Muerte de tinta (63 page)

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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

BOOK: Muerte de tinta
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MADRE E HIJO

El olor a tierra húmeda y nueva vegetación me sepulta, acuoso, resbaladizo, con un sabor que recuerda al ácido, a corteza de árbol. Huele a juventud, a corazón dolorido.

Margaret Atwood
,
El asesino ciego

Como es natural, Cabeza de Víbora mandó encerrar a Violante en la antigua estancia de su madre. Sabía de sobra que allí oiría mucho más altas todas las mentiras que su madre le había contado. No podía ser. Su madre nunca había mentido. Madre y padre… eso siempre había significado bien y mal, verdad y mentira, amor y odio. ¡Era tan fácil! Pero ahora su padre también le había arrebatado eso. Violante buscó en su interior su orgullo y la fuerza que siempre la habían mantenido erguida, pero todo lo que encontró fue una niña pequeña y fea, sentada en el polvo de sus esperanzas, con la imagen rota de su madre en el corazón.

Apoyó la frente en la puerta atrancada y aguzó el oído esperando oír los gritos de Arrendajo, pero sólo escuchó las voces de los centinelas apostados ante su puerta. ¿Por qué no había accedido él? ¿Porque pensaba que ella aún podría protegerlo?

Pulgarcito le abriría los ojos. No pudo evitar pensar en el juglar que su padre ordenó descuartizar por haber cantado para su madre, en el criado que les traía libros y que por ello murió de hambre en una jaula situada delante de su ventana. Le dieron de comer pergamino. ¿Cómo había osado siquiera prometer protección a Arrendajo si hasta ahora había provocado la muerte de todo el que había estado de su parte?

—Pulgarcito le arrancará la piel a tiras —la voz de Jacopo apenas llegaba hasta ella—. Dicen que es tan hábil haciéndolo que no te mueres. Al parecer lo ensayó con cadáveres.

—¡Cállate! —quiso pegarle un bofetón en su pálido semblante. Cada día se parecía más a Cósimo. Y sin embargo el niño habría preferido mucho más parecerse a su abuelo.

—No puedes oír nada desde aquí. Lo llevarán abajo, al sótano, a los agujeros. He estado allí. Está todo completamente oxidado, pero en buen uso: cadenas, cuchillos, tornillos, púas de hierro…

Al mirarlo Violante, enmudeció. Ella se aproximó a la ventana, pero la jaula en la que habían encerrado a Arrendajo estaba vacía. Sólo el Bailarín del Fuego yacía muerto delante. Qué extraño que no lo tocasen los cuervos. Como si lo temieran.

Jacopo cogió el plato que le había traído una de las criadas y hurgó en él, enfurruñado. ¿Qué edad tenía? Violante lo había olvidado. Al menos ya no llevaba la nariz de hojalata desde que Pífano se había reído de él.

—Lo amas.

—¿A quién?

—A Arrendajo.

—Es mejor que todos ellos —escuchó de nuevo junto a la puerta. ¿Por qué no respondió que sí? En ese caso a lo mejor hubiera podido salvarle todavía.

—Si Arrendajo confecciona otro libro… ¿seguirá soltando el abuelo un pestazo tan horroroso? Yo creo que sí. Creo que tarde o temprano caerá muerto. En realidad parece que está con un pie en la tumba —con qué indiferencia hablaba. Unos meses antes Jacopo adoraba a su abuelo.

¿Eran todos los niños así? ¿Cómo iba a averiguar Violante la respuesta? Sólo tenía ése. Niños… Violante los veía aún salir corriendo por la puerta del castillo de Umbra hacia los brazos de sus madres. ¿Se merecían de verdad que Arrendajo muriese por ellos?

—¡No quiero ver al abuelo nunca más! —Jacopo, estremeciéndose, se tapó los ojos con las manos—. Si se muere, reinaré, ¿verdad? —la frialdad de su voz aguda impresionó a Violante… y la asustó al mismo tiempo.

