Ekholm bajó los pies de la mesa y dejó de hablar por teléfono.
—Hola y bienvenidos. ¿Quieren un café?
Aceptaron. Ekholm era un hombre atractivo de unos cuarenta años. Era musculoso y se movía con agilidad. Llevaba el cabello negro revuelto. Vestía pantalones negros y un polo gris. Con algunas dificultades consiguió encontrar un par de tazas limpias, y, después de un rato, se encontraron cada uno con su taza de café y un bote de plástico con galletas de jengibre delante de ellos.
—¿Puede hablarnos de Fanny Jansson? —empezó Karin—. Por lo que sabemos pasaba una gran parte de su tiempo en la cuadra.
Sven Ekholm se recostó en el respaldo de la silla.
—Es una chica espabilada que trabaja duro. No habla mucho, pero tiene buena mano con los caballos.
—¿Cuánto tiempo pasa aquí? —preguntó Knutas.
—¿Cuánto tiempo pasa en la cuadra, quiere decir? —preguntó
el jockey
sin esperar respuesta—. Vendrá unas cuatro o cinco veces a la semana, creo yo.
—¿Cuándo fue la última vez que estuvo aquí?
—Sí, ¿cuándo fue la última vez que estuvo aquí? —repitió Sven Ekholm—. La última vez que la vi sería el jueves o el viernes de la semana pasada.
—¿Parecía normal?
—Sí, ¿parecía normal? —Ekholm se frotó la barbilla—. Yo estaba muy ocupado, así que no hice más que saludarla deprisa. Tal vez sea mejor que hablen con el personal que trabaja en la caballeriza, ellos tratan más con ella que yo.
—¿Cobra Fanny algo por trabajar aquí?
—¿Que si cobra algo por trabajar aquí? No, las chicas que trabajan en las cuadras no cobran, vienen aquí porque les gusta ocuparse de los caballos. Arreglarlos y limpiarlos y eso. Las muchachas de esa edad son así.
Sven Ekholm dio un rápido sorbo de café.
—¿Cuánto tiempo lleva Fanny trabajando aquí en la cuadra?
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí? No sé, un año quizá.
—¿Mantenía una relación particularmente buena con alguno de los empleados? —preguntó Knutas, el cual empezaba a sentirse irritado de verdad por la manía del hombre de repetir todo el tiempo las preguntas.
—¿Que si mantenía una relación con alguien en particular? Bueno, será con Janne, parece que se llevan bien. Por lo demás, es bastante tímida, como ya he dicho.
—¿Cuánto tiempo suele pasar usted aquí? —preguntó Karin.
—Bueno, qué puedo decir, veinticinco horas al día —bromeó—. No, pero en principio todos los días. He empezado a tratar de tomarme libre al menos un día cada dos fines de semana. Uno tiene mujer y críos también, no puedo vivir solamente en la cuadra.
—¿Conoce bien a Fanny?
—Pues no mucho. No es precisamente una persona muy habladora. Tengo siempre tantas cosas que hacer que no tengo tiempo de estar hablando con todas las chiquillas que se mueven por aquí.
¿Por qué no repetía Ekholm las preguntas cuando se las hacía Karin? Aquello irritaba enormemente a Knutas.
—¿Dónde vive? —prosiguió Karin.
—Aquí al lado. Hemos heredado la finca de mi padre. Bueno, mi viejo sigue viviendo allí, en la casa pequeña.
—¿Su mujer trabaja también en la cuadra?
—Sí, claro. Es una de las seis personas que trabajamos aquí a tiempo completo.
—¿Cómo tienen repartido el trabajo?
—Nos ayudamos el uno al otro, preparamos los caballos y los cuidamos, y nos ocupamos de la caballeriza. Es un trabajo a tiempo completo los trescientos sesenta y cinco días del año, incluso cuando termina la temporada de carreras.
—Nos gustaría hablar con todos y cada uno de ellos. Si puede ser.
—Sí, claro, no hay problema. Pero me temo que ahora sólo estamos aquí Janne y yo. Pero vendrán más tarde o mañana.
Knutas sintió la necesidad de hacerle otra pregunta, sólo para comprobar si el
jockey
había dejado por fin de repetir las preguntas.
—¿Cuántas chicas más ayudan aquí en la cuadra, me refiero a chicas que trabajan gratis después de la escuela y eso?
—¿Chicas que trabajan gratis después de la escuela y eso? Bueno, tenemos un par de ellas. Antes teníamos más, pero parece que ya no es tan popular. O será también que ahora tienen muchos deberes —dijo el
jockey
sonriendo al comisario.
Cuando salieron de allí, Karin advirtió que su colega tenía la cara desencajada.
El interrogatorio con el mozo de cuadra Jan Olsson fue mejor.
