Authors: Douglas Coupland
¿Una condena irremediable? Atravesar este libro entre bromas y veras es vislumbrar el fin de una civilización y sólo por sus fisuras irónicas se recibe la ilusión de que este absurdo ha de quebrar en algún momento. Quebrará, pero, a la vez, cada cual hará bien en ir defendiéndose para no formar parte, como microsiervo, de sus macrocascotes.
V
ICENTE
V
ERDÚ
Nota de los traductores
Una de las principales dificultades que se presentan al traducir obras que reflejan realidades alejadas en el espacio o el tiempo estriba en conseguir un equilibrio adecuado entre lo ajeno y lo familiar; es decir, en mantener la diferencia cultural plasmada en el original y, al mismo tiempo, ofrecer un texto admisible para los lectores de la traducción. De ahí que al traducir
Microsiervos
hayamos optado en ocasiones por mantener en inglés algunos términos, que encuentran su explicación de modo natural a lo largo de la obra (como
nerd y geek
, que hacen referencia a un nuevo tipo sociológico de experto informático de personalidad un tanto asocial y comportamiento adolescente), y que en otras hayamos recurrido a diversas estrategias para introducir claves que permitan a un lector alejado de los referentes sociológicos y culturales mencionados una comprensión cabal de los mismos.
Queremos agradecer la valiosa ayuda prestada por David Waid, usuario de Compuserve en Salt Lake City (Utah), cuya generosa colaboración nos ha sido de enorme utilidad para resolver —prácticamente en tiempo real— la multitud de dudas que se nos han planteado en relación con marcas, productos, establecimientos, series de televisión, personajes famosos asociados muchas veces a ciertas actitudes sociales, utilizados en la obra para definir situaciones e individuos. Asimismo, estamos en deuda con Roger Freixa, que nos ha ayudado a resolver las dudas relacionadas con la terminología informática.
Nota de los traductores 2.0
Las traducciones no se terminan, se abandonan; por ello, esta nueva edición de
Microsiervos
nos ha brindado la oportunidad de volver sobre nuestro trabajo para incorporar en unos pocos lugares sugerencias de los lectores, correcciones de errores o nuevas soluciones a algunos de los nodos de dificultad que presenta el original. Queremos agradecer los mensajes de los lectores desde diferentes partes del mundo (lugares tan variados como Madrid, México, Buenos Aires, Montevideo, Moscú o Vic); así como las lecturas especialmente atentas de Daniel Urbina de Microsoft (Madrid), Alvaro Ibáñez/Alvy (Madrid/USS Virtual) y Celia Filipetto (Barcelona). Javier Guerrero (Barcelona) nos ha ayudado a descodificar y volver a codificar el poema oculto en las páginas 162 a 164). A quienes se interesen especialmente por el libro y su autor, nos gustaría recomendar la visita de estos dos sitios:
gracias a:
John Battelle
Elizabeth Dunn
Ian Ferrell
James Glave
James Joaquín
Kevin Kelley
Jane Metcalfe
Judith Regan
Louis Rossetto
Nathan Shedroff
Michael Tchao
Ian Verchere
Esta mañana, justo después de las 11.00, Michael se ha encerrado en su despacho y no ha querido salir.
Bill (¡Bill!) le ha metido una bronca de mil demonios por correo electrónico quejándose de una rutina de código que había escrito. Si utilizamos como índice las viñetas de la tira cómica
Bloom County
enganchadas en su puerta, Michael es sin lugar a dudas el programador más sensible de todo el edificio Siete y no acepta las críticas con facilidad. No está nada claro por qué Bill lo ha elegido precisamente a él de entre todos nosotros para abroncarlo.
Hemos supuesto que tiene que haber sido un control de calidad aleatorio para mantener la disciplina entre las tropas. Bill es muy listo.
Bill es sabio.
Bill es amable.
Bill es bueno.
Bill, Sé Mi Amigo... ¡Por favor!
En realidad, Bill nunca había abroncado personalmente a nadie en nuestra planta. El episodio ha tenido un punto de encanto, y todos hemos sentido un poco de envidia. He intentado decírselo a Michael, pero estaba hecho polvo.
Poco antes del almuerzo se ha plantado como un pasmarote delante de mi despacho. Estaba pálido como la masa de pan hinchada y de su pelo muy corto caían gotas de sudor que dejaban marquitas húmedas en la moqueta color gris ostra y ciruela de Microsoft.
Me ha entregado la impresión del mensaje de Bill y luego ha entrado dando un brinco en su despacho, donde sigue metido desde entonces.
No ha querido ponerse al teléfono, contestar al correo electrónico ni abrir la puerta. Ha colocado en el pomo un cartel de «No molesten» robado del Boston Radisson durante la Macworld Expo del año pasado. Todd y yo hemos salido al jardín para intentar mirar por su ventana, pero las persianas venecianas estaban bajadas y además un jardinero con un sopla-hojas nos ha echado de ahí con un chorro de hierba podada.
