Authors: Carmela Ribó
No sé. Quizá digo tonterías. Estoy muy, muy triste. ¿Por qué me tratas tan duramente?
No quiero que existan barreras ni secretos entre nosotras, mi amor. De mí podrás saber todo cuanto quieras: yo no te guardo más que esas cosas que aún no has preguntado. No soy inalcanzable, soy tan real y tangible como en un sueño son reales el miedo y el amor. No por vivirlos en otras dimensiones dejan de ser estrictamente vívidos.
Además, ¿qué es un sueño y qué es la vigilia? Quizá es del otro lado en donde soy una mujer que sueña que te escribe. Y esta de aquí, que está pendiente de tus cartas, es un profundo sueño de la otra.
Te quiere,
C.
Dos horas después:
Conchita:
Perdona esa carta tan horrible y seca. Yo quería explicarme sin dejar que mis emociones me llevaran al terreno de los reproches. Quise decirte lo que pensaba, lo que sentía, casi del mismo modo con que explicamos una ecuación. Si te hubiera mandado aquella otra carta que comencé a escribir te habría gustado menos… Yo no quería cometer el mismo exceso. Y aquí estoy por enésima, en esto de aclarar que soy apasionada y que mis sentimientos, por indómitos, muchas veces me orillan a decir lo que es y lo que no es. Yo no quería herirte, caracola. Nunca lo quiero!
Es este mismo amor que me atormenta, por insatisfecho, por imposible, lo que me hace sufrir. Sobre todo cuando otras cosas de mi vida también me traen penas. No son los sentimientos los que cuestiono. Vos ya sabés que te amo, Concha. O deberías saberlo, porque cada palabra que te escribí es sincera, nacida de mi corazón y por tu causa. Lo que me desespera es esta extraña situación en la que estamos. No saber qué nos traerá el mañana, porque yo aun no entiendo qué está pasando ahora. Y tampoco me puedo proyectar y construir mis sueños, porque hacerlo sería como desestabilizar tu vida, tus propias construcciones. Yo vivo en un constante asedio: por un lado, estas atropelladas emociones y deseos que te siento, por otro, este forzoso desapego, por la distancia, por una concesión elemental a tu albedrío, tu paz ganada después de mucho andar la vida y sus peripecias. Cuál será mi lugar, uno que sea dulce y bueno y que esté a salvo del dolor y de hacer daño? Entre estas coordenadas he venido oscilando a expensas de ese mismo vendaval de emociones que me llevan de un lado a otro. Y pasando por situaciones como esta (que no me atrevo a calificar de ningún modo): sentirme de pronto malquerida, dudando de tu amor y tu sinceridad conmigo…
A veces me descubro pensando que no tengo un lugar de realidad más que esta extraña dimensión desde la que te escribo. Y me siento cada vez más desfasada, más irreal, y fuera hasta de mí misma. Porque busco y no encuentro una luz: quiero pensar que estás ahí, a unos días de abrazarte, pero te quiero ya, ahora. Te necesito, Concha, nunca podrás imaginarte cuánto. Y te deseo viva, tangible, cotidiana en una dulce irrefutable cercanía. No sé si entenderás, porque ni yo me entiendo… Y también, cuando te escribo, en cierto modo hablo conmigo para entenderme a mí. Vivo en una burbuja, no estoy aquí, eso es seguro. Tampoco estoy allá, donde un abrazo, una sonrisa, harían su reparación mejor que todas las palabras.
Y por favor, Conchita, no dudes nunca de mi aprecio. Claro que te valoro! No solo eso: sos la amiga más amada y deseada de este mundo. Por eso, porque te quiero tanto, te atormento, y porque estoy insoportablemente sola sin caracola. Quiero hacer el amor solo contigo. Quiero dormir con vos y despertarme sintiéndote a mi lado. Quiero estudiar, charlar, reírme con mi dueña. Caminar por el campo una tarde soleada y quejarme del sol y del calor, pero contigo. Y enojarme también, de vez en cuando, cuando los celos, mi irracional forma de ser y mis caprichos se desborden traspasando paciencias. Así Conchita no tendrá más remedio que darme algún orgasmo casi impuesto, que me dejará laxa y entregada, adormecida y suave, reconciliada con la vida.
