Read Misterio del collar desaparecido Online
Authors: Enid Blyton
El hombre lanzó una exclamación de impaciencia.
—¡Claro, si es sordo! —Miró a su alrededor para ver si había alguien cerca. Entonces pasaba un hombre en bicicleta y el recién llegado se separó un poco de Fatty y sacó un cigarro para encenderlo.
El ciclista era Goon que sudaba a mares bajo el ardiente sol. En el acto vio a los dos hombres y se apeó de su bicicleta simulando revisar la cadena. Los cuatro niños le observaban desde la tienda con interés, esperando que no dijera nada a Fatty.
«Buster» vio a Goon, y con un alarido de alegría salió disparado de la tienda comenzando a danzar en torno a las piernas del policía. Larry corrió tras él, temeroso de que «Buster» lamiera la cara de Fatty y le descubriera ante Goon, pero «Buster» estaba muy entretenido con el furioso policía y lo estaba pasando en grande esquivando sus puntapiés uno tras otro, propinándole pequeños mordiscos siempre que podía alcanzarle.
Fatty se levantó apresuradamente y arrastrando los pies desapareció por la esquina más próxima sin ser observado por el señor Goon, quien estaba terminando la paciencia. Todos los demás, al ver que Fatty quería alejarse antes de que Goon se diese cuenta de que se había ido, comenzaron a tomar parte en la diversión, simulando llamar a «Buster», pero consiguiendo únicamente excitar más que nunca al perro.
Cuándo al fin «Buster» estuvo a salvo en brazos de Larry, y Goon pudo mirar hacia el banco, ¡éste estaba vacío! Los dos hombres se habían marchado, y el señor Goon se puso furioso.
—¡Ese maldito perro! —dijo, sacudiéndose violentamente los pantalones—. Le denunciaré, vaya si le denunciaré. Por impedirme cumplir con mi deber, eso es. ¿Y ahora dónde se han ido esos dos individuos? ¡Quisiera hacerles algunas preguntas!
—Han desaparecido —replicó Daisy, y el señor Goon lanzó uno de sus gruñidos.
—No necesitas decírmelo. Tengo ojos en la cara, ¿no? ¡Tal vez haya perdido una pista muy importante! ¿Comprendes? ¿Dónde está ese niño gordo que siempre va con vosotros? ¡Apuesto a que tiene que ver con esto!
—No está aquí —repuso Pip, pensativo—. Probablemente lo encontrará en su casa, señor Goon, si es que tanto lo necesita.
—¡No me importaría no volver a poner la vista encima de ese descarado! —dijo el señor Goon montando de nuevo en su bicicleta—. No, ni a ninguno de vosotros. ¡Y lo mismo digo del perro!
Iba ya a marcharse cuando se detuvo para decir a Larry.
—¿Dónde estabais ahora?
—En esa confitería, tomando una limonada —respondió Larry.
—Bien —repuso el señor Goon—. ¿Y visteis a ese viejo sentado en el banco?
—Sí, lo vimos —contestó Larry—. Parecía dormido y completamente inofensivo.
—¿Y visteis a otro individuo hablando con él? —quiso saber Goon.
—Pues... pues no qué hablase con él. No lo sé —dijo Larry preguntándose por qué le haría tantas preguntas el policía.
—Será mejor que vengáis conmigo —exclamó el señor Goon al fin—. Voy a ver a ese mendigo, ¿sabéis?, y quiero que estés delante para apoyarme cuando le diga que sé lo del otro individuo.
Los niños estaban alarmadísimos. ¡Caramba! ¡El señor Goon iba a visitar al «verdadero» anciano... que probablemente estaría en la cama... para interrogarle acerco del hombre a quien no había visto! ¿Qué diría el pobre viejo? ¡No sabría en absoluto de qué le hablaba el señor Goon!
—No creo que tengamos tiempo para... —comenzó a decir Larry, pero el señor Goon le atajó.
—Es una orden —dijo en tono pomposo—. Podéis hacer de testigos. Venid conmigo.
