Muerto Para El Mundo (8 page)

Read Muerto Para El Mundo Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
3.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No todos los humanos.

—Es verdad —dijo—. Todos los vampiros somos unos asesinos.

—Pero, en cierto sentido, sois como los leones.

Eric se quedó perplejo.

—¿Como los leones? —preguntó débilmente.

—Todos los leones matan. —Y al instante, aquel concepto fue como una inspiración—. Sois depredadores, como los leones y las aves de rapiña. Pero utilizáis lo que matáis. Tenéis que matar para comer.

—La pega de esta reconfortante teoría es que nuestro aspecto es casi exacto al vuestro. Y además, en su día fuimos como vosotros. Y podemos amaros, además de alimentarnos de vosotros. No irás a decir que a un león le apetecería acariciar a un antílope.

De pronto noté en el ambiente algo que no había existido hasta entonces. Me sentí un poco como un antílope a punto de ser atacado... por un león que era un pervertido.

Me sentía más a gusto cuidando a una víctima aterrorizada.

—Eric —dije con mucha cautela—. Ya sabes que aquí eres mi invitado. Y sabes que si te pido que te marches, cosa que haré si no eres sincero conmigo, te encontrarás en medio del campo vestido únicamente con un albornoz, que además te queda corto.

—¿He dicho algo que te haya incomodado? —Estaba (o aparentaba estar) totalmente arrepentido, sus ojos azules transmitían sinceridad—. Lo siento. Simplemente trataba de continuar tu línea de pensamiento. ¿Tienes más True-Blood? ¿Qué ropa me ha traído Jason? Tu hermano es un hombre muy inteligente. —Cuando me dijo eso, no lo hizo en sentido de admiración. Y no lo culpaba por ello. La inteligencia de Jason iba a costarle treinta y cinco mil dólares. Me levanté para ir a buscar la bolsa de Wal-Mart, esperando que a Eric le gustara su nueva sudadera de los Luisiana Tech Bulldogs y unos vaqueros baratos.

Me acosté hacia medianoche, dejando a Eric absorto con mis cintas de la primera temporada de Buffy, la cazavampiros.

(Aunque me gustó recibirlas, no fueron más que un regalo de Tara para tomarme el pelo). Eric se moría de la risa con la serie, sobre todo cuando vio cómo a los vampiros les sobresalía la frente después de darse un atracón de sangre. De vez en cuando, oía las carcajadas de Eric desde mi habitación. Pero no me molestaba. Me resultaba un consuelo saber que había alguien más en casa.

Tardé un poco más de lo habitual en conciliar el sueño, porque no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido a lo largo del día. Eric estaba, en cierto sentido, acogido al programa de protección de testigos y yo le proporcionaba el piso franco. Nadie en el mundo —excepto Jason, Pam y Chow— sabía dónde estaba en este momento el sheriff de la Zona Cinco.

Estaba metiéndose en mi cama.

No me apetecía abrir los ojos y ponerme a pelear con él. Estaba justo en aquel momento especial que hay entre la vigilia y el sueño. Cuando la noche anterior se había metido en la cama, Eric tenía tanto miedo que había despertado mi instinto maternal y por eso lo había consolado dándole la mano. Pero esta noche, eso de tenerlo acostado a mi lado ya no me parecía tan neutral.

—¿Tienes frío? —murmuré, viendo que se acurrucaba contra mí.

—Hmmm —susurró. Yo estaba tendida boca arriba, tan a gusto que ni se me pasó por la cabeza moverme. Él se había puesto de lado, de cara a mí y me había pasado el brazo por la cintura. Pero no se movió ni un centímetro más y se relajó por completo. Después de un momento de tensión, también conseguí relajarme y me quedé dormida como un tronco.

Lo siguiente que recuerdo es que era de día y sonaba el teléfono. Estaba sola en la cama, claro está, y por la puerta entreabierta veía la habitación pequeña, al otro lado del vestíbulo. La puerta del vestidor estaba abierta, pues debía de haberse ido de mi lado al amanecer para refugiarse en el agujero oscuro.

