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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matahombres (34 page)

BOOK: Matahombres
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—¡Hermano Wissen! —gritó uno de los miembros de la hermandad, que estaba herido—. ¡Son demasiado fuertes! ¡Encended la pólvora ahora mismo! ¡No podemos correr el riesgo de que nos derroten!

—¡No! —gritó Wissen—. ¡No antes de la señal! ¡Resistid! ¡Sólo unos momentos más!

«
¿Por qué es tan importante esperar la señal?
», se preguntó Félix mientras continuaba luchando. ¿Qué había de tan importante en el disparo de prueba del cañón? ¿Acaso iban a volar también el campo de pruebas? No lo entendía.

Junto a Félix, Gotrek arrancó el hacha de otra de las bocas del grasiento ser con cabeza de abuela. Retrocedió con paso vacilante y barrió el aire a su alrededor para hacer retroceder a otros adoradores del Caos.

La criatura con cabeza de abuela avanzó, bamboleándose, tras él.

—Dásela a mamá —dijo con su dulce voz de anciana—. Sé bueno.

—Cómete esto —gruñó Gotrek, y le asestó otro tajo.

Otra boca se abrió debajo del pecho izquierdo del ser, pero, esa vez, justo cuando mordía, Gotrek hizo girar el hacha de modo que la hoja mirara hacia arriba. El metal afilado como una navaja atravesó el paladar de la boca que se cerraba. Gotrek tiró con fuerza y el hacha desgarró el vientre al salir en una erupción de carne y sangre. La criatura se puso a chillar como un cerdo.

Gotrek asestó otro tajo, y entonces encontró carne. Félix se le unió y cercenó uno de los brazos. Gotrek le partió la cabeza, y ambos se volvieron para enfrentarse con nuevos oponentes, mientras la batalla continuaba en torno a ellos.

Ulrika mató a un mutante con cara de anguila. El peludo gigante de Mathilda salpicó las paredes con los sesos de un miembro del culto, pero respiraba trabajosamente, ya exhausto al blandir una arma demasiado pesada. La dama Hermione y el apergaminado brujo continuaban forcejeando entre sí, sin que ninguno de ellos pudiera imponerse. Por todas partes, yacían mutantes y adoradores del Caos muertos, principalmente en un círculo alrededor de Gotrek, pero la batalla no se había cobrado víctimas en uno solo de los bandos. Sólo la mitad de los caballeros de Hermione continuaba en pie, así como menos de la mitad de la escoria de cuneta de Mathilda.

Félix se encontró luchando contra un hombre que en todos los aspectos parecía un empleado de una casa de contabilidad, comenzando por las gafas y acabando por los zapatos con hebillas, salvo por el enorme tumor con tentáculos que le crecía en el cuello. El ser descansaba sobre el hombro del empleado, tan grande y lleno de bultos como un saco de ropa sucia, y le echaba la cabeza hacia un lado en un ángulo extraño. El hombre daba traspiés bajo su peso y se disculpaba con humildad, mientras los tentáculos atacaban a Félix y a todos los demás que lo rodeaban.

—Lo lamento profundamente —decía el empleado a cada ataque—. No puedo controlarlo. No lo hago yo. Lo siento.

Los tentáculos chisporroteaban con violenta energía negra cuando entraban en contacto con cualquier cosa. Uno de los hombres de Hermione cayó, con convulsiones, cuando uno de ellos le dio un golpe en la cara. Una de las rameras de Mathilda retrocedió de un salto y soltó el cuchillo cuando otro le acarició el cuello. Los adoradores del Caos mataban a los que habían sido alcanzados, antes de que pudieran recuperarse.

Félix le asestó un tajo a un tentáculo cuando onduló por el aire hacia él. Una descarga corrió por la espada y su cuerpo se puso rígido durante un instante. Retrocedió con paso vacilante mientras el brazo se le contraía con espasmos incontrolables, entumecido hasta el hombro. Ulrika avanzó para cubrirlo.