De manera que los niños fueron con el señor Goon. «Buster» luchando continuamente con la correa que le sujetaba en su afán de alcanzar los tobillos del policía. Doblaron una esquina y llegaron ante un par de casitas sucias situadas al final de un camino. El señor Goon se acercó a la primera y llamó.
No hubo respuesta. Volvió a llamar. Los niños sentíanse violentos y deseando hallarse en sus casas. Tampoco respondieron. Entonces el señor Goon abrió la puerta empujándola con fuerza y se hallaron ante una habitación mitad dormitorio mitad sala de estar. Estaba muy sucia y olía horriblemente.
En el rincón más apartado había una cama pequeña con un montón de sábanas sucias. Dentro de ellas, y al parecer dormido, pues sus cabellos grises asomaban por encima del embozo, estaba el viejo. Sus ropas estaban en una silla junto a la cama... la chaqueta vieja, los pantalones de pana, la camisa, la bufanda, el sombrero y los zapatos.
—¡Eh, tú! —le gritó el señor Goon acercándose a él—. Es inútil que te hagas el dormido, ¿entiendes? Hace pocos minutos que te he visto en el pueblo, sentado en un banco.
El viejo se despertó sobresaltado. Pareció sorprenderse mucho al ver al señor Goon en su habitación. Se incorporó mirándole fijamente.
—«¿Quéeesto?» —dijo. En realidad parecía que era lo único que sabía decir.
—Es inútil que te hagas el dormido —rugió el señor Goon—. Ahora mismo estabas en un banco en mitad del pueblo. ¡Te he visto!
—¡Hoy no he salido de esta habitación! —exclamó el viejo con voz cascada—. Siempre duermo hasta la hora de comer.
—No es cierto —replicó el señor Goon—. Hoy no ha sido así. Y quiero saber qué es lo que te ha dicho aquel individuo que se ha sentado a tu lado. ¡Dímelo enseguida, o será peor para ti!
Bets sentía compasión por aquel hombre, y no podía soportar al señor Goon cuando gritaba de aquella manera. El viejo estaba cada vez más intrigado.
—«¿Quéeesto?». —dijo, volviendo a emplear su palabra predilecta.
—¿Ves a estos niños que están aquí? —dijo el señor Goon fuera de sí ante la estupidez de aquel hombre—. Pues bien, ellos también te vieron allí. Hablad ahora, niños. Le visteis, ¿no es cierto?
—Pues... —dijo Larry vacilando—. Pues... —en realidad no sabía qué decir. Estaba convencido de que aquel hombre no era el que estuvo en el banco, ¿y no obstante, cómo decirlo sin descubrir a Fatty?
Pip vio su dificultad e intervino con gran inteligencia.
—Verá usted, señor Goon, es difícil asegurarlo, porque un viejo en la cama o un viejo vestido no tienen el mismo aspecto.
—Bien, entonces mirad estas ropas —dijo el policía señalándolas—. ¿No son estas ropas las que este hombre llevaba puestas?
—Es posible —replicó Pip—. Lo siento, señor Goon, pero no podemos ayudarle en este asunto.
Larry consideró llegado el momento de marcharse, pues el rostro del señor Goon iba adquiriendo un tinte púrpura. Así que él y los otros salieron de la casa y echaron a correr por el camino en dirección a casa de Fatty, deseosos de contarle todo lo que había ocurrido.
Encontraron a Fatty en el cobertizo de madera que había al fondo de su jardín, tratando de recobrar su aspecto normal. Todas sus ropas de mendigo estaban en un saco, preparadas para volver a usarlas cuando gustase. Cuando llegaron los otros se estaba peinando.
—¡Caramba! —exclamó Fatty con los ojos brillantes—. Ha sido un poco raro, ¿verdad? Me refiero... a ese hombre que se sorprendió tanto al verme... y que se sentó a mi lado diciéndome cosas. ¡Casi me olvidé de que era sordo y de que no podía oírlas!
—¿Qué te dijo? —preguntó Pip, y Fatty se lo dijo, mientras los demás escuchaban conteniendo la respiración.
