Authors: David Brin
Culla no había estado en el bucle de la gravedad.
El camino más largo hacia la zona invertida, la única ruta, podría haber sido un buen lugar para una emboscada. Pero a Jacob no le sorprendía demasiado que Culla no estuviera allí, por dos razones.
La primera era táctica. El arma de Culla operaba en la línea de visión. El bucle se curvaba, de forma que los humanos sólo podían aproximarse unos cuantos metros sin ser localizados. Un objeto lanzado a través del bucle viajaba la mayor parte del tiempo con velocidad uniforme. Jacob estaba seguro. Hughes y él habían lanzado varios cuchillos desde la cocina de la nave cuando entraron en el bucle. Los encontraron cerca de la salida de la zona invertida, en un charco de amoníaco de los liquitubos que habían aplastado ante ellos mientras recorrían el ladeado pasadizo.
Culla podría haber estado esperando tras la puerta, pero tuvo que dejar la retaguardia sin cubrir por otro motivo. Sólo tenía una cantidad limitada de tiempo antes de que la Nave Solar alcanzara una órbita superior. Después de que llegaran al espacio abierto, los humanos estarían a salvo de las sacudidas de las tormentas cromosféricas, y el duro casco reflectante de la nave podría deflectar suficiente calor del sol para mantenerlos con vida hasta que llegara ayuda.
De modo que Culla tenía que terminar con ellos, y consigo mismo, rápidamente. Jacob estaba seguro de que el pring estaba junto al ordenador, a noventa grados alrededor de la cúpula, a la derecha, usando sus ojos láser para reprogramar lentamente las salvaguardias de la nave.
Por qué lo hacía, era una cuestión que tendría que esperar.
Hughes recogió los cuchillos. Con la bolsa, algunos liquitubos y el pequeño aturdidor de Helene, compusieron su armamento.
La respuesta clásica, ya que la alternativa era la muerte para todos ellos, sería que un hombre se sacrificara para que el otro pudiera terminar con Culla.
Hughes y Jacob podrían cronometrar cuidadosamente su aproximación desde direcciones diferentes para sorprender a Culla al mismo tiempo. O un hombre podría ponerse delante y el otro apuntar con el aturdidor por encima de su hombro.
Pero ninguno de esos planes funcionaría. Su oponente podía matar literalmente a un hombre con sólo mirarlo. Contrariamente a las falsas proyecciones de los Espectros Solares «adultos», que eran una emisión continua, los rayos asesinos de Culla eran descargas. A Jacob le hubiera gustado recordar cuántas había disparado durante la lucha en la zona superior... o con qué frecuencia. Probablemente no importaba. Culla tenía dos ojos y dos enemigos. Un rayo para cada uno sería sin duda suficiente.
Peor aún, no podían estar seguros de que la habilidad de Culla para crear imágenes holográficas no le permitiera localizarlos en el instante en que entraran en la zona, a partir de los reflejos en el casco interior. Probablemente no los heriría con reflejos, pero eso resultaba una compensación muy pobre.
Si no hubiera tanta atenuación durante el rebote interno del rayo, podrían haber intentado derrotar al alienígena con el láser-P, haciendo que barriera toda la nave mientras los humanos y Fagin se refugiaban en el bucle de gravedad.
Jacob lanzó una maldición y se preguntó qué los demoraba con el láser-P. Junto a él, Hughes murmuró por un intercomunicador de pared. Se volvió hacia Jacob.
—¡Están preparados!
Gracias a las gafas, se ahorraron la mayor parte del dolor cuando la cúpula exterior ardió llena de luz. Sin embargo, tardaron unos instantes en secarse las lágrimas y adaptarse al brillo.
La comandante deSilva, al parecer con la ayuda de la doctora Martine, había colocado el láser-P cerca del borde de la cubierta superior. Si sus cálculos eran correctos, el rayo golpearía el lado de la cúpula en la zona invertida, exactamente donde se encontraba la salida del ordenador. Desgraciadamente, la complejidad de la operación obligaba a ir del punto A al B, a través de la estrecha abertura en el borde de la cubierta, lo que significaba que el rayo probablemente no heriría a Culla.
Sin embargo, le sorprendió. En el instante en que llegó el rayo, mientras Jacob cerraba los ojos con fuerza, oyeron un súbito castañeteo y sonidos de movimiento a la derecha.
Cuando su visión se aclaró, Jacob vio un fino rastro de líneas brillantes en el aire. El paso del rayo láser dejó un rastro en la pequeña cantidad de polvo en el aire. Era una suerte. Les ayudaría a evitarlo.
—¿Intercomunicador al máximo? —preguntó rápidamente.
Hughes le contestó haciendo un gesto con el pulgar hacia arriba.
—¡Muy bien, vamos!
El láser-P emitía aleatoriamente colores en el espectro verdeazulado. Esperaban que confundiera los reflejos del casco interior.
Jacob se preparó y contó.
—¡Uno, dos, ya!
Jacob atravesó el espacio abierto y se zambulló tras una de las grandes máquinas grabadoras en el borde de la cubierta. Oyó a Hughes aterrizar con fuerza, dos máquinas a su derecha.
