Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
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En cuanto a Rodrigo, es igualmente cierto que en este momento no fue desterrado, contra lo que dice el Poema. Fue desposeído, sí, del rango de alférez del rey, que recayó en el conde de Carrión Pedro Ansúrez, como era enteramente lógico, pues este caballero había sido siempre el alférez de Alfonso. Pero Rodrigo Díaz de Vivar no cayó en desgracia. Alfonso VI, para congraciarse con los castellanos, favoreció a Rodrigo arreglándole un buen matrimonio: con la dama asturiana jimena Díaz, emparentada con la casa real.Y además otorgó al caballero castellano cometidos de alta responsabilidad, como cobrar las parias del reino taifa de Sevilla. La desdicha del Campeador vendrá más tarde, y ya veremos por qué. Pero ahora, año de 1072, todo era una balsa de aceite.
Uno que se las prometía muy felices con el cambio de poder era García. Recordemos: el otro hermano, rey de Galicia, despojado de su corona por aquel pacto de Burgos entre Alfonso y Sancho. García estaba en Sevilla, acogido a la hospitalidad que el rey taifa al-Mutamid le debía como tributario suyo que era. Ahora, enterado de lo de Zamora, se apresuró a cabalgar hacia León: desaparecido Sancho, quizá pudiera conven cer a Alfonso para recuperar su reino o, al menos, la parte de él que Sancho le había arrebatado. Pero García se equivocaba. Alfonso no estaba dispuesto a compartir el reino. Según parece, la primera intención de Alfonso VI fue salir al encuentro de García, derrotarle en el campo de batalla y poner así fin al problema. Pero la infanta Urraca —que ya figura en varios documentos como reina— y el alférez de León Pedro Ansúrez, por evitar un nuevo fratricidio, aconsejaron una solución menos expeditiva. ¿Cuál? Encerrarlo de por vida.Así Alfonso citó a García, éste acudió a la cita y allí el desdichado se vio desarmado y preso. Era febrero de 1073. García fue recluido en el castillo de Luna, en Burgos, de donde nunca más saldría hasta el día de su muerte, el 22 de marzo de 1090, diecisiete años después.
Así Alfonso VI se convirtió, definitivamente, en único rey de todos los territorios reconquistados por el impulso de la vieja monarquía asturiana. Asturias y León, Galicia y Portugal, Castilla y sus prolongaciones hacia Álava y La Rioja… Todo estaba en manos de Alfonso VI.Y además, el monarca conservaba una posición de superioridad indiscutible sobre las taifas musulmanas. Nunca un rey cristiano había sido tan poderoso.Tenía treinta y dos años y le esperaba todavía un largo reinado.
Culebrón de amor y poder en la corte de Barcelona
Vamos ahora al otro extremo del mapa, a los condados catalanes, donde al mismo tiempo estaban pasando cosas de enorme relevancia.A1gunas de ellas, por cierto, bastante sangrientas. Pero, sobre todo, vamos a asistir al protagonismo de una mujer excepcional: la hermosa condesa Almodís de la Marca.
Recompongamos el paisaje. Después de la regencia de la abuela Ermesenda, de la que ya hemos hablado aquí, el conde de Barcelona, Ramón Berenguer 1, había emprendido una tenaz tarea de reconstrucción del poder condal frente a las rebeliones feudales (y frente a su abuela Ermesenda, que era de armas tomar). También hemos contado aquí cómo, paulatinamente, Ramón Berenguer 1, alias ElViejo, fue ganando terreno a sus rivales.Tuvo que superar enormes dificultades, incluidos golpes de Estado, pero finalmente logró que la autoridad soberana del conde prevaleciera sobre los poderes particulares de los nobles.
