Misterio del gato comediante (15 page)

BOOK: Misterio del gato comediante
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—Sí, tiene veinticuatro años —explicó Zoe—, pero es como un niño de seis. Además, apenas sabe leer. Pero es un buen muchacho. Voy a por él.

Pero en el momento que la joven se disponía a ir a buscarlo, el gato pantomímico entró en el aposento, caminando sobre las patas traseras, con la peluda cabeza pendiendo en la espalda como una grotesca capucha.

Boysie tenía la cabeza muy grande, los ojos pequeños y muy juntos, los dientes prominentes como los de un conejo y la cara muy asustada.

Tras acercarse a Zoe, el infeliz dijo, poniendo la mano en la suya como un niño:

—Zoe debe ayudar a Boysie.

—¿Qué ocurre, Boysie? —preguntó Zoe, tratándole como a un niño—. Vamos, cuéntaselo a Zoe.

—Mira —dijo Boysie, volviéndose tristemente.

Todos miraron hacia donde el gato señalaba... y vieron un gran rasgón en la piel del pobre Boysie, cerca de la cola, que aparecía ya mucho más grande que cuando Bets habíalo visto por primera vez.

—Y mira —añadió Boysie, señalando otra rasgadura en el estómago de la piel gatuna—. ¿Puede Zoe cosérselo a Boysie?

—Naturalmente que sí —accedió Zoe, amablemente, en tanto el gato deslizaba de nuevo la mano en la suya, mirándola con una sonrisa.

Tenía que levantar los ojos para hacerlo, porque sólo llegaba al hombro de la muchacha.

—Estás engordando, Boysie —comentó Zoe—. Comes demasiado y, claro, luego revientas la piel.

Entonces Boysie, reparando por vez primera en los muchachos, sonrióles con verdadera complacencia.

—Niños —profirió, señalándoles con el dedo—. ¿Por qué están aquí?

—Han venido a charlar con nosotros, Boysie —explicó Zoe.

Luego la joven cuchicheó a Fatty:

—No me comprendería si le dijera que habéis venido a pedir autógrafos.

Peter Watting y William Orr, ambos muy altos y delgados, se despidieron. Lucy White se marchó también, dejando tras sí su peluca de tirabuzones dorados. Boysie se la puso y empezó a correr por toda la habitación, sonriente. El pobre estaba sencillamente espantoso.

—¿Veis? —suspiró Zoe—. Es igual que un chiquillo de seis años. Pero, ¡es tan bueno! Nos ayuda en todo lo que puede. Tiene mucha habilidad manual. Sabe trabajar la madera maravillosamente. Mirad: aquí tengo varias cosas talladas por él.

Les mostró una hilera de animalitos de madera, primorosamente tallados. Boysie, luciendo aun la dorada peluca, acercóse a ellos, sonriendo satisfecho.

—¡Pero qué «preciosos» son, Boysie! —ensalzó Bets, con sincera admiración—. ¿«Cómo» te las arreglas para tallar la madera con tanta perfección? ¡ «Fijaos» en este corderito! ¡Es perfecto!

De improviso, Boysie salió corriendo de la habitación y, a poco, reapareció con otro corderito, parecido al que tanta admiración había despertado en Bets y, con los ojuelos llenos de lágrimas y una necia sonrisa en los labios, lo introdujo en la mano de la niña.

—Puedes quedártelo —dijo—. Me eres muy simpática.

Bets volvióse a mirarle. La pequeña no vio la fea cara, los ojos juntos, ni los grandes dientes. Sólo vio la medrosa dulzura que se ocultaba tras aquel rostro y, bruscamente, la chiquilla le abrazó, como si fuera un niño mucho más pequeño que ella.

—¿Ves qué contenta se ha puesto tu amiguita? —exclamó Zoe—. Has sido muy amable, Boysie.

Volviéndose a los demás, la joven agregó:

—Él es siempre igual. Daría hasta la camisa si pudiera. Uno no puede menos de quererle, ¿verdad?