—Lo siento —le dijo el empleado a Félix, mientras los tentáculos iban hacia la mujer vampira—. No me gusta mucho más que a vos.

—¡Nada de hierro! —gritó Félix, mientras se masajeaba el brazo y retrocedía ante otros adoradores del Caos.

Ulrika asintió con la cabeza y apartó el estoque con brusquedad, para luego recoger una lanza caída mientras Félix empuñaba la espada con la torpe mano izquierda e iba hacia ella para protegerle los flancos. Le lanzó desmañados tajos a un mutante, mientras Ulrika dirigía hacia el empleado un golpe con el extremo romo de la lanza. Los tentáculos lo atraparon. Ella se lo arrancó con dificultad y luego golpeó las piernas del hombre para derribarlo. Cayó como un saco sobre el tumor, que ella golpeó con todas sus fuerzas. Reventó y de él manó una maloliente gelatina roja, y los tentáculos azotaron al hombre, dándole una descarga eléctrica tras otra mientras él se sacudía convulsivamente. Ulrika atravesó al hombre, y los tentáculos cayeron, laxos, al suelo.

No había tiempo para respirar. Más adoradores del Caos los atacaban por todas partes. Gotrek luchaba contra un mutante que empuñaba una hacha en cada una de sus cuatro manos. El ruido del combate de ambos parecía el de una industriosa fundición. El gigante de Mathilda se tambaleó cuando el ser que parecía una rana azul transparente le sacó los ojos desde detrás. El gigantón rugió y dejó caer el martillo para intentar atrapar al atacante, pero la rana le arrancó la garganta. El hombretón cayó, mientras la sangre manaba de forma torrencial por debajo de la barba sobre el jubón mugriento.

En torno a ellos, los esclavos de las mujeres vampiras morían a manos de los adoradores del Caos. A Félix se le cayó el alma a los pies. Parecía que, después de todo, no serían suficientes para impedir la catástrofe. Empuñó la espada con ambas manos cuando sintió dolorosos pinchazos en el brazo derecho al recuperar la sensibilidad. Sus paradas y ataques eran débiles y suaves. Así, no duraría mucho.

Entonces, un coro de chillidos le hizo alzar la cabeza. Los miembros del culto y los mutantes que estaban más cerca de la entrada gritaban y retrocedían. Félix estiró el cuello. ¿Qué podía asustar a un mutante? Y entonces, los vio: figuras que arrastraban los pies, con largas caras de ojos en sombras, vestidas con harapos y restos de armaduras, salían de la oscuridad de los túneles y tendían hacia los adoradores del Caos crueles garras curvas.

Félix se quedó boquiabierto, y tuvo que parar desesperadamente cuando una hacha estuvo a punto de pillarlo por sorpresa. ¡Skavens! Las cabezas de afilados dientes eran inconfundibles, pero había algo raro. Eran terriblemente flacos. ¡Más que flacos! Se arriesgó a echar otra mirada. ¡Eran esqueletos! ¡Por Sigmar!, ¿acaso los viles hombres rata habían inventado otro modo de conquistar Nuln?

—¿Esqueletos de skavens? —preguntó, atragantándose a causa de la incredulidad—. ¿Es que no bastaba con los mutantes?

—No temas —replicó Ulrika, mientras paraba una hacha de carnicero—. Son obra de la señora Wither.

—¿Ella…, ella los ha resucitado? —Félix tragó—. ¿Hombres rata?

Ulrika se encogió de hombros y atravesó a su oponente.

—Supongo que tiene que usar el material que encuentra disponible.

Félix oyó que Gotrek maldecía violentamente en khazalid. Sabía cómo se sentía. ¿Cómo habían acabado en el mismo bando de la batalla que una nigromante? Desde que Félix podía recordar, habían luchado contra los nigromantes y sus secuaces dondequiera que los habían encontrado. Y, sin embargo, allí estaba él, casi aliviado porque los sirvientes no muertos de una de sus aliadas acudían en su ayuda. ¿Cómo había sucedido eso? ¿Qué lo había conducido a ese resultado de locos?

