Mataorcos (37 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Mataorcos
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—¡Gotrek! —gritó Félix al mismo tiempo que señalaba a Birrisson—. Lleva un collar.

—¿Qué? —gritó Hamnir, y estuvo a punto de recibir en la cara una cuchillada de Ferga, al volverse.

Gotrek trabó con el hacha el martillo de Birrisson y lo desarmó con una torsión.

—¡Cógelo, humano! Quítaselo.

Félix avanzó al mismo tiempo que bloqueaba ataques procedentes de ambos lados, pero el ingeniero retrocedió con paso tambaleante tras los otros supervivientes.

—¡Detenedlos! —murmuró—. ¡Matadlos!

Los enanos de ojos inexpresivos se volvieron para obedecer la orden, y se situaron ante Gotrek y Félix mientras el ingeniero se retiraba.

Habría sido fácil seguirlo si hubieran querido matar a los enanos que tenían delante, pero pasar entre ellos sin herirlos era más difícil.

—Él es el jefe —dijo Gotrek con voz ronca, mientras hacía retroceder a los enanos—; no Kirhaz.

—Tras él, Gotrek —ordenó Hamnir—. Atrápalo, pero no lo mates. Tal vez su maldad disminuya si le quitas el collar.

—Sí, erudito —replicó Gotrek, y avanzó un poco más—. Vamos, humano.

Al fin, lograron abrirse paso en el momento en que Birrisson desaparecía en un corredor situado al otro lado del salón.

Gotrek echó una breve mirada atrás, hacia Hamnir, mientras ambos cojeaban tras el ingeniero.

—Tiene el corazón demasiado blando, para desgracia suya. Siempre ha sido así.

Entraron en el corredor. No se veía a Birrisson por ninguna parte. Gotrek maldijo, y avanzaron por el pasillo a la máxima velocidad de que fueron capaces, que no era mucha. Las heridas que tenían, sumadas a toda la bebida ingerida y las luchas libradas, se habían cobrado un precio. Siseaban y gruñían a cada paso.

Félix entró, cojeando, en un corredor lateral, y miró por una puerta abierta, pero Birrisson no estaba dentro. Intentó abrir otra, pero tenía echada la llave.

—Humano —dijo la voz de Gotrek—, vuelve aquí. Lo oigo.

Félix volvió al corredor principal, vio que Gotrek comenzaba a bajar por una escalera y lo siguió. Al final, había otro corredor. Miraron a derecha e izquierda.

—Allí. —Gotrek señaló hacia la izquierda.

Félix miró hacia el fondo del pasillo escasamente iluminado. Muy a lo lejos, vio una forma oscura que se alejaba de ellos arrastrando los pies.

—Tiene más fuerza que los otros —comentó.

—Es el collar —replicó Gotrek.

Partieron tras él. Fue una carrera muy lamentable. Podía ser que Birrisson estuviera más en forma que el resto de los defensores del clan Diamantista, pero no mucho más. Por desgracia, Gotrek y Félix apenas estaban mejor que él. Le ganaban terreno de modo constante mientras lo seguían por corredores y salas, y bajaban escaleras de caracol, pero el proceso era lento. Gotrek gruñía a cada paso que daba; tenía la pierna herida tan rígida como un madero. Félix estaba tan aturdido por la bebida y el agotamiento que tenía que apoyarse en la pared con una mano para no perder el equilibrio.

Casi le habían dado alcance cuando el ingeniero entró en un pasillo lateral y aceleró súbitamente. Corrieron hasta el recodo a tiempo de verlo meterse por una ancha puerta, a través de la cual se veía brillar una luz anaranjada uniforme.

Cojeando, Gotrek y Félix atravesaron la puerta tras él y se detuvieron en seco. Se encontraban en un taller de ingeniero cuyo alto techo se perdía por encima de una red de vigas y grúas de pórtico, poleas y pesadas cadenas. Las paredes estaban cubiertas por bancos de trabajo, hornos, forjas y máquinas, cuyo propósito Félix no podía ni comenzar a conjeturar. A lo largo de la pared opuesta, tanques de cobre para agua, motores de vapor y cisternas abiertas se agrupaban en torno a un gran desagüe cubierto por una rejilla que había en el suelo.