—¡Desde luego! —convinieron todos.

Decían la verdad. Boysie era algo bobo y feo, pero, en compensación, sincero y humilde, y tenía un gran sentido del humor. Resultaba «imposible» no quererle de veras.

—No puedo soportar que la gente le trate mal —prosiguió Zoe—. A veces, el empresario es muy duro con él. Eso me saca de mis casillas. ¿Recuerdas el viernes, Boysie?

Boysie asintió en silencio. Una sombra de tristeza pasó por su semblante.

—No debes marcharte —dijo a Zoe, poniendo su mano en la suya—. No debes dejar a Boysie.

—Dice esto porque el director me despidió el viernes —explicó Zoe—. Boysie teme que me vaya. Pero no lo haré. En realidad, el empresario no quiere prescindir de mi colaboración, aunque lo cierto es que necesito una temporada de descanso. Esta tarde me ha dicho que el viernes no habló en serio. Tiene un carácter muy raro. Nadie simpatiza con él, desde luego.

—Bien, creo que debemos irnos ya —decidió Fatty—. ¿Viene usted, Zoe? Es decir... ¿nos permite llamarla Zoe?

—¡Pues no faltaba más! —accedió la muchacha—. No, todavía no puedo marcharme. Primero, tengo que coser la piel de Boysie. Creo que me quedaré a tomar el té con él. Oye, Boysie, ¿te parece bien que invitemos a estos simpáticos niños a tomar una taza de té con nosotros?

Boysie estaba emocionado. Acariciaba el brazo de Zoe y tomando la mano de Bets, murmuró:

—Boysie preparará el té. Vosotros sentaos.

—¿No vas a quitarte la piel, Boysie? —inquirió Zoe—. Tendrás mucho calor y a lo mejor aún te la rasgas más

Sin prestarle atención, Boysie entró en una especie de pequeña alacena y todos los presentes le oyeron llenar una marmita.

—Nos «encantará» acompañarles —aceptó Fatty, diciéndose que Zoe era la persona más buena y más simpática que había conocido—. Esto es, si no molestamos. ¿Le parece bien que vaya a comprar unos bollos?

—¡Me parece una gran idea! —asintió Zoe, complacida—. ¿Dónde está mi portamonedas? Te daré el dinero.

—No, gracias —apresuróse a replicar Fatty—. Tengo de sobra. ¡Volveré en seguida! ¿Vienes, Larry?

Los dos muchachos desaparecieron. Boysie esperaba que hirviera el agua de la marmita. No tuvo que aguardar mucho. En el momento que apagaba el gas, regresaron Fatty y Larry cargados con una serie de bollos rellenos de confitura, pastelillos de chocolate y galletas de jengibre.

—En la alacena hay un plato grande —dijo Zoe—. ¡Cielos! ¡Qué banquete!

Fatty entró en el pequeño recinto en forma de alacena y observó a Boysie con interés. El diminuto actor, revestido aún de la piel de gato, había caldeado la oscura tetera con un poco de agua caliente y, a la sazón, procedía a vaciarla y a echar en ella un poco de té.

—¿Cuántas cucharaditas, Zoe? —preguntó en voz alta.

—Creo que con cuatro habrá bastante —contestó Zoe—. ¿Quieres contárselas tú? —añadió, dirigiéndose a Fatty—. Nuestro amigo no sabe contar muy bien.

Total que, en lugar de cuatro, echó cinco cucharillas de té en la tetera. Luego vertió agua hirviendo en su interior y puso la tapadera.

—¿Preparas el té todas las tardes? —preguntó Fatty.

Boysie asintió en silencio.

—Sí —corroboró Zoe, al tiempo que Boysie llevaba la tetera a la sala y la depositaba sobre la mesa—. Boysie sabe hacer muy bien el té. Generalmente, nos lo prepara así que termina la función y luego, más tarde, hace un poco para el empresario, ¿verdad, Boysie?

