Negué con la cabeza mientras Cristianno arrancaba el coche y se encendía un cigarro. Enseguida se lo quité de los labios. Sonrió y volvió a coger otro para él.
Cristianno
Nos detuvimos en un semáforo. Por el horizonte asomaba un pequeño rastro de luz blanquecina. Comenzaba a amanecer. Kathia cogió aire intensamente y me observó de reojo.
No había ninguna duda sobre lo que ella quería, pero notaba la necesidad de preguntárselo.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
Era una tontería. Kathia había aceptado casarse conmigo, quería comenzar una vida conmigo y, aun así, yo volvía sobre lo mismo.
—¿Por qué me lo preguntas ahora? —preguntó extrañada.
Vi en sus ojos que se sentía molesta.
—Porque aún no hemos hablado de ello.
—No creo que haga falta. Está más que claro —respondió con brusquedad. Volvió a suspirar—. De lo que creo que tenemos que hablar es de lo que vamos a hacer.
Sonreí al ver lo segura de sí misma que estaba.
—Primero tenemos que ir a Zúrich. Tengo que poner el contenido de la caja fuerte de Fabio a salvo.
—¿Qué había en la caja?
—En realidad, nada. Solo unas coordenadas y las contraseñas para entrar en el lugar que indican. Pero, al parecer, es una fortaleza que aún no hemos descubierto dónde está.
—Propio de Fabio —sonrió—. ¿Y el USB?
Valerio había logrado desbloquear algunas carpetas, pero no llegaba al cinco por ciento del total. Muy poco, pero suficiente para descubrir que Fabio estaba seguro de que moriría más temprano que tarde.
—Solo hemos podido descubrir algunas cosas. Valerio no ha logrado descifrar todavía todas las carpetas.
—¿Cuáles son esas cosas?
Tomé aire después de tragar saliva y la miré con el rabillo del ojo. Hablar de aquel tema con ella me costaba un poco, puesto que su familia estaba implicada. Pero debía hacerlo. Kathia estaba metida tanto o más que yo.
—Los Carusso estuvieron haciendo tratos con Wang Xiang antes de que Fabio decidiera desviarse por su cuenta. Al parecer, mi tío decidió traicionarles porque descubrió que tramaban engañarnos.
—O sea, que ¿fueron los Carusso los que comenzaron todo esto?
Kathia parecía sorprendida. En los últimos días había descubierto cosas de su familia que aún no podía creer, por mucho que se esforzara. Pero saber que los Carusso habían iniciado aquella guerra, y no Fabio como ella creía, la dejó aún más perpleja.
—Exacto.
—Pero… no lo entiendo. Fabio era científico, él sabía cómo crear el virus. Sin él estaban perdidos.
—Sí, pero el virus ya estaba creado cuando lo decidieron. Parece ser que la idea fue de la propia Virginia y de Jago. Angelo aceptó y esperó a que Fabio creara a Helena. Después, lo mató.
—Espera, ¿Helena? ¿Zeus y Helena? —preguntó buscando mis ojos.
Cuando unos días antes me había enseñado el USB en su habitación, me había preguntado por el proyecto Zeus. Kathia ya había hecho referencia a lo mucho que le extrañaban aquellos nombres. El significado de «Zeus» se lo pude explicar, pero el otro… no.
—Helena es el antivirus. Es lo que anula a Zeus. Y Fabio solo creó una toma. Solo para una persona. Eso es lo que buscan los Carusso para poder fabricar más.
Kathia continuaba mirándome fijamente, como si estuviera reprendiéndome.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque no quería ponerte en peligro.
—Bien —dijo secamente—, y ¿por qué Fabio hablaba de Helena como si se tratara de su propia hija?
Negué con la cabeza. A aquello no podía responderle. Tal vez era porque mi tío le tomó cariño a su creación…, ¡memeces!, seguro que tenía una explicación.
Kathia cambió de tema, pero escogió uno que a mí me encolerizaba particularmente.
—Entonces ¿Wang Xiang os ha traicionado?
Sujeté el volante con las dos manos antes de responder.
—Puede.
—¿Puede?
—No lo sé, Kathia. Wang es un hombre que no se casa con nadie, así que no es de extrañar que también los traicionara a ellos. —Cogí aire—. Ha desaparecido. Nadie sabe dónde está.
—¿Y su familia?
—Solo tiene una hija de diecinueve años, Ying, y está en Praga estudiando música. Pero ella continúa allí. Lo cual significa que el muy cobarde se ha escondido él solo sin pensar en el peligro que corre Ying.
—Pero ella no tiene nada que ver en esto.
—Tú tampoco.
—Cristianno, tenemos que ir a buscarla.
Negué con la cabeza.
—¡Está en peligro! —exclamó
—¡Ahora tú también lo estás!
—Bien, ¿y adónde me llevas? —repuso de morros.
Detuve el coche en arcén y cogí sus manos, obligándola a que se acercara a mí.
