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Authors: John Gardner

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Muerte en Hong Kong (5 page)

BOOK: Muerte en Hong Kong
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—Eso es lo que yo le he dicho —Bond dio un paso al frente—. Irán ustedes a un lugar seguro donde nadie les podrá encontrar. Después, yo mismo me encargaré de eliminar a estos hijos de puta.

—Pues, entonces, dondequiera que usted vaya, iré yo; hasta que todo termine, de una u otra forma.

Bond tenía la suficiente experiencia con las mujeres como para comprender que aquella clase de obstinación no admitía razonamientos ni discusiones. La miró por un instante y apreció su esbelta figura y la feminidad que se ocultaba bajo el impecable traje de chaqueta gris, realzado por una blusa rosa y una fina cadena de oro con un colgante. El vestido parecía francés. De París, pensó; probablemente de Givenchy.

—¿Tiene usted alguna idea de cómo debemos manejar el asunto, Heather? La llamaré Heather y no Irma, ¿verdad?

—Heather —musitó la joven. Tras una pausa, añadió—: Lamento haber mencionado los verdaderos nombres de las demás. Sí, me considero Heather desde que su gente me dejó en el mundo real con un nuevo nombre. Pero me resulta difícil identificar a mis antiguas compañeras en sus nuevos disfraces.

—¿Se conocían ustedes mutuamente en
Pastel de Crema
? ¿Sabían cuáles eran los objetivos de cada una?

—Conocíamos los verdaderos nombres y los nombres de las calles —contestó ella, asintiendo—. Nos conocíamos unos a otros, conocíamos nuestros respectivos objetivos y nuestro control. No había ningún interruptor. Por eso Emilie y yo estábamos juntas cuando usted nos recogió en aquella pequeña ensenada —Heather vaciló, frunció el ceño y sacudió la cabeza—. Perdón, quería decir Ebbie, Emilie Nikolas se llama ahora Ebbie.

—Sí, Ebbie Heritage, ¿no es cierto?

—Así es. Resulta que somos amigas desde hace tiempo. Hablé con ella esta mañana.

—¿En Dublín?

—Está usted muy bien informado —dijo Heather—. Sí, en Dublín.

—¿A través de una línea abierta? ¿Habló con ella a través de una línea abierta?

—No se preocupe, míster Bond…

—James.

—De acuerdo. No te preocupes, James, sólo dije tres palabras. Mira, estuve algún tiempo con Ebbie, antes de inaugurar éste salón. Elaboramos un sencillo código para hablar a través de una línea abierta. Decía «Elizabeth está enferma», y la respuesta era «Te veré esta tarde».

—Y eso, ¿qué significaba?

—Lo mismo que «¿Cómo está tu madre?», el aviso de
Pastel de Crema
, intercalado en una conversación. «Madre» era la clave: «Te han descubierto. Emprende la acción necesaria».

—Lo mismo que hace cinco años.

—Sí, y ahora estamos a punto de reemprender la acción necesaria. Como puedes ver, James, estuve en París. Regresé esta mañana. En el avión, me enteré de los asesinatos. No sabía nada al respecto. Uno solo nos hubiera puesto en guardia, pero dos, y con ese detalle de… la lengua —Heather tragó saliva, visiblemente asustada—. Las lenguas eran una clara advertencia. Un aviso encantador, ¿verdad?

—No es muy ingenioso que digamos.

—Los avisos y los asesinatos por venganza raras veces son ingeniosos. ¿Sabes lo que hace la Mafia con los que comenten adulterio dentro de una familia?

Bond asintió enérgicamente con la cabeza.

—No es muy agradable, pero trasmite muy bien la idea.

Recordó la última vez que había oído hablar de un asesinato de aquel tipo, los órganos genitales del hombre habían sido cortados.

—La lengua también transmite la idea.

—Exacto. Bueno, pues, ¿qué significa «Elizabeth está enferma»?

