Read Más allá del planeta silencioso Online
Authors: C. S. Lewis
Tags: #Ciencia Ficción, Relato, otros
—¿Tiene el cerebro dañado?
—No sé. Quizás no describo sus ideas con exactitud. Él es más sabio que yo.
—¿Cree que puede ir a los mundos grandes? ¿Cree que Maleldil desea que una raza sea eterna?
—El no sabe que hay un Maleldil. Pero lo cierto, Oyarsa, es que trae el mal a tu mundo. No debes permitir que los de nuestra especie vuelvan otra vez aquí. Si sólo puedes evitarlo matándonos a nosotros tres, estaré de acuerdo.
—Si vosotros fuerais parte de mi gente los mataría a ellos ahora mismo, Ransom, y a ti un poco después, porque ellos están torcidos más allá de toda esperanza y tú, cuando seas un poco más valiente, estarás listo para unirte a Maleldil. Pero mi autoridad termina en los límites de mi mundo. Matar a un
jnau
ajeno es algo terrible. No será necesario.
—Ellos son poderosos, Oyarsa, pueden arrojar la muerte a muchos kilómetros de distancia y pueden hacer caer aires que matan a sus enemigos.
—El más insignificante de mis siervos podría haber tocado su nave antes de que llegara a Malacandra, mientras estaba en el cielo, y convertirla en un cuerpo de movimientos diferentes; desde tu punto de vista, habría dejado de ser un cuerpo. Quédate tranquilo, que nadie de tu raza volverá a entrar en mi mundo a menos que yo lo llame. Pero pasemos a otro tema. Cuéntame ahora cosas de Thulcandra. Cuéntame todo. No sabemos nada desde el día en que el Torcido se hundió fuera del cielo en el aire de tu mundo, herido en la misma luz de su luz. Pero ¿por qué vuelves a tener miedo?
—Tengo miedo de esas extensiones de tiempo, Oyarsa… o quizás no comprendo. ¿No dijiste que eso ocurrió antes de que hubiera vida en Thulcandra?
—Sí.
—¿Y tú, Oyarsa? Has vivido… ¿Y la imagen de la roca, donde el frío está matando a los animales sobre el
jarandra
, es la imagen de algo que ocurrió antes de que mi mundo comenzara?
—Veo que eres un
jnau
después de todo —dijo la voz—. Es evidente que ninguna roca expuesta al aire en ese entonces sería roca hoy. Esa imagen comenzó a desmenuzarse y fue copiada nuevamente tantas veces como eldila hay en el aire sobre tu cabeza. Pero fue copiada con exactitud. En ese sentido estás viendo una imagen ejecutada cuando tu mundo aún estaba a medio hacer. Pero no pienses en esas cosas. Mi pueblo tiene la ley de no hablar mucho acerca de tamaños o cantidades con otros pueblos, ni siquiera con los sorns. Vosotros no comprendéis y eso os hace reverenciar cosas que no tienen importancia y pasar por alto lo verdaderamente grande. Más bien cuéntame qué ha hecho Maleldil en Thulcandra.
—Según nuestras tradiciones… —comenzó Ransom, cuando un tumulto inesperado irrumpió en medio de la solemne quietud de la asamblea. Un grupo grande, casi una procesión, se aproximaba al bosquecillo desde el transbordador. Hasta donde Ransom podía ver, estaba integrada totalmente por jrossa y parecían llevar algo.
