Muerte en Hamburgo (53 page)

Read Muerte en Hamburgo Online

Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Muerte en Hamburgo
10.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Vamos a tomarnos esto con calma, ¿de acuerdo, Gebhard? He hablado con la Kriminalpolizei de Hamburgo por radio, y ellos tomarán las riendas a partir de ahora. Nosotros vigilaremos que este tipo no vuelva sobre sus pasos e intente escapar en el barco.

Gebhard asintió con impaciencia, como un adolescente al que no le dan permiso para ir a una fiesta. Kassel escudriñó el campo con sus binoculares. La cruda luz de la luna no era brillante, pero Kassel estaba bastante seguro de que no había nadie allí. MacSwain debía de haber pasado al otro lado. Elevó los prismáticos al grado mínimo y enfocó al horizonte. Había dos edificios abandonados tras unos setos, a lo lejos; parecían unos graneros vacíos. Los tuvo en el punto de mira durante un momento antes de volver a recorrer el horizonte oscuro del campo con los binoculares. Algo le hizo enfocar los graneros de nuevo: una luz, una luz débil y trémula dentro del edificio de la izquierda. Kassel le dio unos golpecitos a Gebhard con el dorso de la mano, le tendió los binoculares y señaló los graneros.

—¡Allí! —susurró. Levantó la radio y se la llevó a los labios, pulsó el botón de transmisión y repitió la señal del helicóptero dos veces.

Manipular las conversaciones de radio era como hacer malabarismos a cuatro manos. Fabel mantenía informado al Präsidium: una unidad del MEK ya estaba de camino, pero aún tardaría una hora en llegar. Fabel le dijo a Kassel que no se moviera y que le pasara los detalles de la ubicación al piloto del helicóptero, así como a Sülberg y a las unidades de la Schutzpolizei de Cuxhaven. El piloto confirmó que podría aterrizar cerca de los graneros.

—No, no quiero alertar a MacSwain tan pronto de nuestra presencia. Podría costarle la vida a Anna. Aléjate de los graneros y aterriza en la carretera principal. Allí nos reuniremos con Sülberg.

Le pasó el comunicado por radio a Sülberg, y éste le dio una referencia en el mapa. Fabel se volvió hacia Werner, María y Paul. Los tres tenían un aire de determinación en la cara. En la de Paul había algo más: una preocupación que desentonaba con los instintos de Fabel y que le hizo sentirse realmente incómodo.

El helicóptero aterrizó en un claro cerca de la carretera principal. Mientras corría medio agachado bajo las palas cortantes del helicóptero, Fabel vio que se encontraban muy cerca del lugar donde habían dejado a las dos chicas. La silueta achaparrada y desgarbada de Sülberg se aproximó corriendo hacia Fabel y los demás.

—Tenemos los coches en la carretera principal. Vamos.

Sülberg ordenó a los coches patrulla que apagaran los faros en cuanto llegaran al camino de tierra que conducía a los graneros. En el primer vehículo iban el conductor, Sülberg, Fabel y Maria. El camino estaba surcado de hoyos y no parecía ser muy transitado, si es que alguna vez lo había sido, y el Mercedes verde y blanco iba dando bandazos mientras reseguía esa errática topografía. Se aproximaron a una curva donde un seto elevado y descuidado los protegió de los graneros. Sülberg le ordenó al conductor que parara, y los otros tres coches patrulla se detuvieron detrás.

Sülberg y Fabel se adelantaron, agachándose para ocultarse detrás del seto. Delante del granero, había dos BMW aparcados, desocupados. MacSwain no estaba solo.

En una pared del edificio había una ventana más bien grande que vertía una luz débil y mortecina en la noche, pero tenía un ángulo difícil para que Fabel y Sülberg pudieran ver el interior. Con cuidado, retrocedieron hasta donde los esperaban Werner, Maria, Paul y los cuatro agentes de Cuxhaven. Hicieron un corrillo, como un equipo de fútbol americano que está eligiendo la jugada.

