Read Muerto y enterrado Online
Authors: Charlaine Harris
Tray estaba sentado en la cocina cuando Bubba y yo entramos. Por primera vez desde que lo conocía, el hombretón pareció desconcertado. Pero fue lo bastante inteligente como para no decir nada.
—Tray, te presento a mi amigo Bubba —dije—. ¿Dónde está Amelia?
—Está arriba. Tengo que hablar contigo de ciertos asuntos.
—Ya me imaginaba. Bubba está aquí por lo mismo. Bubba, te presento a Tray Dawson.
—¡Qué hay, Tray! —Bubba le estrechó la mano entre risas, porque había hecho un pareado. Su transición de los vivos a los no muertos no había ido bien. Su chispa vital era tan débil y las drogas se habían extendido tanto por su organismo cuando lo convirtieron en el depósito, que Bubba tuvo suerte de acabar como acabó.
—Hola —dijo Tray con cautela—. ¿Cómo te va… Bubba?
Me alegró que Tray se ciñera al nombre.
—Muy bien, gracias. Tengo sangre en la nevera ahí fuera, y la señorita Sookie tiene TrueBlood en el frigorífico, o al menos solía tener.
—Sí, aún me queda —dije—. ¿Te apetece sentarte, Bubba?
—No, señorita. Creo que cogeré una botella y me iré al bosque. ¿Bill sigue viviendo al otro lado del cementerio?
—Sí.
—Siempre es bueno tener amigos cerca.
No estaba segura de poder considerar a Bill como un amigo, nuestra historia era demasiado compleja para ello. Pero sí lo estaba, y completamente, de que me ayudaría si me encontrase en peligro.
—Sí —dije—. Está muy bien.
Bubba hurgó en la nevera y apareció con dos botellas. Las alzó hacia Tray y hacia mí, y cogió la puerta con una sonrisa.
—Por Dios bendito —dijo Tray—. ¿Es quien creo que es?
Asentí mientras me sentaba frente a él.
—Eso explica por qué tanta gente dice que lo ha visto —respondió—. Bueno, escucha, él vigila ahí fuera y yo aquí dentro. ¿Te parece bien?
—Sí. Supongo que has hablado con Alcide.
—Sí. No quiero meterme en tus asuntos, pero me habría gustado saber todo esto de tu boca. Sobre todo por lo que le comentaste a Amelia de Drake. Está molesta porque cree haber colaborado con el enemigo sin saberlo. De haber sabido de tus problemas, nos habríamos encargado de que no se fuese de la lengua. Lo habría matado en cuanto se me hubiese presentado. Nos habríamos ahorrado muchos problemas. ¿Lo has pensado?
Tray no era de los que se iban por las ramas.
—Creo que sí te estás metiendo en mis asuntos, Tray. En calidad de amigo mío y novio de Amelia, te digo lo que creo que puedo sin poner en peligro vuestra vida. Jamás se me ocurrió que los enemigos de Niall tratarían de obtener información mía a través de mi compañera de piso. Y no sabía que no fueras capaz de distinguir un hada de un humano. —Tray dio un respingo—. Puede que no quieras responsabilizarte de mi seguridad, teniendo en cuenta que tu novia está bajo el mismo techo que la mujer a la que tienes que proteger. ¿Es un conflicto demasiado grande para ti?
Tray se me quedó mirando fijamente.
—No, quiero el trabajo —contestó, y por muy licántropo que fuese, supe que su verdadero objetivo era proteger a Amelia. Como vivíamos juntas, podía matar dos pájaros de un tiro protegiéndome a mí—. Más que nada porque a ese Drake le debo una. Nunca supe que era un hada, y no sé cómo consiguió engañarme. Tengo buen olfato.
El orgullo de Tray estaba herido. Eso podía comprenderlo.
—El padre de Drake puede ocultar su olor, incluso de los vampiros. Quizá Drake pueda hacer lo mismo. Además, no es un hada puro. Es medio humano, y su nombre auténtico es Dermot.
