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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (41 page)

BOOK: Morir de amor
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—Por ahí —dijo, sin demasiado ánimo de cooperar, y salió.

No tuve tiempo de aburrirme. Entraron varias personas en el despacho para agradecerme el pudín de pan, y me pidieron la receta. Es decir, las mujeres preguntaron por la receta, a los hombres no se les pasó ni por la cabeza. Entre las interrupciones, dibujé garabatos en mi libreta y escribí otras cosas que quizá fueran relevantes, quizá no. Pero no lograba dar con ese mágico cabo suelto que acabaría de dar sentido a todo aquello.

Hacia mediodía apareció Wyatt con una bolsa blanca que contenía dos bocadillos y dos refrescos. Me hizo levantarme de su silla (no sé que tiene con sus sillas, es incapaz de compartirlas) y revisó mi lista de garabatos y de claves mientras comíamos.

No parecía impresionado con mi progreso. Le gustó ver que había escrito su nombre con un corazón al lado y una flecha que lo atravesaba. Pero frunció el ceño cuando llegó a la lista con sus últimas transgresioes.

—Los del laboratorio han dicho que los pelos son naturales, no teñidos —dijo, cuando acabamos de comer—. Y son de origen asiático, lo cual es toda una novedad. ¿A cuántas asiáticas conoces?

Ahora sí que estaba intrigada. En esta zona del país no hay muchas personas de origen asiático. Y aunque había tenido unas cuantas amigas de Asia en la universidad, no habíamos mantenido contacto.

—Desde la universidad, a ninguna que recuerde.

—Recuerda que los habitantes nativos de estas tierras son de origen asiático.

Aquello arrojaba una luz completamente nueva, porque con la Reserva Cherokee del Este en las cercanías, había muchos cherokees. Yo conocía a muchos descendientes de cherokees, pero no podía pensar en nadie que quisiera matarme.

—Tendré que pensar en ello —le dije—. Haré una lista.

Cuando se marchó, fue precisamente lo que hice: una lista de todos los habitantes nativos que conocía. Pero antes de que la acabara ya sabía que era una pérdida de tiempo. Ninguna de ellas tenía motivos para matarme.

Volví a mi lista de claves. Escribí
pelo asiático
. ¿No era el pelo de Asia el que se utilizaba para hacer las mejores pelucas del mundo? El pelo de las asiáticas era pesado, liso y brillante. Se podía hacer cualquier cosa con ese pelo, en lo que se refería a rizarlo y teñirlo. Escribí
peluca
, y dibujé un círculo alrededor.

Si la persona que intentaba matarme había sido lo bastante lista para ponerse una peluca, entonces no deberíamos pensar en el color del pelo. Aquello volvía a abrir el abanico de los posibles sospechosos. Me asaltó una idea descabellada y escribí un nombre con un signo de interrogación al lado. Aquello era llevar los celos a su extremo, pero quería pensar más detenidamente en esa persona.

Hacia las dos, Wyatt asomó la cabeza por la puerta.

—Quédate aquí —dijo, con tono seco—. Hemos recibido una llamada de un asesinato con suicidio. Enciende tu móvil y te llamaré en cuanto pueda.

Cuando llevo mi móvil conmigo, siempre está encendido. La pregunta era ¿a qué hora volvería? Yo ya había visto cuánto tardaban en analizar el escenario de un crimen. Quizá no volviera a buscarme hasta medianoche. Nada bueno puede ocurrir cuando una no cuenta con su propio coche.

El ruido constante que había en la sala fuera del despacho de Wyatt había disminuido notablemente. Cuando me acerqué a la puerta, vi que se habían ido casi todos. Era probable que todos hubieran acudido al escenario del crimen y suicidio. Si me hubieran dado a elegir, yo también habría ido.

A mi derecha oí el timbre del ascensor, señalando que llegaba alguien. Miré justo cuando la persona salía y me quedé paralizada por la impresión cuando, de todas las personas posibles, vi aparecer a Jason. Bueno, si se trata de ser literal, paralizada no es la palabra, es una reacción demasiado fuerte. Fue más bien una sorpresa.

Pensé en volver a meterme en el despacho de Wyatt, pero Jason ya me había visto. Apareció una gran sonrisa en su rostro y se me acercó a grandes pasos.

—Blair, ¿recibiste mi mensaje?

—Hola —dije, con mucho menos entusiasmo, y no me molesté en contestar a su pregunta—. ¿Qué haces aquí?

—Busco al jefe Gray. ¿Y tú, qué haces?

—Tenía que aclarar unos cuantos detalles —dije, con gesto vago. Era la primera vez que hablaba con él en cinco años y me sentía incómoda al tener que hacerlo. Estaba tan decididamente fuera de mi vida que apenas recordaba el tiempo que habíamos pasado juntos.

