Misterio del gato comediante (14 page)

BOOK: Misterio del gato comediante
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Goon miró con evidente desagrado la gruesa carota de Fatty. No acertaba a comprenderlo. ¿Cómo era posible que a una persona se le hinchase la cara de aquel modo tan repentinamente? ¿No sería su vista? A lo mejor, lo veía todo doble.

El hombre decidió no efectuar su visita a Loo Farm mientras merodease por los alrededores aquel chico con cara de luna llena y, dando media vuelta, dirigióse calle abajo, derrotado.

«¡Qué pesadilla de chico! —murmuró para sus adentros—. ¡No hay solución con él! Afortunadamente, no sabe lo bien que marcha este caso. ¡Menuda sorpresa se llevará cuando descubra que ya está todo desentrañado y que los culpables ya han dado con los huesos en la cárcel! ¡Qué envidia le dará ver al inspector felicitándome con palmadas en la espalda! ¡A paseo él y su carota!»

Fatty consultó su reloj. Eran cerca de las doce. Debía regresar para reunirse con los demás. ¿Habrían logrado obtener alguna información?

El muchacho dirigióse a casa de Pip. Todos le aguardaban allí.

—¡Date «prisa», Fatty! —le gritó Bets agitándole la mano desde la ventana—. ¡Tenemos una porción de noticias que darte! ¡Creíamos que «ya no» volvías!

CAPÍTULO XV
EN LA FUNCIÓN... Y DESPUÉS

Los Pesquisidores tomaron asiento en la espaciosa sala de recreo de Pip, con una bolsa de bombones, obsequio de Larry, al alcance de la mano.

—Bien —empezó Fatty—. Al parecer, todos tenemos algo que contar. Primero, las chicas. ¿Qué tal os ha ido, Daisy y Bets?

Ora una, ora otra, Bets y Daisy procedieron a relatar su aventura.

—¿No os parece que fue una «suerte» ver a Zoe personalmente? —comentó Daisy—. Es muy cariñosa. ¡Es imposible que sea la ladrona, Fatty!

—¡Lo más horrible es lo del pañuelo con la inicial «Z»! —profirió Bets—. Para colmo, Zoe fuma la misma marca de cigarrillos que los de nuestras colillas, ¡«Player's»!

—No hay que preocuparse por eso —tranquilizóla Fatty—. Probablemente, Goon descubrirá que la mayoría de los demás sospechosos fuman los mismos pitillos. Lo que siento es lo del pañuelo. ¿«Por qué» se nos ocurriría bordarle una «Z»?

—¿No crees que deberíamos decir a Goon que es una pista falsa ideada por nosotros? —propuso Daisy, ansiosamente—. No puedo soportar la idea de que Goon acuse a la pobre Zoe por culpa nuestra. La pobrecilla está pasando muy mal rato.

—Nuestro hombre no puede «probar» nada a base de ese pañuelo —declaró Fatty, reflexionando—. Caso de haber «pertenecido» a Zoe, podría habérsele caído en cualquier otra ocasión, y no precisamente aquella tarde. De modo que Goon no podrá «probar» nada.

—Lo mismo creo yo —convino Larry—. Lo confesaremos todo cuando se aclare el misterio, pero no veo la necesidad de que desperdiciemos la ocasión de desentrañarlo por nuestra cuenta contándoselo todo a Goon.

—De acuerdo —suspiró Daisy—. De todos modos, me «horroriza» pensarlo.

—Conste que las dos os habéis portado muy bien —ensalzó Fatty—. Vuestra información es francamente interesante. Ahora explicaos vosotros, Larry y Pip.

Éstos dieron cuenta de su encuentro con el empresario y explicaron con todo lujo de detalles lo que el hombre les había dicho. Fatty escuchaba atentamente. ¡Qué exitazo!

