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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matahombres (43 page)

BOOK: Matahombres
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Lichtmann rió.

—A ese juego pueden jugar dos, idiotas.

Entonó una sarta de palabras profanas y alzó el brazo disforme. De las grietas brillantes como ascuas manó fuego. El horror volvió la cabeza de mortero, mientras sus brazos continuaban aporreando a Gotrek.

—¡No! —gritó Félix, que corrió hacia el brujo con la espada en alto.

Los estudiantes vieron lo que iba a suceder. Se lanzaron en loca carrera hacia la puerta, luchando entre sí para atravesarla. Petr resbaló y cayó, pero volvió a levantarse.

Casi como si fueran uno solo, Lichtmann y el demonio lanzaron su ataque. Una bala de mortero atravesó el cuerpo de Petr, que estalló en pedazos. Una mezcla de extremidades y vísceras regó los cañones que estaban situados bajo el rellano, y la sangre lo salpicó todo. Los estudiantes que estaban en la puerta fueron envueltos por el fuego de Lichtmann. Los que tuvieron suerte gritaron y corrieron al interior del hangar, manoteándose la ropa encendida. Los otros se desplomaron en el sitio, retorciéndose y ardiendo como antorchas.

Félix descargó un tajo dirigido a Lichtmann; estaba furioso por la muerte del torpe Petr. El brujo se apartó a un lado e intentó clavarle la daga. Félix hurtó el cuerpo y evitó apenas la punta del arma. De la rielante hoja irradiaba un calor horrible.

Lichtmann le lanzó otra puñalada, veloz como el rayo. Félix atacó con un barrido de espada y se apartó de un salto, sin haber recuperado el equilibrio. Retrocedió contra un cañón y se apoyó en él con una mano para estabilizarse. El hierro le causó un cosquilleo al tocarlo. Se volvió a mirarlo. La sangre de Petr estaba siendo absorbida por el arma, como había sucedido con los otros, y el cañón comenzaba a relumbrar y crepitar con venenosa energía verde, como sucedía con el resto de los cañones bautizados con sangre.

Lichtmann sonrió.

—Sí, herr Jaeger. Otros de mis hermanos están despertando. Y usaré vuestra sangre para despertar al resto.

Félix retrocedió, y dio un respingo al volver los susurros, más fuertes que nunca, deslizándose como gusanos al interior de su mente. Sentía la furia de los brujos muertos, su ansia de acabar con él. De acabar con toda la especie humana. Le sondeaban la mente con zarcillos de corrupción, se la arañaban con pensamientos como garras.

Palpitantes chorros de fuego funesto saltaban de cañón en cañón al despertar los espíritus del interior, y formaban una crepitante rejilla de energía bruja que hacía vibrar toda la bodega. Un arco de esta energía voló por el aire para tocar los cañones del demonio, que se encendieron y sisearon de poder. El demonio rugió y alzó los brazos. Pareció crecer mientras Félix lo miraba.

A Félix se le cayó el alma a los pies. Los cañones lo alimentaban y fortalecían. Estaban perdidos.

Lichtmann volvió a acometerlo con la daga. Félix apenas logró alzar la espada para bloquear el ataque. No podía pensar. Tenía la mente demasiado llena de voces. Tenía ganas de dejar caer la espada y desgarrarse el cuero cabelludo para hacer que cesaran los susurros.

Vio que Gotrek caía pesadamente, a la izquierda, con un tajo sangrante que le atravesaba el sólido pecho. El horror avanzó entre los cañones, hacia él. Félix sabía que debía hacer algo, pero no podía pensar. No podía pensar en absoluto.

Lichtmann volvió a atacarlo con la daga. El brazo de Félix se negó a obedecerle. Lo único que pudo hacer fue retroceder, impotente, tambaleándose entre los cañones. Tropezó con algo y cayó junto a Gotrek. El hechicero continuaba tras él. El pánico ascendió hasta la garganta de Félix. Los susurros le decían que no había esperanza, que simplemente debía abandonar, que debía ofrecerle el cuello a la rielante daga de Lichtmann.