Todavía mantenía su atractivo, pero a mí su aspecto no me decía nada. La legislatura del gobierno estatal estaba en receso, pero ahora que era representante del Estado, Jason se dedicaba a ciertas actividades como jugar al golf con el jefe de policía, e incluso cuando vestía informalmente, como ahora, lo hacía con más elegancia que antes. Llevaba unos pantalones vaqueros y unos mocasines (sin calcetines, por supuesto), pero con una chaqueta de lino color avena. Hay unas mezclas de lino que se llevan ahora que no se arrugan tan horriblemente. Pero él no había sido lo bastante listo para encontrar uno de esos modelos. Daba la impresión de que había dormido con la chaqueta puesta toda la semana, aunque era probable que se la hubiera puesto esa misma mañana.

—No he visto al jefe desde esta mañana —le dije, dando un paso atrás para cerrar la puerta y poner fin a la conversación.

En lugar de seguir su camino él dio un paso adelante hasta quedar en el marco de la puerta.

—¿Hay una sala de descanso donde iría a tomar un café o algo así?

—Es el jefe —dije—. Es probable que tenga cafetera propia. Y a alguien que se lo sirva.

—¿Por qué no me acompañas mientras lo busco? Podríamos ponernos al día sobre nuestras vidas.

—No gracias, tengo que ocuparme de unos papeles. —Hice un gesto hacia la mesa de Wyatt, donde todos los papeles eran suyos, excepto mi libreta. Como era natural, había vuelto a revisar todos sus papeles, de modo que, en cierto sentido, también eran míos.

—Venga —dijo Jason, como si quisiera convencerme. Se llevó la mano al bolsillo y sacó una pistola de cañón recortado—. Camina conmigo. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

E
s evidente que nunca lo habría acompañado si no me hubiera puesto esa pistola en el costado, pero como lo hizo, lo acompañé. Me encontraba en una especie de estado de
shock
, procurando entender qué pasaba. Esta vez no sacaría nada con pensar en otra cosa hasta que mi subconsciente estuviera dispuesto a asimilar mi situación. Para cuando caí en la cuenta de que Jason no me habría disparado ante testigos (y, en efecto, todavía quedaban unas cuantas personas en la sala), ya era demasiado tarde, porque estaba dentro de su coche.

Me obligó a ponerme al volante, mientras me apuntaba con la pistola. Pensé en estrellarme contra un poste de teléfono, o algo así, pero me estremecí al pensar en otro accidente de coche. Mis pobres huesos aún estaban recuperándose del primero. Tampoco quería que me estallara otro airbag en toda la cara. Sí, ya sé que una magulladura es pasajera y que una bala puede ser para siempre, así que quizá no tomé la mejor decisión. Sin embargo, en caso de que tuviera que arremeter contra un poste de teléfono como último recurso, miré el volante para asegurarme de que tenía airbag. El coche era un modelo Chevrolet reciente, así que, desde luego, lo tenía, pero después de la semana que había vivido, quería cerciorarme.

Lo curioso es que me sentía alarmada, pero no aterrorizada. Ocurre que lo primero que hay que saber de Jason es que haría cualquier cosa para proteger su imagen. Toda su vida se ha construido a partir de su carrera política, de las encuestas y de su ambición. No entendía cómo habría pensado que podía matarme y salirse con la suya cuando al menos dos personas me habían visto salir con él.

Seguí sus instrucciones mientras esperaba que se diera cuenta de esa verdad, pero, de alguna manera, daba la sensación de que Jason flotaba en una realidad diferente. No sabía dónde me llevaba. En realidad, parecía que íbamos de un lado a otro, sin un destino definido, mientras él pensaba adónde ir. No dejaba de tirarse del labio inferior, lo cual, según recordaba, era una señal de que algo le preocupaba.

—Te has puesto una peluca negra, ¿no? —le pregunté, como despreocupada—. Cuando cortaste el cable de mis frenos.

—¿Cómo lo sabes? —me preguntó, después de lanzarme una mirada nerviosa.

—Quedaron unos pelos atrapados en los bajos. Los forenses los encontraron.

Me miró con una expresión vagamente intrigada, y luego asintió.

—Ah, sí, recuerdo que la peluca se me quedó como prendida de algo. No pensé que hubieran quedado pelos porque no sentí el tirón.

—Ahora mismo están verificando una lista de las personas que han comprado pelucas negras —mentí. Él volvió a mirarme, nervioso. En realidad, no era una gran mentira. Cuando Wyatt encontrara mi libreta con la palabra «peluca» en un círculo, sin duda lo comprobaría.

—Me han visto salir contigo —señalé—. Si me matas, ¿cómo piensas explicarlo?

—Ya pensaré en algo —murmuró.