—No, no reinarás. No después de que tu padre le atacase. Su propio hijo será rey. Rey del Castillo de la Noche y de Umbra.

—Pero si no es más que un bebé.

—¿Y qué? Entonces gobernará su madre por él. Y Pardillo —«además tu abuelo sigue siendo inmortal», añadió Violante en su mente, «y nadie cambiará ese hecho. Ni en toda la eternidad».

Jacopo apartó el plato y caminó despacio hacia Brianna. Ésta bordaba la imagen de un jinete que tenía un sospechoso parecido con Cósimo, aunque ella afirmaba que era el héroe de un antiguo cuento. Era bueno volver a tenerla a su lado, aunque desde que el íncubo matara a su padre se había vuelto más silenciosa de lo habitual. A lo mejor sí que lo quería. La mayoría de las hijas aman a sus padres.

—Brianna —Jacopo la agarró por su hermosísimo cabello—. Léeme algo, vamos. Me aburro.

—Tú lees de maravilla —Brianna soltó los dedos de su pelo y siguió bordando.

—Traeré al íncubo —la voz de Jacopo se tornó estridente, como siempre que algo lo contrariaba—. Para que te devore, igual que a tu padre. Ah, no, a él no lo devoró. Está muerto en el patio y se lo están comiendo los cuervos.

Brianna ni siquiera levantó la cabeza, pero Violante vio que le temblaban tanto las manos que se pinchó en el dedo.

—¡Jacopo!

Su hijo se giró hacia ella, y durante unos instantes Violante creyó que sus ojos la suplicaban que dijera algo más. «¡Sacúdeme! ¡Pégame! ¡Castígame!», decían. «O cógeme en brazos. Tengo miedo. Odio este castillo. Quiero irme.»

Ella no quería hijos. No sabía bien qué hacer con ellos. Pero el padre de Cósimo exigía un nieto. ¿Qué iba a hacer con un niño? Bastante tenía con mantener cohesionado su corazón doliente. Si al menos hubiera sido niña… Arrendajo tenía una hija. Todos decían que la adoraba. Por ella quizá cediera y le encuadernara otro libro a su padre. Suponiendo que Pardillo atrapase de veras a su hija. ¿Y después? No quería pensar en su mujer. Tal vez muriese. A Pardillo le gustaba ser cruel con lo que cazaba.

—¡Lee! ¡Que me leas algo! —Jacopo seguía plantado delante de Brianna. Con un gesto rápido le arrebató el bordado del regazo tan bruscamente que ella se pinchó de nuevo.

—Este se parece a mi padre.

—No es verdad —Brianna lanzó una rápida mirada a Violante.

—Sí que se parece. ¿Por qué no le pides a Arrendajo que lo rescate de entre los muertos igual que hizo con tu padre?

Antes Brianna le hubiera pegado, pero la muerte de Cósimo había quebrado algo en su interior. Se había vuelto blanda como el interior de un molusco, blanda y llena de dolor. A pesar de todo, su compañía era mejor que ninguna, y Violante se dormía con mucha más facilidad si Brianna cantaba para ella.

Fuera, alguien corrió el cerrojo.

¿Qué significaba eso? ¿Venían a anunciarle que Pífano había matado por fin a Arrendajo? ¿Que Pulgarcito lo había quebrado igual que a tantos hombres antes que él? «¿Y si así fuese, Violante?», pensó, «¿qué importa? De todos modos, tienes el corazón hecho añicos…».

Pero fue Cuatrojos el que entró. Orfeo o Cara de Luna, como lo llamaba Pífano con desprecio. Violante aún no acertaba a comprender lo deprisa que había logrado acercarse a su padre mediante lisonjas. Quizá fuese su voz. Era casi tan bonita como la de Arrendajo, pero algo en ella le producía escalofríos.

—Alteza —su visitante hizo una reverencia tan profunda que rayaba en la burla.

—¿Es que Arrendajo ha terminado dando la respuesta correcta a mi padre?