—«Nos han descubierto. Reúnete conmigo donde tú sabes».

—¿Y dónde es?

—Donde ahora voy, en el vuelo de la Aer Lingus que sale del aeropuerto de Heathrow a las ocho y media de esta tarde.

—¿A Dublín?

—Sí, a Dublín. Allí alquilaré un automóvil y me dirigiré al lugar de la cita. Ebbie me estará aguardando desde primera hora de la tarde.

—¿E hiciste lo mismo con Frank Baisley, o Franz Belzinger? ¿El que se hace llamar Jungla?

Aunque todavía estaba un poco nerviosa, Heather esbozó una leve sonrisa.

—Siempre fue un bromista. Le gustaba correr riesgos. Su apellido era Wald, que significa «bosque» en alemán. Ahora se hace llamar Jungla. No, me fue imposible transmitirle el mensaje porque no sé dónde está.

—Yo sí lo sé.

—¿Dónde?

—Muy lejos de aquí. Ahora, dime en qué lugar te reunirás con Ebbie.

Heather vaciló un instante.

—Vamos —le apremió Bond—. Estoy aquí para ayudarte. De todos modos, pienso acompañarte a Dublín. Tengo que hacerlo. ¿Dónde te reunirás con ella?

—Hace tiempo decidimos que la mejor manera de ocultarnos consistía en no escondernos. Acordamos reunirnos en el castillo de Ashford, en el condado de Mayo. Es el hotel donde se alojó el presidente Reagan.

Bond sonrió. Era un razonamiento muy sensato y muy profesional. El castillo de Ashford es un establecimiento caro y lujoso, un lugar en el que a ningún escuadrón de castigo se le ocurriría buscar a nadie.

—¿Podríamos simular que se trata de una reunión de negocios? —preguntó—. ¿Te importa que utilice tu teléfono?

Heather se sentó junto a su alargado escritorio y guardó la Woodsman en un cajón. Luego, la cubrió con unos papeles y empujó el teléfono hacia Bond. Éste llamó a la oficina de reservas de la Aer Lingus, en el aeropuerto de Heathrow, y reservó una plaza en el vuelo EI-177, Clase Club, a nombre de Boldman.

—Tengo el automóvil a la vuelta de la esquina —dijo Bond, colgando el auricular—. Saldremos de aquí hacia las siete. Ya habrá oscurecido y me imagino que todos tus empleados se habrán marchado.

—Ya están a punto de terminar —dijo Heather, arqueando las cejas mientras consultaba su precioso reloj Cartier.

Como si alguien hubiera adivinado sus pensamientos, precisamente en aquel momento sonó el teléfono. Bond dedujo que debía ser la rubia, porque Heather contestó que sí, que ya se podían ir. Ella se quedaría a trabajar hasta muy tarde con aquel caballero y se encargaría de cerrar la puerta. Les vería a todos a la mañana siguiente.

El día estaba muriendo y el rumor del tráfico en Picadilly no era ya tan intenso cuando Bond se sentó a hablar con la chica, tratando de averiguar más detalles sobre
Pastel de Crema
. Lo que Heather le dijo superaba con creces todo lo que él había descubierto en las carpetas, aquella tarde. Heather Dare se declaró responsable de la llamada de advertencia a los cinco participantes: «Lo siento, Gustav ha anulado la cena». Ella fue la que estuvo trabajando al principal objetivo, el coronel Maxim Smolin, el cual era por aquel entonces el segundo de a bordo en la HVA. Le reveló sin querer muchas cosas sobre sí misma y sobre el funcionamiento interno de
Pastel de Crema
, y le puso sobre aviso con respecto a ciertos engaños omitidos o eliminados de los archivos.

