Morir de amor (42 page)

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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

BOOK: Morir de amor
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—Guau, es toda una joya —dijo, con cara de admiración—. No sabía que los polis tuvieran tanto dinero. ¿Quién es?

—Wyatt Bloodsworth. Te interrogó hace unos días, ¿lo recuerdas?

—Ah, por eso estaba tan impertinente. Ahora entiendo. Es el ex jugador de fútbol, ¿no? Supongo que está forrado.

—Se las arregla —dije—. Pero si algo me ocurre a mí, no sólo te matará, y te aseguro que los demás polis harán la vista gorda porque me aprecian, sino que quemará tus aldeas y rociará tus campos con sal. —Pensé que quedaba bien esa amenaza bíblica para advertirle de las graves consecuencias.

—Yo no tengo campos —dijo él—. Ni aldeas.

A veces Jason era maravillosamente literal.

—Ya lo sé —dije, con ademán de paciencia—. Era una metáfora. Lo que quise decir es que te destruirá total y absolutamente.

Él asintió con un gesto de la cabeza.

—Sí, eso ya lo veo. Tienes muy buen aspecto. —Reclinó la cabeza contra el respaldo y gruñó—. ¿Qué puedo hacer? No se me ocurre nada que pueda salir bien. Llamé para avisar del asesinato y suicidio para que todos los polis salieran de la oficina, pero no acudieron todos. Tienes razón, ha habido testigos. Si te mato a ti, tendría que matarlos a ellos también. Y no creo que lo consiga porque los polis ya habrán descubierto que era una falsa alarma y regresado a la comisaría.

Como respondiendo a su afirmación, sonó mi móvil. Jason dio un respingo. Empecé a buscar el aparato en mi bolso, pero Jason me advirtió:

—¡No contestes! —y yo retiré la mano del bolso.

—Es Wyatt —dije—. Montará en cólera cuando se entere de que he salido contigo. —No era una cita bíblica, pero lo parecía.

Y era cierta.

Vi que el sudor comenzaba a perlarle la frente.

—Le dirás que sólo estábamos hablando, ¿de acuerdo?

—Jason, entérate. Has intentado matarme. Tenemos que solucionar esto o le diré a Wyatt que te me insinuaste y te destrozará, te hará polvo.

—Ya lo sé —dijo—. Vayamos a mi casa para que podamos hablar. Y montar algún plan.

—¿Debra está en casa?

—No, está vigilando la casa de tus padres, pensando que tarde o temprano aparecerás por allí.

¿Acechaba a mis padres? A esa zorra le arrancaría el cuero cabelludo. Me sentí embargada por una ira que me quemaba, pero me controlé. Tenía que conservar la cabeza fría. Había intentado ganar tiempo hablando, pero conocía a Jason y no le tenía ni el más mínimo miedo. Por otro lado, era evidente que su mujer estaba como una cabra, y no sabía qué haríamos con ella.

Conduje hasta la casa de Jason que, por cierto, es la casa que compramos juntos y que yo le cedí con el divorcio. No había cambiado gran cosa en cinco años. La vegetación había crecido, pero era casi lo único diferente. Era una casa de ladrillos rojos de dos plantas, con puertas y ventanas blancas. Era un estilo moderno, con interesantes detalles arquitectónicos, pero no había nada en ella que la hiciera destacar entre las casas que la rodeaban. Creo que los promotores no tienen más de cinco plantillas y estilos en su cartera, de modo que las subdivisiones tienen aspecto de producción en serie. Las puertas del garaje estaban cerradas, así que Debra no estaba en casa.

Cuando me detuve en la entrada, lo miré reflexionando.

—¿Sabes? Habría sido más acertado mudarse en lugar de creer que a Debra le gustaría vivir aquí.

—¿Por qué dices eso?

Como he dicho, Jason no da pie con bola.

—Porque aquí vivimos mientras estuvimos casados —le dije, paciente—. Es probable que ella sienta que ésta es mi casa, no la suya. Ella necesita su propia casa. —Era curioso, pero por primera vez sentía un dejo de simpatía por Debra.

—Esta casa no tiene nada de malo —protestó—. Es una buena casa, agradable y moderna.

—Jason. ¡Cómprale otra casa a tu mujer! —le chillé. A veces es la única manera de llamar su atención.

—Vale, vale, no tienes por qué gritar —me dijo, irritado.

Si hubiera tenido un muro a mi alcance, me habría dado de cabezazos.

Entramos y no pude evitar entornar los ojos al ver que todavía tenía los mismos muebles. Aquel hombre no tenía remedio. Era a él a quien debía matar Debra.

