Authors: David Brin
Culla dio un sorbo de su ubicuo liquitubo. Sus ojos brillaban.
—Probablemente cancelarán la deuda de la Tierra y otorgarán sherviciosh gratuitosh a la Shucurshal durante algún tiempo. Másh aún shi la Confederación accede a un período de shilencio. No puedo definir su anshiedad por evitar un esh-cándalo. Ademásh, probablemente le recompensharán.
—¿A mí? —Jacob se sintió aturdido. Para un terrestre «primitivo», cualquier recompensa que los galácticos pudieran darle sería como una lámpara mágica. Apenas podía creer lo que estaba oyendo.
—Shí, aunque probablemente shentirán cierta amargura porque no ha mantenido shush deshcubrimientosh másh en privado. La magnitud de shu generoshidad probablemente sherá inversha a la notoriedad que conshiga el casho de Bubbacub.
—Oh, ya veo.
La burbuja había estallado. Una cosa era recibir un premio de gratitud de los poderes establecidos, y otra que le ofrecieran un soborno. No es que el valor de la recompensa resultara menor. De hecho el premio sería incluso más valioso.
¿O no? Ningún alienígena pensaba exactamente igual que un hombre. Los directores del Instituto de las Bibliotecas eran un enigma para él. Todo lo que sabía con seguridad era que no les gustaría recibir mala prensa. Se preguntó si Culla hablaba ahora a nivel oficial, o si simplemente predecía lo que creía que iba a suceder a continuación.
De repente Culla se volvió y miró al rebaño que pasaba. Sus ojos brillaron y un leve zumbido surgió tras los gruesos labios prensiles. El pring sacó el micrófono de la rendija situada junto a su asiento.
—Dishcúlpeme, Jacob, pero me parece ver algo. Debo informar a la comandante.
Culla habló brevemente por el micrófono, sin apartar la mirada de una posición a unos treinta grados a la derecha y veinticinco de altura.
Jacob miró, pero no vio nada. Pudo oír el distante murmullo de la voz de Helene llenando la zona de la cabeza del asiento de Culla.
Entonces la nave empezó a virar.
Jacob comprobó el ordenador. Los resultados estaban allí. El encuentro anterior no había mostrado nada reconocible como respuesta.
Tendrían que seguir haciendo lo de antes.
—Sofontes. —La voz de Helene resonó por el intercomunicador—.
Pring Culla ha hecho otro avistamiento. Por favor, regresen a sus puestos.
Las mandíbulas de Culla chascaron. Jacob alzó la cabeza.
A unos cuarenta y cinco grados, un pequeño punto de luz fluctuante empezó a crecer más allá de la masa del toroide más cercano.
El punto azul fue aumentando mientras se aproximaba hasta que pudieron distinguir cinco apéndices irregulares, bilateralmente simétricos. Se alzó rápidamente, y luego se detuvo.
La manifestación de Espectro Solar del segundo tipo les sonrió con su burda imitación de la forma humana. La cromosfera brillaba en rojo a través de los agujeros irregulares de sus ojos y su boca.
No hicieron ningún intento de enfocar a la aparición con las cámaras invertidas. Probablemente habría sido inútil, y además esta vez el láser-P tenía prioridad.
Jacob le dijo a Donaldson que siguiera con la cinta de contacto primario, desde el punto en que se interrumpió el último.
El ingeniero alzó su micrófono.
—Que todo el mundo se ponga las gafas, por favor. Vamos a conectar el láser.
Se puso las suyas, y luego miró alrededor para asegurarse de que todo el mundo lo había hecho. (Culla estaba exento: aceptaron su palabra de que no corría peligro.) Entonces conectó el interruptor.
Incluso a través de las gafas, Jacob pudo ver un tenue brillo contra la superficie interior del escudo mientras el rayo se abría paso hacia el Espectro. Se preguntó si la figura antropomórfica sería más cooperativa que la manifestación anterior, la de «forma natural». Por lo que sabía, era la misma criatura. Tal vez antes se había marchado para «maquillarse» para esta aparición actual.
