Mass Effect. Revelación (16 page)

Read Mass Effect. Revelación Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Mass Effect. Revelación
10.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Aparta la mano del arma y date la vuelta —gritó Saren, mientras alzaba la pistola con las dos manos y la apuntaba hacia el cuerpo— o te mato ahora mismo de un tiro.

Un segundo después, la mano se retiró lentamente de la escopeta. El hombre rodó sobre su espalda mientras jadeaba ruidosamente en busca de aire: al acercarse Saren, había estado conteniendo la respiración para intentar hacerse pasar por muerto.

—Por favor, no me mates —suplicó. Saren dio un paso en su dirección y apuntó con la pistola al punto exacto entre sus dos ojos—. ¡Yo ni siquiera luché en la Primera Guerra de Contacto!

—Algunos espectros detienen a la gente —apuntó Saren, en un tono despreocupado—. Yo no.

—¡Espera! —gritó el hombre, mientras se arrastraba hacia atrás hasta quedar encajonado contra la pared—. ¡Espera! ¡Tengo información!

Saren no dijo nada. En su lugar, bajó el arma y asintió brevemente.

—Es sobre otro grupo de mercenarios, los Soles Azules.

Cualquier espectro que trabajara en el Confín sabía que los Soles eran un cuerpo a tener en cuenta: un grupo pequeño aunque bien conocido con miembros a la vez experimentados y profesionales. La antítesis exacta de esta banda.

—Continúa.

—Preparan algo. Algo grande.

—¿Qué?

—No… no lo sé —el tipo tartamudeó e hizo una mueca, como si esperara que le disparase por haber admitido su ignorancia. Tras el segundo que tardó en darse cuenta de que seguía con vida, continuó, hablando atropelladamente—. Así es como nos metimos en esta compra. Se suponía que los Soles Azules iban a hacerse con el cargamento, pero se retiraron. Oí decir que tenían un trabajo de gran envergadura en marcha y que no querían ponerlo en peligro por llamar la atención de algún espectro con una compra de armas.

Saren se sintió intrigado. Cualquier cosa que estuvieran tramando tenía que ser importante: los Soles Azules casi nunca daban la espalda a un trato que ya hubieran negociado. Si estaban esforzándose tanto por mantener a los espectros alejados del tema, significaba que más le valía averiguar qué estaba ocurriendo.

—¿Y qué más?

—Eso es todo lo que sé —dijo el tipo—. ¡Te lo juro! Si quieres saber más deberías investigar a los Soles Azules. Entonces… ¿hacemos un trato o no?

Saren resopló con sarcasmo.

—¿Un trato?

—Ya sabes… yo te paso la información sobre los Soles Azules y tú me dejas seguir con vida.

El espectro alzó de nuevo la pistola.

—Deberías haber negociado antes de ponerte a cantar. Ya no te queda nada con lo que hacer un trato.

—¿Cómo? ¡No, por favor! No…

La pistola puso fin a sus quejas y Saren se dio la vuelta y caminó tranquilamente hacia fuera dejando atrás la carnicería del almacén. Una vez llegara a Phend, alertaría a las autoridades locales para que pudieran recuperar las armas robadas… y limpiar la porquería.

La mente de Saren estaba ya en su siguiente trabajo. Al principio no le había hecho demasiado caso a las noticias sobre la destrucción de Sidon. Imaginó que con el tiempo aquello conduciría hasta algún grupo radical escindido de batarianos rebeldes, una represalia contra los intentos humanos para expulsar a sus principales rivales fuera del Confín. Pero si el ataque no era un trabajo de terroristas políticos, entonces los Soles Azules eran una de las pocas organizaciones de seguridad privadas capaces de llevarlo a cabo.

Saren tenía toda la intención de averiguar quién les había contratado y por qué. Y sabía por dónde empezar la investigación.

Anderson se había pasado la mayor parte de dos días revisando el expediente personal de Kahlee Sanders, intentando darle un sentido.

Los datos físicos estaban claros: edad, 26; altura, 1,68; peso 55 kilogramos. La foto de su identificación dejaba ver que tenía rasgos predominantemente caucásicos: tez blanca, ojos marrón claro y pelo rubio oscuro. Era atractiva, aunque Anderson dudaba que alguien la hubiera llamado guapa jamás. Tenía una expresión dura, como si estuviera buscando pelea.

Cosa que, dado su historial personal, no resultaba sorprendente. De acuerdo con el expediente se había criado en la megalópolis tejana formada por la unión de Houston, Dallas y San Antonio; una de las regiones más pobres de la Tierra. Fue educada por una madre soltera, una obrera que cobraba el salario mínimo. Alistarse en el ejército fue probablemente la única posibilidad de alcanzar una vida mejor, aunque no lo hiciera hasta los veintidós, poco después de la muerte de su madre.

La mayoría de los reclutas se alistaban antes de los veinte. Anderson lo hizo el día en que cumplió dieciocho. Pero a pesar de su tardío comienzo, o quizá por ello, Kahlee Sanders sobresalió en el adiestramiento básico. Era competente en el combate cuerpo a cuerpo y en el entrenamiento con armas aunque su auténtica aptitud había sido en el campo de la tecnología.

