Me muero por ir al cielo (15 page)

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Authors: Fannie Flagg

Tags: #Autoayuda

BOOK: Me muero por ir al cielo
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—Oh, desde luego…, claro…, gracias por decírmelo.

Tras colgar el auricular, Susie se sintió mal. Norma no sólo era miembro de su congregación sino también una buena amiga. Cuando se trasladó a la ciudad, conoció a Norma en «Personas que cuidan la línea» y enseguida le cayó bien. Norma era una mujer encantadora, con estilo, siempre vestida con muy buen gusto. Susie se alegró mucho cuando Norma comenzó a ir a su iglesia; aunque era su pastora, confió en ella y le pidió ayuda y consejo acerca de muchas cosas. Norma le echó una mano para decorar su pequeña casa y mandó a Macky a arreglarle las cañerías del cuarto de baño. Y ahora mismo Susie sabía que la pobre Norma estaría desconsolada. Norma estuvo muy preocupada por su tía e incluso la llevó consigo a la iglesia varias veces; y Elner era un encanto, tan llena de vida, tan divertida para su edad. El primer día que fue a la iglesia, la señora Shimfissle la abrazó y le dijo: «Estoy contentísima, me moría de ganas de ver a una verdadera pastora en carne y hueso, y además es usted tan guapa.» Susie estaba recién ordenada y hasta el momento no había tenido mucha experiencia con la muerte, pero ahora, como amiga y pastora de Norma, su obligación era intentar consolarla por la pérdida que había sufrido.

Susie había trabajado mucho para llegar a un sitio donde ser por fin capaz de ayudar a los demás; se había esforzado a lo largo de un angustioso período de diez años y medio, perdiendo más de veinte kilos y pasando de la talla dieciocho a la ocho. Y no había resultado fácil. Había probado todas las dietas, desde Pritikin a Atkins, desde alimentos bajos en grasas hasta alimentos altos en grasas y vuelta a empezar, pero nunca fue capaz de seguirlas más de unos meses. Su último intento fue en «Comedores compulsivos anónimos», y gracias a «Personas que cuidan la línea» y a rezar mucho cada día, mejoró mucho. Su padrino en «Comedores compulsivos anónimos» le dijo que ni se acercara a las grasas, que caminara cada día y que rezara como una hija de perra, cosa que hizo, pero aun así era una batalla cotidiana.

Fue durante un tiempo científica cristiana, estudió budismo, hinduismo, la Cábala, catolicismo, cienciología, leyó el
Libro de los milagros
; investigó, buscó y rezó prácticamente a todos y cada uno en un momento u otro, pero en el proceso sucedió algo. En septiembre de 1998, mientras participaba en la semana del «retiro silencioso» en el Pueblo de la Unidad, en las afueras de Kansas City, sintió la llamada para ser pastora de la Iglesia de la Unidad, y la pequeña comunidad de Elmwood Springs fue su primera congregación, que en ese momento tenía más de cincuenta miembros. Frente a la pastora de metro sesenta, pocas personas habrían creído que, en realidad, dentro de ella habitaba una mujer enorme y gorda que a la menor señal de estrés estaba dispuesta a precipitarse a la tienda de tortitas fritas más próxima. Tenía que ir con cuidado. La muerte era una situación generadora de estrés, y sólo de pensar que debía ver a la pobre tía Elner muerta en el ataúd, le entraban ganas de comerse una tarta de coco entera. Pero en vez de ello tomaría un vaso de agua y una barra proteínica, luego se vestiría debidamente y se presentaría ante Norma.

Diciendo mentiras

Mientras Linda Warren corría por el hangar privado del aeropuerto y se subía al avión, todo el rato estuvo rondándole un pensamiento por la cabeza: «La tía Elner ha muerto.» Sabía que su papá le había dicho esto, pero aún no se lo creía. Cuando el avión despegó hacia Kansas City, le llegó otra oleada de culpa al recordar qué le habían hecho a la tía Elner ella y su padre. La de los ratones no era la primera vez que le había mentido a la tía; y la primera vez había sido un engaño incluso mayor.

