Nacidos para Correr (10 page)

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Authors: Christopher McDougall

BOOK: Nacidos para Correr
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Iba a ser un negocio redondo para todos, según lo veía Fisher. Varios pueblos de mascadores de tabaco conseguían un montón de horas de televisión para sus carreras de excéntricos, Fisher se convertía en El Cazador de Cocodrilos de las Tribus Perdidas y los tarahumaras obtenían promoción de primer orden. Está bien, puede que los tarahumaras sean las personas más famosas del mundo debido a su timidez y hayan pasado siglos
huyendo
de cualquier tipo de relación con el público, pero…

Bueno, Fisher tendría que lidiar con ese obstáculo más adelante, ya tenía un problema mucho mayor al que enfrentarse. Para empezar, no sabía casi nada de correr y no hablaba una palabra de español, por no mencionar el rarámuri. No sabía dónde encontrar corredores tarahumara y no tenía idea de cómo iba a convencerlos de dejar atrás la seguridad de sus cuevas y acompañarlo a la guarida de los Demonios Barbudos. Y esos eran sólo los problemas menores: asumiendo que consiguiera formar un equipo de atletas tarahumara, ¿cómo iba a conseguir sacarlos de las barrancas sin vehículos y meterlos en Estados Unidos sin pasaportes?

Por suerte, Fisher tenía algunos talentos especiales de su parte. Número uno en la lista se encontraba su increíble GPS interno; Fisher era como uno de esos gatos domésticos que reaparecen en su casa en Wichita luego de haberse perdido durante las vacaciones familiares en Alaska. Su habilidad para ubicarse a través de los cañones más desconcertantes probablemente no tenga rival en el planeta, y por lo que parece es puramente instintiva. Fisher nunca había visto un accidente geográfico más profundo que una zanja antes de dejar el Medio Oeste para ir a la Universidad de Arizona, pero una vez ahí, de inmediato empezó a introducirse en lugares a los que era mejor no acercarse. Era todavía un estudiante cuando empezó a explorar la laberíntica zona de montañas Mogollón, aventurándonse en la zona poco después de que el director del Sierra Club de Phoenix muriera ahí a consecuencia de una nada infrecuente inundación repentina. Sin experiencia alguna y con el equipamiento propio de un boy scout, Fisher no solo sobrevivió sino que trajo consigo fotografías impresionantes de un país de las maravillas subterráneo.

Incluso Jon Krakauer, el megaexperto en deportes de aventura y autor de
Mal de altura
(
Into Thin Air
), estaba impresionado. “Rick Fisher puede reclamar con justicia el título de autoridad mundial en los cañones de Mogollón y la miríada de secretos que esconden”, sentenció Krakauer al comienzo de la carrera de Fisher, luego de que este lo guiara por “una increíblemente fascinante tajada de tierra, incomparable a cualquier otro lugar que yo haya visto”, una especie de mundo creado por Willy Wonka con piscinas color verde lima y torres de cristal rosado y cataratas subterráneas.

Lo que nos lleva a otra de las habilidades de Rick Fisher: cuando se trata de conseguir ser el centro de atención y convencer a la gente de hacer cosas que preferirían no hacer, Fisher podría avergonzar a un televangelista (bueno, hasta donde eso es posible). Tomemos como ejemplo este clásico cuento de Fisher, que Krakauer relata hablando de un viaje que Fisher realizó a las Barrancas del Cobre para hacer
rafting
a mediados de los años ochenta. Fisher no tenía idea de adónde estaba yendo pese a que estaba intentando, según la estimación de Krakauer, “el equivalente, hablando de cañones o barrancas, a una gran expedición al Himalaya”. Aun así, se las arregló para convencer a dos amigos —un joven y su novia— de que lo acompañaran. Todo iba estupendamente. hasta que, accidentalmente, Fisher encalló la balsa junto a un campo de marihuana. De la nada, apareció un vigilante con un rifle de asalto listo para disparar. No pasa nada. Fisher se limitó a agitar un paquete de artículos de prensa sobre sí mismo que lleva a todas partes (así es, incluso cuando hace
rafting
en las tierras baldías mexicanas donde no se habla inglés). “¡Lo ve! ¡No le conviene meterse conmigo! ¡Soy, hum, cómo se dice… importante! ¡Muy importante!”.