En Microsoft cortan el césped cada diez minutos. Parece un montón de placas verdes de Lego.
Al final, a eso de las 2.30, Todd y yo hemos empezado a preocuparnos de que Michael no hubiera comido nada y hemos ido al Safeway de Bellevue, que está abierto las veinticuatro horas. Hemos comprado alimentos «planos» para poder pasárselos por debajo de la puerta.
En el Safeway no había casi nadie, sólo nosotros y uríos pocos empleados de Microsoft como nosotros:
geeks
ansiosos en busca del alimento adecuado. Debido a la cantidad de
nerds
ricos que viven por aquí, Redmond y Bellevue son zonas muy solicitadas. Los
nerds
consiguen lo que quieren cuando lo quieren y se ponen histéricos si no lo logran en el acta. Son capaces de obsesionarse muchísimo. Supongo que ése es el problema. Aunque es precisamente esta capacidad de concentración la que hace que sean tan buenos programando: una sola línea cada vez, una línea tras otra en una sucesión de millones de líneas.
Al volver al edificio Siete, a las 3.00, todavía quedaban unas cuantas personas enfrascadas en su trabajo. Nuestro grupo tiene previsto entregar el producto (EAF: envío a fábrica) dentro de once días (confidencial: nunca lo lograremos).
Las luces del despacho de Michael estaban encendidas pero, una vez más, cuando hemos llamado a la puerta, no ha querido atender. Hemos oído el ruido del teclado, por lo que hemos supuesto que seguía vivo. La situación merecía toda una discusión sobre la lógica de Turing: ¿podíamos llegar a saber que la entidad que se encontraba al otro lado de la puerta era humana? Le hemos pasado por debajo de la puerta lonchas de Kraft,
crackers
Premium Plus, Pop-Tarts de hojaldre, regaliz y sobres de picapica.
«¿Crees que alguna de estas cosas transgrede las leyes dietéticas de un geek?», me ha preguntado Todd.
Justo entonces, Karla ha empezado a gritarnos desde el umbral de su despacho, al fondo del pasillo, mientras nos miraba con furia. Tenía los ojos enrojecidos y cansados tras las gafas redondas.
«Lo único que hacéis es animarlo», ha dicho. Como si estuviéramos alimentando a un mapache o algo así. No creo que Karla duerma nunca. Ha soltado un grito de protesta y ha vuelto a encerrarse dando un portazo. Las puertas son algo importante para los
nerds
.
El caso es que a esa hora Todd y yo estábamos los dos realmente destrozados. Hemos vuelto a casa a meternos en cama, cada uno en su coche, cruzamos el Campus —22 edificios para diversión de los
nerds
— que está rodeado por árboles rebrotados de treinta metros de altura, con las calles tranquilas como un vientre materno: la fábrica de los sueños más profundos de nuestra cultura.
La neblina flotaba sobre el suelo de los campos de fútbol situados junto a los edificios centrales. He pensado en el correo electrónico, en Bill y todo eso, y he tenido una sensación extraña, he pensado en el modo en que la presencia de Bill flota sobre el Campus, semivisible, constantemente, un poco como el abuelo muerto de las historietas de
Family Circus
. Bill es una fuerza moral, una fuerza espectral, una fuerza que da forma, una fuerza que moldea. Una fuerza con gafas gruesas, muy gruesas.
Soy [email protected]. Si mi vida fuera una partida del concurso
Jeopardy!
mis siete categorías ideales serían:
• los productos electrónicos de la marca Tandy
• la televisión basura de finales de los setenta y principios de los ochenta
• la historia de Apple
• las ansiedades profesionales
• la prensa sensacionalista
• la vida vegetal del Noroeste Pacífico
• Jell-O 1-2-3
Soy un téster, compruebo que no haya errores en los programas, y trabajo en el edificio Siete. He ido subiendo peldaños desde el Servicio de Soporte Técnico (SST), donde en 1991 pasé seis meses en un purgatorio telefónico ayudando a las viejecitas a formatear sus máilings de Navidad con Microsoft Works.
Como la mayoría de los empleados de Microsoft, me considero demasiado equilibrado para este trabajo, a pesar de que tengo 26 años y todo mi universo consiste en mi casa, Microsoft y Costco.
Procedo de Bellingham, justo en la frontera con Canadá, pero mis padres viven ahora en Palo Alto. Yo vivo en una casa compartida con otros cinco empleados de Microsoft: Todd, Susan, Bug Barbecue, Michael y Abe. Nos llamamos el «Equipo de las noticias del Canal Tres».
