Nadie lo conoce (29 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Nadie lo conoce
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—Hola, soy Jonnsson, te llamo desde el aeropuerto.

—¿Sí?

—Oye, que estamos aquí, Ek y yo, para recibir a Gunnar Ambjörnsson. Su novia también está aquí.

—¿Y?

Knutas mismo se dio cuenta de lo impaciente que sonaba.

—Que no está aquí.

—¿Qué?

—Que no ha llegado desde Estocolmo en el avión en el que debía llegar.

—¿Estáis seguros de que no os habéis equivocado?

—Hemos estado aquí los tres, es imposible que haya pasado delante de nosotros sin que lo hayamos visto.

—¿Sabéis si ha llegado en el avión procedente de Marruecos?

—No lo sabemos, no lo hemos comprobado.

—Pues hacedlo ahora mismo y llamadme inmediatamente cuando sepáis algo.

Knutas se levantó, fue al cuarto de baño y se refrescó la cara con agua fría. ¿Dónde demonios se había metido Ambjörnsson? ¿Habría decidido quedarse en Marruecos?

Cuando volvió a salir, sonó el teléfono. Jonnsson había sido increíblemente rápido.

—Venía a bordo del avión procedente de Marruecos, facturó, pasó el control de pasaportes y mostró su tarjeta de embarque, así que podemos estar absolutamente seguros de que iba en ese avión. Debe de haber desaparecido en el aeropuerto de Arlanda entre la terminal de salidas internacionales y la de salidas nacionales. Al parecer no llegó a facturar en el vuelo para Visby.

—¿Estás seguro?

—Desde luego, he hablado con el personal del aeropuerto.

—¿Cómo ha podido desaparecer entre las terminales?

—Cambiaría de planes, son cosas que pueden pasar.

Knutas se retrepó en la silla y empezó a pensar. ¿Habría decidido Gunnar Ambjörnsson de pronto quedarse en Estocolmo?

Desde luego, podía haberlo hecho. Quizá había conocido a alguien en el viaje y por eso había decidido quedarse en la capital. Aunque, teniendo en cuenta todo lo que había sucedido, era inquietante que aquel hombre hubiese desaparecido.

Knutas marcó el número de teléfono de la policía de Estocolmo.

Lunes 2 de Agosto

E
l fin de semana había superado todas sus expectativas y hacía mucho tiempo que Johan no se sentía tan bien como el lunes por la mañana cuando se dirigía al trabajo. Emma y él no habían hecho nada especial, habían dado largos paseos, preparado comidas ricas y se habían relajado frente al televisor. Como una familia normal. De lo que más había disfrutado era de haber podido pasar las veinticuatro horas del día con Elin. Despertarse con ella por la mañana, darle de comer, ponerle y quitarle la ropa, cambiarle el pañal. Se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos poder cuidar de su hija y aunque había disfrutado del fin de semana, éste también iba a significar nuevas exigencias por su parte. No iba a aceptar por más tiempo quedar excluido. Si Emma no quería que él se trasladara a vivir con ella tendría que aceptar que se llevara a Elin de vez en cuando.

Una de las razones que contribuyeron a su bienestar después del fin de semana era lo bien que había salido todo con Sara la primera noche. Se reavivaron sus esperanzas de llegar a ser un buen padrastro. Ya estaba pensando en volver a ver a Sara y a Filip.

Como de costumbre, comenzó el día hablando con Grenfors, en Estocolmo, y por una vez el redactor le dijo que si no ocurría nada especial se lo podía tomar con calma.

Johan empezó por limpiar su escritorio, que estaba completamente abarrotado.

Pia aprovechó para irse a lavar el coche y ponerlo en condiciones. Él revisó los montones, tiró la mayoría y guardó lo que era importante en una carpeta. Se veía revolotear el polvo, hacía falta una limpieza a fondo.

Atrajo su mirada un recorte del periódico
Gotlands Allehanda
que trataba del descarado robo en la Sala de Arte Antiguo dos semanas antes. Los dos asesinatos habían hecho que un gran suceso como aquel robo pasara casi desapercibido.

Johan llamó a la policía, pidió hablar con el responsable de la investigación, le pasaron con un tal Erik Larsson y le planteó el asunto.

—Estamos investigando el robo, pero mentiría si dijera que hemos avanzado en la resolución del caso —dijo un preocupado policía.

—¿Hay algún sospechoso?

—La verdad es que no.

—¿Alguna pista?

—Nada que nos haya permitido detener al culpable.

—Este tipo de robos, ¿se han producido anteriormente?

—No, en la Sala de Arte Antiguo, no.

—¿Qué puede hacer el ladrón con el brazalete de oro que ha robado? Será difícil vender ese tipo de cosas.

—O se queda con ello, cosa poco probable, o lo vende a otras personas. Creemos que se trata de un robo por encargo, es decir, que ya tenía un comprador. Puede tratarse de un coleccionista, quizá extranjero. Sabemos que se venden hallazgos arqueológicos de Gotland en el mercado internacional.