El desconcertado vigilante los dejó marcharse remando, para que a continuación Fisher encallara en
otra
plantación de drogas. En esta ocasión, la cosa se puso realmente fea. Fisher y sus amigos fueron rodeados por una banda de matones que, dada la falta de mujeres en la selva, estaban borrachos y peligrosamente cachondos. Uno de los matones sujetó a la chica americana. Cuando su novio intentó hacer que la soltaran, le estamparon el caño de un rifle en el pecho.

Eso fue suficiente para Fisher. Esta vez no agitaría su álbum de recortes; en lugar de eso, se puso como un loco: “¡Son muy malos hombres!”, gritó con toda su furia. “¡Muy, muy malos!”. Continuó chillando como un loco hasta que, según cuenta Krakauer, los matones finalmente hicieron callar al lunático chillón empujándolo y marchándose. Fisher acababa de escapar de una muerte segura y, naturalmente, se aseguró de contárselo al periodista Krakauer.

Fisher adoraba echarse flores encima, lo que lo animaba a seguir buscando razones para no dejar de hacerlo. Mientras la mayoría de los hombres aficionados a la naturaleza salvaje en los años ochenta estaban mirando hacia el cielo, compitiendo con Reinhold Messner por escalar las catorce mayores cumbres de los Himalayas, Rick Fisher estaba cavando bajo tierra en busca de reinos más exóticos ubicados justo por debajo de sus pies. Usando las notas del capitán Frederick Bailey, un agente secreto británico que tropezó con un valle secreto en el Tibet en los años treinta mientras exploraba la zona con un grupo de rebeldes asiáticos, Fisher ayudó a localizar la legendaria cascada Kintup, una impresionante caída de agua que esconde la entrada de uno de los cañones más profundos del planeta. A partir de ahí, Fisher cavó su senda hacia mundos perdidos en los cinco continentes, atravesando zonas de guerra y territorios controlados por milicias homicidas para realizar descensos en calidad de pionero en Bosnia, Etiopía, China, Namibia y Bolivia.

Agentes secretos, balas zumbando, reinos prehistóricos. incluso Hemingway tendría que callarse la boca y cederle su silla si Fisher entrase en un bar. Pero sin importar qué lugares recorriese, Fisher continuaba regresando a casa, a su mayor pasión: la mujer de sus ojos en la puerta de al lado, las Barrancas del Cobre.

Durante una expedición a las barrancas, Fisher y su novia, Kitty Williams, se hicieron amigos de Patrocinio López, un joven tarahumara que se había incursionado en el mundo moderno cuando un camino de grava apareció en su tierra natal. Patrocinio era tan guapo como una estrella de Hollywood y un verdadero talento tocando el
chabareke
, un instrumento tarahumara de dos cuerdas. Además se mostraba tan dispuesto a trabajar con los Demonios Barbudos que el Departamento de Turismo de Chihuahua lo convirtió en el rostro del Expreso de las Barrancas del Cobre, un tren de lujo antiguo que realiza recorridos lentos a través de las Barrancas y permite a los turistas viajar en vagones con aire acondicionado y camareros con pajarita mientras observan el paisaje salvaje que tienen debajo. El trabajo de Patrocinio consistía en posar para cárteles con un violín que él mismo había tallado (una habilidad heredada de tiempos de la dominación española), cárteles que sugerían que la vida de los tarahumaras allá abajo era todo jóvenes bien parecidos y música.

Rick y Kitty preguntaron a Patrocinio si podía llevarlos a un
rarájipari
, la tradicional carrera con pelota tarahumara. “Quizá,” respondió Patrocinio, antes de demostrar que había adoptado los usos del mundo moderno de la misma forma que este lo había adoptado a él. “Si están dispuestos a pagar.” Les hizo una oferta: Si ellos compraban comida para toda su aldea, él convencería a algunos corredores.

¿Trato hecho?

Trato hecho.

Rick y Kitty le entregaron la comida y Patrocinio les ofreció una carrera estupenda. Cuando llegaron a la aldea, no se encontraron una carrera barata, montada para salir del paso; por el contrario, había treinta y cuatro hombres tarahumara, vestidos sin más que sus taparrabos y sandalias, recibiendo masajes de calentamiento de manos de unos curanderos y apurando unas tazas de
iskiate
de última hora. Tras el grito de partida del anciano de la aldea, salieron disparados, atacando el sendero de tierra como una estampida de sesenta millas, semicontrolada, de sol a sol y sin contemplaciones, que dejaba atrás a Rick y Kitty con la velocidad y precisión casi telepática de una bandada de gorriones migrando. ¡Sí, eso es correr! Kitty, ella misma una entrenada corredora de ultramaratones, estaba embelesada. Había crecido viendo a su padre Ed Williams convertirse en un corredor de montaña imparable, aun viviendo en las tierras bajas de la ribera del Mississippi. Como prueba de la dureza de Ed, de todas las carreras que hay en el mundo, su favorita era la más espeluznante: la famosa Leadville Trail 100, una ultramaratón de cien millas sita en Colorado, que él había corrido íntegra doce veces y que todavía corría a sus
setenta años
.