Esta agitada vida política de ElViejo se combinaba con una no menos agitada vida matrimonial.Y en ella hemos de pararnos con algún detalle, porque los sucesivos enlaces de Ramón Berenguer iban a tener consecuencias inesperadas. A la hora de buscar esposa, el conde de Barcelona había apostado decididamente por el espacio occitano, el sur de Francia. Su primera mujer fue la hija del vizconde de Nimes, Isabel, a la que desposó cuando nuestro hombre tenía sólo dieciséis años. Isabel le dio tres hijos, dos de ellos muertos a muy corta edad. Sobrevivió el primogénito, Pedro Ramón, cuyo nombre debemos retener. Isabel de Nimes murió pronto, y entonces Ramón Berenguer se casó de nuevo: lo hizo con la dama Blanca de Narbona, con la que no tuvo descendencia y que fue repudiada.Y por último, ElViejo —que aún no era tan viejo: tenía treinta y tres años— contrajo matrimonio con la hija del conde Bernardo de Razés, la dama Almodís de la Marca.Y aquí es donde aparece nuestra heroína.
Decimos que Ramón «contrajo matrimonio» con Almodís, pero en realidad habría que decir que la raptó: como suena. La de Almodís es una historia realmente enrevesada y, además, rodeada de rasgos novelescos. Su familia, la de los condes de Razés, descendía directamente de Carlomagno: era una de las grandes casas de Francia. En cuanto a nuestra dama, era una mujer de excepcionales cualidades: hermosa, muy culta y con acusado olfato político. Almodís ya no era ninguna niña: superaba los treinta años y tenía tras de sí dos matrimonios y cinco hijos. Primero había estado casada con el noble Hugo V de Lusiñán, primo suyo, de quien tuvo un hijo. Ese matrimonio fue anulado por razones de consanguinidad. Entonces Almodís se casó con el poderoso conde de Tolosa, Ponce III. Almodís tuvo cuatro hijos con el conde tolosano. Pero después de diez años de matrimonio aparentemente apacible, algo extraordinario ocurrió.
Lo que ocurrió, según la tradición, es que un buen día apareció por el castillo de Tolosa el conde de Barcelona, Ramón Berenguer 1, que volvía de un viaje de inspección por la frontera norte del condado. Ramón fue hospedado por el conde de Tolosa, como no podía ser menos, y allí El Viejo conoció a nuestra protagonista. La conoció y más aún: se quedó absolutamente prendado de ella. Por lo que la tradición nos ha legado sobre Almodís, esta mujer debía de estar acostumbrada a suscitar tal efecto en los hombres: era sencillamente arrebatadora. Esta vez, sin embargo, había una diferencia: a Almodís también le gustó Ramón Berenguer.
Lo que pasó después parece más propio de una novela galante que de un relato histórico. Ramón y Almodís se siguen frecuentando a escondidas, mientras el conde Ponce de Tolosa empieza a sufrir serios dolores en la frente. Ramón, que ya sólo tiene ojos para Almodís, repudia a su esposa Blanca con el argumento —cierto, por otro lado— de que no le había dado descendencia. Abrasados por una madura pasión —los dos habían superado los treinta años—, los amantes se conjuran para huir juntos. Con el concurso de criados fieles, Almodís y Ramón traman un plan: el conde de Barcelona raptará a la dama de Tolosa, la cual, por supuesto, se dejará raptar.Y así, un buen día, Ramón Berenguer 1 apareció en Barcelona con un regalo inesperado: la hermosa dama Almodís, nueva condesa de Barcelona.
¿Una turbulenta historia de amor? No hay por qué dudarlo, pero el interés siempre ha sido un excelente lubricante para el amor, y en este caso la mano de Almodís traía asociados importantes derechos sobre el Languedoc, al otro lado del Pirineo catalán. De manera que la alianza de Almodís y Ramón, además de plasmar una relación sentimental, abría una vinculación política nueva: el condado de Barcelona se proyectaba hacia el norte, el Languedoc francés se proyectaba hacia el sur. Así que la aventura iba mucho más allá de un asunto pasional.
