Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
Tags: #Histórico
Naturalmente, los musulmanes no pondrán las cosas fáciles. Primero, Abderramán III elevará el emirato de Córdoba a la condición de califato —ya explicaremos aquí en qué consiste eso y por qué era tan importante— y lanzará agresivas campañas contra la cristiandad española. Después, un brillante funcionario llamado Almanzor se hará con el poder en Córdoba y, convertido en caudillo, someterá a los reinos cristianos a su prueba más dura desde la invasión de 711. Pero Almanzor, que a punto estuvo de destruir todo lo ganado por la cruz en la Reconquista, morirá en el año 1002, y con él muere también su obra: el califato estalla en mil pedazos y nacen los denominados Reinos de Taifas. De esta manera las relaciones de fuerza se invierten: a partir de ahora, la España cristiana, más pobre pero más fuerte, impondrá sus condiciones a la España mora, más rica pero más débil.A mediados del siglo XII, dos tercios de la Península ya habían pasado a manos cristianas.
Esta debilidad de la España musulmana debería haber allanado el camino para la Reconquista del resto de la Península; pero el paisaje no atraerá sólo a los guerreros cristianos, sino también a dos tribus del norte de África fundamentalistas y guerreras: almorávides y almohades, que caerán sucesivamente sobre A1-Ándalus soñando con restaurar el esplendor perdido. Así vendrán nuevos tiempos de guerra sin fin. Finalmente, la batalla de Las Navas de Tolosa, en 1212, significará el ocaso definitivo del islam español.Y con ella empezará una etapa nueva.
Vamos a contar, en fin, tres siglos de historia de España. Tres siglos en los que pasaron muchas cosas, y todas ellas muy importantes. Los monjes de Cluny llegarán a España para revolucionar literalmente la cultura de la cristiandad medieval. En la arquitectura política de la España reconquista da empieza a cobrar un auge decisivo la nobleza, lo cual va a trastocar las relaciones de poder en nuestros reinos. Grandes contingentes de población europea vendrán a instalarse aquí, entre nosotros, atraídos por el reclamo de las nuevas tierras ganadas al islam y que se abrían ahora a los colonos. Al mismo tiempo, los mozárabes, esto es, los cristianos que vivían bajo el poder islámico del sur, afluyen en número creciente hacia el norte: veremos cosas tan prodigiosas como la marcha masiva de 14.000 mozárabes que abandonan Andalucía para repoblar Zaragoza bajo la protección de Alfonso el Batallador.
Los reinos cristianos lucharán entre sí por la hegemonía, pero también los reinos moros harán lo propio. En el complejísimo mosaico de esas relaciones de poder surgen figuras excepcionales como la del Cid Campeador, bien conocido, pero también otros muchos campeones de la caballería medieval que vendrán a visitarnos aquí, en estas páginas. Y con los caballeros vendrán a visitarnos, una vez más, los colonos que roturan tierras cada vez más al sur, que fundan ciudades y que sobre ellas edifican leyes y derechos. Veremos, por ejemplo, cómo nacen en España las primeras Cortes democráticas de Europa: las de León.
Entramos en una España de moros y cristianos donde no siempre es fácil separar historia y leyenda: una España de doncellas cautivas y reinas moras, de guerreros y trovadores, de monjes y comerciantes, en un tiempo en el que la vida era una aventura continua. Pero empecemos por el principio: estamos en León, el 6 de noviembre del año 931. Ramiro II, que ya reinaba en Portugal y Galicia, está siendo coronado rey de León, es decir, de León, Asturias y Castilla. Todo el viejo reino, dividido a la muerte de Ordoño II, vuelve a estar en unas solas manos. En ese mismo momento, el caudillo de Córdoba, Abderramán III, que ha proclamado la guerra santa, está asediando Toledo. Los toledanos piden ayuda a Ramiro. El rey de León se dispone al combate. Algo, sin embargo, se interpondrá en su camino. La historia vuelve a comenzar.
