Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
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El poder instalado en la capital cordobesa, en efecto, no es capaz de otorgar solidez a los enormes territorios que nominalmente controla. Muy temprano, en los primeros decenios del siglo VIII, una pelea entre bereberes y árabes provocó el abandono de las posiciones musulmanas del valle del Duero; gracias a eso podrán los cristianos cantábricos constituir un reino. En cuanto al valle del Ebro, era musulmán, sí, pero no estaba bajo el control de Córdoba, sino de una familia local, aquella del conde Casio, islamizada como Banu-Qasi. Del mismo modo, quienes cortaban el bacalao en el área de la actual Extremadura no eran los invasores árabes, sino una familia local llamada al-Galiki, es decir, «los gallegos», y en lo que hoy es Murcia tampoco mandaban los extranjeros, sino ese otro noble hispanogodo llamado Teodomiro. Asimismo, en Toledo, por encima y por debajo de los gobernadores enviados por Córdoba, era determinante la influencia de los patricios de la ciudad, de origen hispanogodo e hispanorromano; de hecho, Toledo va a vivir en permanente insurrección durante siglos.Y el gran rebelde de la sierra malagueña, Omar ibn Hafsún, no fue un árabe ni un berebere, sino, al parecer, un godo de familia islamizada —Hafs— que se levantó contra el poder del emir.
¿España mora? Realmente, no. El poder cordobés contempló siempre la islamización de A1-Ándalus como una de sus prioridades políticas, pero, en la práctica, la islamización de la población hispana debió de ser muy superficial. Tanto que el mentado malagueño Omar ibn Hafsún, ya a finales del siglo IX, decide convertirse al cristianismo y levanta una iglesia en su fortaleza de Bobastro. No era un gesto gratuito: una hija de este rebelde Hafsún, de nombre Argéntea, morirá mártir en Córdoba por negarse a abjurar de la cruz. Los martirios de cristianos en la Córdoba del siglo IX atestiguan la fuerza de la vieja fe en el territorio formalmente musulmán del emirato. Del mismo modo, la emigración hacia el norte de mozárabes —la población cristiana de AL-Ándalus— no va a cesar en todo este periodo. Se calcula que a principios del siglo X la población cristiana andalusí se elevaba al 70 por ciento del conjunto; una mayoría sometida a un poder extranjero, reprimida en su libertad religiosa, obligada a pagar tributos para mantener su fe, pero numéricamente aplastante. Del 30 por ciento restante, la gran mayoría era hispana conversa: los muladíes. Los andalusíes de origen étnico árabe o berebere eran una exigua minoría; sin embargo, eran los que mandaban.
Sentado en la cúspide de este polvorín estaba el emir Abderramán III, que había llegado al trono cordobés en el año 912, con apenas veintiún años, y cuyo poder, en realidad, apenas iba más allá de Córdoba y sus arrabales. Pero Abderramán decide desde el principio de su reinado cambiar las cosas. ¿Cómo? Transformando violentamente la composición del emirato. Es una política muy agresiva que ha de atender varios frentes a la vez. Primer frente: el poder de los señores locales rebeldes, que había llegado a hacer que el emirato se desgajara en territorios distintos, desobedientes a Córdoba. Abderramán actuará aquí desplegando tenazmente una serie ininterrumpida de campañas, tanto militares como políticas, para reafirmar la hegemonía cordobesa sobre todo el territorio andalusí. Primero en Andalucía, después en Levante y en el Algarve, Abderramán irá recuperando a ritmo constante el control sobre todo el territorio. La Crónica llamada de al-Nasir lo cuenta así:
Conquistó España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes.
Segundo frente que tenía que atender Abderramán: el problema étnico, con esos eternos enfrentamientos entre mozárabes y musulmanes y, al mismo tiempo, entre árabes y bereberes. Abderramán lo solucionará parcialmente— importando grandes masas de población nueva, en particular los llamados «eslavos», que eran esclavos de origen europeo obligados a convertirse al islam.Y lo que fue más decisivo: a estos eslavos no los alojó sólo en los campos del emirato, sino sobre todo en el ejército y particularmente en la corte, de manera que en la vieja oposición entre árabes y bereberes entraba ahora un tercer elemento que trastornaba por completo las relaciones de poder en el mismo corazón de Córdoba.
Y tercer frente: la superficial islamización de la población andalusí, que no dejaba de representar un serio obstáculo para las pretensiones de poder de Córdoba. Porque en el mundo islámico, ayer como hoy, el poder político es inseparable del poder religioso, es la autoridad religiosa la que legitima el ejercicio del poder político y, por tanto, nadie puede aspirar a que se reconozca su soberanía si ésta no va acompañada de una autoridad religiosa incontestable. Aquí los emires de Córdoba tenían un problema o, mejor dicho, dos. El primero, que tenían que gobernar sobre un territorio en realidad poco islamizado;Abderramán, hijo de una concubina cristiana y nieto de una princesa navarra, también cristiana, conocía mejor que nadie esta debilidad del islam español. El segundo problema era que su poder no dejaba de estar subordinado, en materia religiosa, al del califato, que residía en Damasco; pero, además, en tiempos de Abderramán III surgió otro califato en el Magreb, en el norte de África, lo cual dejaba a Córdoba en posición un tanto desairada.