Tray asimiló la información y asintió. Supe que él se sentía mejor. Intenté averiguar si se podía decir lo mismo de mí.
Tenía mis recelos en cuanto al acuerdo. Pensé en llamar a Alcide para explicarle por qué pensaba que Tray no era el guardaespaldas ideal, pero decidí reprimirme. Tray Dawson era un gran luchador y haría todo lo posible por mí… hasta el momento en que tuviese que escoger entre Amelia y yo.
—¿Y bien? —dijo, y me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo callada.
—El vampiro puede vigilar por la noche y tú de día —sugerí—. No debería tener problemas mientras esté en el bar. —Volví a colocar mi silla y salí de la cocina sin decir nada más. Debo admitir que, lejos de aliviarme, me sentía más preocupada. Creía haber hecho bien en solicitar un activo extra de protección, pero ahora estaría preocupada por los hombres que me ofrecían ese extra.
Me preparé para meterme en la cama sin prisas, admitiendo que albergaba la esperanza de que Eric hiciese su aparición. Me habría encantado contar con su particular terapia de relajación para dormir. Probablemente me pasaría toda la noche tumbada a la espera del siguiente ataque. Pero resultó que, como estaba tan cansada de la noche anterior, me quedé dormida antes de lo que esperaba.
En vez de mis habituales sueños aburridos (clientes que no paran de llamarme mientras me apresuro para que me dé tiempo, la aparición de moho en el baño), esa noche soñé con Eric. En mi sueño era humano y caminaba conmigo bajo el sol. Por curioso que parezca, se dedicaba a vender pisos.
Cuando miré el reloj a la mañana siguiente, era muy temprano, al menos para mí: las ocho. Me levanté con una sensación de alarma. Me pregunté si había tenido una pesadilla de la que no me acordaba. Quizá mi sentido telepático había captado algo, incluso mientras dormía, algo maligno, algo torcido.
Me tomé un momento para analizar mi propia casa, que no era precisamente mi manera favorita de empezar el día. Amelia se había ido, pero Tray estaba allí, y tenía problemas.
Me puse la bata y las chanclas y me asomé al pasillo. En cuanto abrí la puerta oí que lo estaba pasando mal en el cuarto de baño más cercano.
Algunos momentos deberían ser completamente privados, y esos en los que vomitas son los primeros de la lista. Pero los licántropos suelen tener una salud de hierro, y ése era el tipo al que habían enviado para protegerme y se encontraba claramente (perdonad por la expresión) enfermo como un perro.
Aguardé hasta notar una pausa en los sonidos.
—Tray, ¿puedo hacer algo para ayudarte? —pregunté.
—Me han envenenado —dijo, tosiendo.
—¿Llamo a un médico? ¿A uno humano? ¿O a la doctora Ludwig?
—No —contestó, tajante—. Estoy intentando deshacerme del veneno. —Boqueó después de otro ataque de náuseas—. Pero es demasiado tarde.
—¿Sabes quién te ha envenenado?
—Sí. La nueva novia… —Se quedó en silencio unos segundos—. En el bosque. La nueva zorra de Bill el vampiro.
Tuve una reacción instintiva.
—No estaba con ella, ¿verdad?
—No, ella… —Más ruidos horribles—. Parecía venir desde su casa, dijo que era su…
Yo sabía sin un asomo de duda que Bill no tenía nueva pareja. Aunque me abochornaba un poco admitirlo, estaba segura de que eso era así porque sabía que él aún ansiaba recuperarme. Y que no pondría esos anhelos en peligro permitiendo que otra compartiese su lecho o que merodease por los bosques a riesgo de encontrarse conmigo.
—¿Qué era? —pregunté, apoyando la frente contra la fría puerta de madera. Empezaba a cansarme de gritar.
—Una colmillera. —Noté cómo la mente de Tray se retorcía entre las brumas del malestar—. Al menos parecía humana.
—Igual que Dermot. Y bebiste algo que te ofreció. —Podía parecer cruel por mi parte resultar incrédula, pero es que… ¡hay que ver!
