Me agaché y empuñé mi arma. Miré a ambos lados y comencé a caminar agazapado hacia la cubierta principal. Me escondí tras una columna intentando descubrir dónde estaba Kathia, pero no pude ver nada.
De repente, alguien apareció detrás de mí y me cogió del cuello. Con agilidad, me escabullí de aquellos fuertes brazos. Le di un puñetazo y él me respondió de la misma forma. No dudé en disparar. El tiro se ahogó con el silenciador.
El cuerpo sin vida de aquel matón cayó sobre mí con los ojos aún abiertos. Lo arrastré hacia la barandilla y lo empujé al mar. El ruido tampoco trascendió, confundido con el caos que invadió de golpe el barco. La gente comenzaba a correr sin saber adónde ir. Gritaban atemorizados al descubrir que Virginia portaba una bomba.
Mis sentidos me alertaron de la presencia de alguien más a mi espalda. Me concentré y esperé a que estuvieran cerca. Entonces arremetí dándole a uno de ellos un fuerte golpe en el estómago. Vi a otro y le disparé en la cabeza. El primero se removió en el suelo queriendo escapar. Apreté el gatillo.
Virginia continuaba allí. Sujetaba a Kathia y la amenazaba con un objeto punzante en la garganta.
¡Mierda! El peor de mis temores estaba delante de mí. Si delataba mi presencia no podría salvar a Kathia.
—¿Qué me dices, Cristianno? —preguntó mi padre esperando que yo decidiera.
—Dime cuántos minutos quedan —mascullé observando los ojos encolerizados de Kathia. Estaba a unos metros de ellas, pero pude ver el resplandor del gris de sus ojos.
—Ocho minutos para la explosión.
—¡No! —clamó Kathia, propinando un codazo en la nariz a la pelirroja.
Virginia cayó al suelo y Kathia echó a correr entre la gente, por la parte de estribor, hacia la popa del barco.
—Estaremos fuera en cinco —dije.
Eché a correr en su busca, pero yo lo hacía en paralelo a ella, por babor. Cuando me dispuse a girar hacia el otro lado, alguien me disparó. Resbalé y me escondí. Tenía que esperar a que el que me había disparado apareciera y atacar de improvisto.
Así fue.
Un sicario robusto apareció y yo le di en la cabeza con la culata de mi arma. Se arrodilló y presioné su cabeza contra mi estómago antes de partirle el cuello en un gesto preciso y rápido.
Varios hombres más corrían hacia mí desde proa. Me escondí tras uno de los salientes que servían de entrada a la parte inferior del yate. Disparé uno a uno. Cambié el cargador.
—Minutos —le dije a mi padre mientras cargaba el arma.
—Cuatro.
Apunté y continué hacia la popa, agazapado. Llegué al final a la misma vez que Kathia.
Se detuvo al verme. Apunté en su dirección. Nuestros ojos se miraron fijamente. Ella sabía lo que me proponía hacer. Deslicé mi dedo por el gatillo y disparé con precisión.
Kathia
Cristianno apuntaba con una pistola en mi dirección. Su rostro se mostraba absolutamente inmutable, ni siquiera parpadeaba. Solo me miraba con firmeza; al parecer, estaba calculando algo. Le devolví la misma mirada de seguridad. Quería que supiera que no tenía ningún miedo si estaba con él.
Sus ojos se movieron ligeramente y capté el mensaje. Parpadeé para hacerle comprender que le había entendido. Dibujé una débil sonrisa antes de apartarme.
Noté la velocidad de la bala cuando rozó mi cabello, pero no me tocó. Cristianno había disparado con una maestría insuperable. El hombre cayó al suelo antes de que pudiera apartarme. Su brazo armado rebotó en mis pies, pero ni lo miré. Teníamos que salir de allí cuanto antes.