De improviso, Boysie prorrumpió en sollozos, con gran sorpresa por parte de los chicos.

—Yo no le llevé el té —gimió el infeliz—. Yo no se lo llevé.

—Se refiere a lo del viernes —explicó Zoe, acariciando a Boysie para tranquilizarle—. Ese policía está todo el día importunándole, tratando de obligarle a confesar que llevó una taza de té al director. Pero Boysie insiste en que no lo hizo, pese a que el empresario asegura que «fue él». Me figuro que Boysie se ha hecho un lío y lo ha olvidado.

—Cuéntanoslo todo, Boysie —instó Fatty, muy emocionado ante la idea de obtener tanta información de primera mano—. No temas. «Háblanos» sin miedo. Somos tus amigos. Sabemos que no tienes nada que ver con lo sucedido el viernes por la tarde.

—No, ¿verdad? —farfulló Boysie, mirando a Zoe—. Os marchasteis todos, Zoe. Tú no te quedaste con Boysie como hoy. Me dejé puesta la piel porque es muy difícil quitársela uno mismo, ¿sabes? ¡Y me fui a la habitación trasera donde está la estufa!

—Se refiere a la sala que da al pórtico —aclaró Zoe—. Allí hay una estufa eléctrica y a Boysie le gusta sentarse junto a ella.

—Y os vi a ti, y a ti, y a ti —prosiguió Boysie, inesperadamente, señalando con la pata a Fatty, Larry y Pip—. En cambio, a vosotras, no —añadió, señalando a Bets y a Daisy.

—Nunca habías hecho semejante cosa —repuso Zoe, sorprendida—. Eso no está bien, Boysie. Tú no viste a estos niños.

—Sí los vi —insistió Boysie—. Miraron a través de los cristales de la ventana y yo también los miré y los asusté. Cuando volvieron a asomarse, les agité la mano para decirles que no se asustaran, porque son muy simpáticos.

Los cinco Pesquisidores miráronse unos a otros. «Sabían» que Boysie decía la verdad y que, efectivamente, «habíales» visto y agitado la mano el viernes por la tarde.

—¿Dijiste esto al policía? —inquirió Fatty bruscamente.

—No —replicó Boysie, meneando la cabeza—. Boysie no se acordaba entonces. ¡Ahora se acuerda!

—¿Qué hiciste cuando los niños se marcharon? —interrogó Fatty, afablemente.

—Preparé un poco de té —respondió Boysie, contrayendo la cara en un esfuerzo por recordar—. Una taza para mí y otra para el director.

—¿Te bebiste el tuyo primero? —preguntó Fatty—. ¿O le llevaste «el suyo» antes?

—El mío estaba muy caliente —contestó Boysie—. Demasiado caliente. Jugué un rato mientras se enfriaba y luego me lo bebí.

—¿Y «entonces» llevaste una taza al director? —insistió Fatty.

Boysie parpadeó con expresión acongojada.

—¡No, no y no! —protestó—. ¡Yo no le llevé nada! Estaba muy cansado y me eché a dormir en la alfombrilla. Pero no subí el té arriba. No me obliguéis a decir eso, porque no lo hice, ¡no lo hice!

Sobrevino una larga pausa. Ninguno sabía qué decir. Por fin, Fatty quebró el silencio con estas palabras:

—Tomad todos un bollo relleno de confitura. ¡Mira, Boysie! ¡Aquí tienes uno superrelleno para ti! Cómelo y no te preocupes más de ese té. ¡Olvídalo!

CAPÍTULO XVII
COMPROBANDO LAS COARTADAS

Después de esto, nadie volvió a aludir para nada al viernes por la tarde. Saltaba a la vista que aquella cuestión trastornaba horriblemente al pobre Boysie. Fatty estaba desconcertado. No cabía duda que Boysie «había» subido el té, pues así lo afirmaba rotundamente el empresario, alegando que Boysie llevaba puesta la piel de gato y, por ende, era imposible confundirle. Ahora bien, ¿por qué lo negaba Boysie? ¿Trataba de encubrir a alguien, a su pueril manera, negando todo lo relativo a la taza de té narcotizada?