—No pude evitarlo —dijo muy lentamente—. Tenía mucha sed. Tuve que beber.
Había sido objeto de un hechizo de compulsión.
—¿Y qué fue lo que bebiste?
—Sabía a vino —gimió—. ¡Maldita sea, debía de ser sangre de vampiro! ¡Ahora puedo saborearla en la boca!
La sangre de vampiro seguía siendo la droga de moda en el mercado negro, y las reacciones humanas variaban tanto que tomarla era como jugar a la ruleta rusa, en más de un sentido. Los vampiros odiaban a los drenadores que recopilaban la sangre porque a menudo los dejaban expuestos a la luz del sol. Por ello, los vampiros también despreciaban a los consumidores de dicha sangre, ya que eran quienes conformaban el mercado. Algunos consumidores se volvían adictos a los efectos de éxtasis que producía la sangre, y a veces llegaban a intentar hacerse con el material directamente de la fuente en una especie de ataque suicida. De vez en cuando, se volvían frenéticos y mataban a otros humanos. En todo caso, era muy mala prensa para los vampiros, que intentaban integrarse en la sociedad.
—¿Y por qué lo hiciste? —pregunté, incapaz de ocultar la rabia en mi voz.
—No pude evitarlo —dijo, y la puerta del baño se abrió finalmente. Retrocedí dos pasos. Tray tenía mal aspecto y olía aún peor. No llevaba más que los pantalones del pijama, y la amplia superficie de vello pectoral estaba justo a la altura de mis ojos. Estaba cubierto de diminutas pústulas.
—¿Cómo que no?
—No pude… no beber. —Sacudió la cabeza—. Y luego volví y me metí en la cama con Amelia. No dejé de dar vueltas toda la noche. Me levanté cuando el R… Bubba entraba y se metía en el armario. Dijo algo de una mujer que le habló, pero ya me sentía bastante mal y no recuerdo qué contó exactamente. ¿La ha mandado Bill? ¿Tanto te odia?
Levanté la mirada y me encontré con sus ojos.
—Bill Compton me quiere —dije—. Nunca me haría daño.
—¿A pesar de que ahora te tiras al rubio alto?
Amelia no podía callarse nada.
—A pesar de que ahora me tire al rubio alto —respondí.
—Amelia dice que no puedes leer la mente de los vampiros.
—No, no puedo. Pero algunas cosas saltan a la vista.
—Ya. —Aunque Tray no tenía fuerzas suficientes para parecer escéptico, hizo un buen intento—. Tengo que meterme en la cama, Sookie. Hoy no podré cuidar de ti.
Eso ya lo veía.
—¿Por qué no intentas ir a casa y descansar en tu propia cama? —le propuse—. Tengo que ir a trabajar y siempre habrá alguien cerca.
—No, hay que cubrirte.
—Llamaré a mi hermano —dije, sorprendiéndome a mí misma—. Ahora no tiene que trabajar y es una pantera. Debería poder vigilarme la espalda.
—Vale. —Tray tenía que estar hecho una mierda para no discutir, sabiendo que no era ningún fan de Jason—. Amelia sabe que no me siento bien. Si hablas con ella antes que yo, dile que la llamaré esta noche.
El licántropo se arrastró hasta su camioneta. Esperaba que estuviera lo bastante bien como para conducir hasta casa. Le expresé mi preocupación, pero se limitó a saludar con la mano mientras se alejaba por el camino.
Con una extraña sensación de entumecimiento, contemplé cómo se marchaba. Por una vez había optado por el camino de la prudencia; había llamado a mis protectores para que me ayudaran. Pero la cosa no había funcionado nada bien. Alguien que no podía atacarme en casa (asumí que por las buenas artes mágicas de Amelia), se las había arreglado para asaltarme de otra manera. Murry había aparecido fuera, y ahora algún hada se había encontrado con Tray en el bosque, obligándolo a beber sangre de vampiro. Eso podría haberlo vuelto loco; podría habernos matado a todos. Supongo que para las hadas eran todo ventajas. Aunque no había perdido la cabeza ni nos había matado a mí ni a Amelia, se había puesto tan malo que estaría alejado del negocio de guardaespaldas un tiempo.
