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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataelfos (47 page)

BOOK: Mataelfos
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—¿Qué clase de máquina es ésa? —preguntó Max.

—Es la cosa que se tragó a Félix y a herr Gurnisson —dijo Claudia, con desdicha—. La cosa que yo permití que se los llevara.

—Un sumergible skaven —explicó Gotrek, y escupió.

Max hizo una mueca.

—Apesta a piedra de disformidad.

Los skavens que iban nadando treparon por uno de los altos flancos del sumergible, mientras el dragón marino de Tarlkhir les lanzaba dentelladas, pillaba a dos y los partía por la mitad. Los otros reptiles se lanzaron tras el primero y sus cabezas ondularon sinuosamente hacia los ladrones skavens. Hombres rata armados con oxidadas espadas mugrientas salieron por una escotilla y corrieron a defender a sus hermanos, y luego se acobardaron cuando el sumergible comenzó a vibrar como un gong en el momento en que el skaven vestido de negro que llevaba la resonante arpa puso los pies sobre la cubierta. El agua saltaba y chapoteaba en torno a los bordes de la nave como si estuviera hirviendo.

—El arpa va a sacudir el sumergible hasta hacerlo pedazos —dijo Max.

—Mejor —sentenció Gotrek.

El siguiente en salir por la escotilla fue el anciano hechicero skaven, que cojeó por la cubierta con ayuda de su báculo, rodeado por un séquito de alimañas de negra armadura, y seguido por su rata ogro albina y el criado de paso tambaleante, carente de rabo.

Félix descubrió que se ponía a gruñir al observar cómo el ladrón vestido de negro corría hacia el vidente gris. Estaba libre, tenía la espada, y la alimaña que le había hecho daño a su padre estaba ante él.

—El —tronó la voz de Gotrek—. Vamos, humano. Me debe muchas.

—No si yo llego primero —dijo Félix, y pataleó hacia el flanco del sumergible skaven. Gotrek lo siguió, y Max hizo lo mismo.

Félix se volvió a mirar atrás.

—Tal vez deberías quedarte, Max.

—Allí hay demasiada magia —dijo el magíster—. No venceréis sin mí.

A Félix le preocupaba más la suerte de Max. El magíster parecía más muerto que vivo.

—Yo también os acompaño —dijo Claudia, pataleando tras ellos.

—Claudia… —dijo Félix, pero ella negó con la cabeza.

—Tengo que enmendar mi delito —insistió.

Félix iba a protestar más, pero luego se encogió de hombros. ¿Estaría realmente más a salvo cogida a un barril en medio de un mar lleno de dragones marinos que con ellos?

El skaven vestido de negro hincó una rodilla ante el vidente gris, y la alabarda que llevaba sujeta a la espalda descendió por encima de su cabeza hasta poner el arpa al alcance del hechicero. Los otros ladrones se arrodillaron tras él.

—Hemos hecho exactamente lo que él quería —dijo Félix, colérico, cuando llegaron al flanco del submarino, cerca de la popa—. Les creamos problemas a los elfos oscuros, y permitimos que sus ladrones se apoderaran del arpa en medio de la confusión. Ha estado controlándonos como a marionetas desde que nos puso en libertad.

—Yo no soy la marioneta de nadie —gruñó Gotrek, y comenzó a trepar por el lateral del sumergible.

—Ni yo —dijo Félix, mientras él, Max y Claudia trepaban tras el enano por las extrañas tuberías, rebordes y placas mal sujetas que conformaban la piel del monstruo metálico. Vibraba tanto que sujetarse a él hacía que les dolieran las manos.

