Read Más allá de las estrellas Online
Authors: Brian Daley
—¿Cómo de...?
Chewbacca derribó al oficial con un golpe de su gigantesco antebrazo, luego echó la cabeza hacia atrás y rugió. Los que le seguían empezaron a inundar el puente. Durante los doce segundos de combate que siguieron se emplearon muy pocas armas artificiales.
Ninguno de los tripulantes que montaban guardia en el puente pudieron acercarse siquiera a uno de los botones de alarma. Chewbacca se deshizo del desintegrador de amplio campo de perforación y se dispuso a soltar amarras del Confín de las Estrellas.
Atuarre vigilaba ansiosamente la operación mientras ella y un puñado de ayudantes escogidos controlaban la salida junto a la enorme compuerta de carga y descarga de mercancías de la planta de almacenamiento, arrojando casi al tropel de prisioneros por la tubería del sistema de túneles, donde se debatían agitando los brazos como nadadores, intentando avanzar y ayudándose unos a otros a alcanzar la estación de enlace. Doc ya se había adelantado a calentar los motores del
Halcón
. En cuanto Chewbacca consiguiera hacerse con el mando de la nave de asalto, debía separarla suavemente de la torre para impedir que pudiera ser recapturada, cortándoles así la retirada a los espos.
—¡Son muchísimos!, pensó Atuarre, rogando que hubiera espacio suficiente para tantos seres.
De pronto, descubrió una cara conocida en medio de la multitud y abandonó su puesto, radiante de alegría. Pakka también se acercó y se colgó de los hombros de su padre, apoyando los brazos sobre sus dos progenitores por primera vez después de muchos meses; los grandes ojos del cachorro se inundaron de lágrimas.
En ese preciso instante, los conductos generales energía del Confín de las Estrellas, debilitados por las caprichosas oscilaciones del flujo, empezaron a hacer explosión.
Han escuchó el estallido desde su puesto, en el rellano de la planta inmediatamente superior; los primeros estertores de la agonía del Confín de las Estrellas. El piloto estaba defendiendo la retaguardia en compañía de otros tres prisioneros, todos ellos armados. Los hombres de Hirken llevaban algunos minutos sin moverse; probablemente el Vicepresidente Ejecutivo tenía la esperanza de que las fuerzas de socorro no tardarían en llegar. Y tal vez no se equivocaba, pues las tropas de asalto de la Espo empezaban a abrirse paso rápidamente hacia las plantas superiores de la torre, arrasando los intentos de resistencia de los prisioneros.
Pero la explosión de las conducciones venía a introducir un nuevo factor. Han ordenó la retirada general.
—Nos haremos fuertes en la planta de almacenamiento; comunica a los de abajo que nos disponemos a bajar corriendo.
Así podrían replegarse hasta la compuerta, situada al fondo del quinto bloque de almacenamiento, si no les quedaba más remedio.
Han disparó todavía unos cuantos tiros por la escalera mientras su mensajero corría hacia abajo. Intentó calcular cuánto tiempo debía haber transcurrido desde que la torre había salido despedida. ¿Veinte minutos? ¿Tal vez más? Estaba forzando muchísimo su suerte.
Mientras Han y sus hombres retrocedían, escucharon el ruido de pisadas de los defensores de la planta inferior que también se replegaban. Ambos grupos se encontraron en la puerta de emergencia que comunicaba con los bloques de almacenamiento y la atravesaron en desordenado tropel.
Han, uno de los últimos en pasar, se volvió para ayudar al hombre que le seguía, pero sólo alcanzó a verle morir con una extraña expresión de decepción en la cara.
Han apartó el cuerpo que se desplomaba y el último prisionero cruzó de un salto el umbral. Otros varios le ayudaron a cerrar la pesada puerta empujándola con todo el peso de sus cuerpos mientras el fuego de los desintegradores y revólveres explosivos llovía sobre la otra cara. Aseguraron la puerta trabando la cerradura con fragmentos de metal, pero no podría resistir demasiado, sobre todo si la atacaban con el cañón pesado.
Han observó a los prisioneros que le rodeaban.
—¿Cuántos faltan por embarcar?
—Casi hemos terminado, amigo —gritó alguien—. Ya quedan muy pocos, alrededor de un centenar como máximo.
—Entonces, todos los que no están armados, ¡en marcha, rápido! Los demás dispersaros y prepararos para disparar. Nos falta poco para llegar a casa.
Todavía estaban retrocediendo por el pasillo cuando la puerta de emergencia se hundió hacia dentro en medio de una lluvia de escorias incandescentes desgajadas del marco por el fuego de los disparos. La boca del cañón pesado apareció en el boquete, apuntando directamente sobre el primer bloque de almacenamiento abandonado. Han no perdió el tiempo disparando contra su cañón protegido por escudos desviadores.
