Asentí con la cabeza. No quise mirarla para que no viera mi rostro. Llevaba gafas de sol y un pañuelo atado al cuello. Aparte de los kilos de maquillaje que había empleado para ocultar las heridas. No sirvió de nada. Por mucho que me ocultara detrás de mi pelo, se apreciaban los moratones. Afortunadamente, solo tendría que disimular con Dani, el resto del grupo no había ido a clase.
Daniela me retiró el cabello y me aparté bruscamente. Contuvo la respiración con un pequeño gemido, se levantó y se dirigió a la puerta de clase.
La seguí.
—¿Adónde vas? —dije más alto de lo que quería.
—Eso quiero saber yo —secundó la profesora—. ¿Adónde va, señorita Ferro?
Yo lo sabía. Iba a avisar a Cristianno.
No contestó, se marchó sin importarle las amenazas de la señorita Sbaraglia. Y yo hice lo mismo. Corrí tras ella. Pude alcanzarla en las escaleras. Daniela me empujó y me miró llena de ira. Jamás la había visto tan desencajada.
—Dime quién ha sido.
—Valentino… —Miré hacia la ventana. Caían pequeños copos de nieve que se convertían en agua cuando tocaban el suelo. Aquel día hacía un frío espantoso, unos tres grados nada más. Había sido la coartada perfecta para coger gorro, guantes y bufanda.
—No me jodas —resopló hablando para sí—. ¿Por qué?
—Me pilló con Cristianno. Ha matado a Ricardo creyendo que fue él quien me acompañaba. No vio a Enrico.
Daniela comenzó a bajar las escaleras.
—¿Adónde vas, Dani? ¡No puedes decírselo! —grité.
—¡Claro que sí! No me pidas que no lo haga, ese tío casi te mata.
—No, por favor.
Pero no sirvió de nada. Daniela comenzó a correr mientras yo me quedaba plantada en la escalera. Recordé las palabras de Valentino. Le mataría si volvía a acercarme a él.
Salí del aula en cuanto terminaron las clases. Daniela no había aparecido en todo el día y no sabía qué me esperaba fuera. No había terminado de bajar las escaleras cuando vi el coche de Cristianno. Había venido al encuentro de Valentino.
Sin esperarlo, salí corriendo de vuelta arriba. Con suerte podría esquivarle utilizando las escaleras del gimnasio para bajar por el otro lado y montarme en el coche de Valentino antes de que los dos se enzarzaran en una pelea.
No pareció que me siguiera, pero no dejé de correr. Hasta que llegué al vestíbulo y se interpuso en mi camino. Me observó frunciendo el ceño y con los ojos entrecerrados. Enseguida bajé la cabeza para ocultar mi rostro. Tras él, pude ver el coche de Valentino. Cristianno avanzó un paso con las manos guardadas en los bolsillos.
—Me estás esquivando —afirmó en un tono de voz que no agradó a ninguno de los dos. Suspiré y él apretó la mandíbula.
—Es solo que… tengo prisa, me están esperando —dije manteniendo oculta mi cara. Comencé a caminar hacia la puerta sin poder mirarle.
Cristianno me tomó del brazo y me giró hacia él. Le tenía demasiado cerca, sería muy difícil esconderme.
—¿Qué ocurre, Kathia? —preguntó casi en un susurro.
—Nada, en serio. Tengo que irme.
Intenté soltarme, pero él me obligó a quedarme. Apretó mi brazo para mantenerme cerca.
—Kathia…
—Suéltame. Me haces daño, Cristianno —murmuré, forcejeando con él.
Tras unos segundos de lucha, conseguí liberarme, pero Cristianno ya había visto lo que le escondía. La furia se reflejó en su rostro y apretó los puños cuando yo quise volver a ocultarme. Él sabía quién era el culpable. Daniela se lo había contado.
—No es nada, Cristianno. —Me acerqué a su mejilla.