A lo largo de los años, la tía Elner tuvo una serie de gatos atigrados anaranjados llamados
Sonny
, y diecisiete años atrás, cuando su madre y tía Elner fueron a visitar a la sobrina de ésta, Mary Grace, Linda se ofreció voluntaria para quedarse en la casa y cuidar del
Sonny
número seis en ausencia de la tía. Pero el segundo día, el gato desapareció. Desesperada, Linda llamó a su padre presa de la histeria, y durante los cuatro días siguientes, los dos estuvieron buscando por todas partes en vano, y el animal tampoco regresó a la casa. El sexto día, cuando se dieron cuenta de que se había marchado para siempre, les entró la desesperación a los dos pues sabían el disgusto que tendría la tía Elner si llegaba a casa y veía que no estaba el gato. Llamaron a todas las sociedades benéficas y tiendas de mascotas en un radio de doscientos kilómetros en busca de un gato anaranjado que sustituyera a
Sonny
.

Finalmente, una mujer de la Sociedad Benéfica de Poplar Springs les llamó para decirles que tenía un gato atigrado anaranjado de nombre
Mermelada
, del que una mujer quería deshacerse porque le arañaba los muebles. Linda y su padre se subieron al coche y corrieron a verlo, y, gracias al cielo, aunque era más joven y algo más pesado,
Mermelada
era el vivo retrato de
Sonny
. Se lo llevaron a Elmwood Springs…, y que sea lo que Dios quiera. Cuando la tía Elner regresó y lo vio, se limitó a decirle que desde luego
Sonny
parecía bien alimentado y le dio las gracias. No le dijeron nada a Norma, porque ésta era incapaz de guardar un secreto, y durante los dos días siguientes aguantaron la respiración y finalmente exhalaron un suspiro de alivio cuando la tía Elner llamó y dijo:

—Linda, seguro que el viejo
Sonny
me ha echado de menos, es tan cariñoso, día y noche sólo quiere estar en mi regazo.

Todo transcurrió sin novedad hasta que seis meses después volvieron a salvarse por los pelos. Una mañana, la tía Elner llamó a Macky y le dijo:

—Macky, hay que llevar a
Sonny
otra vez a revisión, quizá con la primera no ha sido suficiente, pues está rociando toda la casa.

Macky lo cogió y lo llevó al doctor Shaw; Abby, su esposa y ayudante, estaba perpleja.

—Según me consta, se le castró hace once años.

—Era otro
Sonny
—observó Macky—, pero no se lo diga.

Menos mal que Abby y el doctor Shaw se mostraron de acuerdo. Y la tía Elner nunca supo que
Sonny
número seis en realidad era
Sonny
número siete, y debido a esa mentira la tía Elner tenía un gato de veinticinco años del que alardeaba ante todo el mundo. «Mirad qué guapo está», decía. «Anda, ¡si fuera una persona, tendría más de ciento cincuenta años!» Lógicamente, cada vez que lo decía, Linda y su padre se sentían incómodos; y quedaron horrorizados al ver la foto de la tía en la revista sosteniendo lo que, según ella, era un gato de veinticinco años. Pero ya no se podía hacer nada.

Linda tomó una decisión inmediatamente, y en cuanto el avión aterrizó, aunque a ella no le gustaban especialmente los gatos, cogió el móvil y llamó a su hija.

—Hola, cariño, mamá estará en casa tan pronto como pueda, y cuando llegue te traerá un gatito.

Apple estaba contentísima, y se moría de ganas de que Linda regresara. Le pedía un gato a su madre desde hacía tiempo, y a la tía Elner le habría gustado mucho saber que
Sonny
viviría con ella y Apple. Era lo menos que podía hacer. Subió al coche que la esperaba en el aeropuerto, se recostó, y le vino a la cabeza otra cosa: «¿Cuántos años tendrá ese gato?»

