Read Muerto y enterrado Online
Authors: Charlaine Harris
—Pam es la única otra persona a la que he invitado a mi casa.
—Sólo se admiten rubias, ¿eh? —dije alegremente.
—Te honro con la invitación. —Su rostro seguía sin transmitir una sola pista. Si no estuviese tan acostumbrada a leer la mente de la gente, quizá habría interpretado mejor su lenguaje corporal. Estaba demasiado acostumbrada a saber lo que la gente quería de verdad, independientemente de las palabras que emplearan para expresarlo.
—Eric, estoy perdida —dije—. ¿Qué te parece si ponemos las cartas sobre la mesa? Sé que esperas de mí cierta reacción, pero no sé cuál.
Parecía confundido. Sí, eso es lo que parecía.
—¿Qué pretendes? —me preguntó, meneando la cabeza. Su precioso pelo rubio cayó sobre su rostro en mechones enredados. Estaba hecho un desastre desde que hicimos el amor. Estaba más guapo que nunca. Qué injusticia.
—¿Cómo que qué pretendo? —Volvió a echarse, y yo me giré para mirarlo—. No creo pretender nada —dije con cuidado—. Pretendía un orgasmo, y he obtenido muchos. —Le sonreí, esperando que fuese la respuesta correcta.
—¿No quieres dejar tu trabajo?
—¿Por qué iba a dejarlo? ¿Cómo iba a ganarme la vida? —pregunté, sorprendida. Entonces lo pillé—. ¿Crees que porque hemos hecho el amor y dices que soy tuya, iba a querer dejar de trabajar y a cuidarte la casa? ¿Pasarme el día comiendo dulces para que tú te pases la noche comiéndome a mí?
Pues sí, a eso se refería. Su expresión lo confirmó. No sabía cómo sentirme. ¿Dolida? ¿Enfadada? No, ya había tenido suficiente de eso por un día. Era incapaz de enviar otra emoción más a la superficie después de la larga noche que llevaba.
—Eric, me gusta trabajar —continué tímidamente—. Necesito salir de casa todos los días y rodearme de gente. Si me alejo, sentiré un clamor de derrota cuando regrese. Es mejor para mí lidiar con todo el mundo, no perder la costumbre de mantener todas esas voces a raya. —Me costaba explicarme—. Además, me gusta estar en el bar. Me gusta ver a todas las personas con las que trabajo. Supongo que servir alcohol a la gente no es precisamente noble o digno de catalogarse como servicio público, puede que todo lo contrario. Pero se me da bien, y va conmigo. ¿Quieres decir…? ¿Qué quieres decir?
Eric parecía inseguro, una expresión que encajaba mal en su rostro, habitualmente tan pagado de sí mismo.
—Es lo que otras mujeres siempre han querido de mí —dijo—. Pretendía ofrecértelo antes de que necesitases pedírmelo.
—No soy ninguna otra mujer —contesté. No era fácil encogerse de hombros dada mi postura en la cama, pero lo intenté.
—Eres mía —dijo. Enseguida se dio cuenta de mi ceño fruncido y trató de arreglarlo apresuradamente—. Eres mi amante, no la de Quinn, ni la de Sam o la de Bill. —Hizo una larga pausa—. ¿No es así? —preguntó.
Una conversación sobre la relación iniciada por el chico. Eso sí que distaba mucho de lo que había oído contar a las otras camareras.
—No sé si el… bienestar que siento contigo se debe al intercambio de sangre o es genuino —le expliqué, escogiendo cada palabra con mucho cuidado—. No creo que hubiera estado tan dispuesta a acostarme contigo esta noche de no ser por el vínculo de sangre, ya que hoy ha sido un día infernal. No puedo decir: «Oh, Eric, te amo, llévame contigo» porque no sé qué es real y qué no. Hasta no estar segura, no pienso cambiar mi vida de forma tan drástica.
Las cejas de Eric empezaron a juntarse, una clara señal de disgusto.