—No, por desgracia, no. Pero aún vive, si es lo que deseabais saber —sus ojos miraban inocentes a través de los cristales redondos, unos cristales que ella le había copiado, aunque Violante, al contrario que él, no los portaba siempre. A veces prefería ver el mundo a través de una niebla.

—¿Dónde está?

—Ah, ya, habéis visto la jaula vacía. Bueno, he propuesto a Cabeza de Víbora otro alojamiento para Arrendajo. Sin duda conoceréis la existencia de los agujeros a los que vuestro abuelo solía arrojar a sus prisioneros. Estoy seguro de que allí nuestro noble bandido satisfará muy pronto los deseos de vuestro padre. Mas pasemos al objeto de mi visita.

Su sonrisa era dulce como la miel. ¿Qué esperaba de ella?

—Alteza —su voz acarició la piel de Violante como una de las patas de conejo con las que Balbulus alisaba el pergamino—. Al igual que vos, soy un gran amante de los libros. Por desgracia, he sabido que la biblioteca de este castillo está en un estado lamentable, pero ha llegado a mis oídos que siempre lleváis algunos libros con vos. ¿Sería posible que me prestaseis uno o dos? Como es natural, demostraría mi agradecimiento de la mejor manera posible.

—¿Qué hay de mi libro? —Jacopo avanzó hasta situarse delante de Violante, los brazos cruzados como solía hacer su abuelo antes de que sus brazos hinchados ya no fueran capaces ni siquiera de ese gesto sin un dolor insoportable—. Todavía no me lo has devuelto. Me debes —contó con sus cortos dedos— doce monedas de plata.

La mirada que Orfeo lanzó a Jacopo no era ni cálida ni dulce. Pero su voz sí.

—Por supuesto, me alegro de que me lo hayáis recordado, príncipe. Venid a mi habitación y os entregaré las monedas y el libro. Pero ahora dejadme hablar con vuestra madre —y con una sonrisa de disculpa, se giró de nuevo hacia Violante.

—¿Qué me decís? —preguntó bajando la voz en tono confidencial—. ¿Me prestaríais uno, Alteza? He oído maravillas de vuestros libros y, creedme, los trataré con exquisito cuidado.

—Ella sólo tiene dos —Jacopo señaló el cofre situado junto a la cama—. Y los dos tratan de Arrend…

Violante le tapó la boca con la mano, pero Orfeo ya se acercaba al cofre.

—Lo siento mucho —se disculpó ella cerrándole el paso—. Siento un gran apego por estos libros y no deseo desprenderme de ellos. Sin duda ya sabréis que mi padre se ha encargado de que Balbulus ya no pueda hacerme ninguno más.

Orfeo, en lugar de escucharla, clavaba los ojos en el cofre, como fascinado.

—¿Puedo al menos echarles un somero vistazo?

—¡No se los deis!

Era obvio que Orfeo no había reparado todavía en Brianna. Su rostro se petrificó al escuchar su voz tras él, y sus dedos gruesos se cerraron formando un puño.

Brianna se incorporó y respondió a su mirada de hostilidad con indiferencia.

—Hace cosas extrañas con los libros —advirtió ella—. Con los libros y con las palabras que contienen. Y odia a Arrendajo. Mi padre contó que quiso vendérselo a la Muerte.

—¡Lianta! —balbuceó Orfeo mientras, visiblemente nervioso, se enderezaba las gafas—. Era mi criada, como sin duda sabréis, y la sorprendí robando. Seguramente por eso propaga tales infundios sobre mí.

Brianna se puso tan colorada como si acabara de arrojarle agua caliente a la cara, pero Violante se situó a su lado con gesto protector.

—Brianna no robaría jamás —aseveró—. Y ahora, marchaos. No puedo entregaros los libros.

—Ah, ¿así que no robaría jamás? —Orfeo se esforzaba claramente por imprimir a su voz el antiguo tono aterciopelado—. Pues por lo que sé a vos os robó el marido, ¿no?

—¡Toma!

Antes de que Violante pudiera reaccionar, Jacopo se plantó delante de Orfeo con los libros en la mano.