De palique con Raymond

Una vez que Dorothy hubo salido de la estancia para ir a sacar la tarta del horno, Raymond esperó un momento y luego preguntó:

—¿Le importa si fumo?

—No, en absoluto —dijo Elner—. Adelante.

Él sonrió abiertamente mientras sacaba la pipa y una lata de tabaco Prince Albert del fondo del cajón.

—Esto entra en la categoría de «lo que Dorothy no sepa no le hará daño», ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo ella—. Seré una tumba.

Después de encender la pipa, Raymond se reclinó y dijo:

—Elner, sé que es usted la que ha de hacer las preguntas, pero ¿le importa si yo le pregunto a usted?

—En absoluto. Mientras no sean preguntas demasiado difíciles.

—Mire —dijo Raymond soltando una larga bocanada de humo—, hemos admirado realmente el modo en que usted ha vivido, incluso durante la Depresión, sin una sola queja. Sólo por curiosidad, ¿cuál diría que es su filosofía de la vida?

Elner se rio.

—¿Filosofía? Oh, Raymond, no soy lo bastante inteligente para tener una filosofía; supongo que sólo intento hacer las cosas lo mejor posible y llevarme bien con los demás, eso es todo.

Él asintió y dijo:

—Bueno, basta con eso, no puedo pedir más. —Entonces se inclinó hacia delante y añadió—: En confianza, Elner, entre usted y yo, sea sincera, sin cortapisas, ¿qué piensa de la gente?

—¿Yo?

—Sí —dijo él mirándola fijamente—. Me gustaría conocer de veras su opinión.

—Bueno, Raymond, a mí, personalmente, los demás siempre me han caído bien. Me hacen mucha gracia algunas cosas.

—¿Por ejemplo?

—Oh, no sé, supongo que sus pequeñas rutinas, que para vestirse bien se pongan ropas extravagantes, o que vayan a arreglarse el pelo y les quede hinchado; no sé por qué, pero siempre he pensado que era muy divertido. Me he sentado en el porche durante años, viéndoles pasar, corriendo de acá para allá, y observar a las personas ha sido mejor que ver una película, no estoy diciendo esto sólo porque usted las creó, pero la verdad, casi nunca he conocido a nadie que no me cayera bien; bueno, Raymond —dijo Elner, mirándolo—, ¿y qué piensa usted de la gente? Porque la opinión que cuenta es la suya, no la mía.

—¿Yo? Oh, bueno —dijo Raymond un tanto sorprendido—. Hummm…, a ver… —Se quedó un rato meditando serio sobre la pregunta, dio unas cuantas caladas a la pipa y luego dijo—: ¿La verdad sincera de Dios, Elner? ¿Y con toda la objetividad posible…, dadas las circunstancias?

—Por supuesto.

Él sonrió.

—Me chiflan, todos y cada uno.

—Aaah… ¿Y qué es lo que le gusta?

—Oh, todo —dijo Raymond con la mirada ausente—. Lo duro que trabajan, cómo siguen adelante pese a las dificultades…, y además lo valientes que son. ¡Mire esos chalados que entran en edificios en llamas o saltan a un río sólo para salvar a un perfecto desconocido! ¿Lo sabía?

—Sí, claro, algo he leído sobre ello.

—E inteligentes —prosiguió él—. Imagínese: ¡encontraron el modo de llegar a la Luna! Me asombran continuamente los miles de pequeñas cosas que hacen unos por otros, incluso cuando creen que nadie mira… Naturalmente, aún tienen un largo trecho que recorrer, pero, caramba, cuando por fin se conviertan en lo que se supone que han de ser, ¡serán fabulosos!

—¿Cuánto le parece que nos falta? —preguntó Elner—. ¿No cree que antes vamos a volar por los aires?

—No, no lo creo —afirmó Raymond.

—Bueno, espero que así sea.

—Así será, no le quepa duda.

