Read Misterio del collar desaparecido Online
Authors: Enid Blyton
—Pero, señor Goon... ya sabe usted que nosotros... —comenzó a decir Fatty con calor, pero el policía, considerando que por una vez le había tomado la delantera a Fatty, se apresuró a interrumpirle.
—Todo lo que sé de vosotros es que sois unos niños orgullosos, y entrometidos a los que hay que parar los pies... ¡a vosotros y a vuestro antipático perro ladrador! Este caso es mío, y ya lo estoy llevando adelante, y lo que es más, estoy seguro de que con él conseguiré un «ascenso», tan seguro como que mi nombre es Teófilo Goon —dijo el policía avanzando hacia el tramo de escalones de la comisaría—. ¡Y ahora largaros!
—¡Qué golpe! —murmuró el pobre Fatty mientras Goon desaparecía por la puerta. En compañía de los otros echó a andar hacia su casa discutiendo todo lo que les había dicho el Ahuyentador.
—¡Pensar que ese gordo policía está trabajando en un misterio nuevo del que nosotros no sabemos nada! —dijo Fatty pareciendo tan abatido que Bets le cogió del brazo—. Es enloquecedor. Y lo peor de todo es que no veo cómo vamos a descubrir nada, si Goon no nos lo cuenta.
—Hasta «Buster» está disgustado —dijo Bets—. Lleva la cola baja. Y tú también, pobre Fatty. No te preocupes.... mañana vas a probar tus nuevos disfraces de persona mayor... y eso te animará. ¡Y a nosotros también!
—Sí —exclamó Fatty alegrándose un poco—. Bueno... ahora tengo que volver a casa. Tengo que ensayar un poco mi disfraz antes de presentarme mañana ante vosotros. ¡Hasta la vista!
A la mañana siguiente Larry recibió una nota de Fatty.
«Id esta tarde a las atracciones junto a la orilla del río. Os saldré al encuentro disfrazado. ¡Apuesto a que no me conocéis!
Fatty.»
Larry enseñó la nota a Pip y Bets cuando fue a verlos aquella mañana. Bets estaba emocionada.
—¿De qué se disfrazará Fatty? ¡Apuesto a que le reconozco! ¡Oh, no puedo esperar a que llegue esta tarde!
Al saber que iban a pasar la tarde en las atracciones, la madre de Larry les dio algún dinero. Salieron a las dos dispuestos a descubrir a Fatty por bien disfrazado que fuese.
Mientras atravesaban la calle del pueblo se acercó a ellos un viejo encorvado que arrastraba los pies descalzos con unas botas tan viejas que le asomaban los dedos y tenían los tacones gastados. Llevaba una extraña barba color arena, y sus pobladas cejas eran del mismo color. Su aspecto era de extrema suciedad. Los hombros de su chaqueta colgaban sobre sus encorvadas espaldas y sus pantalones de pana estaban atados sobre sus rodillas con una cuerda.
El sombrero era demasiado grande para él y lo llevaba calado hasta las orejas. Al andar se apoyaba en un palo que hacía las veces de bastón. Renqueando fue a sentarse al sol en un banco, sorbiendo ruidosamente.
—¡Es Fatty! ¡Lo sé! —dijo Bets—. Es precisamente un disfraz muy adecuado para él. ¿Verdad que es inteligente?
El viejo sacó una pipa de su bolsillo y comenzó a llenarla de tabaco.
—¡Fijaos que hasta se ha acordado de procurarse una pipa! —exclamó Pip—. Apuesto a que ha estado observando a su padre cuando la llena de tabaco. ¡Cielos... no me digáis que incluso va a fumársela!
¡Así era al parecer! Grandes bocanadas de humo maloliente llegaban procedentes del viejo. Los niños le observaban.
—Yo hubiera asegurado que Fatty era «incapaz» de fumar —dijo Larry—. No debiera hacerlo. Es demasiado joven. Pero supongo que yendo disfrazado.
