Mentirosa (14 page)

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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

BOOK: Mentirosa
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—Acércate, Micah. Es tu hermano, Jordan.

—¿Tengo que hacerlo?

Mamá se puso a reír. Una risa frágil. Tenía aspecto de necesitar dormir un mes entero.

Liz me dio un empujoncito y di un paso hacia la cama.

Di otro paso y apoyé las manos en el borde, me puse de puntillas y eché un vistazo al bebé.

Fue odio a primera vista.

Jordan era azulado y más feo que un pecado. Tenía el pelo completamente alborotado, pero al menos solo lo tenía en la cabeza. Aquel Wilkins se había librado de la enfermedad familiar. Sus ojos eran dos diminutas rendijas hinchadas.

—¿Por qué tiene ese color tan extraño? —pregunté.

Papá alargó los brazos y cogió el fardo de los brazos de mamá.

—¿Quieres cogerlo, Micah?

Negué enérgicamente con la cabeza.

—No se te caerá. ¿Ves? —dijo, haciendo una demostración de cómo debía cogerlo—. Es muy fácil. Debes asegurarte de tener una mano bajo su cabeza y otra bajo su cuerpo. ¡Qué pequeñito es! —Papá me entregó el fardo. Noté un tufillo de algo que no acababa de encajar que hizo que se me erizara el vello de los brazos. No de caca ni nada de eso. Algo equivocado. El bebé azul desprendía un olor poco natural.

Lo sostuve, asegurándome de que mis manos estaban donde papá me había dicho, aunque ahora me arrepiento de que no se me hubiera caído. Abrió unos ojos pequeños y brillantes y me miró.
No me gustas
, casi podía oírle pensar. A mí tampoco me gustaba él. Y entonces empezó a gritar.

Desde aquel momento no han cambiado mucho las cosas.

DESPUÉS

El funeral no se termina nunca. Estoy incómoda e irritable, y no solo porque hace mucho calor. Nada de lo que se dice sobre Zach guarda relación alguna con el Zach que yo conocí.

Todo el mundo miente.

Todo el mundo está creando un Zach ideal con sus palabras.

Un Zach a su imagen y semejanza.

Es una iglesia católica. Es la primera vez que estoy en una. La luz se filtra teñida de muchos colores a través de las vidrieras.

Al principio me quedo de pie en la parte de atrás; no estoy segura de dónde debo sentarme. Observo a la gente que entra. A la mayoría de ellos no los he visto nunca. ¿Saben quién es Zach? ¿Quién era?

Se oye música de órgano. Pesada y sombría como en una vieja película de terror. Me duele la cabeza. También hay incienso, tan pesado y denso como la música. Tampoco le sienta muy bien a mi cabeza.

Veo a los padres de Zach. Avanzan encogidos, recluidos en sí mismos. El dolor acentúa la gravedad. Su hermano mayor tiene el rostro inexpresivo. Mirarlos hace que me escuezan los ojos. Se sientan en la primera fila, cerca de las flores y el ataúd. Pese al esfuerzo que he hecho por no mirarlo, ahí está, de madera oscura con asas doradas. No parece tener el tamaño ni la forma adecuada. No parece lo suficientemente largo. Zach era muy alto.

Pasan por mi lado casi todos los compañeros de curso; también los profesores. Los chicos llevan traje; las chicas, vestidos negros. No parecen ellos. Yo también llevo el mismo disfraz de color negro. Los que reparan en mi presencia, desvían la mirada, asqueados. Solo me saludan Yayeko y Sarah. Pierdo de vista a Yayeko. Sarah se sienta en la primera fila, junto a la familia de Zach.

Los detectives Stein y Rodríguez entran en la iglesia. Por un momento temo que vengan a arrestarme. No me saludan. Creo que no me han visto.

La iglesia está casi llena. Mientras aún quedan asientos libres, me deslizo en un banco a dos filas de la parte posterior. No reconozco a ninguna de las personas sentadas a mi alrededor. Mejor. No murmurarán ni me señalarán con el dedo. La tela del vestido hace que me pique la piel.

