Muerto y enterrado (30 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto y enterrado
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—Agh —dije de corazón, o puede que desde las entrañas—. Oh, qué asco. —Ni siquiera era capaz de imaginar qué tipo de «amor» serían capaces de hacer. Lo que yo había visto no se le parecía en nada—. Y nunca te acusaría de optar por el camino menos peligroso —añadí, después de recuperarme de la náusea—. Todo el mundo es peligroso. —Claudine me dedicó una mirada llena de intención—. ¿Qué tipo de nombre es Breandan? —pregunté después de observar un rato a Claudine mientras hacía punto a gran velocidad y con mucho garbo. No estaba muy segura de cómo acabaría siendo el rizado jersey verde, pero el efecto no era malo.

—Irlandés —dijo—. Todos los antiguos de esta parte del mundo son irlandeses. Claude y yo teníamos nombres irlandeses también. Me parecía una estupidez. ¿Por qué no escoger por nosotros mismos? Nadie es capaz de deletrearlos o pronunciarlos correctamente. Mi antiguo nombre suena a gato escupiendo una bola de pelo.

Permanecimos en silencio durante unos minutos.

—¿Para quién es el jersey? ¿Es que vas a tener un crío? —pregunté con mi nueva voz ronca y baja. Intentaba que sonase a broma, pero no conseguí pasar de escalofriante.

—Sí —contestó, alzando la cabeza para mirarme. Le brillaba la mirada—. Voy a tener un bebé, un hada pura.

Estaba desconcertada, pero intenté disimularlo con la mayor sonrisa de la que mi cara era capaz.

—¡Eso es genial! —dije. Me preguntaba si sería una grosería preguntar sobre la identidad del padre. Probablemente sí.

—Sí —dijo seriamente—. Es maravilloso. No somos una raza muy fértil, y la enorme cantidad de hierro que hay en el mundo ha reducido nuestra natalidad drásticamente. Cada siglo que pasa somos menos. Soy muy afortunada. Es una de las razones por las que nunca me acuesto con humanos, aunque a veces me encantaría; algunos son deliciosos. Pero no me gustaría desperdiciar un ciclo fértil con un humano.

Siempre había creído que era su anhelado ascenso al estado angelical lo que le impedía acostarse con sus numerosos admiradores.

—Entonces, el padre es un hada —señalé, tanteando con sigilo el tema de la identidad paterna—. ¿Hace mucho que sales con él?

Claudine se rió.

—Sabía que era mi momento de fertilidad. Sabía que era un hombre fértil; no estábamos demasiado emparentados. Nos encontramos deseables el uno al otro.

—¿Te ayudará a criar al bebé?

—Oh, sí, estará ahí para cuidarlo durante sus primeros años.

—¿Podré conocerle? —pregunté. De un modo extrañamente remoto, estaba encantada con la felicidad de Claudine.

—Por supuesto… Si ganamos esta guerra y el tránsito entre ambos mundos sigue siendo posible. Casi siempre está en el mundo feérico —explicó Claudine—. No le va demasiado la compañía humana. —Lo dijo como si hablase de alguien que es alérgico a los gatos—. Si Breandan se sale con la suya, el mundo feérico quedará sellado, y todo lo que hayamos construido en este mundo habrá desaparecido. Las cosas maravillosas que han inventado los humanos y que nosotros podemos usar, el dinero que hemos invertido para financiar esos inventos…, todo desaparecerá. Sería pernicioso hasta para los humanos. Invierten tanta energía y tanta deliciosa emoción. Son sencillamente… divertidos.

El nuevo tema de conversación me distraía mucho, pero me dolía la garganta, y, al no poder responder, Claudine perdió interés en la conversación. A pesar de volver a su tarea con las agujas, me preocupó percatarme de que, al cabo de los minutos, cada vez se mostró más inquieta y alerta. Se oían ruidos en el pasillo, como si la gente se moviese por el edificio con mucha prisa. Claudine se levantó y se asomó por la estrecha puerta. A la tercera vez que lo hizo, la cerró y echó el pestillo. Le pregunté qué pasaba.

