Memorias (39 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

BOOK: Memorias
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No estaba tan loco como para creer que era capaz de escribir cualquier cosa sobre la calidad literaria de la poesía. Sólo quería hablar de poemas que emocionan a las personas e influyen en sus acciones. Por ejemplo, empecé con Oliver Wendell Holmes y su poema
Old Ironsides
[11]
, que levantó un clamor tan grande de protestas públicas contra el desguace de este barco que todavía sigue existiendo en la actualidad.

Tenía miedo de recibir cartas de desaprobación que me dijeran: “Siga con las ciencias, Asimov, es usted un ignorante para las letras.” ¡En absoluto! Recibí una avalancha de cartas, más que por ningún otro artículo que haya escrito, y todas eran favorables. No hubo ni un comentario negativo.

82. Adiós a la ciencia ficción

He dedicado mucho tiempo a los años cincuenta, la década de mis mayores triunfos en ciencia ficción. Sin embargo, es extraño que al terminar esta década se acabaran también mis relaciones con este género.

Después de
El niño feo
, parecía que estaba agotado, al menos en parte. Ya he dicho que a veces los escritores de ciencia ficción se quedan en blanco, y en mi opinión esto puede durar hasta diez años. En mi caso duró veinte. Pero ¿por qué? Me he hecho esa pregunta muy a menudo.

En primer lugar, me había alejado de Campbell y sus extravagantes ideas, había abandonado a Horace Gold, y
F&SF
ya no era un mercado digno de confianza para mí. Incluso me había cansado de escribir novelas. En 1958 empecé una tercera novela de robots, me quedé atascado enseguida y no pude continuar. Me costó años convencer a Doubleday de que aceptara la devolución de los dos mil dólares que me había dado como adelanto.

En segundo lugar, ya cuando estaba escribiendo
El niño feo
, la Unión Soviética había enviado su primer satélite artificial y Estados Unidos sintió pánico al pensar que se quedaría atrás en la carrera tecnológica. Me pareció que era necesario escribir libros de divulgación científica para el público en general y ayudar a educar al pueblo estadounidense.

Así que se debe entender que no me quedé bloqueado. Simplemente dirigí mis esfuerzos hacia otro camino. Trabajé igual que siempre, la misma cantidad de horas que antes, pero durante veinte años escribí no ficción.

No es que esto no me preocupara. Consciente de que mi principal fuente de ingresos era la ficción, preveía un fuerte descenso de mis ganancias justo cuando ya no tenía un salario fijo de la facultad al que poder recurrir. Trataba de decirme a mí mismo que escribir no ficción era una cuestión patriótica y que uno debe estar dispuesto a sufrir por una causa así, pero, con toda honestidad, esto no hizo que me sintiera mucho mejor.

No obstante, las cosas no funcionaron como yo había esperado. En primer lugar, escribir no ficción era mucho más fácil y divertido que escribir ficción, así que era precisamente lo que debía hacer para pasar a escribir a tiempo completo. Si hubiese intentado escribir ficción a tiempo completo, probablemente me habría derrumbado.

Además, justo cuando empecé a pensar que debía escribir ciencia para el gran público, los editores tuvieron la idea de publicar dichos libros. El resultado fue que aceptaron todo lo que escribía, incluso cuando lo hacía más rápido de lo que podía. Mis ingresos no disminuyeron, sino que aumentaron rápidamente.

¿Que si estaba asombrado? Por supuesto que sí.

Pero la vida no es un camino de rosas. A la ciencia ficción, después de abandonarla, le ocurrió lo mismo que le había sucedido a la química mientras yo pasaba varios años en la NAES y en el ejército. Se produjo una revolución.

Después de todo, la ciencia ficción también tiene sus modas. Durante los primeros doce años, en las revistas prevalecía sobre todo la acción. Muchas de sus historias eran en esencia novelas del oeste ambientadas en Marte, por decirlo de alguna manera, y estaban escritas por autores que no sabían nada o muy poco de ciencia.

A principios de 1938, Campbell lo cambió todo. Insistió en presentar personajes que fueran auténticos científicos o ingenieros y que hablaran como suelen hacerlo ellos. En los relatos prevalecían las ideas y los enigmas. Y en eso, yo era muy bueno.

Creo que yo representaba exactamente lo que Campbell quería, incluso mejor que Heinlein (que actuaba por su cuenta). Los relatos de robots y, todavía más, los de la Fundación eran sus hijos, y durante los años cuarenta y cincuenta los escritores de ciencia ficción, de manera consciente o inconsciente, trataron de seguir mi ejemplo.

Pero después llegaron los sesenta y de nuevo hubo un cambio radical. Nació una nueva casta de escritores de ciencia ficción. La televisión había acabado con la mayor parte de las revistas del género de ficción. Los nuevos escritores habían perdido su mercado natural y se volvieron hacia la ciencia ficción porque había sobrevivido a la televisión. Y empezó algo que se llamó “la nueva ola”: relatos llenos de emoción y experimentación estilística así como obras lóbregas y otras completamente surrealistas y tenebrosas.