Pero él me retiró dándome un pequeño empujón. Le miré extrañada cuando tomaba la salida. Se dirigía a por Valentino lleno de odio y rabia. Lo que yo había previsto minutos antes iba a ocurrir en aquel momento. Me lancé hacia él antes de ver que Mauro, Alex y Eric aparecían de la nada. Habían venido con Cristianno.
Valentino también había traído a sus amigos. Ahora comprendía por qué me ordenó que fuera a clase aquel día. Solo quería provocar a Cristianno.
Puse mis manos en su pecho.
—Cristianno, por favor. Escúchame. —Volvió a empujarme, esta vez con más fuerza. Me choqué con los brazos de su primo que me sostuvo a tiempo.
—Llévatela, Mauro, y vuelve rápido —gritó. Yo miré a Mauro negando con la cabeza. Todos estaban allí dispuestos a… ¡pegarse!
—Será lo mejor, Kathia —dijo Mauro estirando de mis manos.
—¡Y una mierda! —lo empujé—. ¡Cristianno! —grité. Valentino se dio la vuelta con una sonrisa socarrona en la cara.
Cristianno se detuvo frente a él, y antes de que Valentino pudiera reaccionar lo cogió del cuello y lo empujó hacia atrás alzándolo un palmo del suelo. La espalda de Valentino impactó con fuerza en el asfalto. Me detuve de golpe ahogando una exclamación y me quedé boquiabierta al ver cómo Cristianno se colocaba sobre él y comenzaba a pegarle puñetazos en la cara sin soltarle el cuello. Uno de los amigos de Valentino se abalanzó sobre él y lo derribó. Fue entonces cuando Alex y Eric se metieron en la pelea. Mauro fue directo a por Valentino cuando este intentaba levantarse.
No pude hacer nada, me quedé paralizada.
Entonces, alguien le dio una patada a Cristianno. Reaccioné de golpe y, sin pensar, corrí hasta aquel tío. Le di un puñetazo con todas mis fuerzas.
—¡Aléjate de él! —grité, mientras el chico se tambaleaba y caía al suelo.
Cristianno me miró sorprendido antes de que me llevara la mano al pecho haciendo una mueca de dolor. Me había hecho daño. De repente, alguien tiró de mí en dirección al coche. Cristianno me apartó y volvió a pegarle. Era Valentino, que ahora cogía del cuello a Cristianno. Me acerqué y tiré de su brazo para que Cristianno se pudiera soltar. Valentino me empujó y caí al suelo.
Cuando levanté la vista se estaban apuntando mutuamente con una pistola. Cristianno amartilló la suya sin dejar de observar aquellas pupilas verdes. La pelea se detuvo en ese instante. Todo el mundo los contemplaba. Yo me hallaba tirada en el suelo en medio de los dos.
—¿Piensas disparar? —preguntó Valentino, con un tono orgulloso. No dejaba de sonreír, aunque tuviera la cara ensangrentada. Le daba igual.
—Sabes que sí lo haré —masculló Cristianno, con frialdad.
—Es mía, Cristianno. Me pertenece y voy a casarme con ella.
—Lo dudo. —Torció el gesto intentando una sonrisa—. Tú no eres el elegido.
—¿Lo eres tú, entonces?
—¿Acaso no te quedó claro anoche? —dijo Cristiano aguantándole la mirada.
Valentino cargó su arma y se acercó más a Cristianno.
—Bien, esto es sencillo. Solo puede quedar uno. Dispara —le vaciló Valentino. Me levanté del suelo con rapidez.
—¡No! —clamé, colocándome en el punto de mira de ambas armas. Cristianno bajó su pistola inmediatamente, no podía apuntarme. Pero Valentino continuó haciéndolo—. Baja el arma, Valentino —dije con tranquilidad—, por favor.
La retiró y, todavía más sonriente, me agarró con fuerza del brazo y me empujó hacia el coche. Conseguí zafarme y me giré para ir en busca de Cristianno. No pude, volvió a arrastrarme.
