Authors: Herman Melville
»Y entonces saltó de la canoa, nadó hacia el bote, y, trepando por la borda, se enfrentó con el capitán.
»—Cruce los brazos, capitán: eche atrás la cabeza. Ahora, repita conmigo: "Tan pronto como Steelkilt me deje, juro varar la lancha en esa isla, y quedarme ahí seis días: ¡Y si no, que me parta un rayo!". ¡Buen estudiante! —rió el de los lagos—. ¡Adiós, Señor! —y, saltando al mar, volvió a nado con sus compañeros.
»Observando hasta que la lancha quedó bien varada y sacada a tierra junto a las raíces de los cocoteros, Steelkilt se hizo a la vela a su vez, y llegó en su momento a Tahití, su destino. Allí la suerte le fue propicia; dos barcos estaban a punto de zarpar para Francia, y providencialmente, necesitaban tantos marineros como encabezaba Steelkilt. Se embarcaron, y así le sacaron ventaja definitiva a su antiguo capitán, por si había tenido en algún momento intención de procurarles algún castigo legal.
»Unos diez días después de que zarparon los barcos franceses, llegó la lancha ballenera, y el capitán se vio obligado a alistar algunos de los tahitianos más civilizados, que estaban algo acostumbrados al mar. Contratando una pequeña goleta indígena, regresó con ellos a su barco, y encontrándolo allí todo en orden, volvió a continuar sus travesías.
»Dónde estará ahora Steelkilt, caballeros, nadie lo sabe, pero en la isla de Nantucket, la vida de Radney sigue dirigiéndose al mar que rehúsa entregar sus muertos y sigue viendo en sueños la terrible ballena blanca que le destrozó.
»—¿Habéis terminado? —dijo don Sebastián, sosegadamente.
»—He terminado, don Sebastián.
»—Entonces os ruego que me digáis, según vuestras convicciones más sinceras: ¿esa historia es auténticamente verdadera en sustancia? ¡Es tan prodigiosa! ¿La habéis recibido de fuente indiscutible? Perdonadme si parece que insisto mucho.
»—Perdonadnos entonces a todos nosotros, pues acompañamos a don Sebastián en su ruego —exclamaron los reunidos, con enorme interés.
»—¿Hay en la Posada de Oro unos Santos Evangelios, caballeros?
»—No —dijo don Sebastián—, pero conozco un digno sacerdote de aquí cerca que rápidamente me procurará unos. Iré a buscarlos, pero ¿lo habéis pensado bien? Esto puede ponerse demasiado serio.
»—¿Tendréis la bondad de traer también al sacerdote, don Sebastián?
Aunque ahora no hay en Lima autos de fe —dijo uno del grupo a otro—, me temo que nuestro amigo marinero corre peligro con el arzobispado. Vamos a apartarnos más de la luz de la luna. No veo la necesidad de esto.
»—Perdonadme que corra en vuestra busca, don Sebastián, pero querría rogar también que insistáis en procuraros los Evangelios de mayor tamaño que podáis.
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»—Éste es el sacerdote que os trae los Evangelios —dijo gravemente don Sebastián, volviendo con una figura alta y solemne.
»—Me quitaré el sombrero. Ahora, venerable sacerdote, venid más a la luz, y presentadme el Libro Sagrado para que pueda tocarlo. Y así me salve Dios, y por mi honor, que la historia que os he contado, caballeros, es verdadera en sustancia y en sus principales puntos. Sé que es verdadera: ha ocurrido en esta esfera; yo estuve en el barco; conocí a la tripulación, y he visto y he hablado con Steelkilt después de la muerte de Radney.»
No tardaré en pintaros, lo mejor que es posible sin lienzo, algo así como la verdadera forma de la ballena según aparece efectivamente a los ojos del cazador de ballenas, cuando, en carne y hueso, el cetáceo queda amarrado a lo largo del barco, de modo que se puede andar limpiamente por encima de él. Por tanto, puede valer la pena aludir previamente a esos curiosos retratos imaginarios suyos que aun hasta en nuestros días excitan confiadamente la credulidad de la gente de tierra adentro. Ya es hora de corregir al mundo en este asunto, demostrando que tales imágenes de la ballena son todas erróneas.
Es posible que la fuente prístina de todos esos engaños plásticos se encuentre entre las más antiguas esculturas hindúes, egipcias y griegas. Pues desde aquellas épocas, inventivas, pero poco escrupulosas, en que, en los paneles marmóreos de los templos, en los pedestales de las estatuas, y en escudos, medallones, copas y monedas, se representaba el delfín en escamas de cota de malla como Saladino, y con casco en la cabeza, igual que san Jorge, ha prevalecido siempre desde entonces algo de la misma suerte de licenciosidad, no sólo en las imágenes más populares de la ballena, sino en muchas de sus representaciones científicas.