El hombre agitó la mano cuando le miró.
—¡Nada por aquí! —susurró roncamente. Jacob echó un vistazo alrededor de la esquina de su propia máquina, usando un espejo del botiquín, que estaba manchado de grasa. Hughes tenía otro espejo, del bolso de Martine.
Culla no estaba a la vista.
Entre los dos podían escrutar unos tres quintos de la cubierta. La salida del ordenador estaba en el otro lado de la cúpula, justo fuera del alcance de la visión de Hughes. Jacob tendría que dar un rodeo, saltando de una máquina a otra.
El casco de la Nave Solar brillaba con puntos donde destellaba el láser-P. Los colores cambiaban constantemente. Por lo demás, las miasmas rojas y rosadas de la cromosfera los rodeaban. Habían dejado minutos antes los grandes filamentos, y el rebaño de toroides, que ahora se encontraba a un centenar de kilómetros por debajo.
Es decir, justo por encima de la cabeza de Jacob. La fotosfera, con la Gran Mancha en el centro, componía un techo grande, plano, interminable y fiero sobre él, y las espículas colgaban como estalactitas.
Encogió las piernas y se impulsó, preparado para enfrentarse con una posible emboscada.
Saltó por encima del rayo láser-P donde su rumbo quedaba trazado por las partículas de polvo flotante, y se zambulló tras la siguiente máquina. Sacó rápidamente el espejo para mirar la zona que ahora quedaba al descubierto.
Culla no estaba a la vista.
Ni Hughes. Silbó dos suaves notas en el breve código que habían acordado. Todo despejado. Oyó una nota, la respuesta de su compañero.
La siguiente vez tuvo que agacharse bajo el rayo. La piel le cosquilleó durante todo el pequeño trayecto, anticipando un trazo de luz ardiente a su flanco.
Se agazapó tras la máquina y se agarró a ella para equilibrarse, respirando entrecortadamente. ¡Eso no era lógico! Aún no tendría que estar cansado. Algo pasaba.
Jacob tragó saliva y luego empezó a deslizar el espejo por el borde izquierdo de la máquina.
El dolor atenazó sus dedos y soltó el espejo con un gemido. Estuvo a punto de llevarse la mano a la boca pero se contuvo como pudo.
Automáticamente se sumió en un ligero trance para aliviar el dolor. Las magulladuras rojas empezaron a desvanecerse mientras los dedos parecían hacerse más lejanos. Entonces el flujo de alivio se detuvo. Era como un rumor de guerra. Sólo pudo conseguir eso: una presión contraria resistía la hipnosis con igual fuerza, no importaba cuánto se concentrara.
Otro de los dos trucos de Hyde. Bueno, no había tiempo para parlamentar con él, quisiera lo que quisiera. Se miró la mano; el dolor apenas era soportable. El índice y el anular estaban quemados. Los otros dedos habían sufrido menos daños.
Consiguió silbar un corto código a Hughes. Era el momento de llevar a la práctica su plan, el único que tenía una posibilidad real de alcanzar el éxito.
Su única oportunidad residía en llegar al espacio. La tempo-compresión estaba congelada en automático (lo primero de lo que Culla se había encargado después del enlace máser), y su tiempo subjetivo se acercaría al tiempo real si conseguían dejar la cromosfera.
Ya que asaltar a Culla era inútil, la mejor forma de retrasar el asesinato y subsiguiente suicidio del alienígena era hablar con él.
Jacob inspiró un par de veces y se apoyó contra el holograbador, con el oído atento. Culla andaba haciendo mucho ruido. Esa era su mejor esperanza contra los ataques del pring. Si Culla hacía demasiado ruido al descubierto, Jacob podría tener una oportunidad de usar el aturdidor que agarraba con la mano que no tenía herida. Tenía un rayo amplio y no haría falta apuntar demasiado.
— ¡Culla! —gritó—. ¿No le parece que ha ido demasiado lejos? ¿Por qué no sale y hablamos?
Prestó atención. Había un leve zumbido, como si las mandíbulas de Culla chascaran suavemente tras los gruesos labios prensiles. Durante la lucha arriba, la mitad del problema al que se enfrentaron Donaldson y él fue evitar aquellos destellantes dientes blancos.
—¡Culla! —repitió—. Sé que es estúpido juzgar a un alienígena por los valores de la propia especie, pero sinceramente creía que era un amigo. ¡Nos debe una explicación! ¡Hable con nosotros! ¡Si está actuando bajo las órdenes de Bubbacub, puede rendirse y le juro que todos diremos que opuso una buena resistencia!
El zumbido se hizo más fuerte. Hubo un leve rumor de pasos.
Uno, dos, tres... pero eso fue todo. No era suficiente para disparar.
—Jacob, lo shiento —la voz de Culla recorrió suavemente la cubierta—. Debe shaberlo, antesh de que muramosh, pero primero quiero pedirle que deshconecte eshe lásher. ¡Duele!
—Mi mano también.
El pring parecía desconsolado.
—Lo shi-shi-shiento, Jacob. Por favor, comprenda que esh mi amigo. Hago eshto en parte por shu eshpecie.
