Nadie te encontrará (32 page)

Read Nadie te encontrará Online

Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: Nadie te encontrará
12.86Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ni siquiera me había planteado qué podría pensar alguien que no hubiese estado allí sobre algunas de mis decisiones y mis actos. En la sala parecía hacer calor, y el perfume de Diane resultaba asfixiante en aquel reducido habitáculo. Me pregunté cómo se sentiría Gary si le vomitaba encima de su elegante traje. Lo miré a los ojos.

—Yo lo maté.

—Llegados a este punto, tengo que advertirla —dijo Gary—, de que no tiene que seguir hablando si no lo desea, y que cualquier cosa que diga podrá ser utilizada como prueba contra usted en un tribunal. Tiene derecho a un abogado y a que haya uno presente durante nuestro interrogatorio. Si no puede permitirse uno, podemos facilitarle algunos números de asistencia jurídica. ¿Lo ha comprendido?

Las palabras parecían rutinarias y no creía que fuera a meterme en ningún lío, pero consideré la posibilidad de solicitar un abogado. La idea de retrasar aquel proceso para hablar con otro hombre trajeado me daba dolor de cabeza.

—Lo he entendido.

—¿No quiere un abogado?

Lo dijo como si tal cosa, pero yo sabía que no quería que solicitara uno.

—No.

Gary anotó algo en su bloc.

—¿Cómo lo hizo?

—Lo golpeé en la nuca con un hacha.

Juro que mi voz retumbó en la sala, y a pesar de que hacía un calor infernal, se me puso la carne de gallina. Gary me perforó con la mirada como si tratase de leerme el pensamiento, y yo me dediqué a deshacer en pedazos pequeños mi taza de poliestireno.

—¿La estaba agrediendo en ese momento?

—No.

—¿Por qué lo mató, Annie?

Levanté la vista y lo miré directamente a los ojos. Menuda mierda de pregunta estúpida.

—Tal vez porque me secuestró, porque me pegaba, porque me violaba prácticamente todas las noches y… —Me interrumpí antes de decir algo sobre mi pequeña.

—¿Se sentiría más cómoda hablando a solas de esto con la cabo Bouchard? —Gary me miró con rostro grave mientras aguardaba mi respuesta.

Cuando volví a mirarlos a ambos, me dieron de ganas de borrar aquella expresión compasiva de la cara de Diane. Sabía que prefería vérmelas con la actitud decidida y directa de Gary que tener que soportar otra mirada de compasión de ella.

Negué con la cabeza y Gary volvió a hacer otra anotación. A continuación se inclinó tan cerca de mí por encima de la mesa que olí su aliento a canela.

—¿Cuándo lo mató? —hablaba en voz baja, pero no del todo serena.

—Hace un par de días.

—¿Por qué no se fue enseguida?

—No podía.

—¿Por qué no? ¿Estaba encerrada? —Gary tamborileó con los dedos en la mesa y ladeó la cabeza.

—No, no era por eso.

Quise levantarme y cruzar la puerta, pero la firmeza de su voz me retenía clavada a la silla.

—Entonces, ¿por qué no podía marcharse?

—Estaba buscando algo. —La bilis me subió por la garganta.

—¿El qué?

Sentí más frío aún, y el contorno de Gary se desdibujó ante mis ojos.

—Encontramos una cesta —dijo—. Y ropa de recién nacido.

El desvencijado ventilador de techo crujía estúpidamente mientras daba vueltas y más vueltas, y por un minuto me pregunté si se me caería en la cabeza. Allí no había ventanas y me era imposible respirar un poco de aire fresco.

—¿Hay algún niño, Annie?

Me dolía la cabeza. No pensaba llorar.

—¿Hay algún niño, Annie?

No había forma de que Gary se callara la puta boca.

—No.

—¿Hubo algún niño, Annie? —hablaba con ternura.

—Sí.

—¿Dónde está ese niño ahora?

—Ella… mi hija. Murió.