—Werner, tú y el Hauptkommissar Sülberg iréis a la parte trasera del edificio para ver si hay alguna entrada. Paul, tú y yo nos ocuparemos de la puerta principal. Maria, tú sitúate en el exterior, para ver por esa ventana lateral, por si alguien intentara escapar por ahí. —Miró a Sülberg antes de dirigirse a los agentes de Cuxhaven. Sülberg asintió en señal de aprobación—. Vosotros dos cubriréis ese lado del granero. Si pasara algo, aseguraos de que no es ninguno de nosotros antes de empezar a disparar. Y vosotros dos… —Fabel señaló a los agentes restantes de la Schutzpolizei—. Poneos al lado de la Oberkommissarin Klee. La WSP tiene cubierto el camino de vuelta al barco.

Un grupo desorganizado de nubes plateadas se dispersaba con lentitud delante de la luna, y las sombras que envolvían los graneros y se cernían sobre los campos vecinos parecían alargarse y extenderse hacia la noche, como la tinta negra en un papel secante ya manchado.

—Muy bien —dijo Fabel—, en marcha.

Parecía que la noche quisiera vaciarse de cualquier ruido, y eso hizo que Fabel tuviera plena conciencia de los sonidos de su respiración y de la tierra que crujía bajo sus pies mientras corrían hacia los BMW aparcados. Fabel desenfundó su Walther y echó la cureña hacia atrás para introducir una bala en la recámara. Paul, Werner y Sülberg hicieron lo mismo. Fabel le hizo un gesto con la cabeza a Sülberg, y él y Werner se dirigieron al lado del granero que no tenía ventanas. Fabel les dio treinta segundos que parecieron eternos, y entonces le hizo una seña a Paul.

En cuestión de segundos, ya estaban situados en la otra parte del granero. Paul y Fabel tomaron sus posiciones respectivas, con las armas preparadas, uno a cada lado de la puerta.

Fabel ejerció una leve presión en la puerta maciza, y ésta cedió. Era obvio que no la habían cerrado porque se sentían seguros en su reclusión.

Llegó la hora de demostrar una profesionalidad impasible; pero allí dentro tenían retenida a Anna, y Fabel sentía que la rabia y el odio le hervían en la sangre. Paul tenía apretada la mandíbula, y los músculos sinuosos de su rostro parecían cables bajo su piel. Una vena palpitaba en su cuello de forma visible. Se volvió hacia él, y sus ojos ardían de rabia. Fabel puso una cara que le preguntaba en silencio: «¿Estás bien?». Paul asintió de un modo que no acabó de tranquilizar a su jefe. Fabel levantó la radio hasta los labios y susurró una sola palabra:

—¡Ya!

Paul abrió la puerta de un portazo con la suela de las botas, y Fabel entró primero. Vio cuatro figuras. Habían improvisado un altar a partir de una vieja mesa de roble; Anna estaba estirada encima, aún vestida y libre, salvo por las ataduras de las drogas, que atenazaban su deseo de escapar. MacSwain estaba medio inclinado sobre ella, y sus manos tocaban ya la blusa de la chica. Miró a Fabel y a Paul sin comprender nada y después volvió la cabeza hacia el otro lado cuando Werner y Sülberg irrumpieron por la otra puerta. Fabel y Paul se desplegaron, cerciorándose de que la línea de fuego no estuviera dirigida a los dos policías que tenían enfrente.

Fabel detectó dos figuras más. Uno de los hombres parecía contener una energía violenta bajo su cuerpo fuerte y musculoso. Fabel lo reconoció por las imágenes de vigilancia: era Solovey, uno de los lugartenientes de Vitrenko. La otra figura era más alta y llevaba un abrigo negro largo. Incluso en la distancia y bajo la luz mortecina, sus ojos ardían con un verde casi luminoso.

Vitrenko.

Algo resplandecía en su mano derecha: un cuchillo de hoja ancha. La hoja tenía el grosor de una espada, pero era más corta y tenía un doble filo que terminaba en una punta afilada. A Fabel no le cupo la menor duda de que estaba ante el arma homicida.

—¡Policía! Pongan las manos en la cabeza y arrodíllense. —Su voz sonó alta y tajante.