—¿Que si soy feliz cuando estoy contigo? —Puse la mano sobre su mejilla—. Por supuesto que sí. ¿Que si creo que hacer el amor contigo es lo mejor del mundo? Por supuesto que sí. ¿Que si quiero repetir? Puedes estar seguro, aunque no ahora mismo, porque tengo sueño. Pero espero que pronto, y a menudo. ¿Que si me estoy acostando con otro? No. Y no lo haré, salvo que algo me dé a entender que lo único que nos une es el vínculo de sangre.
Parecía estar barajando varias respuestas distintas. Al final dijo:
—¿Lamentas lo ocurrido con Quinn?
—Sí —respondí, ya que quería ser honesta—. Porque vivimos un principio prometedor y he cometido un gran error echándolo. Pero nunca he estado relacionada seriamente con dos hombres a la vez, y no voy a empezar a hacerlo ahora. Mi hombre eres tú.
—Me amas —dijo, asintiendo con la cabeza.
—Te aprecio —contesté cautelosamente—. Siento verdadera lujuria cuando estoy cerca de ti. Disfruto de tu compañía.
—Eso es diferente —dijo Eric.
—Sí que lo es. Pero ya ves que yo no te estoy acosando para que me digas lo que sientes por mí, ¿verdad? Porque estoy bastante segura de que no me gustaría la respuesta. Así que quizá sea mejor que te controles un poco.
—¿No quieres saber lo que siento por ti? —Eric parecía incrédulo—. Es increíble que seas una humana. Las mujeres siempre quieren saber lo que uno siente por ellas.
—Y apuesto a que lo lamentan cuando se lo dices, ¿verdad?
Arqueó una ceja.
—Sólo si les digo la verdad.
—¿Y eso debería tranquilizarme?
—Yo siempre te digo la verdad —insistió, y ya no había rastro de esa sonrisa suya en la cara—. Puede que no te diga todo lo que sé, pero lo que te digo… es verdad.
—¿Por qué?
—El intercambio de sangre funciona en ambas direcciones —explicó—. He tomado la sangre de muchas mujeres. Prácticamente las he tenido bajo mi control. Pero ellas nunca bebieron de la mía. Hace décadas, puede que siglos, desde la última vez que una mujer probó mi sangre. Puede que desde que convertí a Pam.
—¿Suele ser lo habitual entre los vampiros que conoces? —No estaba del todo segura de cómo preguntar lo que quería saber.
Titubeó y asintió.
—Por lo general, sí. Hay vampiros que disfrutan sometiendo al humano al control absoluto…, convirtiéndolo en su Renfield —dijo, empleando el término con cierta aversión.
—Eso es de
Drácula
, ¿verdad?
—Sí, era el siervo humano de Drácula. Una criatura degradada… ¿Por qué iba a querer una eminencia como Drácula a un ser tan rebajado como ése…? —Eric meneó la cabeza, disgustado—. Pero esas cosas pasan. Los vampiros miramos de reojo a aquel de los nuestros que va creando siervo tras siervo. El humano acaba perdido cuando el vampiro asume demasiado control. Cuando el humano es sometido completamente, ya no merece la pena convertirlo. En realidad, ya no merece la pena para nada. Tarde o temprano, hay que matarlo.
—¡Matarlo! ¿Por qué?
—Si el vampiro que ha asumido su control abandona al Renfield, o si el propio vampiro muere…, la vida del siervo deja de tener sentido.
—Hay que sacrificarlos —dije. Como a los perros rabiosos.
—Sí. —Eric apartó la mirada.
—Pero eso no me va a pasar. Y tú no me convertirás nunca. —Lo decía completamente en serio.
—No. Jamás te forzaré al servilismo. Y nunca te convertiré, ya que no es tu deseo.
—Aunque fuese a morir, no me conviertas. Lo odiaría más que cualquier otra cosa.
—Estoy de acuerdo. Por mucho que quiera conservarte conmigo.