—Lamento mucho oír eso, Annie. —Seguía hablando con ternura, en voz baja y delicada. Parecía como si lo dijera de corazón—. Eso es terrible. ¿Cómo murió su hija?

Era la primera persona que me expresaba sus condolencias, la primera persona que decía que importaba que mi hija hubiera muerto. Miré todos los trocitos de poliestireno de encima de la mesa. Alguien le respondió, pero yo sentía que era yo.

—Él… No lo sé.

Me aferré a la serenidad de la voz de Gary cuando dijo, con una ternura inmensa:

—¿Dónde está su cuerpo, Annie?

La extraña voz respondió de nuevo.

—Cuando me desperté, él la tenía en brazos. Estaba muerta. No sé adónde se la llevó, no quiso decírmelo. La busqué por todas partes. Por todas partes… Ustedes tienen que buscarla, ¿de acuerdo? Por favor, encuéntrenla, por favor… —Se me quebró la voz y me quedé callada.

Gary tensó la espalda, y su rostro enrojeció bajo la tez bronceada al tiempo que tensaba la mandíbula y cerraba las manos en puños encima de la mesa, como si quisiera pegar a alguien. Al principio creí que estaba enfadado conmigo, pero luego me di cuenta de que estaba furioso con el Animal. Los ojos de Diane brillaban bajo la luz fluorescente. Las paredes se cernían sobre mí. Tenía el cuerpo empapado en sudor, y las lágrimas pugnaban por salir a través de mi garganta, pero no podía respirar y se fueron acumulando hasta atragantarme por completo. Cuando quise ponerme en pie, la habitación se inclinó hacia un lado, así que tiré la mochila al suelo y me agarré al respaldo de la silla, pero se me resbaló de las manos. Me pitaban los oídos.

Diane corrió a mi lado y me ayudó a sentarme lentamente hasta quedar tumbada en el suelo, encima de ella, con la cabeza apoyada en su pecho mientras ella me rodeaba con los brazos. Cuanto más intentaba insuflar un poco de aire a mis pulmones, más se me cerraba la garganta. Iba a morirme allí mismo, en aquel suelo frío.

Llorando y atragantándome al mismo tiempo, me quité de encima las manos de Diane y traté de zafarme de ella, pero cuanto más forcejeaba, más me abrazaba ella. Oí unos gritos y me di cuenta de que era yo quien gritaba. No podía hacer nada por acallar los gritos, que resonaban en las paredes y me retumbaban en la cabeza.

El café y la magdalena salieron despedidos, y me empaparon a mí y a Diane, que a pesar de todo seguía sin soltarme. Mantuve la cabeza apoyada en sus enormes tetas, que olían a galletas de vainilla recién hechas. Gary se agachó delante de nosotras y dijo algo que no pude oír. Mientras Diane me acunaba en sus brazos hacia delante y hacia atrás, quise forcejear y recuperar el control, pero mi cerebro y mi cuerpo se negaban a cooperar. Me quedé allí tumbada, sollozando y gritando.

Los gritos cesaron al fin, pero tenía mucho frío, y las voces que me rodeaban parecían venir de muy lejos. Diane susurró:

—Todo va a salir bien, Annie… Ahora estás a salvo.

Menuda estupidez. Quise decirle que nunca volvería a estar bien, ni tampoco a salvo, pero cuando intenté articular las palabras, mis labios se quedaron paralizados. Luego vi otro par de pies delante de mí, junto a la figura agachada de Gary.

—Está hiperventilando —dijo una voz—. Annie, soy el doctor Berger. Intenta respirar hondo varias veces.

Pero yo no podía. Y después de eso, ya no recuerdo nada más.

Sesión veintiuno

Bueno, al final he tenido noticias de Gary, doctora, pero no estoy segura de que eso me haga sentir mejor. No me ha dicho dónde ha estado —no se lo he preguntado y él no ha dicho nada—, lo que me ha molestado un poco. Cuando le he hablado de las horas de los robos y mi nueva teoría del «amigo chiflado», me ha dicho que el chico pudo haber alterado su modus operandi para despistar a la policía, o que tal vez aprovechó la oportunidad: puede que pasara por allí y nos viera salir de la casa a mí y a
Emma
.