—Bueno es saberlo —dijo Elner con alivio—. En ese caso, permítame hacerle otra pregunta. De todos los seres humanos que han vivido, ¿cuál es su preferido?

—Sin contar con los que vendrán en el futuro… —respondió Raymond mientras con la cabeza indicaba las fotos de los bebés— veamos, es difícil, todos son especiales…, maestros…, enfermeras visitantes…, bomberos…, pero me gustaba especialmente el equipo de fútbol femenino de Estados Unidos, eran espectaculares, ¿eh? No, en serio, Elner, no tengo favoritos, todos son diferentes y únicos en…

De repente sonó el móvil de Raymond y se oyó el himno preferido de Elner,
Me muero de ganas de ir al cielo
. Él se puso las gafas, miró la pantallita y dijo:

—Discúlpeme un momento, tengo que atender esta llamada. —Pulsó el botón—. Hola —dijo, y entonces miró a Elner, sonrió y le guiñó el ojo—. Sí, claro que sí. Ahora mismo está sentada aquí… Vale, pues venga. —Dio fin a la conversación y volvió a sonreírle—. Era un admirador suyo que quiere pasar un momento para saludarla… A ver, ¿dónde estábamos? ¿Tiene alguna otra pregunta?

—Sí, bueno… —admitió Elner—, no es que no me lo esté pasando bien en esta visita, pero en cierto modo querría saber cuándo pasaremos a la parte del juicio. Me preocupa un poco.

—¿La parte del qué?

—Del juicio. Antes de nada tendré que dar cuenta de mis pecados y todo eso, ¿no?

Raymond estalló en risas.

—Oh, Dios mío, no, no está aquí para ser juzgada.

—¿Ah, no?

—No, usted es un ser humano, por el amor de Dios; todo el mundo comete errores, incluso yo. Además, los errores obedecen a alguna causa. Cabe esperar que aprendamos de ellos.

—En ese caso, ¿usted no está enfadado conmigo por el asunto del caramelo laxante? —inquirió Elner tímidamente.

Raymond volvió a reírse.

—Nooo, pensé que era algo muy divertido; pero fíjese, es un buen ejemplo. Si no lo hubiera hecho y después no se hubiera sentido mal por ese motivo, nunca habría conocido a Luther Griggs.

—Me sentí realmente mal. Figúrese, yo intentando vengarme de un niño de ocho años porque le había lanzado piedras a mi gato.

—Sí, pero si no hubiera lamentado aquello y luego decidido ser amable con el chico, él habría llevado una vida muy diferente. Usted no sabe de lo que le salvó. ¡Yo sí!

—Pero ¿cómo sabe uno que está tomando la decisión correcta?

—¡Es fácil! —soltó Raymond—. Igual que dos y dos son cuatro, la amabilidad y el perdón son siempre buenos, y el odio y la venganza son siempre malos. Es un sistema infalible; si uno se atiene a esta regla tan sencilla, vamos, no puede cometer ningún error. —Se recostó y cruzó los brazos—. Está claro, ¿no?

—¡Vaya! —exclamó Elner—. Me gusta. Así no hay que perder el tiempo en conjeturas, ¿eh?

—Exacto.

Se oyó un ligero golpe en la puerta, y Raymond miró a Elner.

—Oh, prepárese, ahí viene su admirador —dijo, y luego, levantando la voz, añadió—: Pase, la puerta está abierta.

Elner no imaginaba quién podía ser, pero cuando se volvió y vio entrar al hombre de pelo blanco, lo reconoció en el acto.

—Elner Shimfissle —dijo un sonriente Raymond—, le presento a Thomas Alva Edison. —Elner no podía creerlo; ahí estaba el genio de Menlo Park en persona, exactamente igual que en la foto colgada en su sala de estar.

—Lamento interrumpir, Raymond —dijo Thomas—, pero sólo quería pasar y estrechar la mano de esta dama.

Elner empezó a ponerse de pie, pero él la detuvo.

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