Hacía un día despejado y la temperatura había subido un poco, tendríamos entre uno y cuatro grados centígrados. Me sentía mucho más animada que cuando me desperté el día anterior. Ahora sabía qué sucedía; o al menos sabía más o menos lo que tenía que hacer, cómo transcurrirían los próximos días. O creía saberlo. Porque cuando respondí al teléfono, descubrí lo equivocada que estaba.

—¿Dónde está tu hermano? —vociferó el jefe de Jason, Shirley Hennessey. Todo el mundo pensaba que un hombre llamado Shirley sería divertido hasta que se topaba con él frente a frente, momento en el cual decidías que sería mejor guardarte la gracia sólo para ti.

—¿Y cómo quieres que yo lo sepa? —dije—. Seguramente estará durmiendo en casa de alguna mujer. —Shirley, conocido universalmente como Catfish, jamás me había llamado para saber dónde estaba Jason. De hecho, me sorprendía incluso el simple hecho de que hubiera cogido el teléfono para llamar. Si Jason era bueno en algo era en presentarse puntual al trabajo y en cumplir hasta la hora de la salida. De hecho, Jason hacía bien su trabajo, una tarea que yo nunca había logrado comprender del todo. Al parecer se trataba de aparcar su bonita camioneta en las oficinas de la carretera local, subirse a otro furgón con el logo de la autoridad comarcal y conducir arriba y abajo las carreteras diciéndoles a las cuadrillas de obreros lo que tenían que hacer. Parecía exigir, además, salir de vez en cuando del furgón y contemplar, junto con otros hombres, los grandes socavones que había en o junto a la carretera.

Catfish se quedó sin saber qué decir ante mi franqueza.

—No deberías decir estas cosas, Sookie —dijo, sorprendido de que una mujer soltera admitiese que sabía que su hermano no era virgen.

—¿Me estás diciendo que Jason no se ha presentado a trabajar? ¿Lo has llamado a su casa?

—Sí a una cosa y sí a la otra —respondió Catfish, que en la mayoría de aspectos no tenía un pelo de tonto—. Incluso he enviado a Dago a su casa. —Dago (los miembros de las cuadrillas de la carretera tenían que tener apodos) era Antonio Guglielmi, un tipo que lo máximo que se había alejado de Luisiana era para ir a Misisipi. Estaba segura de que lo mismo podía decirse de sus padres, y seguramente de sus abuelos, aunque corría el rumor de que en una ocasión habían estado en Branson para ir al teatro.

—¿Estaba su camioneta? —Empezaba a tener esa rara sensación de frío.

—Sí —respondió Catfish—. Estaba aparcada delante de su casa, con las llaves dentro. La puerta abierta.

—¿La puerta de la camioneta o la puerta de la casa?

—¿Qué?

—La que estaba abierta. ¿Qué puerta era?

—Oh, la de la camioneta.

—Esto no me gusta, Catfish —dije. La sensación de alarma me provocaba un hormigueo en todo el cuerpo.

—¿Cuándo lo viste por última vez?

—Anoche. Estuvo aquí de visita, y se marchó hacia las..., oh, veamos... Debían de ser las nueve y media o las diez.

—¿Iba con alguien?

—No. —No había venido con nadie, era verdad.

—¿Piensas que debería llamar al sheriff? —preguntó Catfish.

Me pasé la mano por la cara. Aún no estaba preparada para eso, por muy urgente que pareciera la situación.

—Démosle una hora más —sugerí—. Si en una hora no se ha presentado en el trabajo, me lo dices. Y si aparece, dile que me llame. Supongo que debería ser yo quien se lo dijera al sheriff, si es que al final resulta que tenemos que hacerlo.

Colgué después de que Catfish me lo hubiera repetido todo otra vez, pues se veía que no le apetecía nada colgar y empezar de nuevo a preocuparse. No, no puedo leer la mente por teléfono, pero lo noté en su voz. Conocía a Catfish Hennessey desde hacía muchos años. Había sido amigo de mi padre.