El mozo era algo mayor que el
jockey
, Knutas le echó unos cuarenta y cinco años. Era muy moreno para ser sueco. Tenía los ojos castaños, casi negros, las cejas, muy pobladas, se le juntaban en el entrecejo y llevaba barba de varios días. Nervudo y musculoso, tras años de trabajo con los caballos. No había en su cuerpo ni un gramo superfluo de grasa, como se podía apreciar a través del jersey y los sucios pantalones que vestía. No llevaba alianza de casado. Knutas se preguntó si viviría con alguien, pero decidió esperar a hacerle esa pregunta. En vez de eso le pidió que les contara otra vez lo que pasó cuando Fanny abandonó la cuadra. Olsson se lo contó de la misma manera que aparecía descrito en el acta del interrogatorio.
—Ahora intente recordar algún detalle —le rogó Knutas—. Esas cosas que parecen irrelevantes, a veces pueden ser importantes.
Jan Olsson se rascó la barba. Parecía un tipo abierto y simpático.
—No, la verdad es que no recuerdo nada. Ella se ocupa de los caballos y no suele hablar mucho. Cuando volvió de dar un paseo a caballo estaba más alegre de lo que yo la había visto en mucho tiempo. Le brillaban los ojos. Después de almohazar a
Calypso
y colocar los arreos en su sitio, dijo adiós y se fue en la bicicleta.
—¿Qué cree que puede haberle pasado?
—En cualquier caso, no creo qué se trate de un suicidio. Estaba contenta y animada cuando se fue de aquí. Me cuesta creer que fuera y se quitase la vida.
—¿La conoce mucho?
—Bastante bien, creo. Parece que se siente a gusto aquí, pero, por lo que he podido comprender, no lo tiene nada fácil en casa. Siempre tiene prisa por volver, tiene que sacar al perro y eso. Por lo que sé, la situación de su madre es bastante complicada, pero no la he visto nunca.
—¿Le ha hablado de sus amigos o de alguien con quien esté saliendo?
—Parece que no tiene amigos, porque está aquí casi siempre. Los que trabajamos en las cuadras somos mucho mayores que ella. Aunque suele hablar con Tom, que trabaja en la cuadra de aquí al lado.
—¿Ah, sí?
—Los he visto hablando por la explanada alguna vez. Parece que lo pasan bastante bien juntos. Fanny no es precisamente una persona muy comunicativa, así que a uno le llama la atención cuando habla con alguien.
—¿Son de la misma edad?
—No, qué va. Él tendrá por lo menos treinta años. Es americano, pero debe de llevar muchos años viviendo en Suecia. Se le nota al hablar.
—¿Cómo se apellida?
—Kingsley.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí?
—Por lo menos un año, quizá más.
T
om Kingsley estaba ocupado vendando la pata trasera de un caballo cuando entraron en la cuadra de al lado. El animal ocupaba casi todo el pasillo central. Knutas y Karin se mantuvieron a una distancia prudencial.
—Nos han dicho que conocía a la chica que ha desaparecido, Fanny Jansson. ¿Es cierto? —empezó Knutas.
—Bueno, conocer lo que se dice conocer… Sólo he hablado un poco con ella.
No levantó la cabeza, sino que prosiguió con su trabajo.
—Tenemos que preguntarle un par de cosas.
—Por supuesto, sólo voy a terminar de hacer esto. Estoy con la última pata.
Pese al evidente acento americano, las palabras fluían con facilidad. Cuando terminó, se levantó y estiró la espalda haciendo una mueca.
—¿Qué quieren saber?
—¿Qué sabe de Fanny Jansson?
—Pues no mucho. Hablamos un poco a veces.
—¿Cómo se explica que hayan entablado contacto?
—¡Dios mío!, trabajamos aquí los dos, está claro que nos vemos en el patio, nos cruzamos unos con otros.
—¿De qué hablan?
—Sobre todo de los caballos, claro. Pero también de otras cosas, de cómo le va en la escuela y en su casa y esas cosas.
—¿Qué le parece su situación?
—No muy buena, la verdad.
—¿Qué quiere decir?
—No, nada, pero se queja de su madre, que tiene problemas en casa.
—¿Qué tipo de problemas?
—Me ha contado que su madre bebe demasiado.
—Entonces tiene bastante confianza con usted, ¿no?
—Bah, no sé.
—¿Se han visto también en otros sitios?
—No, no. Sólo aquí.
—¿Sabe si ha conocido a alguien últimamente? ¿Algún novio, quizá?
—Ni idea.
—¿Cuándo fue la última vez que la vio?
—El sábado pasado.
—¿Dónde?
—Aquí fuera.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la explanada.
—¿Cómo parecía entonces?
—Como de costumbre.
—¿Tiene alguna idea de dónde puede estar?
—No tengo ni la más remota idea.
En la caballeriza no había nadie más a quien interrogar. Se despidieron de Tom y regresaron al coche.
—¿Qué crees que ha ocurrido? —le preguntó Knutas a su colega en el camino de vuelta hacia la comisaría.
—Cabe la posibilidad de que se haya suicidado.