—¿Cuánto puede valer un brazalete como ése?

—Imposible de decir. Un coleccionista seguramente pagaría casi cualquier suma. En el caso de las monedas se calcula que una moneda poco común y bien conservada de la época vikinga puede valer unas diez mil coronas. Imagínate lo que se puede sacar por un hallazgo de cientos de monedas. Sabemos que quedan tesoros de plata sin desenterrar. En Gotland aún se sigue encontrando, por término medio, un tesoro de plata al año.

—¿Y por qué se investigan tan poco estos robos? —preguntó Johan asombrado—. ¡Es una locura que desaparezcan de aquí un montón de cosas y que nadie reaccione!

—Claro que perseguimos a quienes roban tesoros arqueológicos, pero es complicado. Y, si te he de ser sincero, creo que hay una cosa que contribuye a la pasividad de la policía, y es que, cuando alguno de estos casos excepcionalmente acaba en los tribunales, los saqueadores son condenados a penas irrisorias. Se les juzga por delitos contra el patrimonio cultural y las penas son tan bajas que a la policía le parece que no vale la pena derrochar un montón de energía para detener a unos delincuentes que, de todos modos, van a volver a estar en la calle al cabo de unos pocos meses.

—¿Tú eres de la misma opinión?

—Yo no he dicho eso, pero es difícil detener a estos ladrones si no los coges in fraganti.

Johan le dio las gracias y terminó la conversación. El policía le prometió concederle una entrevista en los próximos días. Johan quería informarse más acerca de los robos antes de hacer la entrevista. Llamó a la centralita de la policía y pidió una copia de todas las denuncias presentadas durante el último año que estuvieran relacionadas con el robo de tesoros o restos arqueológicos. La encargada del registro prometió enviarle las denuncias por fax lo antes posible. Creía que no se trataba de más de diez, a lo sumo.

Mientras esperaba puso la cafetera. Pensó en la desidia con que se tomaba la policía estos robos. A él le parecía horrible que los tesoros del patrimonio histórico y cultural se vendieran en un mercado lucrativo y desaparecieran, no sólo fuera de Gotland sino de Suecia.

Cuando el fax empezó a chirriar corrió hasta allí. Sólo había siete denuncias. Incluían el último robo en la sala de Arte Antiguo y el resto eran robos semejantes cometidos en el almacén del museo y en las excavaciones.

Una denuncia atrajo su atención. Había desaparecido una torques de las excavaciones de Fröjel. La denuncia estaba fechada el jueves veintinueve de junio. Se trataba de un collar de ámbar engastado en plata que la denunciante había encontrado en la tierra el día anterior. Esta había metido la joya en una bolsa que se depositó en una caja, en uno de los carros que había a unos metros de la zona de excavación propiamente dicha, donde los arqueólogos guardaban lo que encontraban, un ordenador y material diverso e instrumentos. Cuando la denunciante, al día siguiente, quiso volver a mirar su hallazgo, éste había desaparecido. Nadie pudo explicar cómo era posible. El carro había estado cerrado por la noche y no se apreciaba desperfectos en la cerradura.

La denunciante se llamaba Katja Rönngren. A Johan pareció que le sonaba el nombre y buscó entre sus papeles. Encontró la lista de las personas que habían participado en mismo curso de excavación que Martina y, efectivamente, allí estaba su nombre.

Katja Rönngren era una de las alumnas que había abandonado el curso tras la muerte de Martina.

Vivía en Gotemburgo, y a través del servicio de información telefónica consiguió su número de teléfono; la llamó inmediatamente, se presentó y le explicó el motivo de su llamada.

—Yo soy la madre de Katja, ella no está aquí.

—Es bastante urgente, ¿dónde puedo localizarla?

—Katja está en Gotland.

—Pero ¿no abandonó el curso hace varias semanas?

—Sólo estuvo en casa un par de días. Después volvió para tratar de terminarlo a pesar de todo.

—¿Ha estado en contacto con ella desde entonces?

—Varias veces. Me dijo que ya no podía quedarse en el albergue porque estaba lleno, así que vive en Visby, en casa de unos amigos. Puede llamarla al móvil, ¿quiere que le dé el número?

H
abían comprobado las listas de pasajeros de la compañía naviera
Destination Gotland
sin ningún resultado. Por lo visto Ambjörnsson no había cambiado de idea y había decidido regresar en barco en vez de hacerlo en un vuelo nacional.

Se habían realizado un gran número de interrogatorios, pero no conducían a ningún sitio. Los compañeros de la Policía Nacional eran expertos de reconocido prestigio, pero tampoco conseguían averiguar nada. Agneta Larsvik se había visto obligada otra vez a hacerse cargo de otro caso en Estocolmo.

