Mataorcos (32 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Mataorcos
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El Matador se balanceaba con cada golpe, y Félix y Galin tenían que bloquear, con creciente frecuencia, los golpes que iban dirigidos a él.

—¿Cuánto falta? —preguntó Gotrek, con voz ronca, un rato después.

—Ya deberían estar a medio camino, creo —jadeó Galin al mismo tiempo que desviaba una maza—; tal vez más. —Miró por encima del hombro hacia la sala de palancas, que tenía una ventanilla cubierta por una rejilla—. ¿Alguna señal de ellos, príncipe?

—Ni rastro —replicó la voz de Hamnir, que sonaba a hueco.

Se produjo una conmoción en el pasillo: sonó la voz de un orco que daba órdenes con voz chillona, y los demás comenzaron a volverse.

Gotrek soltó una carcajada ahogada.

—Por Grimnir, era lo último que nos faltaba.

Félix se arriesgó a asomarse al marco de la puerta y se quedó boquiabierto. Diez orcos, armados con fusiles de enanos, estaban formando espalda con espalda en el centro del ancho corredor, cinco de cara a cada sala de guardia, mientras los demás orcos se apartaban de su camino.

—Encuentra una manera de matarlos, humano —gruñó Gotrek—. Si salgo ahí fuera, el resto entrará aquí, y si me quedo aquí…

—Ya lo tengo —dijo Galin. Abandonó la puerta y corrió al soporte de fusiles que había en la pared opuesta—. Esperad ahí.

—¿Y adonde crees que voy a ir? —preguntó Gotrek con los dientes apretados.

Félix miró hacia atrás, y vio que Galin recogía cuernos de pólvora.

Los orcos cebaron y cargaron los fusiles como muchachos en su primera clase de tiro, con torpeza y lentitud, derramando pólvora por todas partes, pero al final estuvieron preparados. El comandante gruñó una orden. Alzaron las armas hasta el hombro y apuntaron.

—¡Olifsson! —gritó Gotrek.

—¡Un momento!

—No tenemos un maldito…

El capitán orco bajó la mano, y los orcos dispararon contra Gotrek y los Rassmusson, completamente indiferentes ante la posibilidad de herir a los pieles verdes que estaban en medio.

Dos de los fusiles estallaron, los cañones se rajaron a la altura de la caja y escupieron metralla y llamas a la cara de los orcos que estaban próximos; cuatro de ellos se desplomaron con el cráneo destrozado. Tres fusiles sisearon y no dispararon, pero cinco escupieron balas. Dos salieron silbando hacia los hermanos Rassmusson, y tres hacia Gotrek. Una se hundió en la espalda de un orco. Otra pasó silbando sobre la cresta del Matador. Gotrek alzó el hacha, y la última bala rebotó en ella y luego en el gong.

En la puerta de enfrente, Karl retrocedió con paso tambaleante mientras se aferraba un brazo, y un orco lo mató de un tajo antes de que pudiera recuperarse. Arn murió un segundo más tarde, solo y abrumado por los enemigos.

—¡Los Rassmusson han caído! —gritó Félix—. Los orcos han tomado la otra sala.

Hamnir maldijo desde la sala de palancas.

Al haber despejado la otra puerta, los tiradores orcos que quedaban se volvieron hacia Gotrek y comenzaron a cargar, mientras, detrás de ellos, sus camaradas entraban en masa en la sala de guardia de la izquierda y comenzaban a asestarle tajos a la puerta de la sala de palancas.

—¡Date prisa, maldición, Olifsson! —gritó Gotrek.

—¡Ya voy! —replicó Galin.

Corrió hacia ellos con un par de cuernos de pólvora que tenían agujeros en los lados, donde había encajado trozos de papel a modo de mechas. Los agitó y resonaron como sonajeros.

—Les he añadido unas balas.