El viejo sorbió ruidosamente y luego se pasó la mano por la nariz. Bets rió.
—¡Oh, caramba! ¡Fatty es sencillamente maravilloso! Vaya si lo es. Debe haber estado ensayando esos modales horas y horas.
Larry se acercó al viejo sentándose a su lado.
—¡Hola, Fatty! —le dijo—. ¡Muy bien, viejo! ¡Pero te hemos reconocido enseguida!
El viejo no le hizo el menor caso. Continuó chupando su pipa y lanzando nubes de humo al rostro de Larry.
—¡Basta, Fatty! ¡Te vas a marear si sigues fumando de esa manera! —exclamó Larry.
Los otros fueron a reunirse con él entre risas y Pip propinó al viejo un puñetazo en los riñones.
—¡Eh, Fatty! Puedes dejar de fingir. ¡Sabemos que eres tú!
El viejo acusó el golpe y se volvió indignado con los ojos casi ocultos bajo sus pobladas cejas. Se apartó un poco de Larry y Pip, y continuó fumando.
—¡Fatty! ¡Deja de fumar y háblanos, tonto! —dijo Pip. El viejo se quitó la pipa de la boca y poniéndose la mano detrás de la oreja preguntó:
—¿Quéeee?
—¡Ahora quiere hacerse el sordo! —dijo Bets volviendo a reír.
—¿Ah? —dijo el viejo intrigado—. ¿Quéeesto?
—¿Qué significa «Quéeeesto»? —preguntó Bets.
—Significa: ¿«Qué es esto»?, naturalmente —replicó Larry—. Eh, Fatty, basta ya. Date por vencido y dinos que tenemos razón. Te hemos descubierto enseguida.
—¿Quéeesto? —volvió a decir el hombre colocando de nuevo la mano tras el pabellón de la oreja. Era una oreja muy peculiar, grande, plana y roja. Bets la miró y luego dijo a Daisy.
—¡Daisy! ¡Hemos cometido una horrible equivocación! Éste no es Fatty. ¡Mira sus orejas!
Todos miraron las orejas de aquel individuo. No... ni siquiera Fatty podía hacer que sus orejas crecieran tanto. Y no eran falsas, sino reales, no muy limpias y llenas de vello. En resumen, eran unas orejas muy desagradables a la vista.
—¡Cielos! ¡Éste «no» es Fatty! —exclamó Pip al ver aquellas orejas—. ¿Qué debe estar pensando este hombre de nosotros?
—¿Quéeesto? —repitió el hombre evidentemente sorprendido por la familiaridad con que le trataban los niños.
—Bueno, gracias a Dios que el pobrecito es sordo —respondió Daisy avergonzada de su error—. Vámonos, Larry; vamos, Pip. ¡Hemos cometido una estúpida equivocación! ¡Cómo se reiría Fatty si lo supiera!
—Probablemente estará escondido por ahí cerca riéndose para sus adentros —dijo Pip.
Dejaron al viejo sentado en su banco y volvieron a echar a andar por la calle. Encontraron al panadero, al que Bets dirigió una larga y penetrante mirada, preguntándose si sería Fatty por casualidad, pero no lo era. Era demasiado alto.
Luego encontraron al limpiador de ventanas, y como era bastante gordo y aproximadamente de la misma altura que Fatty, todos se acercaron a él con la excusa de examinar su cargamento de escaleras y cubos, dirigiéndole curiosas miradas para ver si lograban descubrir si era o no Fatty disfrazado.
—¡Vaya! ¿Qué es lo que os pasa, niños? —dijo el limpiaventanas—. ¿Es que no habéis visto nunca escaleras y cubos? ¿Y por qué me miráis tanto? ¿Es que hoy me ocurre algo?
—No —se apresuró a responder Larry, puesto que el limpiaventanas parecía bastante molesto—. Es sólo que... estas escaleras extensibles... er... son tan interesantes.