Justo después de conocernos, Bill decidió no convertirme a pesar de encontrarme a las puertas de la muerte. Jamás se me ocurrió que pudiera haber estado tentado de hacerlo. En vez de ello, salvó mi vida humana. Aparté la idea para rumiarla más tarde. No es prudente pensar en un hombre cuando estás en la cama con otro.
—Me salvaste del vínculo con Andre —dije—, pero a un precio.
—Si hubiese vivido, yo también habría tenido que pagar un precio. Por muy tibia que fuese su reacción, Andre se habría desquitado por mi intervención.
—Parecía tan tranquilo al respecto aquella noche… —señalé. Eric lo había convencido para que lo dejara hacer el trabajo por él. En ese momento me sentí muy agradecida, ya que Andre me ponía los pelos de punta y yo le importaba un bledo. Recordé mi conversación con Tara: «Si hubiese dejado que Andre compartiera su sangre conmigo esa noche, ahora sería libre, ya que está muerto». Aún no podía decidirme sobre cómo sentirme al respecto; y seguro que había más de una forma.
Esa noche parecía estar convirtiéndose en una montaña de revelaciones. Por mí, ya podía terminar.
—Andre nunca olvidaba a quien le desafiaba —dijo Eric—. ¿Sabes cómo murió, Sookie?
Huy, huy.
—Fue atravesado en el pecho por una enorme astilla de madera —contesté, tragando un poco de saliva. Al igual que Eric, a veces yo tampoco contaba toda la verdad. La astilla no había acabado en su pecho por accidente. Quinn fue el responsable.
Eric se me quedó mirando durante lo que me pareció una eternidad. Sentía mi ansiedad, obviamente. Aguardé a ver si insistía en el tema.
—No echo de menos a Andre —dijo finalmente—. Aunque sí a Sophie-Anne. Era valiente.
—Estoy de acuerdo —afirmé, aliviada—. Por cierto, ¿cómo te estás llevando con tus nuevos jefes?
—De momento, bien. Son muy progresistas. Eso me gusta.
Desde finales de octubre, Eric había tenido que familiarizarse con una nueva estructura de poder mucho más amplia, con los caracteres de los vampiros que la conformaban, y que coordinarse con los nuevos sheriffs. Hasta para él era un sapo difícil de tragar.
—Apuesto a que los vampiros que estaban contigo antes de esa noche se alegraron mucho de jurarte su lealtad, ya que sobrevivieron a la matanza en la que cayeron el resto de sus compañeros.
Eric esbozó una amplia sonrisa. Habría sido aterradora si no estuviese acostumbrada a la extensión de los colmillos.
—Sí —dijo, henchido de satisfacción—. Me deben la vida, y lo saben.
Me rodeó con sus brazos y me apretó contra su frío cuerpo. Yo me sentía plena y satisfecha, y mis dedos se entretuvieron jugueteando con los rizos dorados que pendían de su cabeza. Pensé en la provocadora foto de Eric como Míster Enero en el calendario de los «Vampiros de Luisiana». Me gustaba incluso más la que me había regalado. Me pregunté si podría ampliarla a tamaño póster.
Se rió cuando se lo pregunté.
—Deberíamos pensar en hacer otro calendario —dijo—. Ha sido todo un filón. Si yo puedo sacarte a ti una foto con la misma pose, te regalaré un póster mío.
Lo medité durante veinte segundos.
—No sería capaz de hacerme una foto desnuda —dije, no sin cierto arrepentimiento—. Siempre acaban apareciendo para darte un mordisco en el culo.
Eric volvió a reírse, con voz baja y ronca.
—Hablas mucho de eso —respondió—. ¿Quieres que te muerda el culo? —Aquello condujo a muchas más cosas, maravillosas y divertidas. Tras su feliz culminación, Eric echó una mirada al reloj de mi mesilla—. Tengo que irme —susurró.
—Lo sé —dije. Los ojos me pesaban por el sueño.