El escándalo fue mayúsculo, como se puede imaginar. Blanca, la esposa repudiada, no estaba dispuesta a perder el condado.Y por supuesto, el marido de Almodís, Ponce de Tolosa, no se iba a resignar a perder la pieza. Pero, además, la anciana condesa viuda Ermesinda, la abuela de El Viejo, también puso el grito en el cielo, no tanto por sentido de la fidelidad matrimonial como porque vio en la recién llegada,Almodís, una grave amenaza para su influencia política (y la vieja no se equivocaba). En todo caso, ahora Ermesenda veía en el episodio un excelente pretexto para recuperar el poder que su nieto le había socavado. Los tres —Blanca, Ponce y Ermesenda— conseguirán que el papaVíctor II excomulgue a Almodís y Ramón por adúlteros. Se abría así un convulso periodo donde las cosas del querer se mezclarían con las cosas del poder.
No podríamos decir exactamente cómo vivían Ramón Berenguer y Almodís las cosas del querer, pero sí sabemos cómo gestionaron las cosas del poder, y hay que reconocer que lo hicieron con mano maestra.Volvemos ahora al principio de nuestro relato: Ramón Berenguer, decíamos, había logrado que la autoridad soberana del conde prevaleciera sobre los poderes particulares de los nobles. ¿Cómo lo hizo? O más exactamente: ¿cómo lo hicieron?, porque aquí Almodís jugó un papel protagonista. Lo hicieron, fundamentalmente, a base de dinero.
Ramón y Almodís se lanzaron a comprar literalmente el condado. Invirtieron sumas fabulosas en adquirir tierras y castillos, obligando a los nobles a suscribir infinidad de pactos que regulaban minuciosamente las relaciones de poder dentro del condado y que aseguraban el predominio del conde de Barcelona en todos los territorios. Conocemos muchos ejemplos concretos de esos contratos.Almodís y ElViejo compraron once castillos en el término del Penedés, que era el centro de la revuelta feudal. Firmaron pactos con los clanes nobiliarios más relevantes: los Gurb-Queralt y los Orís de Osona, los Cervelló en Barcelona, los Cerviá-Celrá de Gerona, y también con las casas vizcondales de Barcelona, Cabrera (en Gerona) y Cardona (en Osona). ¿Y qué decían esos pactos? Que los magnates quedaban obligados a reconocer la autoridad del conde y a prestarle fidelidad en todos los sitios de sus dominios.Y para evitar malentendidos, Ramón y Almodís se preocupaban de citar con todo detalle cuáles eran los dominios en cuestión: los cuatro condados de Barcelona, Gerona, Osona y Manresa; los tres obispados de Barcelona, Gerona yVic; las cinco ciudades de Barcelona,Vic, Manresa, Gerona y Cardona, y los castillos conquistados de la Baja Ribagorza. Más claro, agua.
Simultáneamente, ElViejo y su encantadora esposa francesa iban incorporando al núcleo barcelonés todos los condados que les quedaban a mano: Urgel, Besalú, Ampurias, Cerdaña, Ribagorza… Ramón Berenguer había sido el único capaz de controlar la rebelión feudal que se extendió por toda Cataluña. Eso le había proporcionado una superioridad innegable sobre todos los demás condes.Y así ElViejo recibió el homenaje —es decir, el juramento de fidelidad— de los condes de Besalú, Cerdaña, Ampurias y Rosellón. Como además había conseguido el apoyo político del condado de Urgel, a la altura del año 1060 podía decirse que el conde de Barcelona era el amo indiscutible de toda Cataluña.
¿Y de dónde habían sacado Ramón Berenguer 1 y Almodís el dinero para sufragar semejante política? De las parias, aquellos tributos que, a cambio de protección, le pagaban las taifas moras de Lérida,Tortosa y Denia. Parece que Barcelona cobraba a los moros unas parias sensiblemente más elevadas que las que cobraban aragoneses, castellanos y leoneses.Y los moros del Mediterráneo aceptaban el juego porque el arreglo con Barcelona les resultaba vital: aunque pagaran más, se aseguraban la estabilidad de la ruta comercial hacia el interior de Europa.Así pudo ElViejo invertir en su política unas sumas desorbitadas. Estudios modernos evalúan en diez mil onzas de oro el total de las inversiones desembolsadas por Almodís y Ramón Berenguer 1 en la compra de tierras y plazas fuertes. Una cifra fabulosa.