A las siete menos cinco, Bond le preguntó si tenía un sobretodo. Heather asintió y se dirigió a un armarito empotrado del que sacó una trinchera blanca fácilmente identificable y de puro estilo francés porque sólo los franceses son capaces de crear trincheras elegantes. Después, le ordenó que guardara la Woodsman bajo llave, y juntos abandonaron el despacho y tomaron el ascensor hasta la planta baja. En cuanto llegaron al vestíbulo, se apagaron las luces y Heather lanzó un grito mientras el atacante se abalanzaba sobre ella como un tifón humano.

4. Esquiva y regatea

El hombre que se arrojó contra el camarín del ascensor debía suponer que Heather estaba sola. Más tarde Bond comprendió que, en la oscuridad del vestíbulo, sólo debió resultar visible la trinchera blanca de Heather, ya que ésta fue la primera en salir cuando se abrieron las puertas. A Bond le empujaron contra la pared de cristal del ascensor y, en un primer momento, no supo si sacar la pistola o bien la varilla. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de vacilar. El asaltante ya tenía una mano sobre el hombro de Heather y la estaba obligando a volverse mientras con la otra mano, levantada en alto, sostenía un objeto que parecía un martillo de grandes dimensiones. Tratando de recuperar el equilibrio, Bond resbaló contra el cristal y levantó la pierna derecha para golpear con ella la parte inferior de las piernas del atacante. Notó que uno de sus pies establecía contacto y oyó un gruñido amortiguado, mientras el hombre fallaba el golpe y el martillo se estrellaba en el espejo posterior del ascensor en lugar de alcanzar a Heather.

Bond aprovechó el momento de confusión para sacar la varilla plegable de la funda que llevaba sujeta al cinto. La impresionante arma telescópica de acero alcanzó en el cuello al hombre y éste se desplomó al suelo sin emitir ni un solo grito. Se oyó tan sólo el sordo rumor de la varilla, seguido de un chirriante ruido en el instante en que la cabeza del asesino cayó sobre los cristales rotos.

De repente, se hizo el silencio, puntuado tan sólo por los entrecortados sollozos de Heather. Bond se inclinó para ver si había alguna luz de emergencia en el camarín del ascensor. Con una mano tocó el panel de control y las puertas empezaron a cerrarse. Se abrieron de nuevo cuando el mecanismo de seguridad se puso en marcha al rozar las piernas del asaltante tendido en el suelo. Tres veces ocurrió lo mismo hasta que Bond descubrió un botón que previamente le había pasado por alto, y el ascensor quedó inundado de luz.

Heather estaba acurrucada en un rincón, lejos del cuerpo inerte enfundado en unos pantalones vaqueros negros, un jersey negro de cuello de cisne y unos guantes negros. El hombre tenía el cabello oscuro, pero los rojos regueros de sangre le conferían una macabra apariencia punk. El espejo destrozado reflejaba las manchas de sangre y las grandes resquebrajaduras en forma de estrella mostraban una caleidoscópica imagen en negro y rojo.

Con el pie derecho, Bond dio la vuelta al cuerpo. El individuo no estaba muerto. Tenía la boca abierta y la cara completamente cubierta de cortes producidos por los cristales rotos, desde la raíz del pelo hasta la boca. Algunas de las heridas parecían bastante profundas, pero la respiración acelerada era perfectamente audible y la sangre parecía circular con normalidad. Cuando recuperara el conocimiento, el golpe que le había propinado Bond le dolería más que los cortes.

—Un par de aspirinas y quedará como nuevo —musitó Bond.

—Mischa —dijo Heather con vehemencia.

—¿Le conoces?

—Es uno de los agentes más destacados que tenían en Berlín; ha sido adiestrado en Moscú.

Heather trató de levantarse, procurando interponer el mayor espacio posible entre su persona y el cuerpo del hombre al que acababa de identificar como Mischa. Las puertas se abrían y se cerraban sin cesar al contacto con las piernas de Mischa, y su rítmico rumor resonaba en medio del silencio que los rodeaba.

—Qué persistentes son las puertas de los ascensores —dijo Bond, inclinándose sobre el desdichado Mischa.