Los tres hombres no se movieron. MacSwain, por la sorpresa y la indecisión. Los otros dos, por algún tipo de estrategia, supuso Fabel. Era evidente que Paul Lindemann también compartía esa idea.

—Como saquéis algo, os voy a volar la cabeza. Y lo digo en serio. —La voz de Paul estaba tan cargada de tensión como la suya. Y no le cabía ninguna duda de que Paul hablaba en serio.

—Seguro que sí —dijo Vasyl Vitrenko, clavando sus ojos verdes en los de Paul.

Ocurrió tan deprisa que Fabel apenas se dio cuenta. Solovey cayó como si se hubiera abierto una trampilla bajo sus pies, y su mano desapareció bajo la chaqueta negra de piel mientras se tiraba al suelo. Sonó el chasquido fuerte de una pistola, y Fabel oyó un golpe sordo a su lado. En ese instante, y sin girar la cabeza para verlo, supo que Paul estaba muerto. Vitrenko se desplazó ágilmente hacia el costado, pareció rebotar como un resorte y se precipitó por la ventana. Fabel disparó al suelo, donde Solovey había caído. El aire olía a cordita y, cuando Werner y Sülberg abrieron fuego, se llenó de un coro ensordecedor de disparos. MacSwain se lanzó a un rincón y se acurrucó en una postura fetal.

Fabel se volvió hacia donde había caído Paul. Yacía en el suelo con los ojos en blanco mirando al techo, la furia ya extinguida de su cara al morir. La bala de Solovey lo había alcanzado justo en el centro de la frente ancha y pálida.

Werner y Sülberg se precipitaron hacia ellos. Sülberg le dio una patada a Solovey, que estaba boca abajo en el suelo cubierto de suciedad; metió un pie debajo del hombro del ucraniano y lo empujó un par de veces hasta que pudo darle la vuelta. Era evidente que estaba muerto.

Werner ya se encontraba junto a Anna. Pasó las manos con rapidez por su cuerpo, buscando desesperadamente algún rastro de sangre. Miró a Fabel y, por un momento, también posó su mirada en Paul.

—Anna está bien, Jan. No le han dado.

Fabel agarró la radio que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta. La antena se le quedó enganchada, y forcejeó con una furia tan inútil que desgarró el forro. Cuando pudo sacar el receptor, pulsó el botón de transmisión.

—Maria… Vitrenko se nos escapa. Ha saltado por la ventana oeste y se dirige hacia ti.

—¡Lo veo! ¡Lo veo! —La estridencia en la voz de Maria se vio acentuada por el zumbido estático de la radio.

—Maria, ve con cuidado. Voy para allá. Que todas las unidades asistan a la Oberkommissarin Klee.

Soltó el botón de la radio y se dirigió con rapidez hacia MacSwain, que aún estaba agazapado en un rincón. En los movimientos de Fabel se adivinaba una decisión certera. Cuando llegó a su lado, estiró el brazo y le clavó la boca de la pistola en la mejilla. MacSwain gimoteó y cerró los ojos con fuerza, esperando a que Fabel le arrancara la cara y la vida de un disparo.

—Tú, hijo de… —dijo Fabel con una voz tranquila y pausada. Miró a Werner y a Sülberg, que permanecían callados. Volvió a mirar a MacSwain. Soltó un poco la presión en la pistola y volvió a asirla con fuerza. Tenía el rostro desfigurado en una especie de mueca de desdén. En un solo segundo, una docena de imágenes le pasó por la cabeza: la mirada asustada y atormentada de Michaela Palmer; cuatro mujeres destripadas, preparadas para morir de la misma manera; los ojos sin vida de Paul Lindemann… Pero éste era el aprendiz, no el maestro. La de MacSwain era una mente enferma manipulada por una inteligencia mayor y aún más retorcida. Fue Vitrenko quien mató a la chica ucraniana y al anciano, a su propio padre. No era un trabajo para un aprendiz; era una obra maestra. Fabel apartó la pistola de la cabeza de MacSwain.