»Shon crímenesh necesariosh, Jacob. Me alegro de que la muerte eshté cerca para quedar libre de la memoria.
La filosofía del alienígena asombraba a Jacob. Nunca había esperado que Culla gimoteara de esa forma, fueran cuales fueran sus motivos para lo que había hecho. Estaba a punto de responder cuando la voz de Helene resonó por el intercomunicador.
—¿Jacob? ¿Puedes oírme? El impulso gravitatorio se deteriora rápidamente. Estamos perdiendo dirección.
Lo que no dijo fue la amenaza. Si no hacían algo pronto, empezarían a caer hacia la fotosfera, una caída de la que nunca regresarían.
Cuando cayera en la tenaza de las células de convección, la nave sería atraída hacia el núcleo estelar. Si es que para entonces aún quedaba algo de la nave.
—Verá, Jacob —dijo Culla— Retrasharme no shervirá de nada. Ya eshtá hecho. Me quedaré para ashegurarme de que no puedan corregirlo.
»Pero, por favor, hablemosh hashta el final. No desheo que muramosh como enemigosh.
Jacob contempló la retorcida atmósfera cargada de hidrógeno rojo del sol. Tentáculos de fiero gas flotaban todavía hacia «abajo» (arriba, para él), dejando atrás la nave, pero eso podía ser una función del movimiento del gas en esta zona y momento. Desde luego, iban mucho menos rápidamente. Tal vez la nave estuviera cayendo ya.
—Shu deshcubrimiento de mi talento y mi truco fue muy ashtuto, Jacob. ¡Combinó muchash pishtash oshcurash para encontrar la reshpueshta! ¡Relacionarlash con el pashado de mi raza fue un golpe brillante!
»Dígame, aunque evité losh detectoresh del borde con mish espectrosh, ¿no le extrañó que a vecesh aparecieran en lo alto cuando yo eshtaba en la zona invertida?
Jacob intentaba pensar. Tenía apoyada la pistola aturdidora contra su mejilla. Su frescor le agradaba, pero no le proporcionaba ninguna idea. Y tenía que dedicar parte de su atención a hablar con Culla.
—Nunca me molesté en pensarlo, Culla. Supongo que simplemente se inclinaba y lanzaba el rayo a través del campo de suspensión semitransparente de la cubierta. Y se reflejaba en ángulo dentro del casco.
De hecho, ésa era una pista válida. Jacob se preguntó por qué la había pasado por alto.
¡Y la brillante luz azul, durante su trance en La Baja! ¡Sucedió justo antes de que despertara para ver a Culla ante él! ¡El eté debió de sacarle un holograma! ¡Vaya forma de conocer a alguien y no olvidar nunca su cara!
—Culla —dijo lentamente—. No es que esté resentido ni nada por el estilo, ¿pero fue usted responsable de mi loca conducta al final de la última inmersión?
Hubo una pausa. Entonces Culla habló, con crecientes balbuceos.
—Shí, Jacob. Lo shiento, pero she eshtaba volviendo demashiado inquishitivo. Eshperaba deshacreditarle. Fra-cashé.
—¿Pero cómo...?
—¡Oí a la doctora Martine hablar de losh efectosh del desh-lumbramiento en losh humanosh!
El pring casi gritó. Era la primera vez, que Jacob recordara, que el pring había interrumpido a alguien.
—¡Experimenté con el doctor Kepler durante meshesh! Luego con LaRoque y Jeff... luego con ushted. Ushé un rayo difractado eshtrecho.
¡Nadie pudo verlo, pero deshenfocó shush penshamientosh!
»No shabía lo que haría ushted. Pero shabía que shería embarazosho. Lo shiento de nuevo. ¡Era neceshario!
Definitivamente ya no ascendían. El gran filamento que habían dejado tan sólo unos minutos antes gravitaba sobre la cabeza de Jacob. Altos chorros se retorcían y curvaban hacia la nave, como dedos atenazantes.
Jacob había estado intentando encontrar una salida, pero su imaginación estaba bloqueada por una poderosa barrera.
¡Muy bien, me rindo!
Llamó a su neurosis para ofrecerle sus términos. ¿Qué demonios quería la maldita cosa?
Sacudió la cabeza. Tendría que invocar a la cláusula de emergencia.
Hyde iba a tener que salir y convertirse en parte de él, como en los viejos y malos tiempos. Como cuando persiguió a LaRoque en Mercurio, y cuando irrumpió en el laboratorio fotográfico. Se preparó para entrar en el trance.
—¿Por qué, Culla? ¡Dígame por qué ha hecho todo esto!
No es que tuviera importancia. Tal vez Hughes estaba escuchando.
Tal vez Helene estaba grabando. Jacob estaba demasiado ocupado para darle importancia.
¡Resistencia! En las coordenadas no-lineales y no-ortogonales del pensamiento cribó sentimientos y sensaciones. Envió a hacer su trabajo a los viejos sistemas automáticos hasta el punto en que aún funcionaran.
Lentamente, los marcos y camuflajes cayeron y se encontró cara a cara con su otra mitad.