Cristianno me abrazó con fuerza después de guardarse el arma detrás de la espalda. Se aferró a mi cintura respirando agitado, casi jadeando. Y yo no pude hacer otra cosa más que comenzar a sollozar. No cayó ni una lágrima de mis ojos, pero estaba a punto de derrumbarme. Cristianno me abrazó con más fuerza y pude sentir la piel de su cuello en mis labios.
Se separó un poco y cogió mi rostro entre sus manos. Me besó con premura.
—Dime que estás bien. ¡Dímelo! —exclamó hablando a unos centímetros de mi boca.
—Sí, estoy bien. Estoy bien.
Me miró el cuello y retiró la sangre que había con sus dedos. Después besó la pequeña herida y volvió a besarme en los labios.
—Minutos —dijo como al aire. Deduje que llevaba un micrófono—. Tenemos que irnos.
—Pero Enrico…
Me hizo callar para prestar atención a lo que le decían.
—Enrico está fuera. Sabe que estás a salvo.
Ahora era yo la que me lancé a besarle.
—Conmovedor. Es maravilloso ver a los amantes tan acaramelados —dijo Valentino a mi espalda.
Cristianno me empujó y reboté contra la barandilla del barco. Cuando quise mirar ya estaban forcejeando. Valentino le dio un puñetazo y arremetió dándole una patada en las costillas. Cristianno se tambaleó pero enseguida se lanzó a por él y le reventó la nariz.
Valentino comenzó a sangrar y se llevó la mano a la nariz instintivamente. Vio la sangre y se lanzó a por Cristianno. Consiguió estamparlo contra el suelo y empezó a presionar su cuello. Ni siquiera lo pensé; me colgué del cuello de Valentino con fuerza. Este se removió y me empujó dándome un revés. Caí al suelo como una pluma insignificante. Me irritó parecer tan poca cosa.
Me incorporé en el suelo mientras veía cómo Cristianno dejaba inconsciente a Valentino a base de golpes en la cara. Después, se acercó a mí y me retiró el cabello antes de levantarme.
Comenzamos a correr, esta vez hacia la proa del yate, sorteando cadáveres y surcos de sangre. Sabía que Cristianno los había matado a todos. Cuando quisimos bordear la pasarela, encontramos a Virginia que sonrió, feliz, al vernos. Estaba algo despeinada y se había descalzado. Pude ver restos de sangre en sus pies.
Agitó su cabello cerrando los ojos; Cristianno aprovechó aquel gesto para echar mano de su pistola sin dejar de sostener mi mano. Pero en ese momento escuchamos un repetido chasqueo de la lengua detrás de nosotros, como negando.
Contuve el aliento y presioné la mano de Cristianno. Alguien apuntaba mi cabeza con una pistola. Virginia comenzó a reír casi con carcajadas. Incluso aplaudió. Se vio salvada.
—Deja tu arma tranquila, Cristianno —dijo con sorna.
Cristianno hizo caso y miró de soslayo a la persona que me apuntaba. Era Jago y también sonreía.
—En fin, según este chisme quedan menos de dos minutos para que la bomba estallé, ¿no es así, Silvano? —dijo Virginia mientras miraba su reloj.
Cerré los ojos y volví a apretar la mano de Cristianno. Los abrí y le envié una mirada perspicaz y segura. Él me devolvió exactamente la misma expresión.
—Supongo que todos viajaremos juntos al infierno —añadió la pelirroja acercándose a nosotros.
El arma de Jago presionó aún más mi cabeza y me obligó a inclinarme. Solo durante un instante, porque después fui yo quien presionó en sentido contrario. Cristianno frunció los labios al comprender mis intenciones. No sabía si saldría bien, pero la confianza que Cristianno depositó en mí a través de su mirada hizo que me sintiera segura.
Solo tendría que seguir la estela de sus movimientos y después saltar con rapidez.
—Cuarenta segundos —dijo Virginia mirando a su amante.