Tras la reunión de las ocho, Knutas decidió abandonar la comisaría y lanzarse en solitario tras las huellas del asesino. Comunicó a la centralita que estaría fuera unas horas, se montó en su viejo Mercedes y salió resoplando. El tiempo se había vuelto más inestable. Había llovido por la noche y las capas de nubes se tornaban oscuras y amenazantes en el cielo mientras conducía hacía el sur por la carretera de la costa. Un poco antes de llegar a Klintehamn giró hacia Warfsholm y aparcó junto al hotel. Aquello estaba bastante vacío, sin duda los turistas se habrían acercado a Visby ahora que el tiempo era malo.

Se dirigió a la terraza del hotel y se sentó a la misma mesa a la que se habían sentado Martina y sus amigos un mes antes. Soplaba un aire frío y empezaba a chispear. El agua era gris y desde el puerto llegaba el rugido de las máquinas. Muy lejos del paraíso turístico que le pareció la última vez que estuvo aquí con Karin. Se levantó y observó el camino que conducía al albergue. Probablemente allí se encontró Martina con su asesino. ¿Por qué precisamente allí?

Paseó por el sendero en la misma dirección en la que habría ido Martina, y se paró en mitad del camino, donde los sauces de ambos lados formaban un túnel que protegía del viento y la lluvia. Aquí, en algún sitio, había sido agredida. Luego el asesino debió cruzar el aparcamiento arrastrándola hasta el césped salpicado de enebros y hasta el agua donde apareció el anillo. Knutas siguió el mismo camino que creía había tomado el asesino. La orilla de la playa no se veía desde este lado. Aquí pudo actuar con total tranquilidad. Después de ahogarla tuvo necesariamente que esconder el cuerpo en el coche y marcharse de allí. Knutas se detuvo y observó la zona un momento. ¿Habrían quedado en verse? ¿Guardaba Martina algún secreto que no estuviera relacionado con sus aventuras amorosas? ¿Habría conocido, durante sus anteriores visitas a Suecia, a alguien del que nadie sabía nada?

La Brigada de Homicidios había investigado todas las posibilidades relacionadas con la universidad y con el curso de excavación. Tenía que existir algo más, algo oculto.

La siguiente parada fue en Vivesholm y allí paseó a través del bosque hasta llegar a la torre desde donde observaban a los pájaros. Se detuvo en el lugar donde Martina apareció colgada. Jamás iba a olvidar la escena que vio aquella mañana.

Caminó hasta el extremo del cabo. El paisaje era agreste y árido y le recordaba a los páramos de Irlanda del Norte donde él y su familia habían ido de vacaciones con el coche unos años antes. El viento le obligó a entornar los ojos y la llovizna le mojó la cara cuando levantó el rostro hacia el cielo. El tiempo frío y gris hacía que pareciera otoño. Contempló las casetas de los pescadores en Kovik. La pequeña capilla solitaria que había allí apenas se distinguía con la bruma. El entierro de uno de sus mejores amigos se había oficiado en aquella capilla hacía solo medio año. Era un edificio pequeño de piedra caliza, aislado y con pequeños tragaluces orientados hacia el mar. Allí habían sido enterrados muchos marineros a lo largo de los años.

Algo cobró vida en lo más profundo de su subconsciente mientras estaba allí, en medio de la lluvia y el viento. Reflexionó acerca de lo que había dicho Agneta Larsvik sobre el modus operandi del asesino. De pronto supo exactamente lo que tenía que hacer.

Ratja Rönngren no respondía. Johan le dejó un mensaje pidiéndole que lo llamara lo antes posible.

El periodista se retrepó en la silla y se cruzó las manos detrás de la cabeza. ¿Qué significaba aquello de que Katja había denunciado un robo, que había abandonado el curso y que luego había vuelto? Tal vez no quisiera decir nada. Pero el asunto de los robos lo inquietaba.

Se sentó frente al ordenador y entró en Internet. Buscó al azar varias palabras relacionadas con los tesoros arqueológicos de Gotland. Obtuvo un montón de entradas, aunque la mayor parte las pudo descartar porque no parecían interesantes. De pronto se sobresaltó. Una página web americana se anunciaba como un sitio donde se vendían objetos antiguos procedentes de Gotland. Se ofrecían abiertamente a la venta piezas como utensilios, herramientas, monedas y joyas. Aparecía una dirección de contacto. A Johan se le ocurrió una idea, tecleó un nombre falso y escribió que estaba interesado en la compra de objetos, pidió que le contestaran con rapidez.

Sonó el teléfono. Era Katja Rönngren. Le confirmó que había presentado una denuncia en la policía, pero que luego no había pasado nada más y que no tenía ni idea de quién podía andar detrás de los robos, ni la más mínima sospecha. Sin embargo, le contó que Martina también había descubierto que faltaban algunos objetos que ella había descubierto y que había hablado de poner una denuncia. Katja no sabía si había llegado a hacerla. A ella le había parecido que Martina sospechaba de alguien pero no había querido decirle de quién.

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