Gotrek se levantó sobre manos y rodillas, y sacudió la cabeza. Posó una mirada colérica en Lichtmann y el horror, ahora a pocos pasos de distancia, y cogió a Félix por un brazo.

—Vamos, humano. Levántate.

Félix intentó mover las extremidades. Se negaban a obedecerle porque los susurros se interponían.

—¡Despierta, humano!

Gotrek le dio una fuerte bofetada. El sonido fue ensordecedor. El dolor estalló dentro de la mandíbula de Félix y expulsó a las voces de su cerebro.

El demonio ya estaba junto a ellos y levantaba los infernales cañones. Gotrek tiró de Félix para apartarlo a un lado cuando descendieron hacia el suelo. Erraron por pocos centímetros las piernas de Félix y abrieron agujeros en el metal de la cubierta. Jaeger se levantó con precipitación, dado que los músculos le respondían, por fin, y siguió a Gotrek, que cargaba directamente hacia Lichtmann. El horror salió tras ellos.

—Gra…, gracias —dijo a través de los dientes doloridos.

Gotrek gruñó.

El hechicero retrocedió ante ellos, luego dio media vuelta y echó a correr cuando Gotrek lo acometió con el hacha.

Para sorpresa de Félix, Gotrek no lo persiguió, sino que continuó hacia las escaleras que ascendían hasta el rellano.

—¿Adonde…, adonde vas? —preguntó Félix.

Gotrek comenzó a subir. Félix tragó. Estaban abandonando la cobertura que les proporcionaban los cañones. ¡Lichtmann iba a poder atacarlos con bolas de fuego!

Y lo hizo.

Gotrek empujó a Félix hasta el rellano y se lanzó tras él, en el momento en que una bola de fuego estallaba por encima de la escalera. Una bala de cañón pasó silbando por el aire, y luego otra. Dejaron enormes agujeros en el mamparo.

Félix miró a su alrededor. ¿Dos disparos? ¡El horror disparaba con los brazos, además de con la cabeza! Estaba apuntándolos con los otros dos cañones.

Gotrek levantó a Félix y lo empujó a través de la entrada del hangar, que tenía delante. Jaeger tropezó con los humeantes cuerpos de los estudiantes que yacían atravesados en el umbral, y cayó boca abajo sobre la cubierta del hangar, mientras Gotrek se lanzaba cuerpo a tierra y pasaba junto a él. Un disparo de mortero abrió un agujero en el quicio de la puerta, a sus espaldas.

—¡Tras ellos, hermanos! —oyeron que decía la voz de Lichtmann.

La nave aérea se estremeció cuando el horror comenzó a avanzar pesadamente hacia el rellano.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Félix cuando se levantó.

Recorrió el hangar con la mirada. Los restos de los girocópteros aún ardían. Los estudiantes que quedaban estaban encogidos en el rincón opuesto. Malakai yacía en el suelo, postrado, a sus pies.

—¿Estamos huyendo?

Gotrek le dedicó un gruñido desdeñoso mientras abría de un golpe un armario que estaba cerrado con llave y sacaba de dentro dos latas de agua negra.

—Estamos alejando al demonio de esos brujos muertos, contaminadores de hierro. —Le dio una lámpara a Félix—. Al exterior.

—¿Al exterior? —Pero si estaban en medio del cielo.

Félix se volvió para mirar a través de la puerta, hacia la bodega de carga. El horror estaba llegando al rellano. El metal rechinaba bajo su peso.

—Sube la escalerilla, humano.

Gotrek lo empujó hacia los peldaños que había sujetos a la pared, junto a la puerta, y luego recogió un trozo de estructura de madera de girocóptero en llamas.

Mientras Félix comenzaba a ascender por los peldaños, Gotrek rompió una de las latas de agua negra con el hacha, y luego la lanzó al interior de la bodega de carga. Rebotó sobre un cañón, y derramó agua negra por todas partes. Gotrek arrojó el trozo de madera en llamas tras la lata, y después siguió a Félix, escalerilla arriba.