—Ah..., ¿sí? —dijo el hombre desconfiado—. Bueno, permitidme que os diga.
Pero los niños no escucharon lo que tenía que decirles, sino que salieron corriendo muy sonrojados.
—¡Vaya! Nos vamos a meter en algún lío si vamos mirando a todo el mundo para descubrir si en realidad es Fatty —dijo Larry—. Tenemos que mirar a la gente con un poco más de cuidado... quiero decir sin que ellos se den cuenta.
—¡Ahí está... estoy segura! —dijo Bets de pronto mientras pasaban el paso a nivel para llegar a la orilla del río donde estaban las atracciones—. Mirad... ese mozo con bigote. ¡Ése es Fatty, vaya si lo es!
El mozo de estación estaba empujando una carretilla por el andén y los demás se detuvieron para observarle.
—Lo hace exactamente igual que un mozo «auténtico» —dijo Bets—. ¿Por qué los mozos de estación llevan siempre chaleco y no chaqueta? Estoy segura de que es Fatty. Anda igual que él, y además está tan gordo como Fatty.
Y alzando la voz llamó al mozo:
—¡Eh, Fatty! ¡Fatty! El mozo se volvió, y dejando la carretilla en el suelo echó a andar hacia ellos muy enfadado.
—¿A quién llamas Fatty? —preguntó con el rostro enrojecido—. ¡Os cortaré la lengua, niños descarados!
Los niños le miraron.
—Es Fatty —insistió Bets—. Mirad, así es como se le sale el pelo sobre la frente cuando lleva gorra. ¡Fatty! ¡Sabemos que eres tú!
—¡Escucha! —dijo el mozo acercándose más—. Si no fueras una niña pequeña te daría una buena azotaina... ¡Ponerme motes a mí! ¡Debieras avergonzarte de ti misma!
—«No es» Fatty, tonta —dijo Pip a Bets, enfadado—. Fatty no tiene los brazos tan cortos. ¡ «Ahora» nos has buscado un conflicto!
Pero afortunadamente para ellos, en aquel momento llegó un tren y el mozo tuvo que acudir a abrir las puertas y cuidar del equipaje. Los niños se apresuraron a abandonar el paso a nivel y corrieron hacia el río.
—¡Qué «estúpida» eres, Bets! Nos vamos a meter en un lío serio si sigues creyendo que todo el mundo es Fatty —le dijo Pip—. Mira que gritar «Fatty» de esta manera... a un mozo gordo. Debe haber pensado que le estabas insultando.
—¡Oh, sí... supongo que le habrá sonado muy mal! —repuso Bets casi llorando—. Pero yo creí que era Fatty. Tendré más cuidado la próxima vez, Pip.
Llegaron a las barracas de atracciones que formaban una especie de feria a lo largo del río. Había un tiovivo, el tiro de anillas, los auto-choque y la exposición de figuras de cera. Los niños contemplaron a la gente que deambulaba por la feria con la esperanza de descubrir a Fatty.
Ahora Bets tenía miedo de reconocer a nadie como Fatty, y se limitó a seguir a todas las personas que le parecían su amigo, hasta que descubría que no lo eran. Los otros hicieron lo mismo, pero algunas personas se dieron cuenta de que los seguían, cosa que no les gustó nada, y se volvían de mal talante.
—¿Qué haces pegado a mis talones? —le dijo un hombre a Larry—. ¿Te crees que voy a darte dinero para montar en el tiovivo?
Larry se puso como la grana y desapareció. Se imaginaba a Fatty por allí cerca muriéndose de risa al ver cómo los Pesquisidores trataban en vano de descubrirle. ¿Dónde podría estar?
—¡Creo que le he descubierto! —susurró Bets al oído de Pip y cogiéndole de la mano— ¡Es el hombre que vende los billetes para el tiovivo! Es igual que Fatty, sólo que lleva una barba negra y tiene el cabello muy negro y espeso. Además lleva unos aros de oro en las orejas y tiene la cara casi negra.