Aún estaba asimilando sus palabras cuando añadió:

—Esos tipos normalmente actúan solos. —¿Normalmente? Le pregunté qué coño quería decir con eso, y me contestó que sabía de un par de casos en los que dos hombres actuaban juntos, uno era el encargado de buscar a las posibles víctimas y otro el autor material de los hechos, pero que dudaba que ése fuera el caso porque no encajaba con el perfil del Animal. Luego dijo—: Y exceptuando su comentario de que había sido difícil adecentar la cabaña, nunca hizo ni dijo nada que te hiciera pensar que tenía un cómplice, ¿verdad que no?

—Supongo que no, pero tenía una foto antigua de mí, y eso me tiene completamente desquiciada.

—¿Qué foto? No habías dicho nada de ninguna foto.

Luego empezó a hacerme las mismas preguntas que me he estado haciendo yo. ¿De dónde podría haberla sacado el Animal? ¿Por qué querría esa foto en concreto? Y luego dijo algo que sigue sin tener sentido.

—Entonces cualquiera podía tener fácil acceso a la foto si estaba en tu despacho.

Su última pregunta fue:

—¿Sabe alguien que ahora la tienes tú?

Cuando le contesté que no, me dijo que siguiera sin decírselo a nadie.

Que yo recuerde, ha sido la primera vez que me he quedado peor después de hablar con él. Me ha puesto de tan mal humor que la he pagado con Luke. De todos modos, no sé qué está pasando entre nosotros últimamente. Pensaba que después de sincerarnos el uno con el otro, nos sentiríamos más unidos, pero cada vez que hemos hablado estos últimos días, notaba el aire un poco enrarecido, y la última vez que me llamó casi le colgué el teléfono, le dije que me iba a la cama. Ni siquiera estaba cansada.

Por lo visto, no consigo quitarme de la cabeza que Luke llegó tarde a nuestra cita para cenar. ¿Estaría siendo simpático con alguna clienta mientras a mí me secuestraban? ¿Por qué no se fue directamente a las puertas abiertas en cuanto vio que no estaba en casa? ¿Y por qué diablos no llamó a la policía en cuanto descubrió que pasaba algo raro? Podría haber esperado para llamar a mi madre. Ya sé que soy horriblemente sentenciosa, porque sabe Dios cómo habría manejado yo el asunto de haber estado en su lugar, pero no dejo de pensar que cada segundo que perdió para alertar de mi desaparición redujo mis posibilidades de ser encontrada.

Durante nuestra relación, me parecía un hombre relajado y tranquilo, pero ahora empiezo a preguntarme si no será simplemente pasivo. Siempre se está quejando de alguna camarera o de algún cocinero, pero nunca hace nada al respecto.

Durante todo el tiempo que estuvimos juntos, Luke siempre se mostró paciente, cariñoso, sincero… un hombre bueno. A veces, como antes de mi secuestro, me preguntaba si no debería aspirar a estar con alguien más que bueno, pero en la montaña, siempre que pensaba en él, me parecía un hombre excepcional y maravilloso. Ahora sigue siendo paciente, cariñoso y sincero… es el hombre más bueno que conozco. Así que, ¿qué diablos me pasa a mí?

La primera imagen que vi al abrir los ojos tras derrumbarme en la comisaría, fue de mamá y Gary a los pies de la cama de mi habitación en el hospital. No había rastro de Wayne. No me fijé en que Diane estaba sentada junto a mí en una silla hasta que la oí decir:

—Mirad quién está despierta.

Me dedicó una cálida sonrisa y recordé cuando me había estado acunando en sus brazos, y el recuerdo hizo que se me encendieran las mejillas. Luego, mi madre se dio cuenta de que estaba despierta y por poco me arranca de cuajo el gotero del brazo al encaramarse a mí, llorando a mares y diciendo:

—Mi hijita, mi pobrecilla, Annie, tesoro…

La mierda que me habían dado para sedarme empezaba a provocarme náuseas, de modo que anuncié:

—Tengo ganas de vomitar. —Y luego me eché a llorar.