Se oyó una enorme detonación sorda dentro de la bodega de carga, cuando el agua negra prendió, seguida de un estallido de calor y luz anaranjada. Luego, les llegó un chillido de Lichtmann.

—¡No! —gritó—. ¡Los cañones!

—¡Eso es sólo el principio, hechicero! —bramó Gotrek, mientras subía—. Los Matadores no tenemos miedo de morir. ¡Voy a prenderle fuego al globo y nos mataremos todos!

Félix se detuvo, con el corazón acelerado.

—¿Tú…, tú vas a qué?

—¡Continúa adelante, humano!

El horror pasó dos brazos con cañones a través de la puerta, y comenzó a deslizarse tras ellos. Félix chilló y ascendió precipitadamente, con el terror en las entrañas y la mente hecha un torbellino. ¿Hablaba en serio Gotrek? ¿Realmente iba a volar la nave aérea? Sin duda que eso acabaría con Lichtmann y estropearía sus planes, pero no sólo mataría también a Gotrek y a Félix, sino, además, a Malakai y a los estudiantes supervivientes.

Félix salió por la escotilla circular al pasillo central de la cubierta superior, y luego cogió la lata de agua negra que le dio Gotrek, antes de salir.

La nave aérea se sacudió violentamente cuando uno de los brazos del horror golpeó la escalerilla a pocos centímetros por debajo de las botas de Gotrek.

El Matador subió de un salto y cogió la lata.

—Corre, humano. ¡A la escalerilla que va al exterior!

Corrieron, aunque Félix se preguntó si había alguna razón para hacerlo. ¿El enorme demonio podría siquiera pasar por aquel agujero para perseguirlos?

Con un estruendo como de tanque de vapor que se estrella, uno de los brazos armados con cañón rasgó la cubierta de metal como si fuera de papel, para salir. El impacto hizo caer a Félix. Gotrek lo levantó y empujó hacia adelante. Miró hacia atrás. Un segundo golpe amplió el agujero. Dos cañones relumbrantes y cubiertos de porquería se deslizaron a través de la brecha, y el horror se alzó, deformándose como cera caliente para caber en los estrechos confines del pasillo. Lichtmann apareció detrás.

—Vuestro fuego está apagado, Matador —rió el hechicero—. He frustrado vuestro pequeño sabotaje.

El horror avanzó estruendosamente hacia ellos sobre cuatro patas de hierro.

Félix continuó corriendo. Sudaba de terror. La escalerilla que llevaba al exterior estaba justo delante, a la derecha. Tendió las manos hacia ella y miró atrás otra vez.

El mortero atravesó la hirviente piel del pecho del demonio y apuntó con el ancho cañón. En la boca destelló llama verde.

—¡Cuidado! —Félix se lanzó contra el mamparo de la derecha. Gotrek lo imitó.

El mortero disparó, y su rugido ensordeció a Félix. La bala pasó de largo, a pocos centímetros de él, mientras el corredor desaparecía entre humo y llamas. En alguna parte se rompieron cristales y un hombre gritó.

Félix buscó la escalerilla a tientas, en medio del humo. La encontró y comenzó a subir, cegado y entumecido, mientras la lámpara que llevaba golpeaba cada peldaño. Gotrek se pegó a él. Los mamparos vibraban con los pesados pasos del horror que se aproximaba.

—¡Más rápido, humano!

La cabeza de Félix chocó contra la pesada escotilla de lo alto. Buscó a tientas la palanca de apertura, mientras algo se estrellaba contra la escalerilla, más abajo. Empujó la escotilla con los hombros. La luz solar y un frío viento le abofetearon el rostro. Salió a la superficie, y luego se volvió para coger otra vez la lata que llevaba Gotrek.

El Matador pasó apretadamente por la escotilla y rodó hacia un lado, para ponerse luego de pie, con el hacha preparada.