Me fui con el teléfono inalámbrico al baño y me duché para espabilarme. No me lavé el pelo, por si acaso tenía que salir enseguida. Me vestí, me preparé un café y me peiné con una trenza. Mientras realizaba esas tareas, no paré de pensar ni un instante, algo que me cuesta hacer cuando estoy sentada sin hacer nada.

Decidí que existían varias posibilidades.

Una. (Ésta era mi favorita). En algún lugar entre mi casa y su casa, mi hermano había encontrado una mujer y se había enamorado de forma tan instantánea e intensa que había abandonado su costumbre desde hacía años y se había olvidado por completo del trabajo. En este momento estaba metido en una cama en algún lado y disfrutando del sexo.

Dos. Los brujos, o quienesquiera que fuesen, habían averiguado que Jason conocía el paradero de Eric y lo habían abducido para sonsacarle la información. (Tomé mentalmente nota de enterarme de más cosas acerca de los brujos). ¿Cuánto tiempo sería Jason capaz de guardar el secreto sobre el escondite de Eric? Mi hermano no sólo alardea en plan pose, en realidad es un tipo valiente... o tal vez sería más adecuado decir que es un testarudo. No hablaría fácilmente. ¿Y si un brujo le hacía un conjuro para que hablase? Y en el caso de que los brujos lo hubiesen secuestrado, era posible que estuviera ya muerto, pues habían pasado muchas horas. Y si había hablado, yo estaba en peligro y Eric tenía los días contados. Podían llegar en cualquier momento, pues los brujos no están obligados a moverse sólo en la oscuridad. Eric moriría antes de que finalizara el día, indefenso. Era la peor de todas las posibilidades.

Tres. Jason había vuelto a Shreveport con Pam y con Chow. A lo mejor habían decidido pagarle algún dinero por adelantado, o a lo mejor Jason había querido visitar Fangtasia, pues era un local nocturno popular. Una vez allí, podía haber sido seducido por alguna vampira y haberse quedado toda la noche con ella, pues Jason era como Eric en el sentido de que todas las mujeres se prendaban de él. Si ella le había quitado demasiada sangre, era probable que Jason estuviera durmiendo la mona. Me imagino que la posibilidad número tres era en realidad una variación de la número uno.

Si Pam y Chow sabían dónde estaba Jason y no me habían llamado antes de haberse ido a dormir, me iba a enfadar mucho. Mi instinto visceral me decía que fuera a buscar el hacha y empezara a preparar unas cuantas estacas.

Entonces recordé lo que había estado intentando olvidar con todas mis fuerzas: lo que sentí al introducir la estaca en el cuerpo de Lorena, la expresión de su rostro al darse cuenta de que su interminable vida había acabado. Alejé de mí ese pensamiento. Cuando matas a alguien (aunque sea a un vampiro malvado) acaba afectándote tarde o temprano, a menos que seas un psicópata rematado, lo cual no era mi caso.

Lorena me habría matado sin pensárselo dos veces. De hecho, habría disfrutado con ello. Pero era una vampira, y Bill nunca se cansaba de decirme que los vampiros eran distintos; que aunque conservaran su aspecto humano (más o menos), sus funciones internas y su personalidad experimentaban un cambio radical. Yo lo creí, me tomé muy en serio todas sus advertencias. Su aspecto tan humano, sin embargo, hace que sea fácil atribuirles reacciones y sentimientos humanos.

Lo frustrante era que Chow y Pam no se despertarían hasta el anochecer, y que yo no sabía a quién —o a qué— despertaría si llamaba a Fangtasia durante el día. No creía que aquellos dos vivieran en el club. Tenía la impresión de que Pam y Chow compartían una casa... o un mausoleo... en algún lugar de Shreveport.

Estaba prácticamente segura de que durante el día tenían que ir empleados humanos a realizar la limpieza del club aunque, naturalmente, un humano no me diría (ni podría aunque quisiera) nada sobre los asuntos de los vampiros. Los humanos que trabajaban para vampiros aprendían rápidamente a mantener la boca cerrada, como muy bien podía atestiguar yo.