—¿Cuál quieres? Este gordo es el que más le gusta a ella. Pero esta vez tendrás que pagarme más que por mi libro.

Violante intentó arrebatarle los libros, pero Jacopo tenía una fuerza asombrosa, y Orfeo abrió, raudo, la puerta.

—Deprisa. Incauta estos libros —ordenó al soldado que montaba guardia fuera.

El soldado no tuvo que esforzarse para coger los libros a Jacopo. Orfeo los abrió, leyó unas líneas, primero en uno, después en el otro… y dirigió una sonrisa triunfal a Violante.

—Sí. Esta es exactamente la lectura que preciso —anunció—. Os devolveré los libros en cuanto hayan cumplido su misión. Pero éstos —dijo en un murmullo a Jacopo dándole un fuerte pellizco en la mejilla— son completamente gratis, retoño avariento de un príncipe difunto. Y también será mejor que olvidemos el pago por tu otro libro, ¿o queréis trabar relación con mi íncubo? Seguro que habéis oído hablar de él.

Jacopo se limitaba a mirarlo de hito en hito, con una mezcla de miedo y odio en su delgado rostro.

Orfeo, con una reverencia, salió por la puerta.

—Nunca os lo agradeceré lo suficiente, Alteza —dijo a guisa de despedida—. No imagináis lo feliz que me hacen estos libros. Seguro que ahora Arrendajo no tardará en dar a vuestro padre la respuesta correcta.

Jacopo se mordía, nervioso, los labios, como siempre que algo no salía a su antojo, cuando el centinela volvió a correr por fuera el cerrojo. Violante le dio un golpe tan fuerte en la cara que tropezó contra la cama y cayó. Se echó a llorar en silencio, los ojos dirigidos hacia ella como un perro apaleado.

Brianna lo ayudó a levantarse y le enjugó las lágrimas con su vestido.

—¿Qué se propone Cuatrojos con los libros? —Violante temblaba. Todo su cuerpo temblaba. Se había ganado un nuevo enemigo.

—Lo ignoro —contestó Brianna—. Sólo sé que mi padre le quitó uno porque había ocasionado grandes males con él.

Grandes males.

Seguro que ahora Arrendajo no tardará en dar a vuestro padre la respuesta correcta.

ROPA VIEJA

Arquímedes se comió su gorrión, se limpió el pico educadamente en el ramaje y dirigió sus ojos a Wart. Esos enormes ojos redondos tenían, según expresión de un famoso escritor, una flor luminosa, una mancha brillante, parecido al hálito púrpura sobre la uva.

«Ahora que has aprendido a volar», dijo él, «Merlín cree que deberías probar con los gansos salvajes».

T. H. White
,
Camelot
, libro primero

Era fácil volar, muy fácil. El conocimiento vino con el cuerpo, con cada pluma y cada huesecillo. Sí, tras unas dolorosas convulsiones que habían dado un susto de muerte a Recio, los granos habían transformado a Resa en un pájaro, pero no se había convertido en una urraca, como Mortola.

—Una golondrina —musitó Lázaro cuando voló hasta su mano, mareada por el hecho de que todo se hubiera agrandado de repente—. Las golondrinas son unos pájaros simpáticos, muy simpáticos. Te pega.

Él le había acariciado muy suavemente las alas con el índice, y a ella le había parecido muy raro no poder seguir sonriéndole con el pico. Pero podía hablar con voz humana, lo que había asustado aún más al pobre Tullio.

Las plumas calentaban bien, y los centinelas situados a la orilla del lago ni siquiera alzaron la vista cuando voló por encima de sus cabezas. Era evidente que aún no habían encontrado a los hombres que había matado Lázaro. El escudo que lucían sus capas grises recordó a Resa los calabozos del Castillo de la Noche. «Olvídalos», pensó batiendo sus alas al viento. «Pertenecen al pasado. Pero acaso logres cambiar el futuro.» ¿O es que al final la vida no era más que una red hecha de hilos fatales de la que no había escapatoria? «¡No pienses, Resa, vuela!»

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