El Espectro se agitó impasible mientras era atravesado por el rayo del Láser de Comunicación. No muy lejos, Jacob pudo oír a Martine que maldecía en voz baja.
—¡No, no, no! —susurró. El casco psi y las gafas sólo permitían divisar su nariz y su barbilla—. Hay algo, pero no está ahí. ¡Maldita sea! ¿Qué demonios pasa con esa cosa?
La aparición se hinchó de repente como una mariposa aplastada contra el casco de la nave. Los rasgos de su «cara» se convirtieron en largas y estrechas franjas de negrura ocre. Los brazos y el cuerpo se extendieron hasta que la criatura no fue más que una banda azul rectangular e irregular a unos diez grados del cielo. A lo largo de su superficie empezaron a formarse motas verdes. Se agitaron, se mezclaron y se separaron, y luego empezaron a tomar una forma coherente.
—¡Santo Dios! —murmuró Donaldson.
Fagin dejó escapar un trino tembloroso. Culla empezó a chascar los dientes.
El solariano estaba completamente cubierto de brillantes letras verdes, en alfabeto romano. Decían:
MÁRCHENSE. NO VUELVAN.
Jacob se agarró a los lados de su asiento. A pesar de los efectos sonoros de los extraterrestres y la ronca respiración de los humanos, el silencio era insoportable.
—¡Minie! —Intentó no gritar con todas sus fuerzas—. ¿Recibe algo?
Martine gimió.
—Sí... ¡NO! ¡Recibo algo pero no tiene sentido! ¡No encaja!
—¡Intentaremos enviar una pregunta! ¡Pregunte si recibe nuestro psi! Martine asintió y se llevó las manos a la cara, concentrándose.
Las letras se reformaron inmediatamente.
CONCÉNTRESE. HABLE EN VOZ ALTA PARA ENFOCAR.
Jacob estaba anonadado. Pudo sentir en su interior que su mitad controlada casi temblaba llena de horror. Lo que él no pudo resolver lo hizo el aterrado Mister Hyde.
—Pregúntele por qué nos habla ahora y no lo hizo antes.
Martine repitió la pregunta en voz alta, lentamente.
EL POETA. ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS. ESTÁ AQUÍ.
—¡No, no, no puedo! —gritó LaRoque. Jacob se volvió rápidamente y vio al pequeño periodista, encogido, aterrado, junto a las máquinas de alimento.
ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS.
Las letras verdes brillaban.
—Doctora Martine —llamó Helene deSilva—. Pregúntele al solariano por qué no podemos volver.
Después de una pausa, las letras volvieron a cambiar.
QUEREMOS INTIMIDAD. POR FAVOR, MÁRCHENSE.
—¿Y si volvemos? ¿Entonces qué? —preguntó Donaldson. Martine repitió la pregunta, sombría.
NADA. NO NOS PODRÁN VER. TAL VEZ A NUESTROS JÓVENES, A NUESTRO GANADO. NO A NOSOTROS.
Eso explicaba los dos tipos de solarianos, pensó Jacob. La variedad «normal» debían de ser los jóvenes, que tenían la tarea de pastorear a los toroides. ¿Dónde vivían entonces los adultos? ¿Qué clase de cultura tenían? ¿Cómo podían unas criaturas compuestas de plasma ionizado comunicarse con los acuosos seres humanos? Jacob se sintió angustiado ante la amenaza de la criatura. Si querían, los adultos podían evitar a una Nave Solar, o a una flota de ellas, tan fácilmente como un águila podía hacerlo con un globo. Si cortaban ahora el contacto, los humanos nunca podrían obligarlos a renovarlo.
—Por favor —pidió Culla—. Pregúntele shi Bubbacub losh ofendió.