El anciano skaven contemplaba fijamente el arpa, al parecer desgarrado entre el horror y el deseo, mientras sus seguidores se apartaban de ella poco a poco. La rata ogro gemía, descontenta, y se tapaba los oídos. El vidente extendió una vacilante zarpa hacia el instrumento, pero, antes de que pudiera tocarlo, en torno a él estalló una nube de fuego negro. Los ladrones skavens se lanzaron lejos de las negras llamas con una rapidez extraordinaria, mientras el skaven sin cola retrocedía con torpeza y la rata ogro aullaba; pero muchos de los guerreros skavens que rodeaban al vidente chillaron y murieron en el fuego de ébano, consumidos hasta transformarse en esqueletos carbonizados dentro de la armadura. El viden-

te chilló de dolor y rabia, pero pareció absorber el fuego sin sufrir daño alguno. Se volvió hacia la parte delantera del sumergible, donde Heshor y Tarlkhir se encontraban muy arriba, sobre su dragón marino, rodeados por otros jinetes de reptiles.

El hechicero skaven trazó un círculo con el báculo y el aire onduló ante él, para luego desplazarse en un arco hacia los druchii. Los dragones marinos se volvieron locos. Rugieron y se debatieron como si los atacaran avispas. Desarzonaban a sus jinetes y se atacaban a sí mismos y unos a otros, arrancándose la escamosa piel con los dientes. Heshor y Tarlkhir fueron lanzados al agua mientras los caballeros gritaban e intentaban recuperar el control de las monturas.

Karaghul parecía aullar exigiendo que Félix corriera, se zambullera y las matara a todas. Jaeger apretó los dientes para obligarse a no hacer caso de la insistente llamada, y subió con Gotrek, Claudia y Max a la vibrante cubierta del sumergible. Ya habría tiempo de dejar en libertad la furia de la espada, pero ahora no era el momento y los dragones marinos no eran su objetivo. Él quería matar al hechicero skaven.

Avanzaron sigilosamente hacia la torreta central, mientras las planchas sueltas del sumergible golpeteaban en ensordecedora armonía con el alarido del arpa.

El vidente skaven devolvió la atención al arpa que el ladrón presentaba otra vez ante él en el extremo de la alabarda. Abrió los brazos, chilló un encantamiento malsonante, y el aire comenzó a espesarse en torno al arpa, deformando la luz y ensordeciendo el sonido. Entonces, el viejo skaven acercó más los brazos entre sí, sin dejar de chillar en ningún momento, y el aire que mediaba entre sus patas se volvió aún más denso hasta el punto de parecer gelatina, y el sonido del arpa disminuyó aún más. El vidente gris temblaba a causa del esfuerzo.

El metal que golpeteaba en torno a Félix y los otros se aquietó, y las vibraciones cesaron.

—¡Qué poder! —dijo Max, asombrado, mientras observaban a la sombra de la torreta central—. ¡Detener algo tan poderoso!

—Aun así lo mataré —gruñó Félix.

El vidente gris unió las patas, y el arpa dejó de sonar por completo. Entonces extendió un brazo y la cogió con tanta facilidad como si fuera un libro.

El repentino silencio resultaba inquietante. Félix se sintió como si durante toda la vida hubiera estado oyendo el arpa, y con su silencio se le hubiera quitado de encima un peso que había llevado sobre la espalda desde la infancia. Los gritos de los agonizantes y el chapoteo de las olas, los ruidos del interior del sumergible, los rugidos de los dragones marinos, eran todos sonidos claros y próximos, y los chillidos de los skavens y los gritos de los caballeros druchii sonaban con fuerza en los oídos de Félix.

También se oían gritos más distantes, y Félix vio que dos galeras de los elfos oscuros bogaban hacia ellos y sus proas abrían sendas entre los pecios flotantes mientras los remos ascendían y descendían.

El vidente gris regresó apresuradamente hacia la escotilla por la que había salido, triunfante, rodeado por los guardias supervivientes, seguido por la pesada rata ogro y el sirviente sin rabo. Gotrek desenfundó el hacha y se dispuso a cargar. Félix, inflamado por el odio que Karaghul sentía hacia los dragones marinos y el que sentía él por el hechicero skaven, reprimió el impulso de salir corriendo por delante del Matador.