Encendió una de las mechas con el farol que llevaba en el cinturón y lo lanzó por encima de las cabezas de los orcos que estaban en la puerta. Cayó al suelo cerca de los tiradores y estalló. La detonación provocó una explosión seguida de humo y llamas. Cayeron orcos, aullando y tosiendo, con agujeros en las piernas y el vientre, pero no tantos como Félix habría deseado. Aún quedaban cinco tiradores en pie, aunque uno estaba ardiendo y se debatía. El capitán lo mató de un tajo y lo empujó a un lado, a la vez que les rugía a los otros para que dispararan.

Un orco le lanzó un tajo a Galin cuando intentaba encender la segunda granada. Él enano retrocedió y volvió a intentarlo.

—¡Arrójala! —gritó Gotrek.

La mecha prendió. Galin lanzó la granada justo en el momento en que tres de los orcos acababan de cargar los fusiles y los levantaban. El cuerno de pólvora estalló y acabó con ellos.

Pero lo hizo con un latido de retraso, porque los orcos ya habían disparado.

Gotrek dio un traspié y cayó de rodillas, apoyándose en el hacha. Tenía una herida sangrante y profunda en la parte externa de un muslo.

Capítulo 19

Félix bloqueó desesperadamente cuando un tajo descendió hacia el desprotegido cráneo del Matador. La enorme cuchilla rechinó a lo largo de la espada y erró la cara de Gotrek por un pelo. Con la mano libre, Félix cogió a Gotrek por debajo del brazo e intentó levantarlo. Era ridículamente pesado. Llegaban más orcos. Galin luchaba con dos.

Gotrek logró ponerse en pie y cercenar el brazo del orco que lo había atacado, pero el daño ya estaba hecho. Había cinco orcos dentro de la sala, y otros se abrían paso por detrás de ellos. Habían perdido el control de la entrada. Félix, Gotrek y Galin retrocedieron y se pusieron a luchar en línea para evitar que los orcos los rodearan. Gotrek tenía la pierna izquierda bañada en sangre.

Félix oyó un grito apenas audible, procedente de la sala de palancas: era la voz de Narin que chillaba a través del tubo acústico del otro lado del corredor.

—¡Casi los tengo aquí! ¡La puerta no aguantará mucho!

—¡Valor, Pielférrea! —gritó Hamnir—. Aparecerán en cualquier momento.

Detrás de Félix se produjo un estruendo, y el humano se volvió a mirar. La hoja de una cuchilla había atravesado la puerta que conducía a los matacanes y los torreones. Los orcos de arriba estaban a punto de abrirse paso. A poco estarían rodeados.

—En el nombre de Grungni, ¿dónde está Gorril? —gruñó Galin mientras bloqueaba la espada de un orco.

—Aquí, no —replicó Gotrek.

El Matador se balanceaba como un borracho; apenas era capaz de sostenerse sobre la pierna herida. Le lanzó un tajo a un orco y erró. Félix casi dejó caer la espada a causa de la conmoción. Gotrek nunca fallaba. El orco avanzó, y Félix le clavó una estocada en el cuello. Gotrek lo destripó, pero otros cuatro habían logrado pasar. Félix, Gotrek y Galin se encontraron rodeados de orcos por tres lados. Estaban muy cansados. Había demasiados enemigos.

Entonces, por encima del estruendo de la lucha, muy débilmente, oyeron un toque de cuerno, ahogado casi de inmediato por disparos de fusil.

—¡Un cuerno! —dijo Galin.

—Están en el cañón. ¡Están corriendo! —gritó Hamnir desde la sala de palancas—. ¡Narin! ¡Preparado!

—Preparado —respondió la voz metálica.

—¡Ay, Grimnir, el fuego cruzado! —dijo Hamnir con voz ahogada—. Tantos han caído… Están… Abre la puerta. ¡Tira! ¡Tira!

Un tremendo trueno, acompañado por un sonido de raspado, estremeció la sala cuando la puerta exterior comenzó a descender lentamente, y luego se oyó una detonación ensordecedora al acabar de hundirse en el suelo. Los orcos de la sala de guardia miraron hacia atrás al oír aquello, y Gotrek, Félix y Galin mataron a cinco. Cesaron los golpes al otro lado de la puerta de los matacanes, y oyeron que los orcos corrían escaleras arriba hacia sus puestos en los torreones.