Me pregunto qué hago aquí. Zach sabía lo que sentía por él. No importa lo que toda esta gente piense de mí, ni de nuestra relación.

Me pregunto qué pensaría Zach.

Pero Zach ya no puede pensar. Dentro de poco estará bajo tierra. O consumido por las llamas. No estoy segura de qué harán con su cuerpo.

Intento recordar la última vez que le vi. Otra vez. Me esfuerzo por recuperar todos los detalles. Qué aspecto tenía. Qué llevaba puesto. Pero no lo recuerdo. Los detalles empiezan a difuminarse. No ha pasado tanto tiempo y ya empiezo a olvidar cosas.

El sacerdote da la bienvenida a todos y empieza a hablar de Zach como si le conociera. Pero por lo que dice de él sé que no es así. No me cuesta mucho aislarme de su perorata. Un hombre mayor se levanta de un banco unas cuantas filas delante de mí y avanza hacia el púlpito.

—Déjame sitio.

Levanto la vista.

Tayshawn. Enfundado en un traje. Tengo que reprimir una carcajada, aunque le sienta muy bien. Nunca había visto a Tayshawn en vaqueros, no digamos ya con chaqueta y corbata. Siempre lleva chándal o pantalones cortos y un jersey, para facilitar la transición entre las clases y el baloncesto. Aunque no se le da tan bien como a Zach, es un fanático del baloncesto.

No hay mucho espacio libre. Me vuelvo hacia la persona sentada a mi lado, una señora mayor y gorda enfundada en un vestido blanco de algodón. Me pregunto de qué conocía a Zach. La mujer me mira y después vuelve la cabeza hacia la persona sentada a su otro lado, y los dos se mueven para dejar algo de espacio al final del banco. Tayshawn se sienta en los escasos centímetros libres, intentando no pegarse mucho a mí, como hago yo con la señora de blanco.

—Odio los funerales —me susurra Tayshawn.

Asiento pese a que este es el primero al que asisto. No puede ser que todos sean como este.

—Cuando termine hemos quedado unos cuantos. Para beber y eso. En casa de Will. ¿Quieres venir?

No bebo. Una de las muchas cosas que los médicos me han prohibido. Pero no quiero decirle eso.

—No estoy segura —le susurro. La mujer de blanco se mueve ligeramente para dar a entender que no aprueba los cuchicheos en un funeral. Bajo la voz—. No creo que sea bienvenida. —Ni aquí ni en casa de Will.

Tayshawn me mira. Sé que está valorando la posibilidad de mentirme, pero finalmente decide no hacerlo.

—Supongo que no —me dice con una sonrisa—. Sabes que… yo no creo nada de lo que dicen de ti, ¿verdad?

—Gracias —digo con sinceridad.

—Silencio —dice la señora de blanco—. Ha muerto un joven.

Estoy tentada de decirle que el muerto tiene nombre y que si de verdad le conociera no le llamaría «joven». Quiero decirle que Zach era mi… ¿mi qué? ¿Qué sustantivo va después de «mi»? ¿Compañero de carreras? ¿Amigo? ¿Mejor amigo? No, su mejor amigo era Tayshawn. Y novio le pertenece a Sarah.

—¿Quieres que nos larguemos? —me pregunta Tayshawn—. Odio estas cosas.

Miro a Tayshawn, a la irritable señora sentada a mi lado, al tipo mayor en el púlpito que está hablando del frustrado potencial de Zach, de sus habilidades en la pista. Supongo que debe de ser su entrenador.

—Sí —digo.

Mejor en cualquier otra parte que aquí.

DESPUÉS

Sarah está sentada en las escaleras de la iglesia. Aunque no tiene aspecto de encontrarse muy bien, Tayshawn se lo pregunta de todos modos.

—No —dice Sarah, levantando la cabeza para mirarnos—. Pero no voy a desmayarme ni nada de eso. Es solo que no podía seguir ahí dentro.