¿Qué hizo Abderramán para solucionar estos dos problemas? En primer lugar, acentuó la presión de la ley islámica sobre la vida social. Este proceso había comenzado un siglo antes, cuando los emires trajeron a la España mora los preceptos de la escuela jurídica malikí, abiertamente fundamentalista.Abderramán forzó la máquina y además intensificó la represión sobre los cristianos.Y para que no quedara duda alguna de quién era el verdadero amo, en el año 929 el emir tomó una decisión trascendental: se elevó a sí mismo a la condición de califa.
La diferencia es fundamental. El emir es un jefe político, no un jefe religioso; pero el califa, además de jefe político, es el sucesor de Mahoma, es decir, un jefe religioso, una autoridad espiritual. Al proclamarse califa, Abderramán reclamaba para sí todo el poder religioso, político y militar en el ámbito de Al-Ándalus. Prerrogativas que, entre otras cosas, incluían la persecución y castigo de cualquier desviación religiosa, ya fuera musulmana,judía o cristiana.
Así nació el califato de Córdoba. En tanto que califa, Abderramán exigirá —y logrará— la sumisión de todos los poderes rebeldes en AlÁndalus.Y tras haber reunificado la España mora, el califa apuntará a la España cristiana: León, Navarra, Aragón, que estaban inquietando seriamente las fronteras cordobesas. Éste es el contexto en el que Abderramán III se dirige a sofocar la sublevación de Toledo.Y enfrente está un invitado al que nadie esperaba: Ramiro II, rey de León.
De Toledo a Osma: Ramiro frena al califa
Ya hemos llegado al momento decisivo: Toledo, año de Nuestro Señor de 932. La vieja capital hispanogoda, tenazmente rebelde, se ha suble vado una vez más contra Córdoba. En esta ocasión el levantamiento dura ya dos años sin que las tropas del califa, pese a su implacable asedio, hayan conseguido doblegar a los toledanos. Abderramán III estrecha el cerco. Los toledanos piden socorro a Ramiro II. Será la primera vez que los dos hombres se enfrenten; vendrán muchas más. De hecho, este episodio que empieza a orillas del Tajo terminará a orillas del Duero. Pero aclaremos algo: ¿por qué era tan importante Toledo?
Toledo era importante por dos razones: primero, por el prestigio simbólico de la ciudad, vieja capital hispanogoda, cabeza de la Hispana histórica y de la Iglesia española; además, era importante por su situación estratégica, dominando el valle central del Tajo y como nudo de comunicaciones entre Córdoba y Aragón, es decir, entre el centro y el este del territorio andalusí. Para Abderramán III, dominar Toledo era una cuestión elemental de prestigio: no podía blasonar de poder mientras Toledo fuera rebelde; además, necesitaba controlar ese nudo para garantizar su comunicación con Aragón. En cuanto a Ramiro II, es fácil imaginar lo que Toledo representaba para él: la capital que perdieron sus predecesores godos, la cabeza de la España perdida; recuperar Toledo era cumplir media Reconquista.
Bien: por esto era importante Toledo. Pero los toledanos, ¿qué pensaban? Pensaban, sobre todo, en su libertad. Toledo: vieja capital de los celtíberos carpetanos, romana desde el 192 a.C., rica en agricultura, favorecida por el comercio, activa en la minería del plomo y el cobre; sede episcopal cristiana desde el siglo III, capital de la monarquía visigoda desde el siglo V… Toledo era el centro de España. Cuando la invasión mora, Toledo fue de las ciudades que obtuvo un estatuto privilegiado: aunque bajo dominio musulmán, las elites locales, islamizadas o no, mantuvieron una amplia autonomía. Esa autonomía la hicieron valer una y otra vez frente a los emires, con recurrentes episodios de rebeldía que Córdoba no pudo sofocar ni siquiera mediante represiones tan salvajes como la de la jornada del Foso. Más aún: en su momento, la Toledo musulmana no tuvo reparos en ponerse de acuerdo con el rey de Asturias, Alfonso III el Magno, para derrocar a los gobernadores impuestos desde el exterior y elegir a sus propios patricios. Ahora, año 932, la capital del Tajo vivía un nuevo episodio de este género.
Ramiro, solucionados los terribles problemas sucesorios que le asaltaron al ceñir la corona, pudo por fin disponerse a socorrer Toledo. Pero, cuando iba a hacerlo, sobrevino otro enojoso asunto: el rey tenía que cambiar de esposa.Y es el tipo de problema que no se resuelve de un día para otro.
