Nadie lo conoce (32 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Nadie lo conoce
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Cuando terminó de cambiarle el pañal, la levantó y colocó su cuerpecillo bien pegado a él mientras le canturreaba bajito al oído.

Antes de tener a su hija jamás habría podido imaginarse lo divertido que era. La mayoría de las veces de lo que hablaban los padres con hijos pequeños era de lo complicado y estresante que era; noches en vela, cambios de pañales, gritos y cólicos. Claro que comprendía que era diferente cuando uno se hacía cargo de un bebé todo el tiempo, pero Emma decía lo mismo, que Elin era una niña increíblemente buena.

Tomaron el desayuno y leyeron el periódico tranquilamente. No se sabía nada nuevo del asesinato de Ambjörnsson. Según el portavoz de la policía, trabajaban en un frente amplio y estaban realizando indagaciones tanto internas como externas, pero de momento no tenían ningún sospechoso de los crímenes. No obstante, la policía reconocía que partían de la hipótesis de que era el mismo asesino el que estaba detrás de las tres muertes. No quiso confirmar aún si las cabezas de caballo habían aparecido en las casas de las víctimas poco antes de su muerte, ya que la investigación se encontraba en una fase muy delicada.

«En una fase delicada —pensó Johan—. Me pregunto qué significará eso exactamente».

Después de desayunar acostó a Elin, que se había quedado dormida después de mamar por segunda vez. La niña tenía una cuna al lado de la cama y solía quedarse dormida sin problemas. Johan atrapó a Emma, que sólo llevaba puesta la bata, y la atrajo hacia sí. Miró dentro de sus cálidos ojos, había en ellos algo vulnerable que lo atrajo ardientemente. Así era desde la primera vez que la vio.

Ahora la abrazaba con fuerza y ella se apretaba contra su cuerpo. Sin necesidad de que ella hiciera nada más, supo lo que quería. Su respuesta fue apasionada cuando él la besó. A Johan le daba vueltas la cabeza y se sintió de inmediato enormemente excitado. Cayeron en la cama y se besaron con más pasión que nunca, quizá tuviera que ver con lo mucho que la había echado de menos.

Emma lo buscaba y se agarró a él, apretándose como si estuviera salvándole la vida. Aquella intensidad lo sorprendió y perdió la noción del espacio. Se oyó inmediatamente a sí mismo gimoteando en voz alta y le quitó la bata. Su suave cuerpo, todavía caliente tras el sueño, estaba más redondeado que de costumbre y tenía los pechos llenos de leche. Johan se enterró dentro de ella, hundió los dedos en su carne y le acarició los pechos con los labios. La buscó y entró en ella como si fuera la primera vez y casi perdió el conocimiento cuando los dos alcanzaron el clímax a la vez.

Se había imaginado que ella lo sentiría de una manera distinta, pero en realidad su cuerpo no era tan diferente. Se trataba de otra cosa.

K
nutas nunca había visto tantas carreras en los pasillos un sábado. La investigación se había ampliado y todo el mundo estaba trabajando.

Aquel verano era el más deplorable que había pasado en muchos años. No había tenido apenas tiempo de disfrutarlo, sólo se había bañado un par de veces en el mar y se podían contar con los dedos de una mano las veces que la familia había hecho una barbacoa en el jardín, a pesar de que el verano había sido el más hermoso en muchos años.

De todos modos ahora parecía que la investigación empezaba por fin a moverse e indudablemente flotaba en el aire una energía nueva.

Cuando Knutas regresó a su despacho, después del almuerzo, alguien le había dejado encima del escritorio, como él había pedido, las listas de pasajeros de la compañía naviera
Destination Gotland.
Los agentes ya habían comprobado el viernes esas listas, sin que apareciera en ellas Ambjörnsson ni nadie relacionado con él, pero, para mayor seguridad, Knutas quería revisarlas personalmente. Allí estaban los nombres de los pasajeros de todas las líneas, desde el domingo uno de agosto, fecha en la que se esperaba el regreso de Ambjörnsson de su viaje al extranjero.

Sacó un café de la máquina y se sentó delante de su escritorio para leer las listas.

Pasó la mirada por las líneas con los nombres de las personas que habían viajado desde Nynäshamn a Visby el mismo día en que Ambjörnsson tenía que haber vuelto. No descubrió ningún nombre que le dijera nada.

Por supuesto, Ambjörnsson podía haber viajado con otra identidad, pero ¿por qué? ¿Lo habrían obligado? ¿O lo habría amenazado alguien? Una de las razones que excluía la posibilidad de que hubiera vuelto con vida era el riesgo al que se exponía el agresor. Podía haber llamado la atención y alguien podría haber reconocido a Ambjörnsson. No, eso no era lo que había sucedido. Knutas suspiró y dejó a un lado los papeles.

Habían trasladado el cuerpo a la Unidad de Medicina Forense del Hospital de Solna y el lunes llegaría el resultado preliminar de la autopsia.