Los ojos del pring brillaban acaloradamente y el castañeteo continuaba, ahogado, entre cada palabra.
BUBBACUB NO SIGNIFICA NADA. INSIGNIFICANTE. MÁRCHENSE.
El solariano empezó a desvanecerse. El rectángulo irregular se hizo más pequeño a medida que retrocedía.
—¡Espera! —Jacob se levantó. Estiró una mano para agarrar la nada—. ¡No nos dejéis! ¡Somos vuestros vecinos más cercanos! ¡Sólo queremos compartir con vosotros! ¡Al menos decidnos quiénes sois!
La imagen quedó difusa en la distancia. Un rizo de gas oscuro cubrió al solariano, pero antes pudieron leer un último mensaje. Un grupo de «jóvenes» se congregó a su alrededor y el adulto repitió una de sus frases anteriores.
EL POETA HABLARÁ POR NOSOTROS.
En la antigüedad, dos aviadores se procuraron alas. Dédalo voló sin problemas por el aire y fue debidamente honrado cuando aterrizó. Ícaro se acercó al sol hasta que la cera que sujetaba sus alas se fundió, y su vuelo terminó en fracaso. Naturalmente, las autoridades clásicas nos dicen que sólo estaba «haciendo alardes», pero yo prefiero pensar que fue el hombre que sacó a la luz un grave defecto de construcción en las máquinas voladoras de su tiempo.
Arthur Eddington,
Stars and Atoms
(Oxford University Press, 1927, p. 41)
Pierre LaRoque estaba sentado dando la espalda a la cúpula. Se abrazaba las rodillas y miraba ausente la cubierta. Se preguntó tristemente si Millie le suministraría una inyección que durara hasta que la Nave Solar saliera de la cromosfera.
Desgraciadamente, eso no encajaba demasiado con su nuevo rol de profeta. Se estremeció. Durante toda su vida profesional, nunca había advertido cuánto significaba tener sólo que comentar y no dar forma a los hechos. Los solarianos le habían lastrado con una maldición, no con una bendición.
Se preguntó, aturdido, si las criaturas le habrían elegido siguiendo un capricho irónico, como una especie de broma. O si de algún modo habían introducido palabras en su interior para que surgieran cuando regresara a la Tierra, al objeto de aturdirle y avergonzarle.
¿O se supone que tengo que expresar mis opiniones como he hecho siempre? Se meció lenta, tristemente. Imponer sus ideas en los demás a fuerza de personalidad era una cosa. Hablar envuelto en un manto de profeta era otra muy distinta.
Los demás se habían reunido cerca del puesto de mando para discutir los próximos pasos a dar. Podía oírlos hablar y deseó que se marcharan. Sin alzar la cabeza, pudo sentir que se volvían y le miraban.
LaRoque deseó estar muerto.
—Yo digo que lo tiremos por la borda —sugirió Donaldson. Ahora su tono era muy afectado. A Jacob, que le escuchaba cerca, le hubiera gustado que la moda de los lenguajes étnicos nunca hubiera llegado a producirse—. Los problemas que este hombre causará si se le suelta en la Tierra no tendrán fin.
Martine se mordió los labios un instante.
—No, eso no sería aconsejable. Será mejor llamar a la Tierra para recibir instrucciones cuando regresemos a Mermes. Los federales podrán decidir si usamos una provisión de secuestro de emergencia con él, pero no creo que nadie sugiera eliminar a Peter.
—Me sorprende que reaccione de esa forma a la sugerencia del jefe —dijo Jacob—. Pensaba que la idea la repugnaría.
Martine se encogió de hombros.
—Ya debe de haber quedado claro que represento a una facción de la Asamblea de la Confederación. Peter es amigo mío, pero si pensara que mi deber hacia la Tierra es eliminarle, lo haría.
Parecía decidida.