En una palabra, la ciencia ficción dejó de tener el “estilo Asimov” y me felicité por haber abandonado el campo. Es mucho mejor hacerlo voluntariamente que ser expulsado por obsoleto.

También pensaba con tristeza que si quisiese volver a ese género, no podría. Me había sobrepasado, igual que la química con la llegada de la resonancia y la mecánica cuántica.

83.
The magazine of fantasy and sciencie fiction

Sin embargo, ocurrió algo muy extraño. A pesar de que en los sesenta no escribí ciencia ficción, seguía siendo uno de los Tres Grandes, en parte porque mis novelas se seguían vendiendo y también porque aparecía en antologías. No obstante, la razón más importante estaba relacionada con una decisión que tomé con la esperanza de llevar a cabo un determinado propósito y, para mi sorpresa, lo conseguí. (Mi puntería por lo general no es tan buena).

Sucedió gracias a la ayuda de Robert Park Mills, que primero fue director gerente de
F&SF
y después, a partir de septiembre de 1968, director, sucediendo a Tony Boucher. Bob Mills era alto y desgarbado, su mentón era tan anguloso y pronunciado que le llegaba justo hasta debajo de las orejas. Era otro de esos tipos que hablaba despacio y con un suave tono de voz. Había nacido en 1920 y, al igual que Fred Pohl, tenía unas pocas semanas menos que yo.

En 1957 nació una revista hermana de
F&SF
. Se llamaba
Venture Science Fiction
y Bob Mills fue nombrado director. Ansioso por intentar algo nuevo, me preguntó si estaría dispuesto a escribir una columna dedicada a las ciencias de manera regular para
Venture
.

Había seguido escribiendo artículos ocasionales de no ficción para
ASF
, pero no eran del todo satisfactorios. Campbell, que tenía las ideas muy claras sobre el tipo de artículo que quería, no me dejaba las manos del todo libres y, de vez en cuando, rechazaba mis sugerencias.

Lo que
Venture
me ofrecía no sólo era una columna fija, sino también las manos libres. Mientras cumpliera los plazos podía escribir sobre el tema que quisiera y del modo en que lo deseara. Esto era exactamente lo que andaba buscando y, puesto que no tenía miedo de ser incapaz de cumplir los plazos, acepté con un grito de alegría.

Rápidamente escribí un artículo para el número de enero de 1958 de
Venture
, el séptimo. Tres más aparecieron en los números siguientes, pero después del décimo la revista dejó de publicarse. Mis días como columnista científico habían terminado con tanta rapidez (y justo cuando le estaba cogiendo el ritmo) que me sentí muy disgustado.

Sin embargo, el 12 de agosto de 1958 fui a almorzar con Bob Mills. Acababa de convertirse en director de
F&SF
y sugirió que podía seguir con mi columna en esta revista, obviamente una salida mucho más estable de lo que había sido
Venture
.

Me alegré muchísimo. Acababa de tomar la decisión de no seguir escribiendo ciencia ficción, pero no quería abandonar mi actividad como columnista. Al escribir una columna de ciencia para
F&SF
aparecería todos los meses en una de las revistas más importantes y mi nombre seguiría sonando al público de este género.

Por supuesto, acepté, ya que los términos eran los mismos. Mientras cumpliera los plazos de entrega, tenía total libertad.

La revista y yo mantuvimos el acuerdo. Mi primera columna apareció en el número de noviembre de 1958 de
F&SF
, y desde entonces hasta ahora, durante más de treinta años, nunca he dejado de cumplir los plazos y todos los números han incluido un artículo mío, no importa las vicisitudes que me haya deparado el destino. Bob Mills y los siguientes directores también cumplieron el acuerdo. Nunca sugirieron un tema, nunca rechazaron un artículo y me enviaban puntualmente las galeradas para que me asegurara que todo era exactamente como yo quería que fuera.

Nunca me he aburrido de mis artículos de
F&SF
y siempre han sido mis favoritos (a pesar de que son los que peor me pagan por palabra). Aunque he escrito trescientos setenta y cinco, de unas cuatro mil palabras cada uno (un millón y medio de palabras), nunca me quedo sin ideas ni pierdo el entusiasmo.

Además, estos artículos han logrado lo que yo quería. Han mantenido mi nombre vivo para el público de la ciencia ficción y han garantizado, más que cualquier otra cosa, que siguiera siendo uno de los Tres Grandes. (También es verdad que el abismo de veinte años no ha estado desprovisto del todo de ciencia ficción, como explicaré a su debido tiempo.)