Ahora, según toda probabilidad, el más antiguo retrato que de algún modo se proponga ser de la ballena, se encuentra en la famosa pagoda-caverna de Elephanta, en la India. Los brahmanes sostienen que en las casi inacabables esculturas de esa pagoda inmemorial, se representaron todas las actividades y profesiones, toda clase de dedicaciones concebibles en el hombre, siglos antes de que ninguna de ellas llegara de hecho a existir. No es extraño, entonces, que nuestra noble profesión ballenera estuviera prefigurada allí de alguna manera. La ballena hindú a que aludimos se encuentra en un departamento aislado en la pared, que representa la encarnación de Visnú en forma de leviatán, conocida entre los doctos como Matse Avatar. Pero aunque esa escultura es mitad hombre y mitad ballena, de modo que sólo ofrece la cola de ésta, sin embargo, esta pequeña sección de ella está equivocada. Parece la cola puntiaguda de una anaconda, más bien que las anchas palmetas de la majestuosa cola de la ballena auténtica.
Pero id a lo viejos museos, y mirad entonces el retrato de este pez por un gran pintor cristiano: no tiene más éxito que el antediluviano hindú. Es el cuadro de Guido que representa a Perseo salvando a Atidrómeda de un monstruo marino o ballena. ¿De dónde sacó Guido el modelo para tan extraña criatura como ésta? Tampoco Hogarth, al trazar la misma escena en su Descenso de Perseo, lo hace ni una jota mejor. La enorme corpulencia de ese monstruo hogarthiano ondula en la superficie, desplazando escasamente una pulgada de agua. Tiene una especie de howdah en el lomo, y su boca distendida y colmilluda, en que entran las olas, podría tomarse por la Puerta de los Traidores, que lleva, por agua, desde el Támesis a la Torre. Luego están los pródromos balleneros del viejo escocés Sibbald, y la ballena de Jonás, según se representa en las estampas de las viejas Biblias y los grabados de los viejos devocionarios. ¿Qué se ha de decir de éstos? En cuanto a la ballena del encuadernador, retorcida corno una vida en torno al cepo de un ancla que desciende —según está grabada y dorada en los lomos y portadas de tantos libros, antiguos y nuevos—, es una criatura muy pintoresca, pero puramente fabulosa, imitada, según entiendo, de análogas figuras en ánforas de la Antigüedad. Aunque universalmente se le llama delfín, sin embargo, a este pez del encuadernador yo le llamo un intento de ballena, porque eso se intentó que fuera cuando se introdujo tal divisa. La introdujo un antiguo editor italiano, de alrededor del siglo XV, durante el Renacimiento de la Erudición, y en aquellos días, e incluso hasta un período relativamente reciente, se suponía que los delfines eran una especie del leviatán.
En viñetas y otros ornamentos de ciertos libros antiguos encontraréis a veces rasgos muy curiosos de la ballena, donde toda clase de chorros, jets d'eau, fuentes termales y frías, Saratogas y Baden-Baden, se elevan burbujeando de su inagotable cerebro. En la portada de la edición original del Adelanto del Saber encontraréis algunas curiosas ballenas.
Pero dejando todos estos intentos extra-profesionales, lancemos una ojeada a las imágenes del leviatán, que se proponen ser transcripciones sobrias y científicas, por aquellos que entienden. En la vieja colección de viajes de Harris hay algunos grabados de ballenas, tomados de un libro holandés de viajes, del año 1671, titulado Un Viaje Ballenero a Spitzberg en el barco Jonás en la Ballena, propiedad de Peter Peterson de Friesland. En uno de esos grabados se representan las ballenas como grandes balsas de troncos, entre islas de hielo, con osos blancos corriendo por sus lomos vivos. En otro grabado, se comete el prodigioso error de representar a la ballena con cola vertical.
Luego, también, hay un imponente en cuarto, escrito por un tal capitán Colnett, oficial retirado de la Armada inglesa, titulado Un viaje doblando el cabo de Hornos, a los mares del Sur, con el propósito de extender las pesquerías de cachalotes. En ese libro hay un bosquejo que pretende ser una «Imagen de un Physeter o Cachalote, dibujada a escala según uno muerto en la costa de México, en agosto de 1793, e izado a cubierta». No dudo que el capitán tomaría esta veraz imagen para utilidad de sus marineros. Para mencionar una sola cosa en ella, permítaseme decir que tiene un ojo que, aplicado, según la escala adjunta, a un cachalote adulto, convertiría el ojo de ese cetáceo en una ventana de arco de unos cinco pies de larga. ¡Ah, mi valiente capitán, por qué no nos pusiste a Jonás asomado a ese ojo!
Tampoco las más concienzudas compilaciones de Historia Natural, para uso de los jóvenes e ingenuos, están libres de la misma atrocidad de error. Mirad esa obra tan famosa que es La Naturaleza Animada, de Goldsmith. En la edición abreviada de 1807, de Londres hay grabados sobre una presunta «ballena» y un «narval». No quiero parecer poco elegante, pero esta fea ballena parece una cerda mutilada, y en cuanto al narval, una ojeada basta para sorprenderle a uno de que en este siglo decimonono se pueda hacer pasar por genuino un hipogrifo, a cualquier inteligente público de escolares.