1
ESPÍRITU DE RECONQUISTA
La irresistible ascensión del rey Ramiro
¿Y quién era este Ramiro II que acudía en socorro de la capital del Tajo? No era un rey cualquiera, Ramiro. Ojo a este caballero, porque va a ser el último gran rey de su estirpe y uno de los más señeros de la España cristiana. Pasará a la historia como El Grande, y con razón, por su energía y su talento estratégico. Sus enemigos musulmanes le llamarán «el Diablo» por su ferocidad en el combate.
La Crónica de Sampiro
dice de él que «no sabía descansar»:
labori nescius cedere
, casi las mismas palabras que las crónicas dedican a su padre, el rey Ordoño. El hecho es que con este incansable Ramiro, que reinará veinte años, León iba a conocer su momento de máximo esplendor. Pero ¿de dónde había salido Ramiro II?
Retrocedamos un poco.Vayamos al año 910. Es la fecha en la que el último gran rey de Asturias, Alfonso III el Magno, es obligado a abdicar por sus hijos. El reino, ya de León, se divide. Los hijos de Alfonso se reparten los territorios: García se queda con León; Ordoño, con Galicia y Portugal; Fruela, con Asturias. Nuestro Ramiro es hijo de Ordoño, el que se ha quedado con Galicia. En aquel momento es un mozalbete de doce años. En 914, García muere y Ordoño pasa a unificar de nuevo todos los territorios. Ordoño II, que asestó golpes decisivos a los musulmanes, reinará diez años. A su muerte estalla una guerra civil en Asturias: los hijos de Ordoño reclaman el trono, pero Fruela, el otro hermano del rey muerto, hace valer sus derechos y toma la corona.Y este Fruela, a su vez, muere de lepra al año siguiente —estamos ya en 925—, de manera que el conflicto se reproduce, ahora entre el hijo de Fruela —Alfonso Froilaz, el jorobado— y los hijos de Ordoño; entre ellos, Ramiro.
Fue un triste periodo para la corona leonesa. Ordoño había tenido seis hijos, de los cuales tres pelearán por la corona: Sancho, Alfonso y nuestro Ramiro. Cuando los hermanos Ordóñez —que así se les llamaba— consiguieron eliminar la oposición del hijo de Fruela, el paisaje quedó bastante despejado: Alfonso (IV) era coronado rey de León, lo cual incluía los territorios de Castilla y Asturias; Sancho ocupaba la corona de Galicia y a Ramiro le correspondía reinar en Portugal, entre los ríos Miño y Mondego. Los tres eran reyes, pero la primacía jerárquica correspondía al de León, es decir, a Alfonso.
Y esa partición en reinos, ¿no implicaba una fragmentación del territorio, un debilitamiento político de la corona? No. En León había empezado a ocurrir desde los tiempos de Alfonso III algo muy importante, y es que va tomando forma la idea imperial: varios reinos unidos bajo un solo
imperium
. El modelo es, evidentemente, el del viejo Imperio carolingio de los francos, proclamado a su vez heredero de Roma: el rey, convertido en emperador, reparte el territorio entre sus hijos, que actúan como reyes cada cual en su parcela. Para la ideología de la Reconquista significa un decisivo paso adelante. Desde finales del siglo VIII, Asturias había empezado a verse como heredera natural del viejo reino godo, lo cual la legitimaba para reclamar el primer puesto entre los reinos de Hispania. Ahora, la idea imperial completaba la teoría: Asturias, metamorfoseada en Reino de León, no sólo reclamaba la herencia goda y la primogenitura entre los reinos cristianos, sino que además podía reivindicar el liderazgo de todos los territorios hispanos y, ojo, eso incluía también a los territorios sometidos al islam. Ésa es la trascendencia de la idea imperial leonesa.