Cuando el grupo se acercó más vio que los jrossa que iban al frente llevaban tres bultos estrechos y alargados. Cada bulto era transportado sobre la cabeza por cuatro jrossa. Detrás de ellos venía otro grupo, armado con arpones, al parecer custodiando a dos criaturas que no reconoció. La luz les daba desde atrás mientras entraban a la avenida de los monolitos. Eran mucho más bajos que cualquier ser que hubiera visto en Malacandra y dedujo que eran bípedos, aunque los miembros inferiores eran tan robustos y salchichudos que no se atrevía a llamarlos piernas. Los cuerpos eran un poco más estrechos en la parte superior que en la base, dándoles un leve aspecto de pera, y las cabezas no eran redondas como las de los jrossa ni alargadas como las de los sorns, sino casi cuadradas. Avanzaban con torpeza sobre pies estrechos y de aspecto pesado que parecían apoyarse contra el suelo con violencia innecesaria. Y ahora sus caras se iban haciendo visibles como masas de carne apelotonada y arrugada de diversos colores, orladas por una sustancia oscura, peluda… De pronto, con un indescriptible cambio de sentimientos, advirtió que estaba viendo hombres. Los dos prisioneros eran Weston y Devine, y él, durante un momento privilegiado, había visto la forma humana con ojos casi malacándricos.
Los que encabezaban la comitiva habían llegado a unos pocos metros de Oyarsa y bajaban su carga. Ransom pudo ver que eran tres jrossa muertos que yacían sobre angarillas fúnebres de un metal desconocido. Estaban boca arriba y no tenían los ojos cerrados como los muertos humanos: miraban, fijos y desconcertantes, hacia el alto dosel dorado del bosquecillo. Uno de ellos era Jyoi. Fue su hermano, Jyayi, quien se adelantó y, después de inclinarse ante Oyarsa, comenzó a hablar.
Al principio Ransom no oyó lo que decía, porque estaba concentrado en Weston y Devine. No tenían armas y eran vigilados de cerca por los jrossa armados. Como Ransom, ambos habían dejado de afeitarse desde la llegada al planeta y estaban pálidos y sucios. Weston, de pie con los brazos cruzados, tenía una expresión fija, casi artificial, de desesperación. Devine, con las manos en los bolsillos, parecía estar de furioso mal humor. Sin duda, los dos tenían buenos motivos para tener miedo, aunque no les faltaba valor. Rodeados por los guardias y con la atención puesta en la situación que se desarrollaba ante ellos, no habían notado la presencia de Ransom, que comenzó a escuchar lo que decía el hermano de Jyoi.
—No me quejo mucho de la muerte de estos dos, Oyarsa, porque cuando anoche caímos sobre los
jombra
estaban aterrorizados. Podríamos decir que fue una cacería y que los dos murieron como si hubieran luchado con un
jnakra
. Pero a Jyoi lo hirieron desde lejos con una arma de cobardes, sin que él hubiera hecho nada para asustarlos. Y ahora mi hermano está ahí tendido, él, que fue un
jnakrapunt
y un magnífico poeta, y su muerte es una dura pérdida.
La voz de Oyarsa habló por primera vez a los dos hombres.
—¿Por qué habéis matado a mi
jnau
? —preguntó.
Weston y Devine miraron ansiosamente a su alrededor para averiguar quién hablaba.
—¡Por Dios! —exclamó Devine en inglés—. ¡No me digas que tienen un altavoz!
—Ventriloquia —replicó Weston en un ronco susurro—. Muy común entre salvajes. El brujo o chamán pretende entrar en trance y hace de ventrílocuo. La cuestión es identificar al brujo y dirigirte a él en vez de hacerlo hacia la voz; eso le destroza los nervios y le demuestra que no caíste en la trampa. ¿Ves a alguno de estos brutos en trance? ¡Caramba, creo que lo descubrí!
Han de reconocerse los poderes de observación de Weston: había elegido al único ser de la asamblea que no estaba de pie en actitud de reverencia y atención. Se trataba de un anciano jross agachado, con los ojos cerrados, cerca de él. Adelantándose un paso, Weston adoptó una actitud desafiante y exclamó en voz alta (su conocimiento del idioma era elemental).
—¿Por qué nos quitaron nuestros
bang bang
? Nosotros estar furiosos con ustedes. No tener miedo.