Knutas decidió salir a dar un paseo para despejarse las ideas. Hacía una tarde preciosa, había llegado otro anticiclón del este y auguraba una Semana Medieval calurosa. Los actos ya habían empezado abajo, en el centro; se podía oír la voz del presentador desde Strandgärdet y los aplausos del torneo, un combate con caballos al más puro estilo caballeresco. En la Puerta Este actuaba un grupo de juglares y en la calle Hästgatan varias personas que recorrían las callejuelas ataviadas con trajes medievales estuvieron a punto de arrollar a Knutas.

El comisario cruzó Stora Torget y decidió bajar a dar una vuelta a la playa. Por el camino pasó por Skogränd, donde vivía Aron Bjarke. Al llegar junto a la casa del profesor aminoró la marcha y se le ocurrió de pronto la idea de visitarlo. Llamó varias veces a la puerta sin que abriera nadie. Al parecer Bjarke no estaba en casa. Mientras estaba allí delante de la puerta se fijó en un objeto que había en la repisa de la ventana. Entre las macetas y los botes había una figura de madera de un palmo de altura. Se acercó a la ventana para mirarla y se dio cuenta de lo atrevida que era, se trataba de una figura de hombre con un pene en erección exageradamente grande. Knutas estaba seguro de que la había visto antes y trataba febrilmente de recordar dónde, tenía la impresión de que podía ser algo importante. Algo se movía en algún rincón de su cerebro pero se desvanecía igual de rápido.

Volvió a llamar otra vez y esperó un momento, pero dentro parecía todo apagado y en silencio. Volvió a mirar la figura que había en la ventana. La había visto antes en algún sitio.

J
ohan había concertado la cita con el vendedor desconocido a las cuatro de la tarde. Estuvo inquieto todo el día y habló varias veces con Pia para comprobar que lo tenían todo bajo control. Le había dejado claro al vendedor que no llevaría dinero a este primer encuentro. Por simple precaución. Primero quería ver una muestra de las piezas arqueológicas de Gotland que ofrecía.

La cámara estaba en la redacción. Pia pasaría a buscarla y luego se la llevaría a Johan a Roma para que éste pudiese practicar un poco. Johan no había filmado casi nada antes y necesitaba toda la ayuda posible para que aquello pudiera funcionar. El acuerdo consistía en que si Johan quedaba satisfecho con las piezas, el lunes pagaría al contado.

Contaba con que comprobaran su identidad y había dado un nombre y una dirección falsos. Por suerte, tenía un amigo acaudalado que además pertenecía a la nobleza y era del sur de Suecia; no era la primera vez que utilizaba en el trabajo la identidad de su amigo. Pertenecer a la nobleza y a una de las familias más ricas de Suecia tenía sus ventajas. Ahora se trataba sencillamente de representar bien su papel cuando se encontrara con el perista.

K
nutas repasó las listas de pasajeros otra vez antes de irse de la oficina por ese día. A pesar de todo, cabía la posibilidad de que se le hubiera pasado Ambjörnsson. Antes sólo se había fijado en cómo empezaban los apellidos, pero ahora leyó toda la lista siguiendo los nombres con el índice para no pasar nada por alto.

De repente descubrió un nombre conocido. Aron Bjarke. El profesor de arqueología había viajado de Nynäshamn a Visby el lunes dos de agosto. Por lo tanto, Bjarke había estado en Estocolmo justo cuando esperaban que Ambjörnsson regresara de Marruecos.

Knutas buscó con el pulso acelerado los viajeros de Visby a Nynäshamn. Tenía las listas de pasajeros desde el domingo uno de agosto, pero no pudo encontrar en ellas a Bjarke. Llamó a su persona de contacto en la empresa naviera
Destination Gotland
, la que le había mandado la información, y le pidió que le enviara también las listas de pasajeros del sábado treinta y uno de julio. Era precisamente el día que él había estado tomando café con Bjarke en su jardín, lo cual significaba que éste no podía haber viajado antes.

Las listas llegarían media hora más tarde.

Knutas se retrepó en la silla y esperó mientras los pensamientos daban vueltas en su cabeza. Aron Bjarke era arqueólogo y profesor de universidad. Por lo tanto, conocía tanto a Martina como a Staffan. Quedaba por saber qué relación había entre él y Ambjörnsson. El correo electrónico de
Destination Gotland
llegó unos minutos después y enseguida encontró el nombre que buscaba. Bjarke había salido de la isla con el coche el sábado treinta y uno de julio por la tarde. Knutas alzó la vista del ordenador y miró a través de la ventana. Tuvo otra vez la ligera impresión de que se le escapaba algo. Eso lo cabreó.

Pensó qué podría tener en común Aron Bjarke con Gunnar Ambjörnsson. Con Staffan Mellgren existía una relación evidente, ambos enseñaban arqueología y habían sido profesores de Martina Flochten.