Félix dejó la lata y la linterna dentro de una caja de metal que parecía estar destinada a contener granadas, desenvainó la espada y se situó de cara a la escotilla, con Gotrek. No sucedió nada. Abajo reinaba el silencio. ¿El demonio se habría quedado atascado en el estrecho corredor?

Félix miró a su alrededor. La cubierta superior de la barquilla era plana, con una barandilla baja que rodeaba todo el perímetro, donde el metal se curvaba hacia abajo. Una veintena de tensos cables de metal se extendían desde robustas anillas que había en la cubierta, hasta la enorme extensión del globo, situado a seis metros por encima de sus cabezas. Junto a la escotilla había una escalerilla que ascendía, encerrada dentro de una jaula circular de seguridad, hasta otra escotilla que había en el vientre del globo. Estaban rodeados por cielo azul y nubes crepusculares. En aquel sitio, Félix se sentía casi tan vulnerable y en situación tan precaria como sobre el girocóptero. La última vez que había estado allí, se había enfrentado con el dragón Skjalandir. Los recuerdos de aquella noche no le proporcionaron paz mental. No sería el primer lugar que él escogería para una lucha a muerte.

—Enciende la lámpara, humano —dijo Gotrek sin apartar los ojos de la escotilla.

Félix tragó. Sacó el pedernal y la yesca, y se arrodilló, para luego abrir la cortinilla de la lámpara.

—Pero esto es sólo una estratagema, ¿no es cierto? —preguntó al hacer saltar la chispa.

—Si mato al demonio y al hechicero, es una estratagema —replicó Gotrek—. Si encuentro mi muerte antes, no lo es. Tendrás que acabarlo tú.

Félix encendió la lámpara, y luego alzó la mirada para seguir con los ojos la escalerilla que ascendía hasta el globo. Si quería asegurarse de destruir la nave, tendría que entrar en él, verter la lata de agua negra todo a lo largo de la pasarela que corría por el centro de las celdas de gas elevador, y luego prenderle fuego. Se estremeció. Sería lo último que hiciera en su vida, porque cuando prendieran las celdas de gas, la explosión lo volatilizaría.

—¿Y si yo muero antes de que pueda hacerlo?

—Entonces, que Sigmar y Ulric se apiaden del Imperio —dijo Gotrek—, porque Middenheim caerá.

Un relumbrante cañón apareció a través de la escotilla, en el extremo de un grueso tentáculo rojo que se mecía como una serpiente con cabeza de hierro.

Al instante, Gotrek se lanzó hacia adelante y lo acometió, decapitándolo de un solo tajo. Saltó una lluvia de chispas verdes y sangre, mientras el cañón caía sobre la cubierta con un estruendo ensordecedor. Rebotó hacia un lado, golpeó contra la barandilla baja y saltó por encima, para precipitarse, girando, al vacío. Las sinuosas voces de la cabeza de Félix se alzaron en un agudo lamento de cólera y pérdida.

—¡Ja! —dijo Gotrek—. No recuperarás a ése, demonio.

El decapitado tentáculo se agitó violentamente para intentar golpear al Matador, que retrocedió y continuó vigilando la escotilla. Félix reculó, mientras en su pecho se encendía una chispa de esperanza. Por primera vez, el horror estaba en desventaja. Si tenía que subir los cañones de uno en uno a través de la escotilla, quizá Gotrek lograra cercenárselos todos a medida que iban saliendo. Podría acabar con el demonio sin luchar.

Un segundo brazo rematado por un cañón atravesó la escotilla. Gotrek dio un rodeo en torno al primer tentáculo, y lo acometió con un tajo. También ese cañón cayó sobre la cubierta, chisporroteando y salpicando. Gotrek retrocedió cuando rebotó y pasó junto a él, antes de aplastar una sección de la barandilla y deslizarse por el costado de la barquilla, para precipitarse finalmente al vacío. Las voces volvieron a lamentarse.

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