Según su ficha había cursado asignaturas de informática de nivel básico durante los años anteriores a su alistamiento y, después de incorporarse, se lanzó al estudio de la programación avanzada, de las redes de comunicación de datos y de las arquitecturas de prototipos de sistemas. Acabó la primera de su clase, tras completar un programa de tres años en tan sólo dos.

Los exámenes de personalidad y las evaluaciones psicológicas mostraban que era inteligente y que tenía un marcado sentido de la identidad personal y la autoestima. Las evaluaciones de sus pares y de sus oficiales superiores indicaban que era cooperativa, popular y un elemento positivo en cualquier equipo con el que trabajase. No era de extrañar que la hubieran asignado al proyecto de Sidon.

Y por eso nada de aquello parecía encajar. Anderson conocía la diferencia entre un buen soldado y uno malo. Kahlee Sanders era sin duda un buen soldado. Puede que al principio se alistara en la Alianza como un modo de escapar, buscando una vida mejor que la que había tenido en la Tierra. Pero había encontrado exactamente aquello que buscaba. Desde que se incorporó al ejército, no había cosechado nada más que éxitos, distinciones y recompensas. Además, con su madre muerta, no tenía otra familia ni amigos de verdad más allá de sus compañeros soldados.

A Anderson no se le ocurría un solo motivo por el que ella pudiera ponerse en contra de la Alianza. Ni siquiera la codicia era razonable: en Sidon todo el mundo estaba ganando un dineral. Además, Anderson sabía lo bastante sobre la naturaleza humana para comprender que hacía falta algo más que simple avaricia para convencer a alguien de que colaborase en la matanza de gente con la que convivía y trabajaba a diario.

Había otra cosa que le molestaba en este asunto. Si Sanders era una traidora, ¿por qué había desaparecido el día anterior al ataque, llamando la atención sobre sí? No tenía más que presentarse en su turno habitual y todos hubieran dado por sentado que ella era uno de los cuerpos que se habían volatilizado durante la explosión. Parecía como si alguien estuviera tendiéndole una trampa.

Aunque tampoco podía negar que su súbita desaparición era demasiado sospechosa para descartarla como una mera coincidencia. Necesitaba averiguar qué era lo que estaba ocurriendo y, hasta ahora, la única pista que tenía era lo que no figuraba en su ficha. El padre de Kahlee Sanders figuraba oficialmente registrado como «desconocido». En estos tiempos de control global de la natalidad para hacer frente a poblaciones en crecimiento en los que, además, existían gigantescos bancos de datos de ADN, resultaba prácticamente imposible desconocer la identidad de los progenitores de un niño… a menos que ésta hubiera sido expresamente ocultada.

Analizar en profundidad los archivos oficiales demostró que todas las referencias al padre de Kahlee Sanders habían sido eliminadas: registros de hospital, informes de inmunización… todo. Era como si alguien hubiera intentado activamente suprimirle de su vida. Alguien lo bastante importante para poder falsificar documentos del gobierno. Kahlee y su madre debían de formar parte del encubrimiento. Si la madre hubiera querido que la identidad del padre quedara al descubierto no habría habido manera de pararla. Y Kahlee podría haber conseguido fácilmente una prueba de ADN siempre que la hubiera deseado. Ellas tenían que estar al corriente, aunque por algún motivo no querían que nadie más lo supiera.

Sin embargo, ninguna de las dos tenía la clase de recursos financieros o influencias políticas necesarias para conseguir algo así. Lo que significaba que otra persona —probablemente el padre— también había estado implicada. Si Anderson lograba averiguar quién era el padre y por qué había sido borrado de todos los registros oficiales, quizá podría ayudarle a comprender qué relación tenía Kahlee Sanders con el ataque a Sidon.

Desgraciadamente, había agotado todos los conductos oficiales, aunque, por fortuna, existían otros medios para sacar a la luz secretos enterrados, motivo por el que ahora se encontraba en un oscuro callejón de los distritos esperando a reunirse con un intermediario de información.

Se había presentado con unos minutos de antelación, impaciente por ver qué revelaba la búsqueda del intermediario. Como era de suponer, su contacto aún no había llegado. Se pasó los cinco minutos siguientes esperando y, de vez en cuando, caminando de un lado a otro mientras los segundos se alargaban pesadamente.

Justo cuando su reloj daba la hora, una figura apareció a la vista, materializándose de entre las sombras. A medida que se aproximaba, rápidamente se hizo patente que era una salariana. Más bajos y delgados que los humanos, los salarianos parecían un cruce entre algún tipo de lagarto o camaleón y los grays, descritos por presuntas víctimas durante el brote de abducciones alienígenas ficticias denunciadas en la Tierra a finales del siglo
XX
. Anderson se preguntó si había estado ahí todo el rato, observándole mientras esperaba pacientemente a que llegara el momento de su cita señalada.