—Vuestras últimas palabras —ironizó Jago. Parecía que le diera igual que fuera a morir. O ¿confiaba en que Virginia no estallaría teniendo a aquellos rehenes consigo?
—Sí… —Cristianno torció el gesto mostrando una mirada de lo más siniestra.
—Pues date prisa. Solo tienes treinta y cinco segundos. Virginia taconeó el suelo de madera, mientras sonreía y se acercaba a su amante.
Cristianno me miró con fijeza.
—Solo tienes que sostener el arma con fuerza y estar segura de lo que vas a hacer —me explicó mientras los amantes se besaban con un ardor repugnante.
Cristianno me estaba dando instrucciones. Jago entrecerró los ojos sin dejar de besar a Virginia. No había captado nada, pero algo no le cuadraba.
Alcé el mentón y me humedecí los labios de forma insinuante.
—Veinte segundos —canturreó Virginia paseando su lengua por los labios de Jago.
—¿Dónde tengo que apuntar? —pregunté lista para que Cristianno actuara.
—Hazlo en la cabeza —me dijo frunciendo los labios y asintiendo.
Ahora era yo la que torcía el gesto.
—Cuando quieras, amor —dije mientras Cristianno se mordía un labio.
Solo diez segundos.
Cristianno dio un fuerte golpe al brazo de Jago y la pistola cayó al suelo. Virginia se retiró sobresaltada mientras yo me agachaba a por el arma. Ella comprendió al fin nuestra conversación y se llevó las manos a la cabeza mientras negaba.
Por un momento, todo se ralentizó y los acontecimientos parecieron desencadenarse a cámara lenta. Cogí la pistola y me levanté del suelo con decisión.
«Sostener con fuerza y seguridad. Apuntar a la cabeza», repitió mi mente antes de disparar a Jago.
Cayó al suelo mientras un pequeño hilo de sangre brotaba de su frente. Había disparado en su cabeza, como Cristianno me había dicho. No sentí nada, solo un pequeño temblor en las piernas y en las manos. Virginia gritó intentando socorrer a Jago mientras yo soltaba el arma. Cristianno me cogió del brazo y me arrastró hasta la barandilla.
Colocamos los pies casi al unísono cuando solo quedaban tres segundos, tal vez menos.
—¡Salta! —gritó Cristianno, aunque ya estábamos flotando en el aire.
Noté el agua en mi cuerpo a la vez que el barco explotaba. Una fuerza impetuosa nos arrastró hacia el fondo haciendo que nuestras manos se separaran.
El mar me absorbió bajo una lengua de fuego. Todo se iluminó con una luz anaranjada. Sentí una fuerte opresión en el pecho y calor, mucho calor. Estaba bajo el agua y sentía cómo la piel me abrasaba.
Kathia
Comencé a impulsarme hacia la superficie entré un millón de burbujas. Pero la fuerza que me engullía era demasiado arrolladora.
Agité los brazos y los pies con determinación para conseguir alcanzar la superficie con rapidez. No podía rendirme, debía saber si Cristianno estaba bien y reunirme con él.
Por fin, mis dedos salieron del agua y después mis brazos. Saqué la cabeza tomando aire desesperadamente mientras tosía y escupía agua caliente. A mi alrededor flotaban trozos de madera ardiendo y pedazos del yate en un paisaje devastador. Miré a todos lados, pero ni rastro de Cristianno.
—¡Cristianno! ¡Cristianno! —grité entre el murmullo persistente de las llamas.
No aparecía y la angustia comenzó a invadirme, hasta el punto que me costaba mantenerme a flote.
—¡Cristianno! —Volví a gritar antes de sumergirme para buscarlo bajo el agua.
No aguanté mucho, estaba demasiado asustada como para mantener la respiración el tiempo suficiente. Salí de nuevo a la superficie retirando mi cabello y resoplando desesperada.