Jacob no estaba tan sorprendido como parecía. Si el ingeniero jefe tenía la necesidad de aparentar ironía para superar el shock de la última hora, los demás habían renunciado a toda pretensión. Martine estaba dispuesta a pensar lo impensable. LaRoque no pretendía nada, pero estaba aterrado. Se mecía lentamente, al parecer ajeno a los demás.
Donaldson alzó su índice derecho.
—¿Se han dado cuenta de que los solarianos no dijeron nada sobre el rayo con el mensaje? Lo atravesó y no pareció importarle. Sin embargo, antes, el otro Espectro...
—El joven.
—El joven, sí, reaccionó claramente.
Jacob se rascó una oreja.
—Los misterios no tienen fin. ¿Por qué ha evitado siempre la criatura adulta ponerse en línea con nuestros instrumentos del borde de la nave? ¿Tiene algo que ocultar? ¿Por qué los gestos amenazantes en todas las inmersiones previas, cuando podía comunicarse desde que la doctora Martine usó el casco psi a bordo hace meses?
—Tal vez su láser-P le dio un elemento necesario —sugirió uno de los tripulantes, un oriental llamado Chen, a quien Jacob había visto sólo al principio de la inmersión—. Otra hipótesis podría ser que estaba esperando a hablar con alguien de estatus razonable.
Martine hizo una mueca.
—Ésa es la teoría en la que estuvimos trabajando en la última inmersión, y no funcionó. Bubbacub falsificó el contacto, y a pesar de toda su capacidad, Fagin fracasó... oh, se refiere a Peter...
El silencio podía cortarse con un cuchillo.
—Jacob, ojalá hubiéramos encontrado un proyector. —Donaldson sonrió amargamente—. Habría resuelto todos nuestros problemas.
Jacob sonrió, sin humor.
—¿Deus ex machina, jefe? Sabe bien que no hay que esperar favores del universo.
—Podríamos abandonar —dijo Martine—. Nunca volveremos a ver a otro Espectro adulto. En la Tierra la gente era escéptica respecto a todas esas historias sobre «seres antropomorfos». Sólo contamos con la palabra de un par de docenas de sofontes que afirmaban haberlos visto, más unas cuantas fotos borrosas. A pesar de mis pruebas, con el tiempo todo será achacado a la histeria. —Miró al suelo, sombría.
Jacob advirtió que Helene deSilva estaba a su lado. Había permanecido extrañamente silenciosa desde que los había reunido unos minutos antes.
—Bueno, al menos esta vez el Proyecto Navegante Solar no está amenazado —dijo—. La investigación solonómica puede continuar, igual que los estudios de los rebaños de toroides. El solariano dijo que no intervendrían.
—Sí —añadió Donaldson—. ¿Pero lo hará él?
Señaló a LaRoque.
—Tenemos que decidir lo que vamos a hacer. Nos acercamos al fondo del rebaño. ¿Subimos y seguimos husmeando? Tal vez los solarianos varíen tanto entre sí como los humanos.
Tal vez el que nos encontramos era un cascarrabias —sugirió Jacob.
—No lo había pensado —comentó Martine.
—Pongamos el Láser Paramétrico con el dispositivo automático y añadamos una porción en inglés codificado a la cinta de comunicaciones. El rayo alcanzará el rebaño mientras vayamos subiendo en espiral, y es posible que un solariano adulto más amistoso se sienta atraído.
—Si alguno lo hace, espero que no me asuste como ese último —murmuró Donaldson.
Helene deSilva se frotó los hombros, como si combatiera un escalofrío.
—¿Tiene alguien más algo que decir «en camera»? Entonces voy a zanjar la parte humana de la discusión prohibiendo toda acción precipitada referida al señor LaRoque. Que nadie le quite ojo de encima.
»Se suspende la sesión. Piensen en lo que se podría hacer a continuación. Que alguien le pida a Fagin y Culla que se reúnan con nosotros en el centro de avituallamiento dentro de veinte minutos.