Empezó a vestirse para regresar a Shreveport mientras yo estiraba las sábanas y me colocaba para dormir. Me costaba mantener los ojos abiertos, a pesar de que verlo moverse por mi habitación era un panorama incomparable.
Se inclinó para besarme y rodeé su cuello con los brazos. Por un instante, supe que se le había pasado por la cabeza volver a meterse en mi cama. Esperaba que hubieran sido su lenguaje corporal y sus murmullos de placer los que me daban la pista sobre sus pensamientos. De vez en cuando recibía el destello de una mente vampírica, y me ponía los pelos de punta. No creo que fuese a durar demasiado si los vampiros averiguaban que podía leerles la mente, por muy esporádicamente que fuese.
—Quiero poseerte otra vez —dijo, algo sorprendido—. Pero tengo que irme.
—Nos veremos pronto, ¿no? —Estaba lo bastante despierta como para sentir incertidumbre.
—Sí —aseguró. Sus ojos brillaban, como su piel. La marca de su muñeca había desaparecido. Toqué el lugar donde había estado. Se inclinó para besarme en el cuello, donde me había mordido, y sentí cómo me recorría un escalofrío—. Pronto.
Y desapareció. Oí cómo se cerraba la puerta trasera suavemente tras él. Con las pocas energías que me quedaban, me levanté y atravesé la cocina a oscuras para echar el pestillo de la puerta. Vi el coche de Amelia aparcado junto al mío. En algún momento había vuelto a casa sin que me diese cuenta.
Hice una parada en la pila para tomarme un vaso de agua. Conocía la oscura cocina como la palma de mi mano. No necesitaba encender la luz. Mientras bebía, me di cuenta de la sed que tenía. Al girarme para volver a la cama, vi que algo se movía en el linde del bosque. Me quedé quieta mientras mi corazón bombeaba de forma alarmante.
Bill emergió de entre los árboles. Sabía que era él, aunque no podía verle la cara con claridad. Se quedó mirando al cielo, y supe que miraba cómo Eric había salido volando. Así que Bill se había recuperado de la pelea con Quinn.
Supuse que me inundaría el enfado al sentirme vigilada por Bill, pero éste no llegó a aflorar. Al margen de lo que hubiera podido pasar entre los dos, no podía desembarazarme de la sensación de que Bill no se había limitado a espiarme… Había estado cuidando de mí.
Y, desde un punto de vista más práctico, no había nada que pudiera hacer al respecto. No sentía la necesidad de abrir la puerta y disculparme por haber disfrutado de compañía masculina. En ese momento, no me arrepentía de haberme acostado con Eric. De hecho, estaba tan saciada como si hubiese disfrutado de una cena de Acción de Gracias en sexo. Eric no parecía precisamente un pavo. Pero después de imaginármelo sobre la mesa de mi cocina con unos boniatos y una tarta de nubes, sólo fui capaz de pensar en mi cama. Me deslicé bajo las sábanas con una sonrisa dibujada en la cara, y en cuanto toqué la almohada con la cabeza me quedé dormida.
Debí haber imaginado que mi hermano vendría a verme. Lo único que tendría que haberme sorprendido es que no se hubiera presentado antes. Al despertarme al mediodía de la mañana siguiente, tan relajada como una gata bajo el sol, Jason estaba en el jardín trasero, tendido sobre la tumbona que yo había usado el día anterior. Pensé que había hecho bien en no entrar en casa, habida cuenta de las diferencias que había entre los dos.
El día no parecía que fuese a ser tan cálido como el pasado. Hacía frío. Jason llevaba una pesada chaqueta de camuflaje y un gorro de punto. Se limitaba a contemplar el cielo despejado.
Recordé la advertencia de los mellizos y me quedé mirándolo con cuidado; pero no, era el Jason de verdad. La sensación de su mente me resultaba familiar, pero puede que un hada fuese capaz de imitar eso también. Me quedé escuchando un momento. No, era definitivamente mi hermano.