El objeto que los había desconcertado se encontraba en el centro de la habitación, sobre un tramo de vía de acero. En otros tiempos, había sido una de las vagonetas del Undgrin, pero entonces se parecía más a un enorme escarabajo de hierro, acuclillado sobre seis ruedas de radios. Curvas planchas lo cubrían a modo de caparazón, y bocas de cañones rotatorios asomaban por aberturas alargadas. Un enorme cañón pendía de unas cadenas sobre él, en espera de que lo bajaran hasta un encaje rotatorio de la parte superior.

—¡Sigmar —jadeó Félix—, es una especie de tanque de vapor! ¡Como los que vimos en Nuln!

—Este Durmiente tiene intención de organizar el ataque desde el Undgrin —murmuró Gotrek—. Con eso a la cabeza de un ejército de orcos…

Su voz se apagó cuando Birrisson apareció en lo alto del carro acorazado y avanzó a gatas hasta una torreta abierta. Cogió la manivela de una extraña arma de múltiples cañones y la hizo girar hacia ellos.

Gotrek y Félix se lanzaron a cubierto cuando Birrisson hizo girar la manivela y el arma comenzó a escupir un torrente de balas. Félix se deslizó detrás de una forja en el momento en que la lluvia de plomo levantaba polvo de las losas de piedra que acababa de abandonar. Gotrek se acuclilló detrás de un pequeño horno de fundición. El ruido del arma era ensordecedor.

—Sólo retrasáis lo inevitable —gritó Birrisson, por encima del estruendo—. El Durmiente no permitirá que nieguen su poder.

—Lo negaré hasta mi último aliento, traidor —dijo Gotrek mientras miraba la maquinaria de la habitación—. Han muerto enanos porque pusiste trampas nuevas en el corredor del hangar.

—Defendía la fortaleza, como he hecho siempre —replicó Birrisson, mientras disparaba por encima de sus cabezas.

—¿Cómo sucedió eso, ingeniero? —gritó Félix—. ¿De dónde sacaste el collar?

—Yo… —Por un momento, la serena confianza de Birrisson pareció vacilar—. Yo quería salir. Conseguir ayuda. Había demasiados pieles verdes en la puerta principal. Usé nuestra puerta secreta y fui hacia la entrada oculta del hangar. Me cogieron. Luché. Estúpido. Nadie puede luchar contra el Durmiente. Los otros murieron. Yo caí y me llevaron abajo. Continué luchando, pero al final…, al final acepté el don. Se lo traje a mis hermanos de la fortaleza. —Volvió a disparar, y su voz se hizo más fuerte—. Ahora soy invencible.

—Eso ya lo veremos —replicó Gotrek.

El Matador le hizo un gesto a Félix y le señaló unos tornos que había atornillados al suelo, cerca de sus respectivos escondites. Félix los examinó. Las cadenas que sujetaban el cañón por encima del tanque estaban enrolladas a ellos. Gotrek hizo un gesto con el hacha.

Félix asintió con la cabeza, pero miró las gruesas cadenas con incertidumbre. Gotrek cortaría la suya de un solo golpe, pero ¿lo lograría él?

—Uníos a nosotros —gritó Birrisson—. Uníos a nosotros y también seréis invencibles.

—¿Invencibles? —preguntó Gotrek con una áspera carcajada—. ¿Intentas tentar a un Matador con eso?

Le enseñó a Félix tres dedos, dos, y luego uno. Félix se levantó rápidamente y rodó hasta el torno, al mismo tiempo que alzaba la espada. El cañón giratorio despertó a la vida. Félix descargó un tajo con todas sus fuerzas, y la espada penetró profundamente en un eslabón de acero, pero no lo cortó. Maldijo al oír que la cadena de Gotrek se partía a sus espaldas. El torrente de plomo iba hacia él. Descargó otro tajo.