Sus ojos se deslizaron hacia Ulrika, que luchaba valientemente junto a él. Era ella quien lo había llevado hasta allí. Estas mujeres vampiras eran aliadas de ella. Si aceptaba a Ulrika como amiga, ¿significaba eso que también aceptaba a su raza?

Los esqueletos de skavens abrumaron a los adoradores del caos, arañándolos, chasqueando los dientes y entrechocando los huesos con un estruendo como de dados dentro de un cubilete. No eran rápidos. No eran fuertes. Ni eran difíciles de matar. Unos pocos golpes, y quedaban reducidos a esquirlas de hueso y polvo, pero los había a centenares. Los miembros del culto eran derribados por el ingente número, o morían a manos de los villanos de Mathilda o los héroes de Hermione, cuando un arañazo y un mordisco insignificantes los hacían mirar hacia atrás.

Félix estaba espantado ante la enorme cantidad de aquellos esqueletos que la señora Wither había encontrado para resucitar. Los túneles tenían que estar llenos de skavens muertos. Recordaba haber ayudado a los ciudadanos de Nuln a matar centenares de hombres rata en las calles durante la invasión, pero no recordaba que nadie hubiese entrado a luchar dentro de los túneles. ¿Qué los había matado allí abajo?

Los miembros del culto retrocedían ante la esquelética horda, y el pánico invadía sus filas. Segundos antes habían superado en número a Gotrek, Félix y sus aliados por tres a uno. Ahora se veían superados ellos por diez a uno, y cada vez caían más de los suyos.

Félix cruzó espadas con un hombre que tenía extrañas cicatrices circulares de quemaduras por toda la cara y las manos, unas pocas de las cuales aún presentaban un vivo color rojo. Félix frunció el ceño al desviar una estocada del hombre y responder con otra. Su aspecto le resultaba familiar. ¿Dónde había visto antes esa cara? ¿En las bodegas en llamas del subsuelo de Las Chabolas? ¿En la calle? ¿Durante el tumulto del puente?

Un débil recuerdo estaba apenas aflorando a la superficie de su mente cuando entró corriendo por el otro extremo de la cámara un hombre ataviado con el uniforme de la Escuela Imperial de Artillería.

—¡Hermanos! ¡Maestro Wissen! —gritó—. ¡Regocijaos! ¡Ha sonado el cañón! ¡La prueba ha sido un éxito! ¡Ya están cargándolo en la nave aérea!

Los adoradores del caos aclamaron. Félix oyó que Wissen suspiraba de alivio.

—¡Al fin! —dijo, y alzó la voz—. ¡Liebold! ¡Enciende las mechas! ¡El resto contened a estos entrometidos, que se queden donde están! ¡Nos llevaremos sus almas con nosotros cuando vayamos al encuentro de Tzeentch!

Los miembros del culto gritaron, exultantes, y atacaron a Gotrek, a Félix y a las mujeres vampiras con renovada furia, mientras uno que lucía una melena de pelo negro corría hacia el otro extremo de la cámara, donde se reunían los extremos de todas las mechas.

—¡Abríos paso! —gritó Gotrek, y comenzó a avanzar, matando a todos los adoradores del Caos que se le ponían por delante.

Félix maldijo mientras destripaba al hombre cuya cara no acababa de recordar, y asestó tajos a derecha e izquierda para hacer retroceder a media docena de atacantes. Los lunáticos parecían dispuestos a morir allí con el fin de asegurarse de que sus enemigos también murieran. Estaban más locos que Gotrek, todos anhelando alegremente sacrificarse por la mayor gloria de su dios demonio.

Gotrek mató a tres oponentes e intentó pasar entre otros seis. No fue lo bastante rápido. El hombre de pelo negro cogió una antorcha y comenzó a encender los extremos de las mechas, todos tendidos en línea ante él. A medida que las mechas se encendían, chisporroteantes llamas corrían por el suelo en todas direcciones, hacia los barriles.