Una segunda salva de cañones y disparos de fusil resonó en el estrecho paso abrupto y atravesó las paredes.

—¡Ahora, la interior! ¡Tira, Narin! —oyeron que gritaba la voz de Hamnir—. ¡Corred, muchachos! ¡Corred!

Otro trueno estremecedor y el rugido del viento, y la sala de guardia se inundó de aire frío y olor a humo de pólvora. Cuando la segunda puerta se detuvo con una detonación, el viento aumentó hasta un flujo constante y se transformó en una ensordecedora nota de trompeta que hizo vibrar todo el corredor, como si entrara a través de un cuerno enorme. Al oírlo, los orcos dieron respingos e hicieron muecas.

Hamnir rugió desde la sala de palancas.

—¡El cuerno de Karak-Hirn! ¡Ahora nos temerán!

Los orcos del corredor estaban girando sobre sí mismos y alejándose de la puerta abierta, mientras los comandantes les gritaban para que formaran; pero ya era demasiado tarde.

Entre toques de cuerno y flameantes estandartes, los enanos de Karak-Hirn cargaron a través de las puertas abiertas en formación de ocho en fondo, con los Martilladores en vanguardia, y empujaron a los desorganizados orcos hacia atrás, como si fueran un artillero que metiera la carga por la boca del cañón.

Gotrek, Félix y Galin acabaron con los últimos cinco orcos que quedaban dentro de la sala de guardia, mientras el ejército de Gorril continuaba entrando; fila tras fila, los robustos guerreros pedían a gritos sangre de orco.

Cuando murió el último enemigo, Gotrek retrocedió con paso tambaleante y se dejó caer sobre un taburete que había junto a la mesa de la sala. La hoja del hacha golpeó contra el suelo de piedra.

—¡Por Grungni, necesito un trago! —dijo.

La pierna izquierda, por debajo de la herida abierta por la bala, estaba roja hasta la bota.

—¡Galin! —llamó Hamnir desde la sala de palancas—. ¡Abre la puerta!

Galin corrió hasta la puerta y dejó salir a Hamnir. El príncipe miró los montones de cuerpos de orco que había en la sala, y sacudió la cabeza, para luego dirigir la mirada hacia los tres.

—Vuestras hazañas del día de hoy serán registradas en el Libro de Karak-Hirn. Lo juro.

Gorril salió de la borrosa masa de enanos que pasaban corriendo ante la sala de guardia, a la cabeza de una compañía de sus hermanos de clan. Saludó a Hamnir con el puño sobre el corazón.

—Príncipe mío —dijo con tono grave—, me alegro de ver que estás vivo. Tu ejército va a ocupar una posición sólida en la gran confluencia, y allí espera para recibir tus órdenes.

—Y yo me alegro de verte a ti, primo —dijo Hamnir, que lo saludó a su vez—. Necesitaremos enanos aquí para abrir las puertas de los matacanes y matar a los orcos de dentro. También deben cerrar las puertas de la fortaleza cuando la columna haya entrado. Aquí no puede obtenerse la gloria que se alcanzará en la confluencia, pero debemos tener protegida la retaguardia.

—Por supuesto, príncipe —replicó Gorril. Se volvió a mirar a sus hermanos de clan—. Ya lo has oído, Urlo. Divide a los muchachos y tomad los matacanes.

—Sí, Gorril.

Urlo saludó y comenzó a gritarles órdenes a sus compañeros.

Hamnir miró a Galin.

—Traficante de Piedra, coge las llaves del cuerpo de Arn, y deja salir a Narin de la otra sala.

—Sí, príncipe. —Galin saludó y salió al corredor.

—Y a ti, Gurnisson —continuó Hamnir al mismo tiempo que se volvía a mirar a Gotrek—, te ordeno que no tengas nada más que ver con esta batalla. Los médicos te curarán las heridas y descansarás como bien mereces. Tú también,
herr
Jaeger.