—Y luego llega Goon, ve a ese individuo, y comienza a simular el arreglo de la cadena de su bicicleta para poderle observar —dijo Larry—. Me resulta sospechoso. Quiero decir... que parece como si Goon conociera a ese individuo y deseara saber lo que tramaba.
—¿Será una pista? —preguntó Bets emocionada.
—¡Tú y tus pistas! —exclamó Pip burlón—. No seas tonta, Bets.
—Yo no creo que «sea» tonta —dijo Fatty pensativo—. Yo creo que «es» una pista... una pista que indica que algo está ocurriendo... tal vez algo relacionado con el misterio. Ya sabéis lo que dijo el inspector... que se creía que Peterswood era el lugar de reunión de la banda de ladrones... el sitio donde quizás, se pasaban los mensajes de un miembro a otro.
—¡Y puede que ese viejo sea el individuo que recibe los mensajes y los transmite luego! —exclamó Daisy—. ¡Oh, Fatty! ¿Tú crees que puede ser él, el jefe de la banda de ladrones?
—Claro que no —replicó Fatty—. ¿Te imaginas a un hombre feble y viejo como él haciendo algo violento? No, él es sólo un portamensajes muy conveniente. Nadie hubiera sospechado nunca de él, viéndole allí sentado en el banco dormitando al sol. Y en cambio resulta fácil para cualquiera acercarse y susurrarle unas palabras.
—Pero si es sordo —objetó Daisy.
—Sí, es cierto. Pues entonces, puede que se los entreguen escritos —dijo Fatty—. ¡Cielos... presiento que hemos descubierto algo!
—Pensemos —propuso Larry—. ¡Creo que pensando podremos llegar a alguna parte!
Todos se pusieron a pensar. Bets estaba tan excitada que no se le ocurría ningún pensamiento sensato, y como de costumbre, fue Fatty quien expuso sus ideas con toda claridad y sencillez.
—¡Ya lo tengo! —exclamó—. Probablemente Peterswood «es» el cuartel general de la banda por alguna razón que desconocemos, y cuando un miembro quiere ponerse en contacto con otro, no se comunican directamente, cosa que podría resultar peligrosa, y en cambio se envían mensajes por medio de ese viejo. Y, Pesquisidores, si yo voy a sentarme a ese banco día tras otro, no cabe la menor duda de que algún miembro de la banda se acercará a mí, se sentará a mi lado, me entregará un mensaje de alguna manera, y...
—¡Y tú te enterarás de quiénes son, y podremos decírselo al inspector y él los detendrá! —exclamó Bets con gran excitación.
—Pues algo por el estilo —replicó Fatty—. El caso es... ese viejo siempre se sienta allí por las tardes, y en realidad es cuando yo debiera sentarme porque es cuando pueden llegar los mensajes. Pero, ¿cómo voy a sentarme allí, si está «él»?
—Por eso se sorprendió tanto el hombre de esta mañana —intervino Daisy—. ¡Él sabía que el viejo nunca «estaba» allí por las mañanas, y sin embargo, sí estaba hoy! No supo ver que eras tú. Tu disfraz debe de ser perfecto.
—Sí, debe de serlo —repuso Fatty con modestia—. El caso es. ¿No podríamos impedir que ese viejo acudiese allí por las tardes? Si lo lográsemos yo podría sentarme en ese banco y vosotros en la confitería y a observar.
—No podemos pasarnos horas y horas bebiendo limonadas —dijo Bets.
—Podríais tomarlas por turnos —explicó Fatty—. La cuestión es que «hemos» de ver qué aspecto tienen los mensajeros, para poder reconocerlos cuando los veamos otra vez. Yo no me atreveré a mirarlos demasiado por temor a que sospecharan algo. Así que vosotros habríais de fijaros con mucho interés. Yo cuidaré de recoger los mensajes que me entreguen, y dejaré en vuestras manos el ver qué aspecto tienen los hombres que vengan a verme a ese banco.
—¿Qué hay del de esta mañana? —exclamó Larry de pronto—. Ése debía ser uno de ellos. ¿Qué aspecto tenía exactamente?