Ramiro compartía, sin duda, esa doctrina imperial, que era, por así decirlo, la ideología dominante en el reino. Pero su puesto, de momento, está en otro lugar: en la dirección de un pequeño territorio elevado a la condición de reino, entre los ríos Miño y Mondego, en lo que hoy es el norte de Portugal. Vaya por delante que Ramiro no parece tener problema alguno con esa posición subordinada: acepta su puesto y lo ejerce a plena satisfacción. La región portuguesa es la que más avanza en la Reconquista: la frontera se proyecta tenazmente hacia el sur. Desde las plazas de Viseo y Coimbra se adivina ya el valle del Tajo. Ramiro era un hombre de aquella tierra: se había criado allí desde niño, acogido a los cuidados del caballero Diego Fernández y su esposa Onega. Allí se casó nuestro hombre con una noble local: Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutier Osóriz y, al parecer, pariente del propio Ramiro. Le dará tres hijos: Bermudo, Teresa y Ordoño. La repoblación de esta zona se había encomendado desde mucho tiempo atrás al infante Vermudo Ordóñez, hermano del viejo Alfonso el Magno. Para él trabajaban don Diego Fernández y doña Onega, que era sobrina de Vermudo. Cuando Vermudo y Diego envejezcan, Ramiro se impondrá por sí solo como líder natural del reino; no sólo por su sangre real, sino también por sus cualidades personales.
En 926, como antes señalábamos, se resuelve el problema sucesorio. Los hijos de Ordoño apartan al hijo de Fruela, el jorobado, que queda confinado en un rincón de Cantabria, las Asturias de Santifiana. Alfonso es coronado rey de León (Alfonso IV) y nuestro Ramiro lo es en su solar portugués. Esta coronación del año 926, en el caso de Ramiro, viene a ser la confirmación solemne de un liderazgo indiscutible. Porque Ramiro era osado e inteligente, religioso y caballeroso, y venía a ser el espejo de las virtudes características de la época. Un dato interesante: el primer gesto de Ramiro como rey en Portugal es formalizar una ceremoniosa muestra de agradecimiento a sus mentores, Diego Fernández y Onega, aquellos que le habían criado; como sus tutores ya habían muerto, Ramiro materializa su gratitud en la persona de la hija de éstos, Muniadona Díaz, y su esposo Hermenegildo González, a los que dona una villa con la firma de todo su séquito. Un hombre agradecido.
Ramiro podía haber quedado como rey local en su pequeño rincón portugués, pero el destino había dispuesto las cosas de otro modo y en apenas dos años se disparan los acontecimientos. Primero, en 929, ocurre algo imprevisto: su hermano Sancho, que reinaba en Galicia, al norte del Miño, muere, y la corona gallega va a parar a Ramiro.Y muy poco después, a la altura del año 931, la esposa del rey Alfonso IV de León, la navarra Oneca, muere súbitamente. Alfonso, que debía de amarla mucho, entra en honda depresión. El monarca leonés se siente incapaz de superar la pérdida: la dirección del reino representa ya para él un peso insoportable. Así que toma una decisión que iba a suponer un vuelco histórico: opta por retirarse al monasterio de Sahagún para entregarse a la oración. ¿Y la corona? Alfonso nombra un sucesor: su hermano Ramiro; nuestro Ramiro.
Es el 6 de noviembre de 931 cuando Ramiro II se hace coronar rey de León.Todos los territorios de la vieja corona vuelven a estar unificados bajo un solo cetro.Y parece que Ramiro tenía desde el principio ideas propias sobre el gobierno del reino. Para empezar, quiere hacer valer su posición ante los demás poderes de la Península.Y la primera oportunidad se le presenta con aquella llamada de socorro toledana, con la vieja capital goda levantada contra Abderramán. Ramiro se mueve con rapidez. Se traslada a Zamora y organiza un ejército para ejecutar la expedición toledana. Ha entrado ya el año 932.Todo está dispuesto para la marcha sobre Toledo. Pero entonces…
Pero entonces el rey recibe un mensaje inquietante. Se lo envía el obispo Oveco, a quien Ramiro había encargado el gobierno de la corte durante su ausencia.Y ese mensaje cuenta algo increíble: su hermano Alfonso, el anterior rey, retirado en el monasterio de Sahagún, se ha arrepentido de su renuncia, ha dejado el convento, ha reunido a sus partidarios y ha marchado sobre León para recuperar el poder. Es una gigantesca traición.Y no sólo eso, sino que el otro Alfonso, el jorobado, el hijo de Fruela II, al que habíamos dejado confinado en un pequeño rincón de Cantabria, se ha sublevado también. La corona vuelve a estar en peligro.