—¿Ahora? —preguntó, ansioso.

Justo en ese momento, la escotilla se estremeció y se cerró de golpe, cortando por la mitad a un skaven que estaba saliendo por ella.

Los otros skavens retrocedieron, asustados. El vidente gris se volvió rápidamente. Detrás de él, en la proa del sumergible, Heshor salió del mar levitando, con los brazos aún extendidos tras haber lanzado el hechizo que había cerrado la escotilla, mientras Tarlkhir y sus caballeros trepaban de un modo más prosaico y la rodeaban.

Con el arpa aún sujeta con la pata derecha, el hechicero skaven gruñó y con la izquierda disparó lanzas de luz verde hacia Heshor. La hechicera alzó las manos, y ante ella apareció un escudo de aire oscuro en el que rebotaron las lanzas verdes. Envió ondulantes serpientes de humo hacia el vidente, y la batalla comenzó. Los espadachines rata vestidos de cuero cargaron contra Tarlkhir y sus caballeros. La rata ogro albina y los guerreros skavens de negra armadura permanecieron junto al vidente.

—¡Ahora, humano! —rugió Gotrek.

—Esperad —dijo Max—. Dejad que os proporcione algo de protección…

Pero Gotrek y Félix ya cargaban directamente hacia la espalda del hechicero skaven, rugiendo jubilosos gritos de guerra. Félix dejó que Karaghul se hiciera con el control. Y o consumió una furia roja.

Los skavens de armadura negra se volvieron al oír el rugido, pero no con la rapidez suficiente. El hacha de Gotrek decapitó a uno, abrió un tremendo tajo en el pecho de un segundo y le cercenó las piernas a un tercero. Félix mató a otros dos. El Matador le gritó a la enorme rata ogro que fuera a luchar con él. Ella aceptó el desafío, rugió y alzó unos puños como arietes mientras corría a su encuentro. Félix saltó hacia tres skavens de negra armadura con la intención de embestirlos para llegar hasta el vidente gris.

El viejo skaven giró a medio hechizo y chilló al ver la carnicería que tenía detrás. Alzó una mano y comenzó un nuevo hechizo, esta vez dirigido contra ellos. Félix sintió un cosquilleo, y por un momento temió lo peor, pero luego los envolvió una esfera de luz dorada y se dio cuenta de que Max había acabado su hechizo.

Mientras Gotrek descargaba hachazos contra la monstruosidad albina, y Félix luchaba contra los skavens acorazados, un destello de no-luz cegadora salió disparado de las manos de Heshor, y el hechicero skaven siseó y se contrajo mientras la negrura se arrastraba por su cuerpo y le invadía todos los orificios. El vidente gris dio un traspié y, a pesar de tener los dientes apretados, intentó pronunciar un hechizo que contrarrestara al de la suma hechicera.

Félix mató a dos de los corpulentos skavens. A su izquierda, Gotrek estaba atrapado en las zarpas de la rata ogro, que lo alzaba por encima de la cabeza. Félix se agachó para esquivar un tajo y paró otro. Cuando se volvió a mirar, la rata ogro caía de espaldas, con la hoja del hacha de Gotrek hundida en la cabeza. Impactó contra la cubierta metálica con una detonación hueca, y Gotrek le arrancó el hacha para continuar embistiéndolo todo en dirección al vidente gris, que aún luchaba contra la red de poder de Heshor. Cuando Gotrek lo acometió con un tajo, el skaven viejo chilló y se lanzó hacia atrás. El hacha le cortó la muñeca derecha y provocó una fuente de sangre negra.

El vidente gris gritó cuando el arpa se alejó rebotando por la cubierta hacia los elfos oscuros, con la garra derecha aún aferrada a ella. Cayó, chillando y aferrándose su sangrante muñón, mientras volvía negros ojos aterrorizados hacia Gotrek.