¿Y si la fuerza de la explosión lo había ahogado? ¿Y si se había dado un golpe con algo? ¿Y si… había muerto? ¡Oh, Dios mío!, aquello sí era sentir miedo. Si le perdía, todo se acababa para mí.
Sola, entre los escombros y las llamas, cerré los ojos. El agua volvía a estar helada y noté cómo el frío se adueñaba de mí. Decían que la hipotermia proporcionaba una muerte dulce. Quizá no sentiría dolor cuando abandonara mi cuerpo.
Entonces, alguien tiró de mi brazo. Cristianno me abrazó antes de que pudiera reaccionar. Me enganché a su cuello gritando su nombre mientras sentía que mi corazón volvía a la vida más agitado que nunca.
—¡Oh, gracias, gracias! ¿Estás bien? —dije atropelladamente mientras le besaba.
—La onda explosiva me arrastró. Eso es todo, cariño. No te preocupes. —Acarició mi mejilla y se fijó en mis ojos enrojecidos—. Tienes que nadar, ¿de acuerdo? Tienes que hacerlo muy rápido. Tenemos que llegar hasta la bahía —gritó Cristianno mientras me arrastraba para que comenzara a hacerlo.
No había mucha distancia, pero el agua estaba muy fría y me costaba avanzar con aquel vestido.
«Nada, vamos. Solo quedan unos metros», me decía a mí misma. Y eso fue lo que hice. Me concentré en llegar lo antes posible.
Conforme nos acercábamos, vi a varias personas esperando, preparadas para sacarnos del agua. Tensé mis brazos y continué nadando con fuerza.
—Vamos, cariño, solo quedan unos metros —me animó Cristianno mientras escupía agua por la boca.
—Recuérdame… que nunca hagamos… un crucero —dije costosamente. Me faltaba la respiración, pero quise relajar a Cristianno. Vi que lo había conseguido porque me miró riéndose.
Cristianno alcanzó el dique del puerto y me extendió la mano para arrastrarme a su lado. Reboté contra su cuerpo y me cogió de la cintura. Varios hombres asomaron sus brazos para que pudiera aferrarme a ellos y subir. No había ninguna escalera, por lo que tendrían que tirar de mí a pulso.
Las manos de Cristianno impulsaron mi cuerpo desde la cintura y pude agarrarme a los brazos de un hombre. Con facilidad, me sacó del agua y me dejó sobre el suelo. Enseguida se volvieron para coger a Cristianno.
Estaba completamente aterida. El frío punzante era lo único que sentía y no podía controlar los tiritones que recorrían mi cuerpo. Casi entre convulsiones distinguí a Silvano, que se abría paso entre sus hombres y caminaba hacia mí aceleradamente. Se quitó su gabardina y la pasó por mis hombros, ayudándome a introducir los brazos en las mangas. Su calor me inundó, y sentí una extraña y protectora sensación.
Puso mi cara amoratada entre sus manos y me contempló con orgullo antes de darme un beso en la frente.
—Cuida de mi hijo, Kathia —susurró apoyando su frente contra la mía.
Asentí con un siseo. Reconocía esas palabras. Fabio ya me las había dicho antes.
Cristianno
Valerio se acercó hasta mí con un sobre entre sus dedos en cuanto Emilio y Leandro me subieron a pulso al muelle. El agua chorreaba por todo mi cuerpo y estaba dejando completamente empapados a todos los que me rodeaban. Alcé la vista en el momento en que mi padre se alejaba de Kathia y ella se perdía entre los brazos de mi primo. Alex y Eric también se unieron a aquel abrazo, hasta que llegó Alessio. La miró durante unos segundos, cogió su rostro entre las manos y después la besó.
—Cristianno —dijo Valerio llamando mi atención—, en este sobre tienes lo necesario para llegar a Londres, pero tenéis que hacer un alto en Zúrich y guardar el contenido de la caja de Fabio en el banco. Timmo ha abierto una cuenta nueva y allí estará seguro —siguió informándome mi hermano.