Según la hipótesis de Weston, su actuación debería haber sido impresionante. Por desgracia para él, nadie compartía su teoría sobre el comportamiento del anciano jross. El jross (a quien todos conocían bien, incluso Ransom) no había llegado con la comitiva funeraria. Había estado en su puesto desde el amanecer. Sin duda, no tenía intención de faltarle el respeto a Oyarsa, pero había sucumbido desde temprano a una debilidad que aqueja a los
jnau
ancianos de todas las especies y ahora disfrutaba de una siesta profunda y reconfortante. Uno de sus bigotes se crispó un poco cuando Weston le gritó en la cara, pero sus ojos siguieron cerrados.
La voz de Oyarsa volvió a oírse.
—¿Por qué le hablas a él? —dijo—. Soy yo quien te pregunta ¿por qué mataste a mi
jnau
?
—Tú dejarnos ir, entonces hablar —vociferó Weston al jross dormido—. Tú pensar que nosotros no poder pensar que tú hacer lo que quieras. Tú no poder. Nos envía el gran cacique del cielo. Si ustedes no hacer lo que él dice, él venir y destruirlos a todos:
¡Puf!, ¡bang!
—No sé lo que quiere decir
bang
—dijo la voz—. Pero ¿por qué mataste a mi
jnau
?
—Diles que fue un accidente —le murmuró Devine en inglés.
—Ya te dije que no sabes cómo tratar con los nativos —contestó Weston en el mismo idioma—. Al menor signo de debilidad se nos echarán encima. El único camino posible es intimidarlos.
—¡Está bien! Entonces sigue con tu número —gruñó Devine. Era evidente que comenzaba a perder la confianza en su socio.
Weston carraspeó y se encaró una vez más al jross anciano.
—Nosotros lo matamos —gritó—. Eso mostrar lo que podemos hacer. Todo el que no hacer lo que decimos…
¡puf, bang!
… matarlo como a ése. Hacer lo que decimos y nosotros darte cosas lindas. ¡Mirad, mirad!
Entonces Weston extrajo del bolsillo, para gran vergüenza de Ransom, un collar de cuentas brillantes, indudable obra del señor Woolworth, y comenzó a agitarlo ante las caras de los guardias, girando lentamente una y otra vez y repitiendo:
—¡Bonito, bonito! ¡Mirad! ¡Mirad!
El resultado de esa treta fue más impactante de lo que el mismo Weston había esperado. Un rugir de sonidos nunca escuchados por oídos humanos (ladridos de jrossa, silbar de pfifltriggi, estruendos de sorns) hizo pedazos el silencio del solemne lugar, despertando ecos en las lejanas paredes montañosas. Incluso en el aire hubo un débil resonar de voces eldil. Debe reconocerse una vez más el valor de Weston; aunque palideció un poco no perdió el ánimo.
—¡Ustedes no rugirme! —atronó—. ¡No tratar de asustarme! Yo no tenerles miedo.
—Debes perdonar a mi gente —dijo la voz de Oyarsa. Incluso ésta había cambiado sutilmente—. Pero no están rugiendo. Sólo se ríen.
Pero Weston no conocía la palabra «reír» en malacándrico; en realidad, era una palabra que no conocía bien en ningún idioma. Miró a su alrededor con expresión perpleja. Ransom, mordiéndose los labios de pura humillación, casi rogó que el experimento con las cuentas de colores hubiera dejado satisfecho al científico. Pero no conocía bien a Weston. Éste, al ver que el estruendo se calmaba, creyó que estaba siguiendo las pautas adecuadas para atemorizar y luego congraciarse con las razas primitivas, y no era hombre que se dejara desalentar por uno o dos fracasos. El ruido que brotó de las gargantas de todos los espectadores cuando comenzó a girar otra vez como la imagen en cámara lenta de un trompo, secándose de cuando en cuando la frente con la mano izquierda y agitando meticulosamente el collar de arriba abajo con la derecha, ahogó por completo lo que intentaba decir. Pero Ransom veía el movimiento de sus labios y estaba seguro de que seguía diciendo: «¡Bonito, bonito!». De pronto el volumen de la risa casi se duplicó. Los astros no eran favorables a Weston. El vago recuerdo de los esfuerzos realizados tiempo atrás para entretener a un sobrinito habían comenzado a penetrar en su cerebro altamente disciplinado. Ahora se agitaba de arriba abajo desde las rodillas e inclinaba la cabeza de lado, casi bailaba y estaba realmente acalorado. Por lo que Ransom podía apreciar, estaba diciendo: «¡Ajo, ajo, ajo!».