Cuando llegamos a mi casa, me sacó del coche a rastras. Luché contra él, pero no logré nada, Valentino estaba fuera de sí. La puerta se abrió después de llamar repetidas veces. Entramos en el vestíbulo y me empujó hasta el despacho de mi padre. Entró sin llamar. Allí se encontraban su padre y el mío, que se sobresaltaron con nuestra repentina irrupción.
—Cristianno es su amante, Angelo —masculló Valentino lanzándome contra el escritorio.
Mi padre se levantó de la mesa, impetuoso. Me contempló como si fuera la cosa más repugnante del mundo. Su mirada estaba cargada de odio y por primer vez le vi miedo en los ojos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Se ven a escondidas. Anoche pude comprobarlo. Ricardo les estaba ayudando, por eso le maté.
—Un Gabbana ¡No!
Estaba desconcertada. Los Gabbana habían sido sus socios hasta hacía bien poco. Además, su tono era sarcástico. Pero qué podía esperar de las personas que habían matado a Fabio.
—Ese Gabbana, concretamente —dijo Valentino con asco.
Le miré en un acto reflejo y escupí a sus pies.
—Tendrías que lavarte la boca para nombrarles.
—¡Guau, nos ha salido guerrera, Angelo! —se burló Adriano mientras aplaudía.
A su hijo, en cambio, no pareció hacerle tanta gracia. Mi padre sonrió y acarició el filo de la mesa mientras volvía a sentarse. No había sentido más miedo en mi vida. Estar rodeada de aquellas personas, me oprimía el corazón.
—Si lo vuelves a hacer, te coserán la boca con hilo de pescar. Dicen que es más resistente —amenazó mi padre—. Bien, ¿qué vamos a hacer contigo?
—Primero responderás a mis preguntas —dije con decisión.
Quería saber por qué me habían llevado de vuelta a Roma, por qué querían que me casara con Valentino en solo unos meses y por qué me habían mentido de aquella manera tan brutal y desconsiderada.
—No estás en disposición de ordenar nada a nadie, Kathia. No puedes tomar decisiones, solo acatarlas.
—No acataré nada. No voy a casarme con Valentino y no aguantaré que me tengáis retenida aquí durante más tiempo. En palabras más simples, seguiré viendo a Cristianno cuando me plazca.
—Verborrea —escupió Adriano.
Mi padre sonrió y torció el gesto mientras me contemplaba.
—En palabras más simples, solo eres un trozo de carne que tiene su final en un plato de restaurante. Tu calidad es de primera y el conocido restaurante de Valentino te reclama. Un trozo de carne no se queja, ¿sabes por qué? —El cinismo de mi padre me hizo temblar. Le retiré la mirada, que me comparara con un filete mostraba el amor que me tenía: ninguno—. ¿Sabes por qué? —repitió en voz más alta.
—No —contesté alzando el mentón sin dejar que notaran mi pánico.
—¡Porque la carne no habla! —gritó—. No volverás a ver a Cristianno, te guste o no.
—¿Quién me lo impide?
—¡Tu padre! —Volvió a gritar, esta vez dando un golpe en la mesa y levantándose del asiento.
Su bramido me dejó paralizada. Aunque más miedo me dio verle caminar hacia mí. Lo hizo lentamente, como si le pesaran las piernas, pero no era así; solo lo hacía para atemorizarme aún más. Valentino sonrió y ese gesto me dio la valentía que se me estaba escapando.
—¡Pues ojalá no lo fueras! —mascullé dejando atónitos a los presentes. Esta vez, avancé yo un par de pasos—. Ojalá fuera una Gabbana, al menos ellos tienen honor.
Mi mejilla comenzó a arder en cuanto los dedos de mi padre impactaron en ella. Me dio un bofetón que me giró la cara con fuerza hacia un lado. Me dolía hasta el cuello.
Mi mirada se topó con la de Adriano. Reía complacido ante esa escena. En ese momento comprendí de donde había sacado el sadismo su hijo Valentino.