—¡Hummm! —gruñó Gotrek.

—Ahora, vamos, Gorril —dijo Hamnir mientras avanzaba hacia la puerta con el enano alto—. ¿Has enviado a los Atronadores a los balcones del segundo piso? ¿Y los Rompehierros van camino de los túneles secundarios para atacar a los orcos por los flancos? ¿Los mineros han ido a cerrar las puertas que dan a las minas?

—Todo según ordenaste, príncipe Hamnir —asintió Gorril—. Deben asegurar cada pasillo a medida que avancen, para que los orcos no puedan entrar por detrás de nosotros.

Hamnir llamó a un carro de mulas que entraba en ese momento por la puerta de la fortaleza.

—¡Cirujanos! ¡Aquí! Ocupaos de los que están dentro de las salas de guardia. El Matador ha recibido un disparo y está perdiendo sangre.

—Sí, príncipe.

El carro se detuvo, y dos cirujanos enanos entraron apresuradamente con los botiquines de campo en la mano. Uno se puso a curar los cortes menores y arañazos que había coleccionado Félix, mientras el otro limpiaba y cubría con ungüento la herida de la pierna de Gotrek. Mientras tanto, Urlo y los hermanos de clan de Gorril abrieron la puerta que daba acceso al matacán y los torreones, y subieron a la carga por la escalera que había al otro lado. Los ruidos de batalla comenzaron en lo alto.

—Has tenido suerte, Matador —le dijo el cirujano a Gotrek cuando comenzaba a vendarle la pierna—. El hueso está intacto. No fuerces la pierna durante uno o dos meses, mantén la herida limpia, y cicatrizará perfectamente.

—¿Un mes? —gruñó Gotrek—. Te doy un minuto más antes de usar tus tripas para hacer un torniquete. Ahora, date prisa. Hay una batalla que librar.

—Realmente, Matador —insistió el cirujano—, no te lo aconsejo. —A pesar de todo, vendó la herida con asombrosa rapidez.

Gotrek se levantó casi antes de que acabara de atar el último nudo y cojeó estoicamente hacia el corredor.

—Vamos, humano —dijo—. Quiero encontrar a ese colmilludo de piel cerúlea con armadura negra. Un orco así casi podría ser un reto.

—¿No vas a hacerle caso a Hamnir? —preguntó Félix, aunque sabía que no serviría de nada. Cansado, siguió al Matador.

—Juré protegerlo —dijo Gotrek—, no obedecer sus órdenes.

* * *

Galin y Narin echaron a andar junto a ellos cuando salieron de la sala de guardia, también con las heridas vendadas. Por todas partes había cirujanos y abastecedores que descargaban carros y montaban camastros y mesas sobre caballetes; se estaban preparando para los heridos y exhaustos que tendrían que atender.

Cuando Gotrek pasó junto a un carro sobre el que se amontonaban barriles y cajones, cogió un barrilete, le arrancó el tapón con los dedos, lo inclinó sobre su boca y tragó varios litros de la dorada cerveza, que le salpicó la barba y la cresta. Al final, lo bajó con un suspiro de satisfacción y se lo tendió a los otros.

—¿Alguien más?

Galin y Narin cogieron el barrilete por turno y lo alzaron, aunque con más dificultad, y bebieron hasta hartarse. Félix lo cogió después, contento de que estuviera casi vacío porque, en caso contrario, no habría logrado levantarlo hasta la altura necesaria. Cuando acabó, Gotrek lo cogió, bebió otro largo trago, lo dejó de golpe sobre el carro y continuó cojeando mientras se chupaba sonoramente los labios.

El corredor acababa en una alta arcada de columnas, más allá de la cual había unos anchos escalones que descendían hasta un enorme espacio de suelo de mármol, la gran confluencia de Karak-Hirn, el salón central al que daban todas las cámaras ceremoniales y públicas de la fortaleza. Tenía tres pisos de altura, y unas columnas tan grandes y redondas como torreones de castillo corrían por ambos lados y daban soporte al techo de bóveda de crucería, con intrincadas tallas.

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