Buscó a su alrededor y, al fin, sacó de debajo del cuerpo el arma destinada a partirle la cabeza a Heather. Era un mazo de carpintero por estrenar. Sopesó en la mano el enorme martillo de madera con su impresionante cabeza. Limpió el mango con un pañuelo y volvió a dejarlo en el suelo. Después, se inclinó de nuevo cacheó el cuerpo por si hubiera alguna otra arma oculta.

—No lleva calderilla, y ni siquiera una cajetilla de cigarrillos —anunció Bond, incorporándose—. ¿Hay, por casualidad, algún otro medio de salir de éste maldito edificio, Heather? ¿Una escalera de incendios o algo por el estilo?

—Sí. Hay una escalera metálica en zigzag en la parte de atrás del salón. La mandé instalar cuando reformé la casa. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque nuestro amigo Mischa no ha venido solo y has tenido mucha suerte, mi querida Heather. Teniendo en cuenta lo que el camarada coronel Maxim Smolin les hizo a las otras dos chicas y pretendía hacerte a ti.

—No creo que Maxim… —dijo Heather. Tras una pausa preguntó—: ¿Por qué?

—Mischa no lleva nada más encima, sólo éste instrumento para matarte. No hay ningún cuchillo y ningún instrumento médico para la rápida extirpación de una lengua…, y ésa es la marca de fábrica, ¿no?

Heather asintió, asustada. Bond empujó el mazo con un pie hacia el fondo del ascensor, tomó al inconsciente Mischa por el cuello del jersey y, levantándole sin hacer el menor esfuerzo, lo empujó hacia el vestíbulo. Después, pulsó con el dorso de la mano el botón de subida. Al llegar a la entrada del salón de belleza, Heather puso en marcha la alarma de seguridad instalada en un armarito metálico adosado a la pared. Tras lo cual, abrió la puerta de doble hoja.

—No enciendas las luces —le ordenó Bond—. Muéstrame el camino.

Bond sintió que una fría mano de Heather tomaba la suya mientras ambos avanzaban por entre las pilas y los secadores de la peluquería, y salían a un pasillo en el que se abrían numerosas puertas tan blancas como las de una clínica. La última, que tenía una placa bien visible en la parte superior, en la que podía leerse en letras rojas Salida de Emergencia, daba al exterior y se abría mediante una barra de contacto. El frescor de la noche les azotó el rostro en cuanto salieron a la plataforma metálica. Desde allí, casi se podían tocar con la mano los edificios colindantes. A la derecha, una estrecha escalera zigzagueaba hasta abajo.

—¿Cómo salimos? —preguntó Bond—. Cuando lleguemos abajo, quiero decir.

Abajo sólo se podía ver un patinillo cuadrado, rodeado de altos edificios.

—Sólo los que tienen las llaves pueden utilizar la salida. Nosotros tenemos cuatro juegos, uno para cada uno de mis encargados (peluquería, belleza, masajes) y uno para mí. Una puerta da a un pasadizo que discurre a lo largo del local del concesionario de automóviles y que termina en otra puerta. La misma llave abre las dos puertas. Y la otra puerta da a la Berkeley Street.

—¡Vamos, pues!

Heather se volvió hacia la escalera de incendios y, en el momento en que apoyaba una mano en la barandilla, Bond oyó unas pisadas que corrían hacia ellos desde el otro lado de la puerta.

—¡Rápido! —dijo sin levantar la voz—. Baja y déjame las puertas abiertas. Hay un Bentley verde oscuro aparcado frente al Mayfair. Entra en el vestíbulo y espérame allí. Si aparezco corriendo y con las dos manos visibles, corre hacia el automóvil. Si llevo la mano derecha en el bolsillo y camino despacio, desaparece durante media hora y después vuelve y espérame. Las mismas señales en los intervalos de media hora. ¡Ahora, vete!

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