Atravesé el pasillo para ir a mi habitación en busca de algo de ropa. Iba a ser un día duro, y siempre me sentía mejor si estaba vestida a la hora de lidiar con una crisis. No sé por qué, pero hay algo en el momento de ponerme la ropa interior que me hace sentir más capaz.
Cuando estaba a punto de entrar en mi habitación, sufrí el segundo sobresalto de la mañana. Algo parecía haberse movido en el salón. Me detuve en seco y tomé una larga y entrecortada bocanada de aire. Mi bisabuelo estaba sentado en el sofá, pero me llevó un horrible instante reconocerlo. Se levantó, mirándome con cierto asombro al verme respirar con pesadez y poner la mano sobre el pecho.
—Hoy no tienes buen aspecto —observó.
—Sí, bueno, es que no esperaba visitas —dije, recuperando el aliento. Él tampoco parecía estar muy bien, cosa que resultaba toda una novedad. Tenía la ropa manchada y raída y, a menos que me equivocase mucho, estaba sudando. Mi bisabuelo y príncipe feérico presentaba un aspecto menos que impecable por primera vez desde que lo conocía.
Entré en el salón mirándolo fijamente. A pesar de la temprana hora, ya iba por la segunda puñalada de ansiedad del día.
—¿Qué ha pasado? —pregunté—. Parece que acabas de salir de una pelea.
Titubeó por un instante, como si intentase seleccionar una de muchas noticias.
—Breandan ha tomado represalias por la muerte de Murry —dijo Niall.
—¿Qué ha hecho? —pregunté, llevándome las manos secas a la cara.
—Capturó a Enda anoche y ahora está muerta —dijo. Por su voz, deduje que no fue una muerte rápida—. No llegaste a conocerla, era muy tímida con los humanos. —Se echó atrás un largo mechón de pelo, tan rubio que parecía blanco.
—¿Breandan ha matado a un hada? Las hadas femeninas no abundan, ¿verdad? ¿No lo convierte eso en un acto especialmente horrible?
—Ésa era la intención —dijo Niall con voz desolada.
Por primera vez, me di cuenta de que los pantalones de mi bisabuelo estaban manchados de sangre a la altura de las rodillas, razón por la cual probablemente no se había acercado para abrazarme.
—Tienes que quitarte esa ropa —le aconsejé—. Por favor, Niall, métete en la ducha mientras echo tu ropa a lavar.
—Tengo que irme —dijo, prueba de que ni siquiera había oído lo que le había dicho—. He venido para avisarte en persona a ver si así te tomas la situación con la seriedad que se merece. Una poderosa magia rodea la casa. Sólo he podido aparecer aquí porque ya había estado antes. ¿Es cierto que los vampiros y los licántropos te están protegiendo? Tienes protección extra; puedo sentirlo.
—Tengo guardaespaldas las veinticuatro horas del día —mentí, ya que no quería que se preocupase por mí. Estaba hasta el cuello con sus problemas—. Y sabes que Amelia es una poderosa bruja. No te preocupes.
Se quedó mirándome, pero no creo que me viese en absoluto.
—Tengo que irme —dijo abruptamente—. Quería asegurarme de que estabas bien.
—Vale… Muchas gracias. —Estaba buscando una forma de redondear esa respuesta tan escueta, cuando Niall desapareció de repente de mi salón.
Le había dicho a Tray que llamaría a Jason. No estaba segura de lo sincera que había sido al respecto en ese momento, pero ahora sabía que no me quedaba más remedio. Tal como yo lo veía, el favor de Alcide había expirado; le había pedido ayuda a Tray y éste había quedado fuera del desempeño de su tarea. Ni en broma iba a solicitar que el propio Alcide viniera a cuidar de mí, y tampoco me encontraba cerca de ninguno de los miembros de su manada. Respiré hondo y marqué el número de mi hermano.