—A Londres. Es el único sitio donde no nos encontrarán, al menos en un tiempo. Cuando te ponga a salvo, pensaremos en cómo localizar a Ying. Apoyé mi frente en la suya.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
Kathia
El aeródromo privado de los Gabbana estaba totalmente vallado (casi parecía una cárcel). Había una pequeña torre de control donde aparentemente no había nadie. Pensé que no haría falta ningún controlador aéreo en ese momento porque los pilotos podrían seguir las instrucciones del aeropuerto comercial. Seguramente ya tendrían el permiso para volar.
Cristianno frunció el ceño, extrañado al ver que en el puesto de seguridad no había nadie.
—Qué extraño. Aquí suele haber vigilancia las veinticuatro horas del día.
—Tal vez se haya tomado un descanso —dije con la esperanza de encontrar una explicación.
Suspiró y bajó del coche para abrir la verja él mismo. Entró en la garita de seguridad y pulsó varios botones. La puerta metálica comenzó a moverse y Cristianno volvió a montarse en el coche.
Aceleró y nos adentramos en el aeródromo. Cristianno observaba todo a nuestro alrededor con una atención especial. Me intranquilicé. ¿Qué era lo que tanto le inquietaba? Estaba claro que debía ser algo importante porque él no solía incomodarse sin motivos.
Observé el jet. La escalera ya estaba lista para que subiéramos y la puerta, abierta de par en par. Solo nos acompañarían Enzo y Maximiliano, los pilotos, y Giselle, la azafata.
Por un momento me relajé y sonreí para mis adentros; la idea de marcharme a vivir con Cristianno me parecía maravillosa, y, aunque tenía algo de fobia a los aviones, no veía la hora de montarme en ese jet e irme a Londres. Tenía ganas de conocer la ciudad, ser una persona anónima en el Reino Unido. Me fascinaba la idea de conocer lugares nuevos… Volví a la realidad con la pesadumbre de saber si Ying estaría bien. No conocía a esa muchacha, pero no quería que sufriera por culpa de su padre.
De soslayo, vi el rostro tenso de Cristianno. Sus facciones no habían cambiado en absoluto. Incluso parecían más inquietas.
Le seguí por las escaleras hasta que extendió su brazo para que yo no pudiera pasar. No lo entendí hasta que me asomé por encima de su hombro. Había un charco de sangre en la entrada del jet y las paredes y la puerta estaban llenas de huellas ensangrentadas.
Me agarré al brazo de Cristianno mientras él cogía su pistola. Ahora comprendía por qué no había nadie en el puesto de vigilancia. Tal vez lo habían matado y habían escondido su cadáver.
Avanzó un paso terminando de subir el último escalón y me sujetó la mano. Me colocó detrás de él y me indicó con un gesto que no hiciera ruido. Asentí y apreté los labios para que no se notase que empezaban a temblar.
Entramos en el avión esquivando el pequeño charco de sangre y Cristianno miró hacia ambos lados. La puerta de la cabina estaba entornada, pero no se podía ver el interior. No parecía haber nadie allí; todo estaba en el más completo silencio.
Sí vimos signos de forcejeo en la moqueta, y también algunos arañazos en el filo de la puerta del lavabo. Respiré hondo e intenté dominarme. No podía dejar que el miedo se apoderara de mí, Cristianno me necesitaba fuerte.
Seguí el rastro de la sangre de la entrada con la mirada. Cristianno hizo lo mismo y ambos nos miramos comprendiendo que tras la puerta de la cabina podíamos encontrar una imagen aterradora, al menos para mí.
En el pequeño espacio entre la cabina de mando y la de pasajeros el catering estaba dispuesto para el viaje. Me acerqué a ese hueco y cogí un cuchillo de hoja ancha. Cristianno me observó, pero no puso impedimentos. Se agazapó y tensó los brazos. Observé cada uno de sus movimientos, tarde o temprano debería aprender a hacerlo igual si quería defenderme por mí misma. Aunque llegar al nivel de Cristianno era imposible. Su estilo era tan perfecto y tan cuidado que resultaba difícil pensar que se tratara de un adolescente de dieciocho años.
Empujó la puerta y apuntó hacia el frente. La imagen que esperábamos encontrar apareció ante nosotros y, como imaginaba, Cristianno no se inmutó. Continuó apuntando mientras recorría la cabina con la mirada.
Los dos pilotos del avión estaban muertos y los cristales de la cabina estaban completamente salpicados con su sangre. Uno de ellos estaba tendido en el suelo. Al parecer, había sido arrastrado. Puede que forcejeara e intentara escapar. Tenía dos disparos, uno en la pierna y otro en el pecho.
Me llevé las manos a la boca negando con la cabeza ante la escalofriante escena. Cristianno me cogió del brazo y me señaló que me quedara allí. Iba a inspeccionar el resto del avión. Volví a asentir con la cabeza, nerviosa por quedarme allí con los cadáveres.