Por otro lado, si me desplazaba hasta el club tendría la posibilidad de hablar con alguien cara a cara. Tendría la posibilidad de leer una mente humana. No podía leer la mente de los vampiros, y eso era lo que me había llevado inicialmente a sentir atracción hacia Bill: un sosiego de silencio después de toda una vida de hilo musical. (¿Por qué no podía oír los pensamientos de los vampiros? Tengo una gran teoría al respecto. Tengo tanto de científica como una galleta salada, pero he leído acerca de las neuronas, que son las células que hacen funcionar el cerebro mediante pequeños destellos, ¿no es eso? Como los vampiros funcionan gracias a la magia, no gracias a la energía vital normal, sus cerebros no emiten esos impulsos. Y por eso yo no soy capaz de pillar nada... excepto más o menos una vez cada tres meses, ocasión en la que soy capaz de recibir el pensamiento de algún vampiro. Pero siempre intento esconderlo, porque es una forma segura de buscarse una muerte instantánea).

Curiosamente, el único vampiro al que había "oído" dos veces era —efectivamente, lo habéis adivinado— Eric.

Si estaba disfrutando tanto de la reciente compañía de Eric era por el mismo motivo por el que me gustaba la de Bill, dejando aparte el componente romántico que había tenido con éste. Incluso Arlene tenía la tendencia de dejar de escucharme cuando yo le hablaba y se ponía a pensar en otras cosas que consideraba más interesantes, como las notas de sus hijos o las monadas que decían. Pero con Eric no me enteraba, aunque estuviera pensando en que tenía que cambiarle las escobillas al parabrisas de su coche mientras yo le abría mi corazón.

La hora que le había pedido a Catfish que me concediera estaba casi agotada y mis pensamientos constructivos se habían reducido a sandeces sin sentido, como siempre. Bla, bla, bla. Eso es lo que sucede cuando te pasas el día hablando contigo misma.

Muy bien, pasemos a la acción.

El teléfono sonó justo pasada una hora y Catfish admitió no haber tenido noticias. Nadie había oído nada sobre Jason ni lo había visto aunque, por otro lado, Dago tampoco había visto nada sospechoso en casa de Jason, excepto la puerta abierta de la camioneta.

Me sentía aún reacia a llamar al sheriff, pero me daba cuenta de que no tenía otra elección. A aquellas alturas, llamaría la atención si no lo llamaba.

Esperaba ser recibida con conmoción y alarma, pero la respuesta fue incluso peor: indiferencia benévola. De hecho, el sheriff Bud Dearborn soltó una carcajada.

—¿Me llamas porque el semental de tu hermano no ha ido a trabajar? Sookie Stackhouse, me dejas sorprendido. —Dearborn tenía la voz ronca y la cara aplastada de un pequinés, y era fácil imaginárselo resoplando junto al teléfono.

—Nunca falta al trabajo, y su camioneta estaba en casa. Con la puerta abierta —le dije.

Captó la importancia del detalle, pues Bud Dearborn es un hombre que sabe apreciar una buena pista.

—Tal vez lo que vaya a decir suene gracioso, pero Jason hace ya tiempo que superó los veintiuno y tiene cierta reputación de... —("Tirarse a cualquier cosa que encuentra", pensé)—... ser muy popular con las damas —concluyó Bud con delicadeza—. Seguro que está liado con alguna nueva y luego se arrepentirá de haberte causado tantas preocupaciones. Llámame de nuevo mañana por la tarde si aún no has tenido noticias de él, ¿te parece bien?

Other books

Cockatiels at Seven by Donna Andrews
Accompanying Alice by Terese Ramin
Déjà Dead by Reichs, Kathy
Black Spring by Christina Henry
The Staying Kind by Cerian Hebert
House On Windridge by Tracie Peterson
Dizzy's Story by Lynn Ray Lewis
Daughters of the Doge by Edward Charles
The Ghosts of Altona by Craig Russell