Ahora bien, yo sabía que llegaría la caballería. El primer lugar donde buscaría Wyatt y su gente sería en la casa de Jason, ¿no? Sabían que él no me había disparado, pero Wyatt vería mis notas y sumaría dos más dos, como lo había hecho yo. La persona que me tenía esos celos era la nueva mujer de mi ex marido, aunque no era tan nueva, ya que llevaban cuatro años casados. Más evidente no podía ser. Jason no me había disparado, pero me había dejado ese mensaje al día siguiente, después de cinco años sin ningún tipo de contacto. Quizá Wyatt no adivinaría enseguida que Jason había cortado el cable de los frenos, pero eso no importaba. Lo que importaba era que esperaba que dentro de cinco minutos empezara a sonar la sirena del primer coche de la policía.

—Vale —dijo Jason, mirándome como si yo tuviera todas las respuestas—. ¿Qué haremos con Debra?


Qué quieres decir, con qué haremos con Debra
.

Aquel grito me hizo dar un salto de medio metro, no sólo porque no me lo esperaba, sino porque era obvio que, a pesar de todo, ella estaba en casa. De todas las cosas que no estaban bien, ésa era la primera en la lista.

Jason también dio un salto, y soltó la pistola que, gracias a Dios, no se disparó, porque probablemente me habría dado un infarto. En cualquier caso, mi corazón estuvo a punto de dejar de latir cuando me giré y me encontré frente a la antigua Debra Schmale, ahora señora Jason Carson, que, al parecer, se tomaba muy en serio lo de su nombre. Sostenía un rifle y tenía la culata apoyada en el hombro y, por el lado, le tocaba la mejilla, como si supiera lo que hacía.

Tragué saliva y empecé a hablar, aunque mi cerebro seguía como paralizado.

—Quería decir, cómo podíamos convencerte de que no hay motivos para tener celos de mí. Es la primera vez que hablo con Jason desde nuestro divorcio, así que él sólo pretendía vengarse de ti por intentar ponerlo celoso, hablándote de mí para darte celos y, en realidad, deberías dispararle a él y no a mí porque pienso que el suyo ha sido un golpe muy bajo, ¿no crees?

Teniendo en cuenta las circunstancias, fue un discurso magistral, si se me permite decirlo, pero ella ni pestañeó. Siguió apuntándome directamente al pecho.

—Te odio —dijo, con una voz grave y agresiva—. Es lo único que oigo… Blair, Blair, Blair. Blair esto y Blair lo otro, hasta que me entran ganas de vomitar.

—Lo cual, debo señalar, no es culpa mía. Yo no tenía ni idea de que él hacía eso. Te lo digo en serio. Dispárale a él, no a mí.

Por primera vez, Jason dio a entender que se percataba de mis palabras.

—¡Oye! —dijo, indignado.

—A mí no me vengas con «oye» —le dije, seca—. Tú eres el que ha provocado todo esto. Deberías ponerte de rodillas y pedirnos perdón a las dos. Casi has hecho enloquecer a esta pobre mujer y a mí casi me habéis matado. Todo esto es culpa tuya.

—No soy una
pobre mujer
—ladró Debra—. Soy una mujer guapa e inteligente, y él debería apreciarme, pero está tan enamorado de ti que no puede pensar con claridad.

—Eso no es verdad —dijo Jason, y dio un paso hacia ella—. Te quiero a ti. A Blair no la he querido en años, desde antes de que nos divorciáramos.

—Eso es verdad —intervine yo—. ¿Te ha contado alguna vez que me engañaba? A mí eso no me suena a demostración de amor. ¿Y a ti?

—Él te quiere a ti —repitió ella. Era evidente que no estaba dispuesta a entender razones—. Insistió en que viviéramos en esta casa.

—Te lo había dicho —le dije a Jason de soslayo.


Deja de hablar con él
. No quiero que vuelvas a hablarle en tu vida. No quiero que vuelvas a respirar. —De pronto se me acercó tanto que el cañón del rifle casi me tocó la nariz. Retrocedí ligeramente porque los hematomas del airbag estaban desapareciendo, y ya no quería más heridas—. Tú lo tienes todo —añadió, en medio de un sollozo—. Ya sé que Jason conservó la casa, pero no ha querido cambiarla, así que es como si te la hubieras quedado. Tienes el Mercedes. Vas por la ciudad como si fueras una mujer espectacular, mientras que yo tengo que conducir un Taurus porque él dice que es bueno para su imagen que conduzcamos coches de marcas nuestras.

—El Taurus tiene muy buena suspensión —dije, intentado distraerla. Ya veis, de alguna manera mi subconsciente sabía que el coche era importante.

—¡
Me importa una mierda la suspensión
!

Bueno, vale. Pensé que debería probarlo antes de ser tan despectiva.

Me pareció oír un ruido afuera, pero no me atreví a girar la cabeza. Además de los accesos normales de la casa, la puerta principal y la puerta trasera, había unas puertas ventanas que daban al jardín por el comedor. Desde donde estaba, alcanzaba a verlas, y me pareció que algo se movía, pero no quise mirar directamente porque ella se hubiera dado cuenta de que pasaba algo.