—¡Vigílelo! —le gritó a Sülberg, que asintió resuelto y se acercó a MacSwain—. Werner, tú cuida de Anna.

—¿Qué pasa con Vitrenko?

—Yo me ocupo de él —dijo Fabel. Y corrió hacia la puerta.

Fabel desapareció en la noche. Se detuvo y escudriñó los campos extensos y llanos. Se llevó la radio a los labios.

—¿Maria?

Silencio.

—¿Maria? Contéstame. —Seguía sin haber respuesta.

Sülberg, que estaba en el granero, debía de haberle escuchado. Su voz brotó de la radio preguntando a cada una de las unidades de Cuxhaven si habían visto a Vitrenko o a la Oberkommissarin Klee. Tres respondieron negativamente. El cuarto, igual que María, no respondió. Fabel entrecerró los ojos e inspeccionó en la oscuridad en busca de algún movimiento por las hileras verdes y negras de árboles y matorrales en el extremo más alejado de los campos. Vio algo muy poco definido, tanto que ni siquiera podía identificarse como una persona. Echó a correr en esa dirección.

—¡Se dirige a la costa! ¡En dirección contraria al barco! —Fabel gritaba por la radio entre jadeos—. ¡Voy a perderlo entre los árboles!

Empezó a sentir una quemazón en los pulmones. El corazón le latía con fuerza.

Primero encontró al agente de la Schutzpolizei de Cuxhaven. Yacía de lado, con la SIG aún en la mano, arropado por las hierbas altas en la depresión que su propio cuerpo moribundo había formado al caer. A Fabel, la postura del policía muerto le recordaba a los cuerpos momificados de las víctimas de antiguos sacrificios que los arqueólogos aún rescataban de la turba en aquella parte de Alemania. Justo debajo de la oreja, recorriendo su garganta exactamente por debajo de la mandíbula, brillaba una cuchillada que, en la mortecina luz de la luna, resplandecía negra en la hierba. Para el joven agente de la Schutzpolizei, el silencio y la muerte habían llegado a la vez, y le habían robado el derecho a gritar mientras se le escapaba la vida.

—¡María! —gritó Fabel en la oscuridad. Silencio. Entonces oyó algo parecido a un suspiro. Fabel giró unos sesenta grados a la derecha. A unos diez metros, Maria yacía medio escondida por las hierbas. Fabel corrió hacia ella y se dejó caer de rodillas a su lado. Estaba tumbada sobre la espalda, con la cara dirigida al cielo oscuro, en una postura que parecía casi relajada, como si hubiera buscado un momento de soledad para contemplar la luna y las estrellas. Sin volver la cabeza, movió los ojos para mirar a Fabel. Tenía los labios apretados con fuerzo y respiraba por la boca en pequeñas y profundas bocanadas. La empuñadura del cuchillo ceremonial le sobresalía del abdomen, justo por debajo del esternón. Le había introducido la hoja entera, sin tocar el corazón a propósito para no provocarle una muerte instantánea, sino para causarle suficientes daños internos como para que la supervivencia de Maria pendiera de un hilo.

Fabel se inclinó sobre ella y colocó las manos con cuidado a ambos lados de su rostro, acercando su cara a la de ella hasta casi besarla.

—No quiero morir, Jan… —dijo con voz de niña pequeña—. Por favor, no dejes que me muera.

—No vas a morir, Maria. —La voz de Fabel era una mezcla de dulzura y determinación a partes iguales—. Mírame. Escúchame. Piensa en lo que te voy a decir: Vitrenko podría haberte matado si hubiera querido, pero no lo ha hecho. Y no lo ha hecho porque quería que estuviera aquí, cuidando de ti, en lugar de perseguirlo. No eres una de sus víctimas, Maria. Eres un entretenimiento, una táctica de distracción… —Podía sentir su aliento débil en la cara—. No vas a morir.

Other books

Wicked Christmas Eve by Eliza Gayle
Lost Honor by Augeri, Loreen
Lost in You by Marsden, Sommer
Night Sky by Clare Francis
Legacy of Lies by Elizabeth Chandler
Infinity + One by Amy Harmon