Todos fruncieron el entrecejo en su afán de recordar.
—Era demasiado vulgar —dijo Larry al fin—. Rostro ordinario, ropas corrientes, y su bicicleta lo mismo. Esperad, ahora recuerdo algo respecto a la bicicleta. ¡Llevaba bocina... en vez de timbre!
—¡Es verdad! —exclamó Pip acordándose también. Daisy y Bets no se habían fijado en ese detalle. En resumen, no recordaban nada respecto a aquel hombre.
—Una bocina —dijo Fatty pensativo—. Bueno, eso puede ayudarnos un poco a encontrar a ese hombre. Vigilaremos todas las bicicletas que lleven bocina, pero lo que realmente me preocupa... «es»..., ¿cómo vamos a impedir que ese viejo se siente en el banco por las tardes para que yo pueda ocupar su lugar? Nadie lo sabía.
—La única posibilidad —dijo Fatty al fin—, la única posibilidad... es que yo vaya a sentarme al lado del viejo y me finja uno de los mensajeros... ¡y le diga que no vaya a sentarse allí durante dos o tres días!
—¡Oooooh, sí! —dijo Pip—. Porque el señor Goon estará vigilando. Puedes decirle eso.
—Sí. Y es probable que sea cierto —dijo Fatty lanzando un gemido—. El viejo Goon también tiene sus sospechas, y está sobre la verdadera pista. Nosotros hemos dado con ella por casualidad. ¡Allí estaré sentado toda la tarde bajo la mirada de Goon! Apuesto a que no se acercó ningún mensajero si saben que está acechando.
—Si vemos a algún desconocido deambulando por allí, podríamos alejar a Goon un rato —dijo Larry—. ¡Y sé cómo hacerlo! ¡Podríamos escondernos en la esquina y tocar una bocina! Entonces Goon se diría para sí: «¡Aja, una bicicleta con bocina! ¡Tal vez sea la del hombre que busco!», y se marchará corriendo hacia la esquina.
—Sí, eso está bien pensado —dijo Fatty—. El caso es... que Goon probablemente no se habrá fijado en que la bicicleta de aquel hombre llevaba bocina.
—Bueno, pues entonces se lo diremos —respondió Larry—. Le interesará enormemente. Vamos a decírselo ahora mismo.
—Vamos. Iremos a buscarle —dijo Fatty.
Pero cuando Larry miró su reloj lanzó una exclamación:
—¡Cielos! ¡Vamos a llegar «tardísimo» a comer! Tendremos que decírselo esta tarde.
—Yo lo haré —replicó Fatty—. ¡Hasta luego!
Aquella tarde, mientras el señor Goon disfrutaba de una breve siesta, después de la comida, quedó muy sorprendido al ver a Fatty que se acercaba a su puerta, y más sorprendido cuando le dio la información respecto al detalle de la bocina de la bicicleta.
—No sé si le será de alguna utilidad, señor Goon —le dijo muy serio—. Pero pensamos que usted debía saberlo. Al fin y al cabo es una pista, ¿no es verdad?
—¡Oh! ¿Una pista de qué? —preguntó el señor Goon—. Otra vez entrometiéndoos, ¿eh? Y de todas maneras, yo ya había observado que aquella bicicleta llevaba bocina. Y si la oigo sonar pronto estaré tras el ciclista.
—¿Para qué lo busca usted? —preguntó Fatty con aire inocente.
El señor Goon le miró con recelo.
—Eso a ti no te importa. Y dime una cosa, ¿cómo sabes todo eso de la bocina si no estabas con los demás?
—Oh, «ellos» me lo han dicho —repuso Fatty—. Temo que usted se haya enfadado conmigo por querer darle una pista, señor Goon. Lo siento. No sabía que usted ya se había fijado en la bocina. No volveré a molestarle con más informaciones.
—Vamos, escucha... no hay ningún mal en... —comenzó el señor Goon temeroso de que Fatty dejara de proporcionarle otras informaciones que pudieran serle de utilidad. Pero Fatty ya se había ido.