—¿Te ríes? —pregunté a Adriano, quien me miró sorprendido.
—Me hace gracia ver lo idolatrados que tienes a los Gabbana —contestó.
Volví a recuperar la calma. Sabía que si no cedía, no lograría nada. Debía hacerles creer que acataría sus órdenes. Me recompuse y volví la mirada a mi padre. Un pensamiento extraño se cruzaba por mi mente. Debía salir de allí cuanto antes, algo me urgía investigar el USB que Fabio me entregó antes de morir.
—¿Qué quieres que haga, padre? —dije sumisa.
—En principio, subir a tu habitación. —Sonrió—. Ya pensaré después qué hago contigo. Ahora tengo demasiado trabajo.
Asentí y salí de allí. No sin antes recibir la mirada orgullosa de Valentino.
Ya en mi habitación, cerré con pestillo y me lancé al portátil. Lo encendí y me dirigí a la cama. Bajo el colchón se encontraba el USB escondido. Aunque sabiendo con quienes vivía, aquel no era el mejor escondite.
Lo conecté y en la pantalla apareció un mosaico de carpetas; todas numeradas con fechas. No sabía por dónde comenzar, había más de cien ficheros, así que decidí empezar por el primero.
Me encontré con el informe médico de un alumbramiento, pero también de la defunción del mismo bebé. Ni siquiera llegó a los cinco minutos de vida.
La fecha y la hora del nacimiento fue el martes 13 de abril de 1993 a las 3.49 en la ciudad de Londres, Reino Unido. Murió minutos más tarde por causas… «desconocidas».
Fruncí el ceño, extrañada. ¿Qué hacía Fabio con aquella información? ¿Acaso había sido padre? Según explicaba el informe, él mismo había autorizado la autopsia, pero le fue denegada por la desaparición del cadáver a las 4.14.
La madre, que yo me imaginaba que sería Virginia, también desapareció, pero por sus propios medios. Abandonó el hospital en mitad de la madrugada dejando un reguero de sangre por los pasillos. Su nombre era Hannah Thomas Andersen y era natural de Londres.
¡Fabio tenía una amante con la que tuvo un hijo! y, al parecer, nadie lo sabía.
Estaba aturdida. Continuaba sin comprender nada. Cerré la carpeta y abrí la siguiente. ¡¿Qué?! Mis ojos querían salir de sus órbitas y mi boca se iba a desencajar de tan abierta que la tenía. Allí había fotos de Virginia besando y abrazando a Jago, el hermano mayor de Valentino. La esposa de Fabio también tenía un amante, y no uno cualquiera, sino uno de los que mataron a su marido.
Cerré aprisa y abrí otra carpeta. Se nombraba el proyecto Zeus; había documentos sobre experimentos, pandemias, síntomas que provocaba un virus… Negué con la cabeza, no podía asimilar tanta información.
Salí de la carpeta consternada y horrorizada por las fotos de personas muertas a causa de los experimentos. Eran los conejillos de indias.
¡Madre mía, madre mía! ¿Qué era todo aquello? Me levanté y empecé a dar vueltas por la habitación, de un lado al otro, con las manos en la cabeza. No podía pensar con claridad. Todavía boquiabierta volví al ordenador. Esta vez elegí una carpeta con nombre propio: «Helena». Presioné sobre ella, pero enseguida apareció una pantalla que pedía una contraseña. Sabía que solo tenía tres oportunidades, y que si fallaba, toda la información que contenía desaparecería, así que la cerré y lo intenté con otra. Nada, lo mismo. Casi todo el USB estaba protegido con contraseñas. Más de doscientas para ser exactos.
Me froté la frente con ímpetu. Me sentía colapsada. Incluso sudaba. Necesitaba hablar con Cristianno para ponerle al tanto de todo.
Ya no podía contar con la ayuda de Enrico. No quería meterle en más problemas ni arriesgar su vida. Ricardo estaba muerto.