—Problemas —dijo—. Y Eric.

«Nunca cambiará», pensé.

—¿Hay más pacientes aquí? ¿Es esto como un hospital?

—Sí —respondió—. Pero Ludwig y sus asistentes están evacuando a los pacientes que pueden caminar.

Estaba todo lo asustada que las circunstancias permitían, pero mis agotadas emociones empezaron a reavivarse a medida que me contagiaba de su preocupación.

Al cabo de media hora, alzó la cabeza y estuve segura de que escuchaba atentamente.

—Eric está de camino —avisó—. Tendré que dejarte con él. No puedo cubrir mi olor como el abuelo. —Se levantó y abrió la puerta.

Eric apareció sin hacer un ruido; un instante estaba mirando a la puerta y al siguiente él ocupaba el espacio. Claudine recogió sus cosas y se marchó, manteniéndose tan alejada de Eric como se lo permitía la estancia. Las fosas nasales del vampiro se dilataron ante el delicioso aroma del hada. Claudine desapareció y Eric se acercó a la cama, mirándome fijamente. No me sentía especialmente contenta, así que deduje que hasta el vínculo estaba bajo mínimos, al menos por el momento. La cara me dolía tanto cada vez que cambiaba de expresión que no hacía falta que nadie me dijera que estaba cubierta de moratones y cortes. La visión de mi ojo izquierdo estaba horriblemente borrosa. No necesitaba un espejo para saber el aspecto tremendo que presentaba. En ese momento, me daba todo igual.

Eric empleó todas sus fuerzas para no manifestar la ira que lo corroía, pero no se le dio muy bien.

—Putas hadas —dijo, y su labio se torció en un gruñido.

Creo que era la primera vez que le oía jurar.

—Están muertos —susurré, procurando emplear el menor número de palabras.

—Sí. No merecían una muerte tan rápida.

Asentí (cuanto pude) para mostrar mi total acuerdo. De hecho, merecería la pena devolverles a la vida para volver a matarlos lentamente.

—Te voy a mirar esas heridas —dijo Eric. No quería sobresaltarme.

—Vale —respondí, a pesar de saber que el panorama sería bastante lamentable. Lo poco que llegué a ver al levantarme el camisón cuando fui al baño me pareció tan horrible que no quise examinarme más a fondo.

Con una pulcritud clínica, Eric dobló poco a poco las sábanas. Llevaba puesto el típico camisón de hospital (una podía imaginarse que en un hospital para seres sobrenaturales habría algo más exótico), que, por supuesto, me llegaba justo por encima de las rodillas. Tenía las piernas llenas de marcas de mordeduras, marcas profundas. Incluso había puntos donde faltaba la carne. Al verme las piernas, recordé la «Semana de los tiburones», en el Discovery Channel.

Ludwig había vendado las más feas, y estaba segura de que había puntos bajo la gasa blanca. Eric permaneció absolutamente quieto durante un largo instante.

—Levántate el camisón —ordenó, pero cuando se dio cuenta de que mis brazos y manos estaban demasiado débiles como para cooperar, lo hizo él.

Se habían ensañado con las partes más blandas, así que el panorama era desagradable, de hecho asqueroso. Tras una fugaz mirada, tuve que apartar la vista. Mantuve los ojos cerrados, como una cría cuando se enfrenta a una película de terror. No me extrañaba que me doliese tanto. No volvería a ser la misma persona, ni mental, ni físicamente.

Al cabo de un largo instante, Eric volvió a taparme y me dijo:

—Vuelvo enseguida —y oí que salía de la habitación. Volvió al poco tiempo con un par de botellas de TrueBlood. Las dejó en el suelo, junto a mi cama.