Luego, a su vez, en 1825, Bernard Germain, conde de Lacépède, gran naturalista, publicó un libro sobre las ballenas, científico y sistemático, en que hay varias imágenes de las diversas especies del leviatán. Todas ellas no sólo son incorrectas, sino que la imagen del Mysticetus o ballena de Groenlandia (es decir, la ballena franca), el mismo Scoresby, hombre de larga experiencia respecto a esa especie, declara que no tiene equivalencia en la naturaleza.
Pero estaba reservado poner el remate a todo este asunto de errores al científico Frederick Cuvier, hermano del famoso Barón. En 1836 publicó una Historia Natural de las Ballenas, en que da lo que llama una imagen del cachalote. Antes de mostrar esa imagen a cualquiera de Nantucket, haríais mejor en prepararos la rápida retirada de Nantucket. En una palabra, el cachalote de Frederick Cuvier no es un cachalote, sino una calabaza. Desde luego, él nunca tuvo la ventaja de un viaje ballenero (tales hombres rara vez lo tienen), pero ¿quién puede decir de dónde sacó esa imagen? Quizá la sacó de donde su predecesor científico en el mismo campo, Desmarest, sacó uno de sus auténticos abortos, esto es, de un dibujo chino. Y muchas extrañas tazas y platillos nos informan de qué clase de gente traviesa con el pincel son esos chinos.
En cuanto a las ballenas de los pintores de esas muestras que se ven colgando sobre las tiendas de los vendedores de aceite, ¿qué diremos de ellas? Son generalmente ballenas a lo Ricardo III, con jorobas de dromedario, y muy salvajes; que desayunan con tres o cuatro empanadas de marinero, es decir, lanchas balleneras llenas de tripulantes, y que sumergen sus deformidades en mares de pintura sangrienta y azul.
Pero, después de todo, esas múltiples equivocaciones al representar la ballena no son muy sorprendentes. ¡Consideradlo! La mayor parte de esos dibujos científicos se han tomado de las ballenas encalladas, y son tan correctas como el dibujo de un barco naufragado, con el lomo deshecho, podría serlo para representar al noble animal mismo en todo su orgullo intacto de casco y arboladura. Aunque ha habido elefantes que han posado para retratos de cuerpo entero, el leviatán viviente jamás se ha puesto al pairo decentemente para que lo retrataran. La ballena viva, en plena majestad y significación, sólo se puede ver en el mar, en aguas insondables, y, al nivel del agua, su vasta mole queda fuera del alcance de la vista, como un barco de guerra en la botadura; y sacada de ese elemento, es para el hombre una cosa eternamente imposible de izar en peso por el aire, con el fin de eternizar sus poderosas flexiones y curvas. Y, para no hablar de la diferencia de contorno, presumiblemente muy grande, entre una joven ballena lactante y un adulto leviatán platónico, con todo, aun en el caso en que se icen a la cubierta de un barco esas jóvenes ballenas lactantes, es tal, entonces, su exótica forma, blanda, variante y como de anguila, que ni el mismo diablo podría captar su precisa expresión. Pero cabría suponer que del esqueleto desnudo de la ballena encallada se podrían derivar sugerencias exactas en cuanto a su verdadera forma. De ningún modo. Pues una de las cosas más curiosas sobre este leviatán es que su esqueleto da muy poca idea de su forma general. Aunque el esqueleto de Jeremy Bentham, que cuelga como candelabro en la biblioteca de uno de sus albaceas, ofrece correctamente la idea de un anciano caballero utilitario de frente abultada, con todas las demás características personales dominantes de Jeremy, nada de este orden podría inferirse de los huesos articulados de ningún leviatán. En realidad, como dice el gran Hunter, el mero esqueleto de una ballena tiene la misma relación con el animal totalmente revestido y almohadillado, que el insecto con la crisálida que tan redondamente le envuelve. Esa peculiaridad se evidencia de modo sorprendente en la cabeza, como se mostrará incidentalmente en cierta parte de este libro. También se echa de ver eso en forma muy curiosa en la aleta lateral, cuyos huesos corresponden casi exactamente a los huesos de la mano humana, sólo que sin el pulgar. La aleta tiene cuatro normales dedos de hueso, el índice, medio, anular y meñique. Pero todos están permanentemente alojados en su recubrimiento carnoso, igual que los dedos humanos en un enguantado artificial. «Por más inexorablemente que nos maltrate a veces la ballena —decía un día Stubb humorísticamente—, no se podrá decir de veras que no nos trata con guantes.»
Por todas esas razones, pues, de cualquier modo que se mire, es necesario concluir que el gran leviatán es la única criatura del mundo que habrá de seguir hasta el final sin que se la pinte. Cierto es que un retrato podrá dar mucho más cerca del blanco que otro, pero ninguno puede dar en él con un grado muy considerable de exactitud. Así que no hay en este mundo un modo de averiguar exactamente qué aspecto tiene la ballena. Y el único modo como se puede obtener una idea aceptable de su silueta viva, es yendo en persona a cazarla, pero al hacerlo así, se corre no poco riesgo de ser desfondado y hundido para siempre por ella. Por lo tanto, me parece que haríais mejor en no ser demasiado meticulosos en vuestra curiosidad respecto a este leviatán.