—¡Buena faena! —exclamó cuando ambos chicos terminaron su relato—. Ahora tengo la convicción de que fue Boysie el que llevó al director el té narcotizado. Por consiguiente, tanto si fue culpable como cómplice, lo cierto es que demostró estar complicado en el robo llevando el té al empresario. Me figuro que no cayó en la cuenta de que subsistirían vestigios de la droga en los residuos del té. Se comprende que un mastuerzo como Boysie olvidara un detalle como éste.

—Bien, esta tarde le veremos —recordó Daisy—. Hemos acordado con Zoe que, después de la función de esta tarde, iremos a pedir autógrafos a todos los actores que intervienen en la obra. De modo que veremos a Boysie también.

—Magnífico —celebró Fatty, complacido—. Todos os habéis portado maravillosamente. No cabe duda que os tengo muy bien enseñados.

El comentario le valió una serie de puñadas. Una vez restablecida la paz, Larry preguntóle por «sus» andanzas, y Fatty pasó a referir todo cuanto Pippin habíale contado.

—Qué raro que todos los miembros del elenco estuvieran resentidos con el empresario, ¿verdad? —comentó el muchacho—. Debe de ser un pedazo de bruto. Todos tenían móviles para vengarse.

—¿Qué son móviles? —inquirió Bets.

—Motivos para hacer algo —le explicó Fatty—. ¿Comprendes? Todos los actores tenían buenos motivos para detestar a su empresario, móviles para vengarse de su rudeza.

—Es un misterio muy interesante —suspiró Larry—. Hay siete personas sospechosas, todas ellas con motivos para desear dar su merecido al empresario, y todas, excepto Boysie, y tal vez Zoe, con excelentes coartadas. Y el caso es que no creemos en la culpabilidad de ninguno de estos dos. Al parecer, Zoe es una muchacha simpatiquísima.

—Estoy de acuerdo contigo —convino Fatty—. Es un supermisterio. Un verdadero enigma. Bien, y ahora ¿qué hacemos?

—Pues nada —respondió Larry—. Esta tarde iremos todos al teatro, veremos la función y después pasaremos a recoger los autógrafos y a charlar con todos los actores, procurando fijarnos particularmente en Boysie.

—Me parece muy bien —aprobó Fatty—. Y mañana comprobaremos el resto de las coartadas. Larry y Daisy irán a ver a Mary Adams, con objeto de averiguar si la coartada de Lucy White es conforme. Y Pip y yo veremos si podemos probar la de Peter Watting y William Orr. Además, tendremos que pensar algo para comprobar la de John James, que, según dice, pasó toda aquella tarde metido en el cine.

—Sí —asintió Daisy—, y también la de Alee Grant, el que fue Sheepridge y actuó allí por su cuenta.

—En realidad, no vale la pena comprobar eso —replicó Pip—. Le vio actuar una porción de gente. De todos modos, no cuesta nada preguntarlo.

—¡La campana del almuerzo! —exclamó Pip—. Debo ir a lavarme las manos. ¿A qué hora nos encontraremos esta tarde y dónde? ¿En el teatro?

—Eso es —asintió Fatty—. Estad allí a las tres menos cuarto. La función empieza a las tres. ¡Hasta luego!

Todos comieron vorazmente. ¡Al parecer, la labor de detective despertaba el apetito! Después de almorzar, Fatty pasó un buen rato anotando todo cuanto sabía del misterio. El informe resultaba muy interesante. Fatty lo leyó detenidamente y, tras la lectura, quedóse desconcertado. Con tantos sospechosos, tantos móviles y tantas coartadas, ¿cómo diablos pondrían en claro la cuestión?

A las tres menos cuarto todos los Pesquisidores se reunieron en el Pequeño Teatro. En la taquilla les proporcionó las entradas un chico de aspecto desaliñado. Una vez en la sala, buscaron sus butacas. Habíanlas pedido lo más cerca posible a fin de poder observar atentamente a todos los actores.

Sus butacas estaban en muy buen sitio, en el centro de la segunda fila. Alguien tocaba el piano muy quedamente, pues, como se trataba de una función de poca monta, no había orquesta. El telón del escenario meneábase levemente bajo el soplo de las corrientes de aire producidas cada vez que alguien abría la puerta de la sala. Los Pesquisidores contemplaban, admirados, la maravillosa puesta de sol representada en el gran lienzo.