Nunca sabremos las razones por las que Alfonso IV, el monje, rompió su compromiso y quiso recuperar la corona. Tampoco sabremos si se había puesto de acuerdo con el otro Alfonso, Froilaz el jorobado, para sublevarse, o si éste se limitó a aprovechar la crisis para levantarse a su vez. Lo que sí sabemos es que Ramiro fue implacable. Primero recabó sus apoyos: tenía, incondicionales, los del conde castellano Fernán González y el rey navarro Sancho 1 Garcés. Después llegó a León, aplastó a los partidarios de su hermano Alfonso y a éste lo encerró en un calabozo. Acto seguido, se dirigió sobre Oviedo, donde estaban los rebeldes del jorobado, los aniquiló a su vez y encerró al jorobado y a sus hermanos. El castigo para los sublevados fue tan ejemplar como brutal: todos perdieron los ojos.Y así cegados, terminaron sus días recluidos en el monasterio de Ruiforco de Torío.
Salvaje, ¿verdad? Ésos eran, sin embargo, los usos de la época, y la corte leonesa no será una excepción. El hecho es que, ahora sí, Ramiro ya podía acudir en socorro de la capital toledana. Será su primera gran expedición militar.Y en el curso de la misma entrará en la historia una pe queña ciudad que entonces no era más que un villorrio subalterno: Madrid.
Los problemas del califa Abderramán
Y a todo esto, ¿por qué se sublevaba Toledo? Veamos: la España mora era rica y poderosa, pero estaba al borde de la descomposición; la España cristiana era pobre y de fronteras precarias, pero estaba sacando partido de la debilidad musulmana. Ése era el paisaje a la altura del primer tercio del siglo X. Así la frontera había bajado hasta más allá del Duero, así se habían fortalecido el reino de Navarra y los condados catalanes y aragoneses. Por eso ahora, año 932, podía el rey Ramiro concebir el proyecto de acudir a Toledo para ayudar a la vieja capital hispana en su sublevación contra Córdoba. El poder musulmán había menguado de manera alarmante en los decenios anteriores. Al-Ándalus estaba en crisis. Por eso se sublevaba Toledo, una vez más.Y por eso el moro, Abderramán III, se veía obligado a intervenir. Pero ¿por qué el poder musulmán menguaba? ¿Qué pasaba en la España mora? Para entenderlo conviene retroceder un poco y reconstruir lo que había pasado en los últimos dos siglos. Así tendremos un adecuado mapa de la situación.
Recordemos: desde la invasión de 711, el poder musulmán, pactando con la vieja élite hispana o imponiéndose sobre ella, había ocupado los principales centros de riqueza de la España goda. Ahora bien, los moros no habían sido capaces de construir un sistema político sólido: primero, por las peleas tribales y étnicas entre los propios invasores; además, por la dificilísima integración de la población autóctona, ya fuera cristiana (los mozárabes), ya conversa al islam (los muladíes). El poder moro, asentado en Córdoba, no puede constituir un poder homogéneo. Los invasores —árabes, sirios, bereberes— son una minoría mal avenida que se reparte de manera conflictiva los dominios conquistados y que, además, ha de hacer sitio a las grandes familias locales que pactan con los nuevos amos y se convierten al islam para mantener sus privilegios. El resultado es un precario y problemático mosaico.