotros.
—¡No admito nada! —respondió LaRoque acaloradamente—. ¡Cuando demostremos que somos dignos de los Tutores que nos dieron la inteligencia en el pasado, cuando ellos nos reconozcan, entonces sabremos cuánto nos han ayudado a escondidas durante todos estos años!
Jacob se encogió de hombros. No había nada nuevo en la controversia pieles-camisas. Un bando insistía en que el hombre debería sentirse orgulloso de su herencia única como raza autoevolucionada, por haber conseguido la inteligencia de la propia Naturaleza en la sabana y en las costas del este de África. El otro bando sostenía que el homo sapiens, igual que cualquier otra clase de seres inteligentes conocidos, era parte de una cadena de elevación genética y cultural que se remontaba a los míticos inicios de la galaxia, la época de los Progenitores.
Muchos, como Jacob, eran cuidadosamente neutrales en el conflicto, pero la humanidad, y las razas de pupilos de la humanidad, esperaban el resultado con interés. La arqueología y la paleontología se habían convertido en los grandes entretenimientos desde el Contacto.
Sin embargo, los argumentos de LaRoque eran tan rancios que podrían usarse para hacer tostadas. Y el dolor de cabeza de Jacob empeoraba.
—Eso es muy interesante, LaRoque —dijo mientras se retiraba—.
Tal vez podamos discutirlo en otra ocasión...
Pero LaRoque no había terminado todavía.
—El espacio está lleno de sentimiento neandertalense, ¿sabe? ¡Los hombres a bordo de nuestras naves prefieren llevar pieles de animales y gruñir como monos! ¡Ignoran a los Antiguos y desprecian a la gente sensata que practica la humildad!
LaRoque reforzó su razonamiento apuntando a Jacob con la caña de su pipa. Jacob retrocedió, intentando ser amable, aunque le costaba trabajo.
—Bueno, creo que eso es ir demasiado lejos, LaRoque. ¡Está usted hablando de astronautas! La estabilidad emocional y política son los criterios principales para su selección...
— ¡Aja! No sabe de lo que está hablando. Bromea, ¿verdad? ¡Sé un par de cosas sobre la «estabilidad emocional y política» de los astronautas!
»En alguna ocasión se las contaré —continuó—. ¡Algún día se conocerá toda la historia del plan de la Confederación para aislar a gran parte de la humanidad de las razas mayores, y de su herencia en las estrellas! ¡Todos esos pobres «indignos de confianza»! ¡Pero entonces será demasiado tarde para sellar la filtración!
LaRoque resopló y exhaló una nube de Blue PurSmok en dirección de Jacob. Éste sintió una oleada de náusea.
—Sí, LaRoque, lo que usted diga. Ya me lo contará en alguna ocasión —se dio la vuelta.
LaRoque se le quedó mirando un momento, luego sonrió y palmeó la espalda de Jacob mientras se dirigía a la puerta.
—Sí —dijo—. Se lo contaré. Pero mientras tanto, será mejor que se acueste. No parece encontrarse muy bien. ¡Adiós! —dio otra palmada a la espalda de Jacob, y luego se dirigió a la barra.
Jacob se acercó a la portilla más cercana y apoyó la cabeza contra el cristal. Estaba frío y le ayudó a aliviar su dolor de cabeza. Cuando abrió los ojos, la Tierra no estaba a la vista... sólo un gran campo de estrellas, brillantes e inmóviles en la negrura. Las más brillantes estaban rodeadas por rayos de difracción, que podía aumentar o reducir entornando los ojos. A excepción del brillo, el efecto no era distinto a contemplar las estrellas desde el desierto. No parpadeaban, pero eran las mismas.