—¿Averiguó algo? —le preguntó a la mujer que había contratado para peinar la extranet en busca de cualquier pista concerniente a la identidad del padre de Kahlee Sanders.

Cada día se transmitían por la extranet paquetes con trillones de tetragigas de datos; tenía que haber algo de provecho enterrado ahí. Pero rastrear una cantidad de datos funcionalmente infinita en busca de un fragmento de información en concreto podía ser un ejercicio de frustración sin sentido. Reunir, procesar y analizar cada paquete podría llevar días… e incluso entonces, el resultado podía ser de millones y millones de páginas impresas. Ahí era donde entraban los intermediarios de información: especialistas que utilizaban algoritmos complejos y buscadores de diseño propio para restringir y clasificar los datos. Dominar la extranet tenía tanto de arte como de ciencia y los salarianos destacaban en el oficio de reunir información confidencial.

Los grandes ojos de la salariana parpadearon.

—Ya le advertí que podría no haber mucho que encontrar —dijo, hablando rápidamente. Los salarianos siempre hablaban deprisa—. Los registros anteriores a la conexión de su especie a la extranet son esporádicos.

Anderson ya lo suponía. Las diferentes agencias gubernamentales estaban agregando lentamente los archivos de la época anterior a la Primera Guerra de Contacto, aunque la entrada de registros antiguos era una prioridad menor dentro de cada administración.

Dada la edad de Sanders, era probable que su padre desapareciera de su vida mucho antes de que la Humanidad entrara en contacto con la gran comunidad galáctica.

—¿O sea que… no tiene nada?

La salariana sonrió.

—Yo no he dicho eso. Fue difícil de localizar, pero encontré algo. Parece como si la mano derecha de la Alianza no supiera lo que hace la izquierda.

Le entregó un pequeño disco de almacenamiento óptico.

—Hágame la vida más fácil —le dijo Anderson cogiendo el disco y metiéndoselo en el bolsillo—. Dígame qué es lo que voy a encontrarme cuando analice el disco.

—El día en que Kahlee Sanders se graduó en la Academia de Adiestramiento de Arturo se remitió un mensaje encriptado a través de los conductos confidenciales de la Alianza a un individuo de una de vuestras colonias en el Confín Skylliano. Unos segundos después de ser recibido fue eliminado.

—¿Cómo tiene acceso a los conductos confidenciales de la Alianza? —exigió Anderson.

La salariana rio.

—Hace menos de una década que su especie ha comenzado a transmitir datos por la extranet. Mi especie ha dirigido las principales operaciones de espionaje e inteligencia para la Ciudadela desde hace dos mil años.

—De acuerdo. ¿Dijo que el mensaje había sido eliminado?

—Exactamente. Borrado y eliminado de los registros. Aunque nada desaparece nunca del todo después de alcanzar la extranet. Siempre quedan ecos y restos que la gente como yo puede encontrar. La extranet funciona sobre una…

—No me interesan los detalles —le interrumpió Anderson, levantando una mano para interrumpirla—. ¿Qué decía el mensaje?

—Era breve. Un único archivo de texto que comprendía el nombre de Kahlee Sanders, sus notas finales y su situación académica. Realmente impresionante. Podría tener un brillante futuro en mi campo si quisiera trabajar para…

Anderson la interrumpió de nuevo, cada vez más impaciente.

—Todo esto figuraba en su archivo personal. No le pagué para que me consiguiera sus calificaciones.

—Todavía no me ha pagado —le hizo notar—. Esto se facturará a sus superiores de la Alianza, ¿recuerda? Dudo que usted pudiera permitirse contratar mis servicios. Es por eso por lo que acudió a mí desde el principio.

Anderson se llevo involuntariamente las manos a las sienes.

—Vale. No era eso lo que quería decir. —Los salarianos solían hablar en círculos, cambiando de tema a cada instante. Le daba dolor de cabeza. Obtener de ellos lo que uno necesitaba siempre parecía llevar el doble de tiempo—. Por el amor de Dios, espero que tenga algo más que esto.

—El remitente del mensaje era uno de los instructores de la Academia. Un hombre que se retiró hace ya tiempo. El seguimiento preliminar indica que no está relacionado con la investigación; probablemente sólo actuaba bajo órdenes del destinatario y desconocía el motivo por el que estaba enviando la información. Aunque carezco de pruebas, sospecho que el destinatario es el padre de Kahlee Sanders. Como oficial de alta graduación de la Alianza, debía de tener los medios para encubrir sistemáticamente su relación y hacerlo de un modo que fuera difícil de rastrear. No obstante, no fui capaz de determinar por qué padre e hija eligieron apartarse el uno del…

Other books

Sea of Fire by Carol Caldwell
Not Ready for Mom Jeans by Maureen Lipinski
Hers the Kingdom by Streshinsky, Shirley
The Thief by Clive Cussler, Justin Scott
Tainted Cascade by James Axler
The Looking Glass Wars by Frank Beddor
Raising Hope by Katie Willard