También lleva un vestido negro. Con él, parece mayor de lo que es. El que llevo yo es de mi madre. Me pregunto si el suyo también lo será. De su madre, quiero decir. El perfilador de ojos se le ha corrido de tanto llorar.

Tayshawn cambia el peso del cuerpo de un pie al otro, dos veces. Yo junto las manos y estiro los brazos a la espalda.

—¿Adónde vais? —pregunta Sarah.

—No sé —dice Tayshawn—. A cualquier lado. No me gustan los funerales.

—¿A quién le gustan? —dice Sarah—. No puedo volver a entrar ahí.

Tayshawn asiente. Me muerdo el labio mientras pienso en algo que decir.

—¿Puedo ir con vosotros? —pregunta Sarah.

—Claro —dice Tayshawn—. Tampoco íbamos a hacer nada del otro mundo. —Se encoge de hombros.

El plan era salir de la iglesia. No he pensado más allá de eso. Recuerdo cuando Zach y yo recorrimos a pie la isla de una punta a otra. Empezamos en Battery Park y acabamos aquí, en Inwood. Bueno, no exactamente aquí, en esta iglesia, sino un poco más arriba, en Broadway, donde está el puente que lleva al Bronx.

—¿Micah? —pregunta Sarah.

—¿Sí?

—¿Te importa si os acompaño?

—No —digo, y me doy cuenta de que es verdad. Ella conocía mejor a Zach que yo. Tayshawn había sido su mejor amigo desde tercer curso. Son las dos personas que mejor le conocieron. Es con ellos con quienes quiero estar—. Claro —añado.

—Podemos caminar —dice Tayshawn—. Hasta el parque.

Sarah asiente y se pone en pie lentamente. Lleva un diminuto bolso negro y brillante colgado al hombro.

—Tú también vives por aquí, ¿no?

—Sí —dice Tayshawn—. Es nuestro barrio. Zach y yo solíamos, ya sabes…

Por un momento el peso de la muerte de Zach es demasiado pesado. Siento una presión en la garganta y el pecho.

—Supongo que os lo podría enseñar. Sarah contiene otra vez las lágrimas. —Por favor —dice.

HISTORIA FAMILIAR

Un día, cuando estaba triste, papá me dijo que en realidad su padre no era francés.

Mamá había acompañado al mocoso a su partido de fútbol y papá estaba sentado a la mesa de la cocina, intentando trabajar. Cuando no escribía como quería, se ponía triste.

Yo había ido a la cocina para coger un poco de zumo. Estaba pensando en salir a correr. Papá levantó la cabeza y supe inmediatamente que iba a sincerarse.

—Viajé hasta Marsella —me dijo sin molestarse en saludarme—. Quería encontrarle. Llamé a la puerta de todas las familias negras de la ciudad, que son muchas más de las que puedas imaginar.

De acuerdo, pensé. Se refiere a su padre. Me pregunté cómo sabía que había llamado a
todas
las puertas.

—Mi madre me había mentido —dijo—. Otra vez.

Me apoyé en el fregadero.

—Puede que se hubiera mudado.

—¡Ja! —Me miró como si fuera estúpida—. Encontré una carta. En la granja. Estaba escrita en inglés, no en francés… inglés
americano
. Dirigida a «Mi querida Esperanza». Tu abuela se llama Esperanza —añadió, pese a que no era necesario—. En la carta le preguntaba sobre su hijo, sobre

. Le decía lo mucho que la echaba de menos. Las ganas que tenía de coger al bebé en brazos, ¡de cogerme a mí en brazos! —Papá tenía los ojos húmedos—. Estaba firmada, «Todo Tuyo Siempre». No había ningún nombre, a menos que mi padre se llamara Siempre o Tuyo Siempre. Es imposible que la escribiera un francés.

—Oh —dije.

—Le mostré la carta a mamá. ¿Sabes qué hizo?

Me estaba mirando intensamente. Negué con la cabeza.