—¡Lo siguiente es tu cabeza, alimaña! —rugió el Matador.

Un grupo de skavens acudió a defender al vidente gris. Gotrek cargó contra ellos.

—¡No, Gotrek! —gritó Félix—. Es mío. ¡El le hizo daño a mi padre!

Jaeger comenzó a abrirse paso a tajos entre los skavens de negra armadura para intentar llegar hasta el vidente caído, pero justo en ese momento saltó hacia él el skaven vestido de negro, armado con guanteletes provistos de largas garras metálicas.

Félix destripó al asesino cuando chocó contra él y le dejó sangrantes arañazos en la espalda y el pecho, lo arrojó a un lado y se reunió con Gotrek en el preciso momento en que éste decapitaba al último guardia del vidente, y se detenía ante la figura que se retorcía al borde del sumergible.

—Tendría que matarte una docena de veces para saldar la deuda que tienes conmigo, alimaña —dijo Félix.

—Tendrás que conformarte con una —gruñó Gotrek.

Ambos alzaron las armas sobre el acobardado vidente gris, pero, de repente, con un chillido agudo, el pequeño sirviente sin rabo saltó hacia su señor y lo arrastró por encima de la borda del sumergible, al agua.

—¡Vuelve aquí! —gritó Félix.

Gotrek rugió de furia.

—¡Enfréntate con la muerte, cobarde!

—¡Gotrek! ¡Félix! —gritó Max, desde donde se había puesto a cubierto—. ¡El arpa! ¡Los druchii! ¡Se acercan los barcos!

Gotrek y Félix se volvieron a regañadientes. El arpa, con la pata cortada del viejo skaven aún aferrada a ella, había despertado otra vez y estaba danzando y temblando en medio de una enloquecida refriega, mientras el sumergible comen-

zaba a sacudirse una vez más con su resonancia. Tarlkhir y sus caballeros luchaban por su posesión con una horda de skavens armados con espadas, mientras por babor y estribor se acercaban cada vez más los dos barcos de guerra druchii. A Félix se le hizo un nudo en la garganta. Si no se apoderaban ahora del instrumento, ya no podrían hacerlo.

El y Gotrek se encaminaron hacia el arpa, abriéndose camino a tajos entre skavens y elfos oscuros, pero Heshor no estaba dispuesta a permitir que se le acercaran. Gritó una frase inmunda, y hacia ellos salieron disparados rayos de no-luz. La esfera dorada de Max absorbió algunos de ellos antes de reventar como una pompa de jabón. Los rayos continuaron adelante.

El Matador maldijo y alzó el hacha. Los rayos se dividieron para pasar en torno a ella, rebotaron en la hoja y ensartaron a los skavens que había en torno a ellos, los cuales se desplomaron sobre la cubierta entre chillidos, y sangrando por la boca, la nariz y los ojos. Félix estaba acuclillado detrás del Matador, a pesar de lo cual unos horribles dolores lacerantes le atravesaron los pulmones y las articulaciones, y estuvieron a punto de hacerlo caer de rodillas.

Luego, un brillante rayo pasó junto a ellos, procedente de detrás, e impactó contra Heshor. La suma hechicera gruñó y se volvió para disparar sus rayos negros hacia la torreta tras la que se ocultaban Max y Claudia.

Félix le envió un silencioso agradecimiento a la vidente, mientras el dolor disminuía un poco. Continuó avanzando a tropezones, con Gotrek, abriéndose paso a tajos través de la demente refriega de elfos oscuros y skavens que peleaban por el arpa. Era algo terrible intentar apoderarse de ella, porque las vibraciones hacían que resultara imposible recogerla. Los skavens que intentaban hacerse con ella retiraban las manos de inmediato a causa del dolor, sólo para morir pollas armas de los druchii, que tampoco podían sostenerla, así que resbalaba y patinaba de un lado a otro por la cubierta al intentar apoderarse de ella cada uno de los bandos.

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