Bob Mills y yo siempre mantuvimos muy buenas relaciones. En mis artículos me refiero a él con frecuencia como “mi comprensivo director”. En realidad, los aficionados acabaron conociéndole por este mote. Cuando se retiró como director en 1962, Avram Davidson le reemplazó. Lo primero que hizo Avram fue decirme que no quería que le llamara “mi comprensivo director”.

No había ningún peligro. Avram era un escritor de primera y una persona irritable: nunca se me hubiera ocurrido tacharle de “comprensivo”.

Bob se convirtió en agente durante unos veinte años y después, a mediados de los ochenta, se fue a California. Murió casi de repente, en 1986, a la edad de sesenta y seis años.

84. Janet

Durante los años cincuenta, la década de los triunfos en la ciencia ficción y de los desastres en la Facultad de Medicina, también tenía una vida privada. Los niños estaban creciendo y Gertrude y yo éramos cada vez mayores y más infelices en nuestra relación.

No creo que un matrimonio se deteriore en un momento. Uno no se cae de un precipicio. Lo que sucede es que las discusiones se multiplican, las fricciones lentamente empiezan a parecer irreconciliables, cada vez es más difícil perdonar y se hace más a regañadientes. Y entonces, un día, uno mueve la cabeza negativamente al darse cuenta de que su matrimonio no funciona.

No sé cuando me sucedió a mí, probablemente alrededor de 1956, después de catorce años de matrimonio. Gertrude había hablado de divorcio, pero hasta entonces no había empezado a pensar en ello. No parecía posible, en mi familia no había ninguna tradición de divorcio. Mi padre y mi madre estuvieron casados cincuenta años. Fue un matrimonio a veces tormentoso, pero no se habló, ni siquiera en voz baja, de divorcio. Algo así habría sido inimaginable por completo.

La idea de divorciarme me habría horrorizado aunque sólo hubiese afectado a Gertrude, pero era algo peor. Estaban David y Robyn. Aunque pudiese llegar a divorciarme de Gertrude, no podría dejar plantados a dos niños pequeños, por muy desgraciado que fuera. Así que suspiré y decidí seguir casado hasta que los niños crecieran y, quién sabe, para entonces las cosas incluso podrían haber mejorado.

Mi infelicidad me dejaba en una situación emocional vulnerable y creó las bases para mi encuentro fortuito con Janet Opal Jeppson.

Nuestro primer encuentro se produjo en 1956 y yo ni siquiera fui consciente. Janet tenía un hermano pequeño, John, que fue a la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y había estado en la última clase de Bioquímica que di. Era aficionado a la ciencia ficción y convirtió a su hermana Janet a la verdadera fe. También le había hablado de mí, de lo buen profesor y de lo excéntrico que era. Le picó la curiosidad.

En 1956 la Convención Mundial se celebraba en Nueva York y Janet (que había nacido el 6 de agosto de 1926, y acababa de cumplir los treinta en esa época) asistió a algunas sesiones con el propósito, entre otras cosas, de conocerme y de que le firmara uno de mis libros. Por desgracia, sufrí un ataque de cálculo renal.

El primer ataque de este tipo lo padecí en 1948. No duró mucho, lo atribuí a una indigestión y lo olvidé. En 1950 tuve un ataque mucho peor, fui hospitalizado e incluso me dieron morfina (la única vez en mi vida). Entre 1950 y 1969, tuve por lo menos dos docenas de ataques, todos ellos muy dolorosos. Después desaparecieron, por razones que explicaré más adelante.

Pero en 1956 tenía uno de los malos. Me esforcé todo lo que pude para cumplir con mi cometido y seguí firmando libros, pero con el ceño fruncido (en realidad una mirada de agonía moderada) y no fui tan encantador y amable como de costumbre.

Janet se acercó con su ejemplar de Segunda fundación y le pregunté su nombre para poderlo escribir en el libro.

—Janet Jeppson –dijo.

—¿A qué se dedica? –le pregunté mientras escribía, sólo para darle conversación.

—Soy psiquiatra –me respondió.

—Estupendo –añadí de forma automática mientras terminaba de firmar—. Tumbémonos juntos en el sofá.

Ni siquiera la miré, y les puedo asegurar que, con mi ataque de cálculo renal, no tenía ganas de flirtear.

Janet me dijo después que se marchó pensando: “Bien, puede que sea un buen escritor, pero es un borde.”

Borde es el término que Janet usa siempre para alguien difícil y sin solución.

En ese momento yo no tenía ni la menor idea de lo que había hecho. Podía haber acabado con mi felicidad futura y haber arruinado lo mejor de mi vida.

Por fortuna, mi desliz se podía corregir y llegó el momento en que lo supe todo de Janet.

Sufría de una carencia de autoestima. Al principio esto no fue así, ya que de pequeña era como una muñeca a la que sus padres idolatraban. Tenía el pelo dorado y los ojos azules, y cuando tenía nueve años nació su hermano John. Janet lo trató como a un hijo y durante mucho tiempo su actitud hacia él fue un poco maternal.

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