Una pareja perfecta se estaba formando en la cabeza de Rick: Patrocinio podía conseguirle los atletas, y su futuro suegro, Ed, podía conseguirle conexiones con una carrera de prestigio. Todo lo que tenía que hacer era engañar a alguna organización benéfica para conseguir donaciones de maíz con las que tentar a los tarahumaras, y quizá conseguir una firma de calzado deportivo que les diera algo más resistente que esas sandalias, y…

Fisher siguió ideando su plan, sin saber que estaba poniendo a punto un fracaso.

CAPÍTULO 9

Hazte amigo del dolor, y nunca te encontrarás solo.


Ken Chlouber
,

Minero de Colorado y creador de Leadville Trail 100

EL GRAN fallo en el plan de Rick Fisher fue que la carrera de Leadville tenía lugar en Leadville.

Acomodada en un valle a dos millas de altura en las Montañas Rocosas de Colorado, Leadville es la ciudad más alta de Estados Unidos y, durante varios días, la más fría (cuando llegaba el invierno, los bomberos no podían hacer sonar su campana, temerosos de que se hiciera añicos). El primer vistazo que echaron los primeros colonos de estas cumbres los dejó temblando debajo de sus gorros de mapache. “Ahí, ante sus incrédulos ojos, se elevaba el fenómeno geológico más poderoso y amenazador que jamás habían visto”, relata el historiador de la ciudad Christian Buys. “Bien podrían haberse encontrado en otro planeta. Así de lejano y amenazador era este lugar para todos, excepto para los más aventureros”.

Las cosas han mejorado desde entonces, por supuesto: los bomberos usan ahora una bocina. Por lo demás, bueno. “Leadville es hogar de mineros, camioneros que transportan rocas y malvados hijos de puta”, según Ken Chlouber, que era un domador de broncos, conductor de Harley Davidson y un duro y desempleado minero cuando creó la Leadville Trail 100, en 1982. “La gente que vive a diez mil pies de altitud está hecha de otra pasta”.

Duro como un juguete para perros o no, el mejor médico de Leadville montó en cólera cuando escuchó lo que Ken tenía en mente.

—No puedes dejar que la gente corra un centenar de millas a esta altitud —gritó con rabia el doctor Robert Woodward.

Estaba tan molesto que tenía un dedo sobre la cara de Ken, lo que no hacía presagiar nada bueno para ese mismo dedo. Si hubieran visto a Ken, con esas botas con punta de acero talla 13 y una cara tan afilada como la roca que picaba para ganarse la vida, entenderían rápidamente que uno no acerca una mano a su rostro a menos que esté seriamente borracho o que esté hablando muy, muy en serio. El doctor Woodward no estaba borracho:

—¡Vas a matar a todo aquel que sea tan imbécil como para seguirte!

—¡Mala suerte! —disparó Ken de vuelta—. Quizá unos cuantos muertos consigan volver a ponernos en el mapa.

Poco antes del enfrentamiento entre Ken y el doctor Woodward ese frío día de otoño de 1982, la mina Climax de molibdeno había cerrado de repente, llevándose consigo casi todos los ingresos de la gente de Leadville. El molibdeno, cariñosamente “Moly”, es un mineral usado para fabricar aceros reforzados que se usan en buques de guerra y tanques, así que cuando murió la Guerra Fría, ocurrió lo mismo con el mercado de Moly. Casi de la noche a la mañana, Leadville dejó de ser una animada localidad con su heladería de toda la vida en su calle principal de toda la vida y se transformó en la ciudad más desesperada y con mayor desempleo de Norteamérica. Ocho de cada diez trabajadores marcaba tarjeta en Climax, y los pocos que no lo hacían dependían de aquellos que sí. Si alguna vez había presumido de tener el mayor ingreso per cápita de Colorado, rápidamente se encontró entre los condados más pobres del estado.

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