—¿Qué? ¿Cómo te desharás de mi cadáver? Además, te engancharán a un detector de mentiras tan rápido que te dará vueltas la cabeza. Aunque no obtengan las pruebas suficientes para llevarte a juicio, la publicidad dará al traste con tu carrera.

Veréis, conozco a Jason. Tiene pesadillas con cualquier cosa que pueda amenazar su carrera. Y aunque fuera capaz de cortar el cable de los frenos, no me lo imaginaba matándome con sus propias manos.

—Será mejor que me sueltes —seguí—. No sé por qué intentas matarme… ¡
espera un momento
! Puede que hayas sido tú el que cortó el cable del freno, pero es imposible que me dispararas el domingo pasado. ¿Qué está ocurriendo? —Me giré bruscamente para mirarlo y el coche zigzagueó. Él soltó una imprecación y yo enderecé el volante.

—No sé a qué te refieres —dijo, mirando hacia el frente y olvidando de apuntarme con la pistola. Ya dije que Jason no tiene pasta de criminal.

—Otra persona me disparó —dije, mientras mi mente iba a mil por hora, y todos los eslabones ahora comenzaban a unirse y a formar una cadena—. ¡
Tu mujer
! Tu mujer ha intentado matarme, ¿no?

—La están matando los celos —dijo, precipitado—. No puedo hacer que pare. Ni puedo razonar con ella. Esto me arruinará la vida si la pillan, y la pillarán, porque no sabe lo que hace.

Ya eran dos los que no sabían.

—Así que pensaste que mejor me matabas tú para que no tuviera que hacerlo ella. ¿Llegar antes que ella a la fiesta?

—Algo así —dijo. Con gesto nervioso se pasó la mano por su melena rubia—. Si tú estás muerta, dejará de obsesionarse contigo.

—¿Y por qué diablos tiene que obsesionarse conmigo? Estoy totalmente fuera de tu vida. Es la primera vez que hablo contigo desde nuestro divorcio.

Él murmuró algo y yo lo miré, furiosa.

—¿Qué? Habla de una vez. —Jason murmuraba cuando se sentía culpable de algo.

—Puede que sea culpa mía —murmuró, esta vez más inteligible.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso? —Procuraba sonar como una voz de apoyo cuando lo que de verdad habría querido era romperle la cabeza contra el pavimento.

—Cuando discutimos, a veces digo cosas acerca de ti —confesó, y miró por la ventanilla del pasajero. Hay que ver. Pensé en estirar la mano y arrebatarle la pistola, pero él tenía el dedo puesto en el gatillo, y eso hubiera sido una estupidez a menos que fuera un experto en armas, y Jason no lo era. Si lo hubiera sido, me hubiera estado vigilando como un ave rapaz en lugar de mirar por la ventana.

—Jason, qué tontería —gruñí—. ¿Por qué vas a hacer algo tan estúpido como eso?

—Ella siempre intentaba ponerme celoso —dijo él, a la defensiva—. Quiero a Debra, la quiero de verdad, pero no es como tú. Es una pegajosa y una insegura, hasta que me cansé de sus intentos de ponerme celoso, e hice lo mismo que ella. Sabía que se enfadaría, pero jamás me imaginé que se trastornaría. El domingo pasado, cuando volví de jugar al golf y descubrí que te había disparado, tuvimos una pelea horrible, y ella juró que te mataría aunque fuera lo último que hiciera. Creo que te ha vigilado en tu casa, o algo así, intentando descubrir si hay algo entre nosotros. Nada de lo que he dicho le importa. Está muerta de celos y si te mata, es probable que no salga reelegido como congresista del estado. Ya me puedo despedir del puesto de gobernador.

Dediqué un instante a pensar en ello.

—Jason, detesto tener que decirte esto, pero te casaste con una chalada. Aunque, en realidad, tiene sentido —añadí, con tono reflexivo.

Él me miró.

—¿Qué quieres decir?

—Que ella también se casó con un chalado.

Aquello lo puso de mal humor un rato, hasta que finalmente soltó un gruñido.

—No sé qué hacer —dijo—. No quiero matarte, pero si no te mato, Debra seguirá intentándolo y arruinará mi carrera.

—Tengo una idea. ¿Por qué no la ingresas en una institución para enfermos mentales? —le sugerí, con un dejo de sarcasmo. Y lo decía en serio. Aquella mujer era un peligro para los demás, es decir, para mí, y cumplía con los requisitos. Con lo que fuera.

—¡No puedo hacer eso! La amo.

—Escucha, a mí me parece que tienes una opción. Si ella me mata, arruinará tu carrera. Pero si me matas tú, el problema será mucho más grave porque ya lo has intentado antes. Y a eso se le llama premeditación, lo cual te meterá en aguas muy turbias. No sólo eso. Además, estoy prometida con un poli, y te matará. —Solté la mano izquierda del volante para enseñarle el anillo.

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