—¡Pues no me suena «igual que Fatty»! —exclamó Pip resentido— Estoy harto de tus equivocaciones, Bets. ¿Dónde está ese individuo?
—Ya te lo he dicho. Vendiendo los billetes del tiovivo —replicó Bets, y aunque Pip estaba casi seguro de que ni siquiera Fatty podía haber conseguido que le dejaran vender los billetes del tiovivo, fue a ver. El hombre le dirigió una sonrisa alargándole un montón de billetes.
—¡Montad en el tiovivo! —gritó—. ¡Es delicioso dar vueltas en el tiovivo. ¡Sólo por una peseta!
Pip fue a comprarle un billete mirándole fijamente. El hombre volvió a sonreírle, y Pip correspondió también a su sonrisa.
—¿Así que «eres» tú? —le dijo—. ¡Muy bien, Fatty!
—¿De qué estás hablando? —dijo el hombre, sorprendido—. ¿Y a quién llamas Fatty?
Pip no quiso decir nada más por si acaso, aunque estaba convencido de que era Fatty. Montó en el tiovivo, escogió un león que subía y bajaba y disfrutó del paseo.
Al apearse le guiñó un ojo al hombre de los billetes, y éste le devolvió el guiño.
—Eres un niño muy divertido —le dijo el hombre.
Pip fue a reunirse con los otros.
—He encontrado a Fatty —les dijo—. Es decir, creo que ha sido Bets. Es el hombre que vende los billetes del tiovivo.
—¡Oh!, no lo es —replicó Larry—. Daisy y yo también hemos encontrado a Fatty. Es el hombre que llama a todo el mundo para que acudan al tiro de anillas. ¡Miradle... está ahí!
—¡Pero eso es «imposible»! —exclamó Pip—. No es fácil conseguir un empleo así. No, estáis equivocados. No creo que «ése» pueda ser Fatty.
—Bueno, y después de todo yo no creo que sea Fatty el hombre de los billetes del tiovivo —dijo Bets inesperadamente—. Sé que antes lo «pensé», pero ahora ya no. Tiene los pies demasiado pequeños, y Fatty los tiene enormes. ¡Por mucho que se disfrace no puede hacer que sus pies disminuyan!
—¡Apuesto a que Fatty es capaz de eso y mucho más! —exclamó Daisy—. Es una maravilla. Pero sigo pensando que Fatty es el hombre del tiro de anillas... el que llama a la gente para que acuda a probar suerte.
—Y «yo» creo que es el hombre que vende los billetes del tiovivo —dijo Pip obstinado—. Bueno... veremos. Nos divertiremos primero, merendaremos aquí ¡y esperaremos a que Fatty aparezca a su debido tiempo!
Habiendo tomado más o menos una decisión respecto a la cuestión del disfraz de Fatty, aunque Bets, seguía muy indecisa, los cuatro niños se dispusieron a divertirse.
Bets compró los aros de madera al hombre que, según Larry y Daisy, era Fatty disfrazado, y consiguió ganar un reloj. Estaba verdaderamente entusiasmada, y alargó la mano para recibir el reloj con ojos brillantes de alegría.
—Hará muy bonito sobre la repisa de la chimenea de mi habitación —dijo feliz.
—Lo siento —dijo el hombre de la barraca—. El aro no ha caído del todo sobre el reloj, señorita.
—¡Cómo que no! —exclamó la pobre Bets—. Ni siquiera ha tocado el reloj. ¡Ha sido el mejor tiro que he conseguido jamás!
—No ha tirado usted bien, señorita —insistió el hombre. El otro encargado, que según Larry y Daisy era Fatty, alzó la cabeza pero no dijo nada. Daisy, segura de que «era» Fatty, recurrió a él sintiendo que la pequeña Bets se quedara sin su reloj barato.