Acarició mi mejilla mostrándome una mirada cansada, pero tenaz. Besé la palma de su mano y se marchó sigiloso. Yo decidí no mirar, pero cuando bajé la cabeza me topé con la hoja del cuchillo que había olvidado que empuñaba; en ella se reflejó la cara ensangrentada del piloto. Me giré para mirarle. Vestía de forma informal y llevaba anillo de casado. Ese hombre tenía una esposa y quizá hijos; una familia que alimentar. Es posible que supiera para qué clase de personas trabajaba, pero tal vez no tuviera nada que ver con ese mundo. Puede que solo trabajara para ellos para ganarse un sueldo y llegar a fin de mes de la mejor forma posible.
Sentí un escalofrío y volví a ver un reflejo en la hoja de aquel cuchillo. Unas esbeltas piernas, cubiertas con medias negras, se acercaban sigilosas hacia a mí. Iba descalza para no llamar la atención. Alcé un poco el cuchillo para ver quién era, aunque podía imaginarlo.
Giselle iba vestida con el uniforme de azafata y llevaba el cabello recogido en un moño. Su barbilla y sus manos estaban manchadas de sangre. Cristianno debía de haber pasado delante de ella sin descubrirla.
Me di la vuelta y la apunté con el cuchillo, pero ella hizo lo mismo encañonándome con una pistola. Torció el gesto y sonrió mostrando una dentadura perfecta y aterradora.
—Así que tú eres Kathia —musitó muy bajo.
Fruncí los labios.
—Y tú debes de ser la asesina de estos hombres, ¿me equivoco? —Le sostuve la mirada con firmeza.
—Vaya, eres justo como te describió Valentino —dijo Giselle con una mueca.
—¿Ah, sí? ¿cómo soy?
—Insolente, mordaz y arrogante. En realidad, dijo muchas cosas más, pero prefiero ahorrarme esa otra parte.
—Soy insolente con quien debo serlo. —Levanté el mentón y mostré un tono de voz firme y algo alto.
Cristianno nos tenía que escuchar.
—¿Por ejemplo?
—Contigo.
—Nena, te estoy apuntando con una pistola. Yo no he matado a los pilotos, pero no dudaré un segundo en matarte a ti.
Su amenaza no me hizo decaer.
—¿Por qué participas en esto?
—Bueno, digamos que cada uno tiene sus intereses y mis intereses se resumen en Cristianno. Cuando te conoció, creí que solo sería una aventura más. Pero me equivoqué, y el hecho de que esté haciendo todo esto por ti me molesta mucho. Así que me he tomado la libertad de llamar a tu padre y a Valentino. Espero que no te enfades. No tiene nada que ver contigo, solo quiero quitarte de en medio. Así que deja de apuntarme con ese cuchillo si no quieres que cambie de opinión y acabe matándote.
Eso era lo que quería. Nos había traicionado porque quería a Cristianno. Debía de ser una de sus amantes abandonadas y ardía de celos.
—No puedes obligarle a elegirte.
—No me importa que esté conmigo por obligación, Kathia. No soy como tú.
Supuse que se refería a mi relación con Valentino.
Miré el reloj con el rabillo del ojo. Ya eran las siete.
—¿También te han ofrecido dinero?
Giselle frunció el ceño. Lo único que quería era darle conversación hasta que Cristianno regresara del fondo del avión.
—Madre mía, nena, me estás provocando dolor de cabeza.
Enarqué las cejas, sorprendida al recordar que Cristianno me había dicho exactamente lo mismo para picarme. No pude evitar una sonrisa al pensar lo mucho que habían cambiado las cosas. Ahora él me pertenecía y yo le pertenecía a él. Y así seguiría siendo por mucho que se entrometieran.
—Eso mismo me dijo Cristianno antes de besarme. —Me tomé la libertad de cambiar un poco el contexto.
—Cállate —bisbiseó.
—¿Qué es lo que más te molesta? ¿Que Cristianno esté con otra o que no quiera nada contigo?
—He dicho que te calles.
Sería mejor cambiar de tema.
—Dime cuánto te han ofrecido.
—Que te respondan ellos mismos.
Aquella no era la respuesta que esperaba. Giselle entrecerró los ojos, se estaba preparando para atacar.
Cristianno
—Hola, Gabbana —saludó Angelo jocoso con las piernas cruzas y bebiendo plácidamente sobre el sofá de mi tío.
Valentino estaba frente a él, con una expresión mucho más glacial. Ambos parecían haberse librado de la explosión sin secuelas. A Angelo no lo había tenido controlado la noche anterior, pero había dejado inconsciente a Valentino un minuto antes de que el barco explotara. Y sin embargo, allí estaba, sano y salvo.
—Está muy mal lo que hicisteis anoche. Pobre Virginia y Jago. Si queríais venir a la fiesta solo teníais que decirlo. No tuvisteis miramientos.
—Vosotros tampoco cuando matasteis a Fabio —mascullé observando que Valentino se removía.
—Él nos traicionó…
—Eso fue después de que vosotros hicierais lo mismo —le interrumpí con furia.
—Habéis matado a mi hermano y eso tiene un precio —prosiguió Valentino, incorporándose.
Negué con la cabeza.