Un médico trató de asirme del brazo y yo lo aparté con virulencia. Luego acudieron más manos para retenerme y me puse a forcejear con todas ellas. Noté el pinchazo de una aguja en el brazo. Cuando volví en mí de nuevo, mi padrastro estaba sentado a mi lado con su sombrero de vaquero en las manos. En cuanto abrí los ojos, se levantó de la silla de un salto.

—Iré a buscar a Lorraine… acaba de ir a llamar por teléfono.

—Deja que termine de hablar —murmuré. Tenía la garganta ronca de tanto gritar, y los fármacos me la habían secado—. ¿Me das un poco de agua?

Me dio una palmadita en el hombro y dijo:

—Será mejor que vaya a buscar a alguna enfermera.

Y dicho eso, desapareció por la puerta, pero los medicamentos volvieron a surtir efecto y, para cuando acudieron, ya estaba dormida de nuevo.

Los hospitales son lugares muy extraños: los médicos y las enfermeras tocan y hurgan en zonas de tu cuerpo a las que no dejarías acercarse a ningún extraño normal y corriente, y ese primer día sufrí al menos dos ataques de pánico. Me administraron algo para aliviar la ansiedad, y luego otra cosa por la noche que me provocó resaca al despertar, y luego un fármaco para las náuseas. Era un hospital pequeño, de modo que casi siempre me tocaba la misma enfermera, y siempre me llamaba «cariño» con la voz más dulce del mundo. Me desgarraba por dentro cada vez que la oía, y quería decirle que no lo hiciera, pero en mi vergüenza me limitaba a volver la cabeza hasta que terminaba. Antes de salir de la habitación, me acariciaba la frente con la mano cálida y me apretaba los dedos de la mano.

El segundo día en el hospital, cuando ya estaba un poco más tranquila, Gary me dijo que la fiscalía estaba revisando toda la información que les había dado en comisaría, y que iban a decidir si presentaban algún cargo contra mí.

—¿Un cargo contra mí? ¿Por qué?

—Ha habido una muerte, Annie. A pesar de las circunstancias, tenemos que seguir todo el procedimiento.

—¿Me van a detener?

—No creo que la fiscalía opte por esa vía, pero sigo teniendo la obligación de informarte de cuál es la situación.

Al principio me asusté, y quise darme cabezazos contra la pared por no haber solicitado la asistencia de un abogado, pero cuando vi el rostro sonrojado de Gary me di cuenta de que se sentía completamente avergonzado.

—Bueno, pues si la fiscalía decide acusarme, parecerán una panda de ineptos.

Gary sonrió y dijo:

—En eso llevas razón.

Empezó a hacerme unas preguntas sobre el Animal y cuando levanté la mano para rascarme el cuello, vi que ya no llevaba la cadena.

—Los médicos te la quitaron cuando ingresaste —me explicó Gary—. Te la devolverán cuando te den el alta, está con todos tus efectos personales.

—La cadena no era mía, me la regaló él. Dijo que la había comprado para otra chica.

—¿Qué otra chica? ¿Por qué no habías dicho nada de esto hasta ahora?

Dolida por su tono brusco, dije:

—Ya me había acostumbrado a llevarla, así que se me olvidó. A lo mejor si no me presionaseis tanto con vuestros interrogatorios y me dejaseis respirar de vez en cuando, tendría ocasión de decíroslo. Además, por si no te has dado cuenta, he estado distraída con otras cosas. —Sacudí el brazo con el gotero en su dirección.

Other books

The Great Quarterback Switch by Matt Christopher
The Princess & the Pea by Victoria Alexander
Futures Past by James White
Kill Fee by Barbara Paul
L.A. Blues III by Maxine Thompson
In The Cut by Brathwaite, Arlene
The Paternity Test by Michael Lowenthal
Trauma by Ken McClure