Ya sé que soy insoportable. He vivido conmigo tantos años! Pero te quiero, Concha. Y te deseo como si toda la pasión que jamás he sentido se diera cita hoy, para tu dicha y tu tormento. También para la mía. Me dejarás ahora que te abrace, aunque solo sea en mis deseos? Quiero besarte, amor. Te beso, con muchos, muchos besos atropellados y contritos, sedientos, dolorosos, suaves, todos debidamente bautizados y reconocidos: todos llevan tu nombre, Concha. No importa cuán enloquecida pueda sentirme a veces. No siempre entiendo dónde estoy, si es invierno o verano, si soy real o soy una ilusión, una mujer en una playa levantina. Pero sí sé mi nombre y sé quién soy, desde que descubrí que estaba enamorada de una dueña lejana que me atormenta.
L.
Diez horas después:
Conchita querida:
Vuelvo sobre tu carta. No sé cuántos pensamientos me inspira. Tenemos una opción de libertad, para elegir una especie de determinismo ferroviario.
Yo no te rindo fidelidad a vos. (Lo explico por las dudas y para que no haya más malentendidos). Me la doy a mí misma, como dije. Como está escrito. Y desde luego, tampoco puedo esperar semejante cosa de una mujer casada. Y me temo que de ninguna otra, sea cual sea su estado civil. No renuncié a mi felicidad con «esa chica»: elegí vivir una vida genuina con prescindencia de cualquier otra. Además, ya te he contado que hace muchos años que vivo sola. Mi libertad, mi independencia y un cierto desapego es un estatus no negociable. Claro que esta relación-comunicación ha de ser libre! Ya aprendí que la codependencia no trae más que angustias y decepciones.
Tampoco pensaba pedir tu blanca mano en matrimonio. Aunque podría haber sido en otras circunstancias! Yo puedo ser tu confidente, tu amiga, tu hermana, tu amante. Una alumna en muchas cosas. También una maestra para vos, en otras. Es cierto aquello de que todos, hasta las personas más simples, tenemos algo que enseñar al otro. Y de seguro, si estamos en esto de escribirnos, de comprendernos, algo habrá que la otra necesita aprender o comprender del todo. Hace ya mucho tiempo que dejé de creer en las casualidades, en el azar o en el indiferente designio de los dioses.
Podríamos tener muchos vínculos distintos. Quizá ya es hora de elegir alguno. Y también sería importante negociar los límites.
Elijo ser tu amiga. Te elijo como amiga. Regresemos a la casa de Mitilene. Empecemos de nuevo. Estás de acuerdo?
Y, Conchita, no estaba ofendida, porque nada hiciste que fuera ofensivo. Estaba enojada porque… Un día, andando el tiempo terrenal e inexorable de nuestra recta vía, cuando nuestra amistad esté ya más consolidada en la confianza, quizá te cuente bien qué ha sido. A esto le llamo yo aceptar enteramente tus términos.
No me olvido de un sabio dicho que aprendí de un maestro de Falun Dafa: «Que no se ponga el sol sobre tu enojo». Ya te pedí perdón en el
mail
. Lo diré con palabras de Ricardo Reis:
«Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río. / Sosegadamente miremos de hito en hito su curso y aprendamos / que la vida pasa, y no estamos con las manos tomadas. / (Enlacemos las manos). / Después pensemos, adultas criaturas, que la vida / pasa y no permanece, nada deja y jamás regresa».
Solo es la primera estrofa, porque, si lo transcribo todo, sería un perdón muy largo! Estoy segura de que ya lo conocías, pero es tan hermoso que no me quise privar de escribirlo y saborearlo una vez más. Espero que te guste, porque imagino que es algo más de tu estilo, y ya va siendo hora de compensar con versos delicados los muchos párrafos esotéricos que te di.
Buenas noches, amiguita.
Laura.
Dos horas después:
Lauri querida:
Me conmueve que regreses a nuestra casa de Mitilene. ¿Qué nos defenderá de las ofensas de la lejanía si perdemos ese rincón que empezábamos a sentir tan nuestro? Cuando aquí es de noche, allá es de día. Todo está tan trastocado que necesitamos un lugar donde sea siempre lo mismo para las dos.
¿Habitarás de nuevo esa casa para mí? ¿Me harás sentir que regreso a ti, después de la labor del día, al lugar apacible y tranquilo?
Dices por boca de Reis: Desenlacemos las manos… Amémonos tranquilamente, pensando que podríamos, si quisiésemos, intercambiar besos y abrazos y caricias, pero más vale permanecer sentadas al lado una de la otra oyendo correr el río y observándolo.