—Hazme sitio —pidió, y yo alcé la mirada hacia él, confundida—. Hazme sitio —repitió, impaciente. Entonces me di cuenta de que no podía, y él puso un brazo bajo mi espalda y otro bajo mis rodillas para apartarme al otro lado de la cama. Afortunadamente, era más ancha que las camas de hospital habituales y no tuve que volverme de costado para hacerle hueco.

—Te voy a alimentar —dijo Eric.

—¿Qué?

—Te voy a dar sangre. Si no, la curación llevará semanas. No tenemos tanto tiempo. —Lo dijo con tanto frío aplomo, que sentí que los hombros al fin se me relajaban. No me había dado cuenta de la gravedad de mis heridas. Eric se mordió la muñeca y la puso ante mi boca—. Toma —continuó, como si no tuviese otra alternativa.

Deslizó su brazo libre bajo mi cabeza. No iba a ser nada divertido o erótico, como un pellizco mientras haces el amor. Y, por un momento, me pregunté por qué no cuestionaba nada de lo que estaba pasando. Pero había dicho que no teníamos tiempo. Por una parte, sabía lo que eso significaba, pero, por la otra, estaba demasiado débil como para hacer algo más que considerar el tiempo como un hecho fugaz e irrelevante.

Abrí la boca y tragué. Me dolía tanto y me sentía tan sobrecogida por el estado de mi cuerpo, que no me pensé dos veces si era apropiado o no lo que estaba haciendo. Sabía que los efectos de la ingesta de sangre vampírica serían rápidos. Su muñeca se curó una vez, y la reabrió.

—¿Estás seguro de lo que haces? —le pregunté mientras se mordía por segunda vez. La garganta me ardía de dolor y no tardé en lamentar haber pronunciado una frase entera.

—Sí —dijo—. Sé dónde está el límite. Y me alimenté bien antes de venir. Necesitas poder moverte. —Se comportaba de un modo tan práctico que empecé a sentirme un poco mejor. No podría haber soportado su lástima.

—¿Moverme? —La idea me inundó de ansiedad.

—Sí. En cualquier momento los seguidores de Breandan podrían encontrar este sitio… Y lo harán. En estos momentos estarán rastreando tu olor. Hueles a las hadas que te lastimaron, y saben que Niall te quiere tanto como para matar a los de su especie por ti. Darte caza les haría muy, muy felices.

Ante la idea de más problemas, dejé de beber y empecé a llorar. La mano de Eric me acarició con dulzura, pero dijo:

—Para ya. Tienes que ser fuerte. Estoy muy orgulloso de ti, ¿me oyes?

—¿Por qué? —Puse la boca en su muñeca y volví a beber.

—Sigues de una pieza. Sigues siendo una persona. Neave y Lochlan han dejado a hadas y vampiros hechos unos harapos, literalmente harapos… Pero tú has sobrevivido, y tu alma y tu personalidad siguen intactas.

—Me rescataron. —Tomé aire y volví a su muñeca.

—Habrías sobrevivido a mucho más. —Eric se inclinó para coger una de las botellas de TrueBlood y se la bebió de un trago.

—No lo habría deseado. —Volví a respirar hondo, consciente de que la garganta aún me dolía, pero no tanto—. Apenas me quedaban ganas de vivir después de…

Me besó en la frente.

—Pero sobreviviste. Y ellos están muertos. Y eres mía, y serás mía. No te pondrán una mano encima.

—¿De verdad crees que vienen hacia aquí?

—Sí. La gente que le queda a Breandan encontrará este sitio tarde o temprano, si no lo hace Breandan en persona. No tiene nada que perder y sí un orgullo que mantener. Me temo que será más pronto que tarde. Ludwig ha evacuado a casi todos los pacientes. —Giró un poco la cabeza, como si escuchase algo—. Sí, la mayoría se ha ido.

—¿Quién más queda?

—Bill está en la habitación de al lado. Clancy le ha estado dando sangre.

—¿No pensabas darle tú?