—Me dijo que no fuera tan melodramático. Que me comportara como el adulto que era. ¡Tenía veintidós años! Aún
no
era un adulto.

—¿Te dijo la abuela por qué te había mentido?

—Me dijo, «Te lo pasaste muy bien en Francia, ¿verdad, Isaiah? Encontraste una buena mujer». Se negó a decirme quién era mi padre. Me dijo que no me hacía ninguna falta. Que era mejor dejar el pasado turbio. Supongo que se refería al suyo. El mío no puede serlo más.

»Aún no he conseguido sacarle nada. Ahora vuelve a fingir que mi padre era francés. De modo que yo hago lo mismo. Arrinconar la verdad. Pretender que una mentira es la verdad. No se lo digas a tu madre. Ella no sabe nada.

Papá sonrió abiertamente, una amplia sonrisa que hizo que sus ojos se arrugaran. Tenía los dientes de un blanco reluciente.

—Otro secreto familiar que añadir al resto. Este ha de quedar entre nosotros. Como Hilliard.

—Vale —dije. Papá abrió el ordenador portátil. Me serví un vaso de zumo de naranja. Se habían terminado las confidencias padre-hija.

Con tantas mentiras en la familia, ¿te sorprende que haya acabado siendo como soy?

Pertenezco a una saga de mentirosos que se remonta, como mínimo, a tres generaciones. Aunque supongo que viene de antes. He de conseguir que la abuela o la tía abuela Dorothy me hablen de ello. No me importaría pedírselo a Hilliard, pero jamás le he oído decir más de una frase seguida.

Me pregunto si existirá el gen de la mentira. De ser así, en mi familia es muy activo. Lo que me lleva a reflexionar sobre la historia de papá. ¿Existió realmente la carta? ¿Algo de lo que me dijo es verdad? La única historia que he conseguido arrancarles a los Mayores es la del marino francés. ¿Puede que papá me mintiera sobre lo de la carta? ¿Y sobre su viaje a Francia?

No, eso tiene que ser verdad porque mi madre es francesa. Se conocieron en Marsella. A veces tengo la sensación de que ella es la única parte auténtica de la historia. Decido seguir creyendo en la historia del marino francés simplemente porque es la que he oído más veces. Porque papá solo me ha contado una vez la historia de la carta. No tengo ni idea de qué versión es la auténtica. Puede que ninguna de las dos.

«Lo mejor es dejar el pasado turbio». Creo que mi abuela diría eso. Era algo así como el lema de la familia. Y, aunque se negara a admitirlo, también el de papá.

Me siento como un barco a la deriva.

Contarte la verdad es la forma que tengo de echar el ancla. Lo único que me queda

ANTES

Volví a ver al chico blanco. En Central Park.

Zach y yo estábamos corriendo. Uno detrás del otro. Sin hablar. Solo respirando. Estaba totalmente concentrada en la suela de mis deportivas golpeando el suelo, en mis codos a los lados, en respirar acompasadamente. Zach, detrás de mí, reproducía con precisión mis movimientos. Incluso nuestras respiraciones iban al unísono.

El chico apareció en dirección contraria. Corriendo hacia nosotros en vaqueros, con una camiseta y un par de botas gastadas. No era la vestimenta habitual para correr en Central Park. Y estaba tan delgado que la ropa se agitaba a su alrededor, lo engullía, le entorpecía los movimientos, incluso estuvo a punto de tropezarse. Y, aun así, era muy rápido. Incluso con los codos ladeados y golpeando el suelo con los talones.

Zach me dio un ligero golpe con el codo. Ya le había visto. Le había reconocido. El chico también me estaba observando. No tenía palabras para definir su expresión. Intensa. Casi como si me odiara.

Y le dejamos atrás.

—Ja —dijo Zach—. Pirado.

No dije nada, pero no pude evitar pensar que Zach pensaba lo mismo de mí. O al menos era lo que pensaba antes. Le imaginé en la escuela, observándome al pasar por su lado, volviéndose hacia Tayshawn y soltando la palabra: pirada.

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