La función comenzó puntualmente. El telón levantóse a las tres en punto, con la natural expectación del público.

El programa consistía en dos comedietas y un cuadro de la Pantomima de Dick Whittington. En las dos primeras, Boysie no tenía papel, pero por fin apareció en la última, con gran regocijo por parte de los pequeños espectadores, que gritaban alborozados al verle caminar sobre las cuatro patas, revestido con la gruesa y peluda piel con que le habían visto los muchachos el viernes por la tarde, a través de los cristales de la ventana.

Boysie era muy gracioso. Agitaba la patita a los niños lo mismo que a Fatty, Larry y Pip en la tarde del viernes, hacía cabriolas, abrazaba a Zoe Markhan (muy linda en su caracterización de Dick Whittington) y, en conjunto obtuvo un gran éxito.

—Zoe está muy bonita —cuchicheó Larry.

—Sí, pero ¿por qué «siempre» ponen chicas para representar los primeros papeles masculinos? —lamentóse Daisy, aprovechando el intervalo de un cambio de decorado—. ¿Os acordáis? En «Aladino» hacía el papel de Aladino una muchacha, y en «La Cenicienta» otra se encargaba del de Príncipe.

—¡Silencio! —impuso Bets—. Ya vuelve a levantarse el telón. ¡Mirad! ¡Ahí está el gato! ¡Fijaos! ¡Se le ha rajado la piel por el lado de la cola!

Así era, en efecto. Consciente de ello, el gato palpábase constantemente el agujero con una de las patas delanteras.

Casi parecía un gato de verdad. Pero estaba consternado por lo de la rasgadura de su piel.

—Ojalá no se le acabe de rajar hasta abajo —murmuró Bets—. Apuesto a que, si tuviera esa desgracia, el cascarrabias del empresario le pondría como un trapo. ¡Qué gracioso es! ¡Ahora finge correr detrás de un ratón! ¿«Es» un ratón de verdad?

—No, es mecánico —repuso Daisy—. Bien, es posible que Boysie esté mal de la cabeza, pero opino que es muy hábil en la escena.

Fatty opinaba lo mismo. Preguntábase si una persona tan inteligente en la escena podía ser tan necia como decía la gente en la vida real. Y prometióse hablar con Boysie después de la función para saber a qué atenerse.

A poco, terminó la representación. Bajó el telón y, tras volver a levantarse una vez, cayó definitivamente. Tras los aplausos de rigor, todo el mundo se levantó para marcharse. Eran las cinco en punto.

—Ahora vayamos corriendo a la puerta del escenario —ordenó Fatty—. ¡De prisa!

Y con los álbumes de autógrafos en la mano, los Cinco Pesquisidores precipitáronse a la puerta del escenario, deseosos de alcanzar a todos los actores y actrices antes de que abandonasen el lugar.

Tras una espera de cinco minutos, vieron aparecer a Zoe en la puerta, con su bello rostro embadurnado aún con parte del maquillaje. No obstante, habíase cambiado de vestido y parecía otra persona.

—Entrad y conoceréis a los otros —invitó la joven—. Aún tardarán unos minutos en salir y ahí fuera hace mucho fresco.

Así, pues, los Cinco Pesquisidores siguieron a Zoe, algo nerviosos, a una gran estancia, donde uno o dos de los actores reponían las fuerzas apurando tazas de té.

Eran Peter Watting y William Orr, uno de edad madura y aspecto desabrido, y el otro joven y de expresión algo cuitada. Distaban mucho de presentar la apostura que les caracterizaba en la escena, en que Peter interpretaba el papel de patrón de Dick y William el de arrojado capitán cantando una alegre canción marinera sobre el mar azul.

—¡Hola, muchachos! —exclamaron ambos, saludando a los Pesquisidores con una leve inclinación—. ¿A la caza de autógrafos? ¡Nos sentimos muy halagados! A ver esos álbumes.