La cadena se partió, y Félix se lanzó hacia un lado en el momento en que las balas impactaban en el torno. Rodó tras un gigantesco horno y miró hacia arriba.

El enorme cañón descendía trazando un arco, sujeto a las dos cadenas restantes, como el badajo de una campana descomunal. Las cadenas rotas se agitaban violentamente en el aire. Sin embargo, debido a que el corte de la cadena de Félix se había retardado, el movimiento no era recto. Se desvió y describió un giro en torno a Birrisson, como un imán repelido por otro.

—¡Ja! —gritó el ingeniero—. ¿Lo veis? ¡Invencible!

El cañón llegó al límite del arco de balanceo. Con un sonido como el disparo de pistolas gemelas, las últimas dos cadenas se rompieron, el cañón cayó con estruendo detrás del tanque, y la parte posterior atravesó la rejilla de hierro que cubría el gran desagüe. El cañón cayó al vacío como la saeta de una ballesta que entrara por el cuello de una botella. Las cadenas lo siguieron, golpeteando violentamente dentro de las poleas y agitándose como serpientes furiosas.

El extremo de una de ellas se envolvió en el cuello de Birrisson y lo arrancó de encima del tanque a tal velocidad que dio la impresión de que el ingeniero desaparecía. Félix se puso de pie justo a tiempo de ver cómo la cadena entraba en el desagüe, tras el cañón, y arrastraba consigo a Birrisson.

—Buen golpe, humano —dijo Gotrek.

Cojearon por la sala hasta la rejilla rota y se asomaron al agujero, pero no pudieron ver nada en la profundidad negra como la brea.

—¿Adónde va a parar? —preguntó Félix.

—A un arroyo subterráneo, probablemente —replicó Gotrek, y escupió dentro—. Espero que se pudra antes de morir.

—Estoy seguro de que no fue culpa suya —dijo Félix—. Esa cosa se apoderó de su mente.

—Entonces, era débil. Un auténtico enano nunca habría sido corrompido.

Félix alzó una ceja.

—¿Así que todo el clan Diamantista era débil?

Gotrek gruñó con enojo y giró hacia la puerta.

—Regresemos.

Cuando volvieron al salón central de la fortaleza del clan, casi todo el ejército de Hamnir se había retirado al interior del salón del gremio. Las últimas compañías retrocedían con lentitud a través de la gran puerta, completamente rodeadas por los enanos perdidos.

Gotrek sacudió la cabeza.

—No servirá de nada —dijo, pero avanzó a pesar de todo.

Él y Félix se abrieron paso a través de la multitud de enanos demacrados, desarmando y derribando de un golpe a tantos como pudieron por el camino, y luego se reunieron con Hamnir, Gorril y los otros en primera línea.

—¿Dónde está Birrisson? —preguntó Hamnir mientras paraba golpes.

—Cayó por un agujero —replicó Gotrek.

—Lo mataste. ¡Que Valaya te maldiga! —dijo Hamnir—. Te dije que…

—Lo mataron sus inventos —le aseguró Gotrek—. Ni siquiera lo toqué.

Hamnir le lanzó una mirada suspicaz, pero ya habían llegado a la puerta del salón del gremio.

—Nosotros los contendremos aquí —dijo, y se volvió hacia Gorril—. Haz que los otros retrocedan hasta la puerta opuesta, y aguarden fuera. Tú da un rodeo hasta aquí con algunos de tu clan. Cuando nuestros pobres primos nos hayan seguido al interior, cierra la puerta tras ellos.