¿Por qué tenía que cambiar Ramiro de esposa? Realmente, no lo sabemos. Ramiro, recordemos, estaba casado desde bastante tiempo atrás con una noble dama llamada Adosinda Gutiérrez, que le había dado tres hijos. Pero ahora Ramiro era rey de León, y eso cambiaba las cosas. En la casa real asturiana tenemos precedentes de reyes que cambiaron de esposa al ceñir la corona: su nuevo estado exigía sellar mediante matrimonio las alianzas del reino. En el caso de Ramiro parece, además, que había un inconveniente canónico, pues Adosinda era pariente cercana del nuevo monarca.
El hecho, en cualquier caso, es que Adosinda fue repudiada, aunque siguió manteniendo su estatus regio en sus tierras portuguesas y sus hijos no perdieron derechos legítimos.Y Ramiro, por su parte, se casó con una princesa navarra: doña Urraca, hija de los reyes don Sancho 1 Garcés y doña Toda. Navarra era desde hacía mucho tiempo el aliado fundamental de León; este matrimonio de Ramiro ratificaba la alianza. La reina Urraca Sánchez dará a Ramiro cuatro hijos: Sancho, Elvira, Teresa y Velasquita. A alguno de ellos lo volveremos a encontrar en nuestra historia.
Podemos imaginar que, con todas estas dilaciones, cuando Ramiro llegó a Toledo ya tenía poco que hacer. En efecto, Abderramán III había tenido tiempo de fortificar todas las posiciones de la margen derecha del Tajo, cerrando el paso hacia la capital rebelde. El ejército que Ramiro había reunido en Zamora pasó la sierra de Guadarrama y buscó un lugar donde instalar una base de operaciones. Lo encontró en la fortaleza omeya de Magerit, hoy Madrid. Aquí, a orillas de un río escueto, el emir Muhammad había hecho construir una atalaya en torno al año 880 para vigilar los pasos hacia la sierra y lanzar ataques contra los reinos cristianos del norte; andando el tiempo, cambiaron las cosas y aquella base ofensiva se había convertido en una posición defensiva. Las tropas leonesas tomaron la ciudad y desmantelaron sus murallas; se desparramaron por las tierras más próximas haciendo abundante botín. Siguiendo una costumbre que se remontaba a los primeros tiempos de la Reconquista, Ramiro recogió a la población cristiana, que el poder musulmán había desplazado a los arrabales de la ciudad, y la llevó consigo hacia el norte. Y eso fue todo.
Un buen golpe, en fin, esta incursión de Ramiro en Madrid. Pero lo de Toledo ya no había quien lo levantara; con el Tajo fortificado, la ciudad estaba perdida. Abderramán III la sometió al fin: el 2 de agosto de 932 entraba el califa en la vieja capital goda, que perdía así su orgullosa libertad. Después llegó el otoño, y luego el invierno, y la guerra se paralizó. Parece ser que Ramiro no perdió del todo la esperanza de acosar Toledo, porque aún se mantuvo durante algunos meses por aquellas tierras. Pero entonces el rey recibió un mensaje alarmante: las tropas moras asomaban la cabeza por la frontera castellana.Y al frente del ejército sarraceno se hallaba nada menos que el propio Abderramán.
El mensaje en cuestión se lo había mandado al rey Ramiro el conde de Castilla, Fernán González, del que aún tendremos que hablar mucho en nuestro relato. El mensaje era muy nítido: las tropas califales habían cruzado hacia el norte y se habían presentado ante Castromoros, lo que hoy es la soriana San Esteban de Gormaz, a orillas del Duero oriental. Seguramente habían aparecido allí vía Guadalajara. Abderramán III esperaba sin duda asestar un severo golpe al osado Ramiro, ese audaz que había llegado hasta Madrid. Abderramán ya se había medido antes con Ordoño II, el padre de Ramiro. Una y otra vez el califa había subestimado la potencia militar de los leoneses, lo cual le valió serios estragos. Uno de ellos, por cierto, ante la misma San Esteban de Gormaz. ¿Había aprendido el califa la lección?
No,Abderramán no había aprendido la lección. Los ejércitos de Ramiro llegaron al lugar en muy poco tiempo. Aún no había empezado a apretar el verano de 933 cuando las tropas leonesas salieron al encuentro del contingente moro. Fue en Osma. El cronista Sampiro lo cuenta así:
Y el rey, invocando el nombre del Señor, mandó ordenar sus huestes y dispuso que todos los hombres se preparasen para el combate.Y el Señor le dio gran victoria, pues matando a buena parte de ellos y haciendo muchos miles de prisioneros trájolos consigo y regresó a su ciudad con señalado triunfo.
Ramiro salió con bien de este episodio que empezó a orillas delTajo y se resolvió a orillas del Duero. Pero será tan sólo el primero de una larga serie que iba a prolongarse durante años.Y en cuanto a Toledo, Abde rramán III ya podía presumir de haber sometido a la rebelde capital de la vieja Hispania, pero sería por poco tiempo. Cuando el califato se desintegre, a principios del siglo siguiente, Toledo se convertirá en taifa independiente.Y sólo medio siglo más tarde, Toledo volverá a ser cristiana. Pero esto es otra historia.