Estoy soltero. Creo que, en parte, es porque Microsoft no facilita las relaciones. El año pasado, en el Congreso Mundial de Programadores de Apple que se celebró en San José, conocí a una chica que trabaja no demasiado lejos de aquí, en Hewlett-Packard, en la Interestatal 90, pero el asunto no cuajó. A veces parece que tengo algo en marcha, pero luego el trabajo se me echa encima, dejo colgados todos mis compromisos y las cosas se vienen abajo.
Últimamente he tenido insomnio. Por eso he empezado a escribir este diario por la noche, para intentar visualizar las pautas de mi vida. De este modo espero llegar a saber cuál es mi problema y, luego, con suerte, resolverlo. Estoy intentando sentirme más adaptado de lo que estoy, algo que forma parte, supongo, de la condición humana. Vivo mi vida día a día, una línea tras otra de programa sin errores.
La casa:
De pequeño, solía construir con piezas de Lego de casas de estilo rústico con diferentes niveles. La casa donde vivo ahora es algo así, aunque por dentro está lejos de poseer la esterilizada atmósfera del Lego. Se construyó hace unos veinte años, quizás antes incluso de que Microsoft estuviera en fase de proyecto, cuando esta parte de Redmond tenía un aire a refugio perdido de alta montaña.
En lugar de hacerlo sobre una pieza de plástico verde con taquitos, nuestra casa se alza sobre un terreno densamente arbolado situado junto a un parque, en un callejón, en lo alto de una empinada colina. A sólo siete minutos del Campus. Hay otras dos casas comunitarias de empleados de Microsoft al pie de la colina. Karla vive en la tercera casa bajando, al otro lado de la calle.
La gente acaba viviendo en casas comunitarias; las casas se encuentran por correo electrónico o porque se corre la voz. Vivir en una casa comunitaria es un poco como admitir que no tienes demasiado éxito en el apartado «vida propia», pero en el trabajo te pasas toda la vida rascando código y comprobando que no haya errores, así que, ¿qué más se supone que tienes que hacer? Trabajar, dormir, trabajar, dormir, trabajar, dormir. Conozco a unos cuantos empleados de Microsoft que intentan fingir que poseen vida propia: muchos garajes de Redmond contienen un kayak por estrenar acumulando polvo. Preguntas a la gente qué hace en el tiempo libre y te dice: «Bueno, hago kayak. Sí, remo en kayak siempre que puedo.» Sabes que está fingiendo.
Ni siquiera practico ya mucho deporte y mi relación con el cuerpo se ha vuelto un tanto extraña. Antes iba a jugar a fútbol tres veces por semana, pero ahora me siento como un jefe que tuviera a su cargo a un empleado poco eficiente. Siento que mi cuerpo es un coche familiar en el que llevo mi cerebro, como una madre de clase media que lleva a los niños al entrenamiento de hockey.
La casa está cubierta con paneles de cedro oscuro. En la parte delantera hay una miniatura de césped cubierto con diminutos círculos amarillos, como los que dejan los ovnis en los trigales, producto de los excesos alimentarios de Mishka, el pastor alemán de nuestro vecino. Bug Barbecue tiene una pequeña estación meteorológica —embudos, tiras de papel tornasol y demás— clavada a la pared contigua a la puerta principal. Un macizo de petunias —un intento de embellecimiento de Susan— marchitas desde hace mucho tiempo por culpa de la falta de cuidados nos deprime cada mañana al salir a trabajar: está en la estrecha franja de suelo entre el camino de entrada y los círculos extraterrestres de Mishka.
Abe, el multimillonario de la casa, cubría antes las ventanas de su dormitorio con papel de aluminio para que no entraran los pocos rayos de sol que atraviesan los árboles, pero le dimos tanto la lata que fue al Pay 'n Save y compró un montón de cartulinas negras y las pegó con cinta adhesiva a las ventanas. Da la impresión de que ahí vive un vagabundo. La única contribución de Todd al aspecto exterior de la casa es una colección de accesorios para lavar el coche que a veces se ven junto a la puerta del garaje. La única prueba de mi existencia en la casa es mi AMC Hornet Sportabout de 1977 de tres puertas aparcado delante cuando estoy en casa. Es de color anaranjado brillante, está oxidado y —maldita sea, lo reconozco— es feo.
El infierno de la entrega ha continuado también hoy. Trabajo, trabajo, trabajo. Nunca lo lograremos. ¿Lo he dicho ya? ¿Por qué subestimamos siempre nuestros plazos de entrega? No lo entiendo. He entrado a las 9.30; he salido a las 23.30. Una pizza de Domino's para cenar. Y tres coca-colas light.
Me he aburrido varias veces a lo largo del día y me he dedicado a consultar el WinQuote: es la extensión que da constantemente datos del valor de Microsoft en el índice NASDAQ. Era sábado y no había ningún cambio, pero no me acordaba. La costumbre. ¿Provocarían alguna fluctuación las bolsas de Tokio o Hong Kong?