Gorril saludó y corrió hacia las otras compañías, que aguardaban en el centro del salón. Gotrek y Félix se unieron a la compañía de Hamnir para contener a los enanos perdidos en la puerta. Era una tarea fácil; en un sentido, era la batalla más sencilla que Félix había librado jamás, y en otro, era la más inquietante. Paraba los débiles ataques casi sin pensarlo, pero mirar la cara de los enanos atacantes le partía el corazón. En la ropa y ornamentos perduraban trazas de sus propias personalidades —la manera en que un minero se trenzaba la barba, el broche que una doncella enana llevaba sujeto al vestido, las cicatrices y tatuajes de un guerrero endurecido—, pero esas personalidades habían desaparecido de los ojos. Todos tenían la misma expresión vacua y apagada que había visto en las caras de los orcos. Todos luchaban con la misma indiferente ferocidad carente de pasión, que sólo mermaba el hambre que habían pasado.

Lo que empeoraba aún más la situación era que, al igual que había sucedido con los orcos, los enanos perdidos recobraban a veces la conciencia. En sus ojos aparecía un breve destello de inteligencia, y comenzaban a retroceder, consternados ante lo que estaban haciendo; pero entonces, mientras los enanos de Gorril exclamaban de júbilo ante la recuperación, la conciencia se apagaba, la ausencia les nublaba los ojos una vez más, y volvían a atacar. Varios enanos cayeron a causa de este fenómeno, porque bajaron las armas y recibieron en el cuello un tajo de hacha asestado por un amigo que ellos creían que había regresado.

Al fin, todo el ejército atravesó la puerta trasera del salón del gremio. Hamnir y los otros se retiraron de la entrada principal y dejaron que los enanos perdidos entraran tras ellos. Los del clan Diamantista se desplegaron en un intento de rodear a los defensores, pero eran lentos, y la compañía de Hamnir los superaba fácilmente en velocidad. De hecho, Hamnir hizo que retrocedieran con mayor lentitud para permanecer casi al alcance de los atacantes y mantener su atención fija en ellos. Félix se sentía como un danzarín taurino de Estalia que agitara una capa roja ante una manada de toros sonámbulos.

Cuando llegaron a la puerta del otro lado, mucho más estrecha que la entrada principal, Gotrek les hizo a los otros un gesto para que la atravesaran.

—El humano y yo nos encargaremos de contenerlos.

Hamnir vaciló, tal vez temeroso de que Gotrek cambiara de opinión y comenzara a matar a los enanos de ojos muertos. Luego, asintió y condujo a los demás al otro lado de la puerta.

Gotrek se reprimió para no hacer una carnicería, aunque parecía desdichado por ello.

—Estamos retrasando lo inevitable —murmuró—. Sólo hará que sea peor cuando llegue el momento.

Él y Félix defendieron la posición hasta que el último de los enanos del clan Diamantista atravesó la entrada principal del salón del gremio, y los enanos de Gorril cerraron las grandes puertas tras ellos.

Cuando oyeron que las barras encajaban en su sitio, Gotrek y Félix retrocedieron de un salto de la grotesca refriega. Hamnir cerró la pequeña puerta en la cara de los enanos del clan Diamantista, y le echó el cerrojo. Luego, apoyó la frente contra ella, mientras la golpeaban débilmente desde el otro lado.

—Luchamos con tanto ahínco para libertarlos —dijo con tristeza—, sólo para volver a encerrarlos. —Alzó la cabeza y miró a Gotrek—. Te doy las gracias por tu misericordia.

—No es misericordia —replicó Gotrek, asqueado—. Es tortura, para ellos y para ti, y es innecesaria. No se recuperarán. —Se encogió de hombros—. Pero es tu familia.

* * *

A salvo, al menos de momento, con los orcos encerrados fuera y los enanos perdidos encerrados dentro, el sitiado ejército de Hamnir pudo descansar. Félix se quedó dormido en cuanto se tumbó, exhausto por la incesante lucha de ese día, pero se vio otra vez perturbado por sueños inquietantes. Eran contrarios al que había tenido anteriormente. En lugar de asesinar a los otros cuando dormían, corría a solas por Karak-Hirn, en busca de Gotrek. A cada enano al que le preguntaba por él se le ponían los ojos inexpresivos e intentaba matarlo. Hamnir, Gorril, Narin, Galin, todos lo seguían arrastrando los pies, con los brazos extendidos, mientras él retrocedía con el corazón acelerado.

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