Fue el agotamiento lo que terminó con la actuación del gran físico (la más exitosa de ese tipo que se hubiera dado nunca en Malacandra) y con los estruendosos éxtasis eufóricos de su público. Cuando volvió el silencio, Ransom oyó la voz de Devine que decía en inglés:
—¡Por el amor de Dios, Weston, deja de hacer el payaso! ¿No te das cuenta de que no funciona?
—No parece funcionar —admitió Weston—. Y me inclino a pensar que tienen aún menos inteligencia de lo que suponía. ¿Crees que si pruebo otra vez… o quieres hacerlo tú?
—¡Vete a la porra! —dijo Devine, y dándole la espalda a su socio se sentó de golpe en el suelo, sacó la cigarrera y se puso a fumar.
—Se lo daré al brujo —dijo Weston en el momento de silencio que los desorientados espectadores hicieron ante el acto de Devine y, antes de que nadie pudiera detenerlo, se adelantó y trató de hacer caer el collar de cuentas alrededor del cuello del anciano jross. Pero la cabeza del jross era demasiado ancha y el collar quedó en la frente como una corona y algo inclinado sobre un ojo. El jross movió un poco la cabeza, como un perro al que le molestan las moscas, resopló con suavidad y siguió durmiendo.
Ahora la voz de Oyarsa se dirigió a Ransom.
—¿Tus compañeros tienen el cerebro dañado, Ransom de Thulcandra? —dijo—. ¿O tienen demasiado miedo a contestar mis preguntas?
—Supongo que no creen que estés aquí, Oyarsa —dijo Ransom—. Y creen que todos estos
jnau
son como… como cachorros muy pequeños. El
jombre
más grueso trata de asustarlos y luego complacerlos con regalos.
Al oír la voz de Ransom, los dos prisioneros se dieron la vuelta, sorprendidos. Weston iba a hablar pero Ransom lo interrumpió precipitadamente en inglés:
—Escucha, Weston. Esto no es un truco. Hay realmente una criatura en el centro de este lugar: ahí donde se ve algo como una luz, si miras con atención. Y es al menos tan inteligente como un hombre; parece que vive períodos enormes de tiempo. Deja de tratarlo como a un niño y contesta tus preguntas. Y si quieres que te dé un consejo, dile la verdad y no fanfarronees.
—Estos brutos parecen tener la inteligencia necesaria para haberte engañado, según parece —gruñó Weston, que se dio la vuelta hacia el jross dormido (el deseo de despertar al supuesto brujo se estaba convirtiendo en una obsesión) y se dirigió a él en un tono de voz distinto.
—Nosotros lamentar haberlo matado —dijo señalando a Jyoi—. No venir a matarlo. Sorns decirnos traer un hombre y entregarlo a tu gran jefe. Nosotros volver al cielo. El (señaló a Ransom) venir con nosotros. Él ser hombre muy torcido, escapar, no hacer lo que los sorns decirnos. Nosotros correr detrás, para devolverlo a los sorns, querer hacer lo que habíamos dicho y los sorns ordenarnos, ¿entiendes? El no dejarnos. Escapar, correr, correr. Nosotros correr detrás. Ver un ser grande, negro, creer que él querer matarnos, nosotros matarlo a él:
¡puf!, ¡bang!
Todo por culpa del hombre torcido. Si él no escapar, todo estar bien, nosotros no correr detrás, no matar al ser grande y negro, ¿entiendes? Tú tener al hombre torcido, hombre torcido que provocar todos los problemas, tú poder quedártelo, nosotros irnos. Él tener miedo de vosotros, nosotros no. Escucha…