Ese pensamiento acababa apenas de atravesar su mente cuando cayó en la cuenta de qué era lo que había pasado por alto, la figura que había en la repisa de la ventana de Aron Bjarke. Recordó ahora lo que representaba: Frey, dios de la fecundidad en la mitología nórdica. De ahí el pene. Knutas había observado que había una figura igual en casa de los Mellgren. Levantó el auricular y ordenó que fueran inmediatamente a buscar aquella figura.

Él no tenía tiempo. Era de suma importancia que localizara a Aron Bjarke.

J
ohan salió con tiempo antes de su encuentro con el vendedor. Había practicado con la cámara toda la tarde y la llevaba en la cintura, sujeta al cinturón. El problema era que corría el riesgo de que lo reconociera. Se hacía pasar por un noble de Escania, pero a lo mejor el perista lo había visto en la televisión. El rostro de Johan aparecía de vez en cuando en la pantalla cuando hacía reportajes en directo o daba algunas noticias breves.

Decidió disfrazarse con unas grandes gafas de sol y una gorra que ocultaba sus rizos morenos. En el espejo parecía otra persona.

El tráfico en dirección a Visby era denso, iba mucha gente a la ciudad para participar o presenciar alguno de los muchos espectáculos que se organizaban durante el primer día de la Semana Medieval. Había tomado prestado el coche de Emma y llegó a la pista de hockey veinte minutos antes de la hora acordada. Se sentía como un auténtico criminal, cómplice en una transacción delictiva. Sólo de pensarlo se sentía culpable.

Johan se puso nervioso de verdad mientras esperaba y se estremeció cuando poco después pasó a su lado una furgoneta roja. Hizo un movimiento discreto con la mano y puso en marcha la cámara. El hombre que conducía la furgoneta también llevaba gafas oscuras. Tenía barba gris y era ligeramente obeso. Rondaría los cincuenta.

Sin decir nada, abrió la puerta del asiento del acompañante. Con cierta indecisión se sentó en el vehículo.

Se saludaron escuetamente.

—Si lo hacemos con discreción podemos mirar aquí las piezas, pero tenemos que darnos prisa —dijo el hombre con marcado acento de Gotland mientras miraba de reojo a través de la ventanilla y del espejo retrovisor. Parecía agobiado. No parecía el típico delincuente agresivo precisamente. Quizá fuera nuevo en el negocio.

El estafador sacó una caja de herramientas metida entre los asientos. Abrió la caja y extrajo un paño de fieltro enrollado del cual sacó una serie de objetos: un cincel, algunas hojas de hacha, varias monedas de plata, puntas de lanza y una fíbula.

Johan trató de poner cara de entendido y levantó despacio todas y cada una de las piezas.

Niklas le había dado algunos consejos sobre el tipo de comentarios apropiados. El perista lo observaba atentamente.

—Esto es, como ya le dije por teléfono, una muestra. Tengo mucho más, pero no sé lo interesado que estará.

—Ahora que he visto lo que tiene y que se trata de cosas auténticas, puede que le haga un pedido importante —dijo Johan.

—¿De cuánto estamos hablando?

—Eso no quiero concretarlo ahora. Cada cosa a su tiempo. ¿Cuánto pide por esto?

—¿Todo?

—Sí.

—Cien mil.

—Eso es demasiado. Le doy cincuenta.

Niklas le había advertido de que el tipo con toda seguridad le pediría un precio exorbitante, aunque sólo fuera para ponerlo a prueba.

—Noventa.

—Puedo estirarme como mucho hasta setenta y cinco mil, sólo para demostrar mis buenas intenciones esta primera vez. En adelante le agradeceré que me ofrezca precios aceptables desde el principio.

—¿Cuándo me puede dar el dinero?

—El lunes.

—¿Al contado?

—En eso quedamos, ¿no?

A
ron Bjarke no contestaba al teléfono fijo ni al móvil.

Knutas conectó el ordenador y buscó sus datos personales. Nació en el hospital de Visby en 1961, había hecho el bachillerato en el Instituto Säveskolan de Visby y después había estudiado arqueología en la Universidad de Estocolmo. Vivió durante mucho tiempo en Hägersten, una de las barriadas al sur de Estocolmo. Knutas pudo confirmar que Aron no había estado nunca casado ni había vivido con nadie, y que no tenía hijos. Había vuelto a Gotland hacía algunos años y residía desde entonces en Skogränd.

Aron Bjarke tenía un hermano, un hermano mayor que él que se llamaba Eskil Rondahl. Sus padres habían fallecido en un incendio hacía sólo un año. Knutas recordaba bien aquel incendio en Hall. Pudieron apagarlo pronto, pero murieron dos personas. Así pues, se trataba de los padres de Aron. Arrugó la frente, sorprendido ante semejante coincidencia. La policía había realizado una minuciosa inspección técnica, pero la causa del incendio nunca logró esclarecerse.

De la información se desprendía que el hermano seguía viviendo en la granja de los padres, en Hall.

Quizá podría encontrar allí a Aron.

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