—¡Matad al bastardo! —chilló madame Mathilda.

—¡Olvidadlo! —rugió Gotrek—. ¡Cortad las mechas!

De un golpe apartó a un lado a un trío de oponentes e intentó correr hacia el barril más cercano, pero un mutante de anchos hombros al que le crecían en la piel placas acorazadas de color anaranjado, parecidas al coral, se interpuso en su camino y lo acometió con un puño similar a un garrote recubierto de percebes. Gotrek bloqueó y respondió con un tajo que hizo volar fragmentos anaranjados al atravesar la coraza.

Ulrika siseó una maldición kislevita y pasó por encima de la muralla de enemigos con un salto de gacela. Pero antes de que sus pies tocaran el suelo, un apéndice translúcido voló hacia ella y la atrapó por un tobillo. Cayó de cara al suelo, y el ser que parecía una rana azul le saltó sobre la espalda y se puso a arañarla con las zarpas palmeadas. La había derribado con la lengua.

Félix maldijo y se lanzó hacia adelante, asestando tajos a diestra y siniestra para llegar hasta ella. Acometió al mutante rana con un tajo descendente, pero éste se apartó rodando, y su lengua voló hacia Félix, lo atrapó por una muñeca y lo atrajo, mientras el mutante intentaba arañarle la cara con las garras. Félix bloqueó con el brazo libre, y las garras le dejaron sangrientas estrías en el antebrazo.

Ulrika se puso en pie de un salto y dirigió un tajo a la espalda del mutante rana.

—¡No! —gritó Félix, mientras pateaba a la rana en pleno estómago y la aferraba por un brazo—. ¡Las mechas! ¡Este ya es mío!

—De acuerdo.

Ulrika dio media vuelta y corrió hacia los barriles que estaban más lejos. Madame Mathilda iba justo detrás de ella, después de librarse de las garras de un grupo de mutantes. Las mujeres vampiras se pusieron a coger las mechas y a arrancarlas de un tirón de dentro de los barriles.

—¡Detenedlas! —gritó Wissen—. ¡Volved a colocar las mechas! ¡Deben estallar todos a la vez!

Los miembros del culto se apartaron de la lucha para proteger los barriles. Wissen fue tras Ulrika, valiéndose de los brazos de mantis como si fueran patas adicionales, y se le lanzó contra la espalda. Ella giró sobre sí misma y le cercenó una de las pinzas. El chilló, pero la atacó a la vez con la espada y la pata restante. Ella paró y le devolvió los ataques.

El mutante rana volvió a arañar los brazos de Félix, que sorbió entre los clientes apretados de dolor y le dio un puñetazo en uno de los ojos grandes como platillos. El mutante chilló y le soltó el brazo de la espada que le tenía apresado con la lengua. Félix le dirigió un tajo, pero la criatura logró retroceder para esquivarlo y ponerse fuera de su alcance, mientras se cubría el ojo golpeado. Félix alzó la espada, y luego cambió de opinión y corrió hacia el barril más cercano. No era momento para luchar. Le arrancó la mecha y corrió hacia el siguiente.

Los secuaces de las mujeres vampiras que aún sobrevivían se desplegaron por toda la cámara para cortar las chisporroteantes mechas o arrancarlas de los barriles, mientras mantenían a distancia a adoradores del Caos y mutantes. Gotrek pasó por encima del cadáver del mutante de coral y corrió a hacer lo mismo. Los esqueletos de los skavens también avanzaron. Sólo la dama Hermione y el apergaminado brujo continuaron donde estaban, aún petrificados en la lucha de voluntades.

«¡Por Sigmar, vamos a lograrlo!», pensó Félix, mientras arrancaba otra mecha y se encaminaba hacia la siguiente. La lengua del mutante rana se le envolvió en el cuello y lo estrelló contra el suelo, y el impacto lo dejó sin respiración y le hizo soltar la espada. Se manoteó el cuello, pero la lengua ya se había retirado.

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