—Me cuesta trabajo creerlo, es demasiado joven. Los suicidios entre las chicas de catorce años son raros, suelen producirse en muchachas por lo menos un par de años mayores. Además, no parecía que estuviera particularmente deprimida, aunque, claro está, la situación puede ser mucho peor de lo que parece desde fuera. Las tres personas a las que hemos entrevistado en las cuadras me parecen fiables, aunque el
jockey
era tremendamente irritante.
—Sí —afirmó Karin—. A mí no me ha dado mala espina ninguno de ellos.
P
or la tarde, Fanny aún no había aparecido. Su madre llamó a Knutas para saber cómo iba la búsqueda. Estaba desesperada, y su hermana, que vivía en Vibble, justo al sur de Visby, se había hecho cargo de ella. Knutas tomó la decisión de empezar a rastrear los alrededores de su casa, de la escuela y de la zona de las cuadras.
Las radios locales emitieron un comunicado de búsqueda y atrajeron enseguida el interés de los medios locales.
Radio Gotland
y los dos periódicos locales,
Gotlands Tidningar
y
Gotlands Allehanda
, solicitaron reunirse con él.
Knutas trató de ser generoso con la prensa y aceptó concederles una entrevista corta. Despachó a un periodista tras otro, que le formularon, a grandes rasgos, las mismas preguntas. Se mantuvo reservado con la información. Sólo contó cuándo desapareció Fanny, dónde la habían visto la última vez y les facilitó una descripción de la chica. Les pidió que informaran de que la policía solicitaba la colaboración de los ciudadanos.
El rastreo dio resultado. Una persona que pasaba por allí encontró la bicicleta de Fanny tirada en la cuneta, a poco más de un kilómetro de la cuadra. La recogieron de inmediato para realizar una inspección técnica.
Johan Berg también llamó.
—Hola, ¿molesto?
—Estoy bastante ocupado en estos momentos.
—Te llamaba por lo de la desaparición de ésa chica, acaba de llegar por la Agencia de Noticias TT. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
Knutas le facilitó la misma información que les había dado a los demás periodistas, pero le contó también lo de la bicicleta. Le parecía que estaba en deuda con Johan.
—¿Sospecháis que se trata de un crimen?
—De momento, no.
—¿Creéis que se ha suicidado?
—No podemos descartar esa posibilidad, evidentemente.
—¿Cómo es su situación familiar?
—Vive sola con su madre en un piso, aquí, en Visby.
—¿Es hija única?
—Sí.
—Según la descripción es negra. ¿Es adoptada o su madre es extranjera?
—El que es caribeño es su padre.
—¿Dónde está?
—Vive en Estocolmo con su familia. No mantienen ninguna relación.
—Puede que haya venido aquí.
—Hemos hablado con el padre, lógicamente, y no está allí.
—De todos modos, puede que haya venido a Estocolmo —insistió Johan.
—Sí, claro.
—¿Ha cogido dinero o el pasaporte?
—Nada hace pensar que sea así. Todas sus pertenencias continúan en casa —contestó Knutas impaciente. «¿Por qué Johan Berg nunca podía conformarse con la misma información que daba al resto de los periodistas? Sus preguntas no tenían fin».
—El hecho de que la bicicleta apareciera tirada a un lado puede dar a entender que se subió a un coche. ¿Estaba al lado de una carretera?
—Efectivamente. Ahora tengo que dejarte.
—Comprendo que tienes que estar hasta arriba de trabajo. Además, tenéis que investigar el asesinato al mismo tiempo. ¿Hay algún indicio de que la chica haya caído en manos del mismo asesino que Dahlström?
—En estos momentos, no.
Knutas meneó la cabeza al colgar el auricular. Qué tipo más obstinado.
Enseguida volvió a sonar el teléfono. Desde la centralita le comunicaron que una mujer del Centro de Salud para Jóvenes de Visby quería hablar con él. Knutas atendió la llamada.
—Hola, me llamo Gunvor Andersson y soy comadrona. La chica a la que creo que buscan ha estado aquí recientemente.
—¿Ah, sí? ¿Cómo sabe que era ella?
—La reconocí por la descripción que oí en la radio. Estuvo aquí hace dos meses y quería píldoras anticonceptivas.
—¿Les explicó por qué?
—Dijo que tenía una relación estable con un chico. Yo le pregunté si se sentía realmente madura para mantener relaciones sexuales, que nosotros normalmente no recomendamos el uso de la píldora anticonceptiva a chicas tan jóvenes. Me dijo que ya las habían tenido. Le informé de que tenía menos de quince años y que por lo tanto era ilegal mantener relaciones sexuales con ella, pero no podemos negarle la píldora a una muchacha que quiere protegerse. Solemos exigir la conformidad de los padres cuando se trata de chicas tan jóvenes, pero cuando le dijimos que teníamos que llamar a su madre, no quiso quedarse. De hecho, se levantó y se fue. Bueno, traté de evitarlo y le dije que podíamos hablar un poco más del tema, pero desapareció por la puerta en un santiamén.
—¿Pudieron averiguar quién era su novio?
—Lamentablemente, no. No quiso contar nada de él.