Si tú amas y yo amo, no podremos jamás desenredarnos de nuestro cuerpo limitado que busca en el placer del otro la consumación del amor. Nos separa un abismo de agua y olvido, pero el amor puede transitarlo. No quieras romper esos lazos nunca más, por caridad.
No quiero seguir ahora. No te quiero decir cuánto te quiero ni la angustia de las últimas horas, porque quiero que esto llegue pronto a ti por si te encuentra despierta y puedes responderme.
Te adoro y sufro,
C.
Diez minutos después:
Conchita:
No tengo tiempo de escribirte ahora. Ya me estoy yendo para la biblioteca. Tengo al menos una o dos palabras más exactamente. Las tenía guardadas para dártelas en recatadas dosis. Ya no puedo. Y aunque podrían parecer (solo parecer) obsesivas, es por empezar a ponerme al día con ellas y contigo:
Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Y te amo.
Laura.
Un día después:
¡Qué agonía, Laura de mi alma, estas lejanías y estas añoranzas! Intento ser objetiva y contemplar desde fuera esta hoguera que me consume, mi amor desbocado que se alimenta de releer tus cartas y de contemplar tus fotos no sé cuántas veces al día, nunca satisfecha, siempre náufraga en un mundo que ha dejado de interesarme, siempre con sed de ti, siempre hambrienta por tenerte y no tenerte. ¡Y pensar que a veces he contemplado esta locura en otras con la arrogancia de la que cree haber superado esos sentimientos elementales, pueriles, primarios!
¿Y ahora qué? Colgada de ti, de tu amor, de la imagen que me he forjado de ti, soñando encuentros que no son más que un único y añorado encuentro sobre las arenas de una playa imaginaria que ya ha ganado una existencia más densa que todas las otras realidades que me rodean, entre las sábanas de una cama acogedora en la que se centra ahora mi universo, ansiando tenerte, explorarte, lamerte, cogerte, regarte, hendirte, poseerte, aspirarte…
Me miro en el espejo las imperfecciones, el vientre flácido, las horribles ojeras, pensando en nuestro encuentro, temiéndolo acaso porque ahora me parecen demasiado evidentes las huellas de los años. Me gustaría presentarme ante ti como la muchachita que fui y que muy en mis adentros sigo siendo, pero aquí están los estragos de los partos, de la vida…. ¿Serás compasiva con mis imperfecciones?
Me he levantado hoy, tarde y con la cabeza menos confusa que ayer. He puesto música y te escribo estas líneas antes de comenzar con los quehaceres.
Te estoy escribiendo tonterías, un poco como si hablara en voz alta, sin interlocutor. Bueno, en cierto modo, te he adentrado tanto en mí que hablar contigo es como hablar conmigo. Lo que ocurre es que a veces pongo barreras y me digo: Tú sabes que tu Lauri a veces tiene arranques de ira, no la provoques, es mejor que sea dulce siempre, sigue enredada en esa trampa de enamoradas que es su cabellera incendiada y no te plantees otras cosas. El mundo gira y tú eres feliz dentro de tu desgracia de quererla y no tenerla. Que te baste con eso. Otras (mis amigas encopetadas) no tienen amor o no lo esperan. Reflexiones así, tan tontas.
Un beso cálido en tus labios cuidando no despertarte. Ahora estarás dormidita en la almohada, quizá notes, entre sueños, que te paso la lengua por la nuca, que aspiro tu perfume nocturno. Te quiero.
C.
PD: ¿Me enviarás nuevas fotos? Quiero también fotos antiguas, de pequeña, escolares, de primera comunión, quiero verte crecer. Por mi parte, he buscado en álbumes antiguos algunas fotos de mi juventud para enviarte. No me gusta ninguna. En todas me veo inapropiada, gorda, y esos pelos y esas permanentes y esos pantalones de pata de elefante. No sé cómo nos atrevíamos a vestir como fantoches. Total, no he encontrado ninguna adecuada, pero sí muchas de familiares y amigos que ya no están, lo que me produce una gran melancolía. Los días, los años, Lauri, se nos van entre las manos, no hacemos nada, simplemente nos entregamos a la herida del tiempo.
C.
Tres horas después:
Ay, Conchita: mi dueña tan apegada a la carne, insufrible coqueta! Qué guachita insoportable! Te adoro, Concha! Voy a hacerme un café con leche y luego sigo, porque de todos modos apenas si puedo teclear.