—Si tú resultabas irrecuperable… no, no le habría dado.

—¿Por qué? —pregunté—. Vino a rescatarme. ¿Por qué enfadarse con él? ¿Dónde estabas tú? —La rabia me laceraba la garganta.

Eric se sobresaltó apenas un milímetro, toda una reacción en un vampiro de su edad. Apartó la mirada. No podía creer que estuviese diciendo esas cosas.

—Tampoco es que estuvieses obligado a venir a rescatarme —continué—, pero no hubo un momento, ni uno, en el que no desease que acudieras. Recé por que así fuera, pensé que me oirías…

—Me estás matando —me dijo—. Me estás matando. —Se estremeció a mi lado, como si apenas pudiera encajar mis palabras—. Te lo explicaré —añadió con voz queda—. Lo haré. Lo comprenderás. Pero ahora no queda tiempo. ¿Notas mejoría?

Pensé en ello. No me sentía tan mal como antes de tomar la sangre. Los agujeros de mi piel picaban de forma insoportable, lo que significaba que se estaban curando.

—Noto que estoy curándome —dije cuidadosamente—. Oh, ¿sigue Tray Dawson aquí?

Me miró con expresión muy seria.

—Sí, no han podido evacuarlo.

—¿Por qué no? ¿Por qué no se lo ha llevado la doctora Ludwig?

—No sobreviviría a la evacuación.

—No —dije, pasmada a pesar de todo lo que había soportado.

—Bill me habló de la sangre de vampiro que ingirió. Esperaban que enloqueciera y te hiciera daño, pero que te dejara sola ya les fue de bastante ayuda. Lochlan y Neave se retrasaron; los encontraron un par de guerreros de Niall, les atacaron y tuvieron que luchar. Después, decidieron vigilar tu casa. Querían asegurarse de que Dawson no venía a socorrerte. Bill me llamó para decirme que él y tú fuisteis a casa de Dawson. Para entonces, él ya estaba en sus manos. Se divirtieron con él antes de…, antes de atraparte.

—¿Tan mal está? Creía que los efectos de la sangre de vampiro ya se habrían pasado. —No podía imaginarme a ese hombretón, el licántropo más duro al que conocía, sufriendo una derrota.

—La sangre de vampiro que usaron no era más que un vehículo para el veneno. Nunca lo habían intentado con un licántropo, supongo, porque hizo falta mucho tiempo para que surtiese efecto. Y después practicaron sus artes en él. ¿Puedes levantarte?

Traté de convencer a mis músculos para realizar el esfuerzo.

—Creo que todavía no.

—Te llevaré yo.

—¿Adónde?

—Bill quiere hablar contigo. Tienes que ser valiente.

—Mi bolso —dije—. Necesito coger algo.

Sin decir nada, Eric cogió el bolso de suave tela, ahora dañado y manchado, y lo dejó a mi lado. Con gran concentración, fui capaz de abrirlo y hurgar dentro. Eric arqueó las cejas al ver lo que sacaba, pero oyó algo fuera que mudó su expresión en alarma. Se incorporó, deslizó los brazos bajo mi cuerpo y se irguió con la misma facilidad que si llevase un plato de espaguetis. Se detuvo ante la puerta y yo conseguí girar el pomo. Empujó la puerta con un pie y salimos al pasillo. Comprobé que nos encontrábamos en un viejo edificio, una especie de pequeña empresa que había sido reconvertida a su actual función. Había puertas por todo el pasillo, así como una sala de control enmarcada en una cabina de cristal a medio camino. Pude ver a través del cristal que en el otro extremo había una especie de almacén en penumbra. La escasa luz bastaba para delatar que estaba vacío, salvo por algunos desechos, como estanterías desvencijadas y repuestos de maquinaria.

Giró a la derecha para entrar en la habitación del fondo del pasillo. De nuevo, hice los honores con el pomo, aunque esta vez no resultó tan agónico.

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