La irresistible Almodís había llegado a Barcelona en 1052, en la novelesca peripecia que hemos visto. Tan sólo cinco años después, ella y su marido, el conde de Barcelona, habían sofocado las revueltas feudales, habían amasado una fortuna considerable y, más importante aún, habían conseguido incluso doblegar a aquella otra mujer extraordinaria que fue la anciana Ermesenda: porque la abuela del conde, viendo que tenía la partida perdida, optó por reconciliarse con su nieto y con la francesa, pidiendo al papa que levantara la excomunión que pesaba sobre ellos. Fue lo último que Ermesenda hizo en vida. Fue también la mayor victoria de Almodís. Pero la tragedia esperaba a la vuelta de la esquina.
El horrible final de la hermosa Almodís de la Marca
Almodís de la Marca, entre sus innumerables encantos, contaba con el de poseer derechos sobre amplios territorios en Carcasona y el condado de Razés. Todas estas regiones francesas pasaron así a depender del condado de Barcelona. Naturalmente, los condes se habían preocupado de que esta expansión territorial no se agotara en ellos, sino que pasara a la siguiente generación. En particular, Almodís había puesto el mayor celo en aparecer siempre ella en todos los documentos, de los cuales, además, guardaba para sí una copia. El objetivo era poder legar un día todo ese patrimonio a los dos hijos varones del matrimonio: los gemelos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, que así se llamaban, predestinados desde su mismo nacimiento a gobernar juntos sobre el condado. Ahora bien, los gemelos no eran los únicos herederos. Porque el conde Ramón Berenguer había tenido un hijo de su anterior matrimonio con Isabel de Nimes.Y este hijo, de nombre Pedro Ramón, no estaba en absoluto de acuerdo con el reparto.
Pedro Ramón de Barcelona, había nacido hacia 1040, hijo del conde de Barcelona Ramón Berenguer y de Isabel de Nimes, vizcondesa de Beziers. Isabel había desaparecido de la vida catalana muy pronto. Pedro Ramón quedaba como heredero único del condado. Pero el matrimonio de Ramón Berenguer conAlmodís trastocó todos los planes.Almodís dio al conde de Barcelona dos hijos varones, y luego se ocupó de acumular un importante patrimonio territorial que pasaría directamente a ellos. A Pedro le quedaba, al menos, la herencia del título condal barcelonés, pero incluso esto le fue arrebatado cuando Almodís, hacia 1063, logró marginarle de todos los documentos oficiales. Al acabar la década, incluso la herencia de la corona condal estaba ya sobre las sienes de los hijos gemelos de Almodís.Y Pedro Ramón quedaba literalmente anulado.
La hostilidad que Almodís profesaba a Pedro no era ningún secreto. El odio de Pedro a Almodís, tampoco.A finales de octubre de 1071, la situación estalló: ¡Pedro asesinó a Almodís!
Ignoramos los detalles del episodio, que seguramente tuvo lugar en el mismo palacio condal de Barcelona. Dicen algunas fuentes que no fue un asesinato premeditado, sino fruto de un ataque de ira. Sea como fuere, la cosa era irreparable. Almodís de la Marca moría con poco más de cincuenta años. Teniendo en cuenta la influencia que Almodís había llegado a ejercer sobre la vida del condado, podemos suponer que la noticia significó una auténtica conmoción.Y aunque Pedro Ramón podía esgrimir sus derechos de primogenitura, nadie levantó la voz por él.
El final de Pedro Ramón de Barcelona fue tan desdichado como lo había sido su vida. Desposeído de todos sus derechos, fue apresado y sometido a la autoridad del papa Gregorio VII, que lo excomulgó. Para redimir su delito fue condenado a una severísima pena: veinticuatro años de destierro, ayuno y peregrinación, mientras lavaba sus faltas en la guerra contra los musulmanes. Pedro Ramón de Barcelona murió en algún lugar de la frontera andalusí, dice la tradición que en combate, hacia el año de 1073.