Jason, que estaba a mi derecha, no tenía el mismo ángulo y no podía ver nada excepto las escaleras. Debra podía ver por la ventana del salón, pero su perspectiva era limitada debido al ángulo de la casa y los visillos que estaban cerrados para dejar entrar la luz del sol y, a la vez, brindar cierta privacidad. Yo era la única que sabía que el rescate era inminente.

Pero, ¿qué pasaría si entraban de golpe, como suelen entrar los polis, y asustaban a Debra, y ésta apretaba el gatillo? Yo moriría, eso es lo que pasaría.

—¿Cómo aprendiste a disparar con un rifle? —le pregunté, no porque me importara sino porque quería que Debra hablara, que pensara en algo que no fuera dispararme, justo en ese momento.

—Solía salir a cazar con mi padre. También hago tiro olímpico, así que soy bastante buena. —Me miró la venda del brazo—. Si no te hubieras agachado, habrías visto lo buena que soy. No, en realidad, no lo habrías visto. Estarías muerta.

—Quisiera que pararas de hablar de la muerte —dije—. Es aburrido. Además, no lograrás salirte con la tuya.

—Claro que sí. Jason no dirá nada, porque no le gusta la publicidad negativa.

—No tendrá por qué hablar. Dos polis vieron cómo me secuestraba.

—¿Secuestro? —preguntó, entornando los ojos.

—Además, ha intentado matarme —dije—. Para que no te descubran a ti. Como ves, es verdad que te quiere, porque yo no haría eso por nadie.

—¿Es verdad? —preguntó ella, vacilante, después de lanzarle una mirada fugaz.

—Corté el cable de los frenos de su coche —reconoció él.

Ella se quedó muy quieta un momento, y unas lágrimas asomaron a sus ojos.

—Es verdad que me amas —dijo, finalmente—. Me amas de verdad.

—Claro que sí. Estoy loco por ti —le aseguró él.

Loco
era una palabra muy adecuada en esas circunstancias, ¿no creéis?

Dejé escapar un suspiro de alivio.

—Me alegro que eso se haya aclarado —dije—. Que tengáis una buena vida. Creo que ya es hora de que me vaya…

Di medio paso atrás, y fue como si varias cosas sucedieran al unísono. Cuando me moví, Debra reaccionó automáticamente y giró el rifle en mi dirección. A sus espaldas, hubo un ruido de vidrios rotos cuando la puerta ventana fue abierta de una patada y, como a cámara lenta, vi que Debra se sobresaltaba. Cuando giró el rifle en mi dirección, mi cuerpo reaccionó solo, sin que yo le hubiera dado la orden. Es la memoria de los músculos. Ella se giró, yo me eché hacia atrás y entonces intervinieron años de entrenamiento. Seguí con el impulso, tensando las piernas para crear el resorte que me haría girar, con los brazos extendidos para conservar el equilibrio. La sala entera se giró, y las piernas y los músculos de la espalda tomaron el relevo y proporcionaron el impulso y el giro.

Como voltereta hacia atrás, fue un desastre. Lancé las dos piernas al aire; Debra estaba muy cerca. Con el pie izquierdo le di en el mentón, y con el derecho le hice volar el rifle de las manos. Desafortunadamente, tenía el dedo en el gatillo y el movimiento provocó el disparo. El ruido del estallido fue ensordecedor. Con ella en medio, no pude completar la rotación y caí de espaldas, una caída dura. Al darle en el mentón, ella perdió el equilibrio y se fue hacia atrás con los brazos girando como aspas. No consiguió recuperarlo, cayó de culo y resbaló por el suelo de madera lustrosa.

—¡Auch! —grité, frotándome el dedo gordo del pie izquierdo. Llevaba unas sandalias, que no es el calzado más adecuado para darle a alguien en el mentón.

—¡Blair! —De pronto la casa se había llenado de polis, que entraban por todas partes. Polis de uniforme, polis de paisano, y Wyatt. Era él quien le había dado a la puerta ventana cuando pensó que Debra iba a dispararme. Me ayudó a incorporarme y me estrechó con fuerza contra su pecho, hasta que casi no pude respirar.

—¿Estás bien? ¿Te ha dado? No veo sangre.

—Estoy bien —alcancé a decir—. Salvo que tu abrazo es mortal. —La cinta de hierro de sus brazos se aflojó levemente, y dije—: Me he hecho daño en el dedo gordo.

Él se apartó y me miró, como si no pudiera creer que estaba de una pieza y que no hubiera sufrido ni un rasguño. Pensando en los episodios de esa semana, quizá temía encontrarme sangrando con media docena de balazos en el cuerpo.

—¿El dedo gordo? —preguntó—. Dios mío, esto se merece una galleta.

¿Lo veis? Ya os había dicho que aprendía rápido.

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