En tal caso, ¿a quién trataba de encubrir? ¿A Zoe? ¡No! Nadie con sentido podía sospechar que Zoe hubiese echado una droga en el té de alguien o desvalijado una caja de caudales. Nadie... ¡excepto Goon!

Era absolutamente necesario comprobar todas las demás coartadas. Cualquier fisura en una de ellas revelaría, sin duda, a la persona a quien Boysie intentaba proteger. Fatty resolvió comprobar todas las restantes coartadas al día siguiente, sin falta. Si no lograba descubrir nada decisivo, a buen seguro el pobre gato pantomímico sería detenido, ¡y Zoe también!, pues Goon tendría el convencimiento de que ésta era la persona a quien Boysie encubría, dada su adoración hacia ella.

Aquel té resultaba en extremo insólito, pero los Pesquisidores pasaron un buen rato. De pronto, cuando la reunión tocaba ya a su fin, oyeron todos una sonora voz procedente del piso superior.

—¿Qué es todo este jaleo? ¿Quién está ahí? ¡Oigo «su» voz, Zoe!

—Sí, aquí estoy —ratificó Zoe, desde la puerta de la sala—. Me he quedado a coser la piel de Boysie. Está toda rasgada. Además, nos acompañan unos niños que han venido a pedirnos autógrafos. Están tomando una taza de té conmigo y Boysie.

—¡En este caso, dígales que vigilen que Boysie no les eche algún mejunje en el té! —gritó el empresario. Y se volvió a su despacho dando un tremendo portazo.

—Qué sujeto más simpático, ¿eh? —ironizó Larry—. Le hemos visto esta mañana. Es un tipo intratable.

—Estoy completamente de acuerdo contigo —suspiró Zoe—. Bien, queridos. Será mejor que os vayáis. Quítate la piel, Boysie. Si no, no podré cosértela.

Los Pesquisidores se despidieron, estrechando la mano a Zoe y también a Boysie. Éste parecía muy satisfecho de toda aquella ceremonia, inclinándose cortésmente cada vez que estrechaba una mano.

—He tenido mucho gusto —repitió a cada uno de los chicos—. ¡Un verdadero placer!

Todos fueron en busca de sus bicicletas, estacionadas bajo el cobertizo.

—Qué éxito, ¿no os parece? —exclamó Fatty, complacido—. ¡Hemos tenido suerte de meternos dentro, ver a todos los actores y tomar el té con Zoe y Boysie!

—Sí, y de oír lo versión del gato —convino Larry, sacando su bicicleta al patio—. ¿Tú le crees, Fatty?

—Pues verás —murmuró Fatty—. Por una parte, me consta que Boysie subió aquella taza de té al director; pero, por otra, tengo la impresión de que el pobre muchacho dice la verdad. En mi vida he estado tan perplejo. Tan pronto creo una cosa como otra.

—De lo que no hay ninguna duda es de que Zoe no fue la culpable —intervino Bets, lealmente—. Es demasiado buena para hacer tal cosa.

—Lo mismo creo yo —convino Fatty—. Al igual que «tú», Bets, esa muchacha es incapaz de perpetrar ningún robo. En fin, tendremos que indagar por otro lado. Mañana sin falta comprobaremos todas las demás coartadas.

Así, pues, a la mañana siguiente, los Pesquisidores iniciaron sus investigaciones. Larry y Daisy encamináronse al piso de Mary Adams, con objeto de averiguar lo referente a la apacible Lucy White. Fatty y Pip recorrieron la orilla del río en busca de «La Torrecilla», a fin de comprobar si William Orr y Peter Watting «habían» estado realmente allí el viernes por la tarde, según afirmaban ambos.

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