Los dos hombres garabatearon sus firmas en cada álbum. Luego, Zoe les presentó a Lucy White, una esbelta y grácil jovencita que hacía el papel de novia de Dick Whittington en la función. En escena estaba francamente preciosa, con una abundante cabellera peinada con tirabuzones rubios como el oro, que había sido la admiración de los Pesquisidores. Pero, al presente, la hermosa cabellera permanecía sobre una mesita, convertida en una espléndida peluca, y Lucy habíase convertido en una reposada muchacha de cabello castaño y expresión algo preocupada.

La joven firmó, asimismo, los autógrafos. Luego apareció John James, un hombretón corpulento, serio y arrogante, como correspondía al papel de rey negro que interpretaba en la obra.

—¡Hola, amigos! —saludó—. ¿Es posible que alguien desee nuestros autógrafos? ¡Vaya, vaya! ¡Ahora resulta que somos famosos sin saberlo!

También él firmó los álbumes. Fatty trabó conversación con William y Peter, en tanto Larry intentaba hacerlo con John James. Pip dio una mirada circular. A buen seguro, quedaba aún alguien a quien solicitar un autógrafo.

Así era, efectivamente. En aquel momento apareció un hombre de baja estatura, muy vivaracho, que en la escena había interpretado el papel de madre de Dick, con gran acierto y dinamismo, valiéndose de una divertida voz de falsete y cantando incluso dos o tres canciones con una voz femenina muy bien imitada.

—¿Tiene la bondad de firmarnos su autógrafo? —rogó Fatty, acercándose a él—. Me ha gustado mucho su actuación. ¡Parecía usted una mujer de verdad! ¡Incluso su voz!

—Sí —convino Zoe—. Hoy Alee ha estado magnífico en sus intervenciones musicales. Ha conseguido unas notas agudas maravillosas. Tendríais que verle imitándonos a Lucy y a mí. Lo hace tan bien, que apenas conoceríais que no somos nosotras. Siempre le decimos que está perdiendo el tiempo en esta pequeña compañía. ¡Debería actuar en el West End!
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—Él también está convencido de ello, ¿verdad, Alee? —intervino John James, con voz ligeramente burlona—. Pero el empresario no está de acuerdo con él.

—No me lo «nombres» —gruñó Alee—. Todos detestamos a ese individuo. ¡Aquí tenéis, chavales! ¡Tomad! ¡Espero que podréis leer mi firma!

Y les echó sus álbumes al vuelo. Fatty abrió el suyo: en él figuraba un ilegible garabato que a duras penas reproducía el nombre de «Alee Grant».

—¡Siempre escribe así! —exclamó Zoe, riendo—. Nadie entiende su escritura. A veces le digo que lo mismo daría que escribiera «Patatas calientes» que «Caramelos de menta», nadie notaría la diferencia. Estoy segura de que tu madre no puede leer tus cartas, Alee.

—Pues no te equivocas —asintió éste—. Aguarda a que yo regrese a casa para que se las lea. ¡Y entonces no las entiendo yo!

Todos se rieron.

—Bien, hasta otro rato —despidióse Alee, arrollándose una bufanda amarilla alrededor del cuello—. Mañana será otro día. ¡Ah, y un consejo! ¡Procurad no dar un mamporro al empresario esta noche!

CAPÍTULO XVI
EL GATO PANTOMÍMICO OFRECE UNA TAZA DE TÉ

Entonces, los Pesquisidores juzgaron llegada la hora de partir a su vez. Fatty tenía la sensación de que llevaban demasiado tiempo allí. De pronto, recordó algo.

—A propósito, ¿y el gato pantomímico? Todavía no tenemos su autógrafo. ¿Dónde está?

—Me figuro que limpiando el escenario —dijo Zoe—. Es una de sus tareas. Pero no hace falta que le esperéis para que firme vuestros álbumes. El pobre Boysie no sabe escribir.

—¿«Es posible»? —exclamó Bets, asombrada—. ¡Yo creía que era muy mayor!

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