La pesada explosión inflamó el bloque vacío y un espo cubierto con una armadura se deslizó pegado a la pared intentando introducirse en el pasillo. Uno de los prisioneros se detuvo justo el tiempo suficiente para dispararle. Los defensores se detuvieron para reanudar el fuego desde la curva del pasillo. Los artilleros tenían dificultades para arrastrar su cañón a través de la puerta de emergencia sin exponerse a recibir los disparos de sus contrincantes.
Ya sólo quedaban Han y otros tres prisioneros; otros habían seguido adelante para establecer una nueva línea defensiva. El humo procedente de los conductos de energía desgarrados se hacía cada vez más denso, mientras el aire se enrarecía. Han perdió brevemente el control de sus sentidos. Se hallaba frente a la puerta del segundo bloque de almacenamiento y cruzó el pasillo para situarse junto a la entrada, bien agazapado, a fin de disponer de un campo más amplio de tiro.
Pero entonces descubrió una figura apoyada contra una de las cápsulas de estasis, a media altura del pasillo interior del bloque.
—¿Bollux, qué demonios haces aquí?
Era evidente que el droide había sido arrastrado o se las había arreglado para arrastrarse hasta allí camino de la compuerta, luego alguien le había apartado de su camino y se había detenido a reposar un momento al amparo del bloque de almacenamiento, de donde ya no había conseguido volver a levantarse.
Han comprendió que ningún prisionero temeroso por su propia suerte estaría dispuesto a perder el tiempo preocupándose de un anticuado droide obrero. Corrió a su lado e hincó una rodilla en el suelo.
—Levántate y espabila, Aniquilador. Nos vamos de aquí.
Tuvo que emplear todas sus fuerzas para levantar al droide.
—Gracias, capitán Solo —dijo lentamente Bollux—. Ni siquiera con Max conectado directamente a mí, habría podido levantarme... ¡Capitán! Simultáneamente con el grito de advertencia de Bollux, Han sintió caer todo el peso mecánico del droide sobre él y los dos rodaron por el suelo. En la misma fracción de tiempo, o eso le pareció, un rayo desintegrador destinado a Han cercenó la cabeza del droide.
Han apuntó automáticamente su pistola mientras seguían rodando. En ese breve instante, divisó la figura de Uul-Rha-Shan de pie en el umbral de la puerta a la entrada del pasadizo; los cuerpos de los restantes defensores yacían detrás de él, en el pasillo principal.
El pistolero reptiliano sostenía su pistola con el brazo estirado el máximo, consciente de que había fallado su primer tiro. El desintegrador se estaba centrando otra vez sobre su blanco. Han, sin tiempo para detenerse a apuntar, disparó sobre la cadera. La pareció que todo el proceso había durado una eternidad y al mismo tiempo lo vio concentrado en un solo instante.
El rayo de su revólver destructor se estrelló en una lluvia de chispazos sobre el verde tórax escamoso de Uul-Rha-Shan, izándole por los aires y derribándole de espaldas, mientras el disparo desintegrador del reptil salía proyectado hacia arriba y rebotaba contra el techo.
Han y Bollux habían quedado tirados en el suelo, confundidos en una sola masa. La luz de los fotoreceptores del droide se había apagado y también había desaparecido cualquier otra señal de funcionamiento. Han se incorporó tambaleante, apretó los dedos de su mano izquierda sobre la hombrera de Bollux y, sujetando la pistola con la derecha, empezó a tirar del cuerpo del droide, jadeando a causa del esfuerzo.
No advirtió la presencia de los espos que habían entrado en pos de Uul-Rha-Shan, decididos a cortarle el paso. Y tampoco les vio caer, derribados por el fuego del contraataque de los prisioneros. El campo visual de Han, mareado por la falta de oxígeno, se había reducido a un oscuro túnel; y a través de ese túnel estaba decidido a arrastrar el cuerpo de Bollux hasta subirlo otra vez a bordo del
Halcón
, ni más ni menos.
De pronto, otra figura apareció a su lado, un peludo y sinuoso policía montado trianii, con un destructor humeante en la mano.
—¿Capitán Solo?
Era una voz de hombre.
—Ven conmigo, yo te ayudaré. Nos quedan escasos segundos.
Han se dejó guiar por el otro y entre los dos consiguieron arrastrar el caparazón del droide mucho más rápidamente. Por mera curiosidad, Han preguntó:
—¿Por qué?
—Porque mi compañera, Atuarre, me ha dicho que no me moleste en regresar si no vuelvo contigo, y porque mi cachorro, Pakka, habría acudido a rescatarte si no lo hubiera hecho yo en su lugar.
El trianii empezó a dar voces:
—¡Aquí, ya lo he encontrado!
Otros se acercaron, para cubrirles con sus armas, confundiendo brevemente a los espos. Las tropas de asalto, que aún no habían conseguido introducir toda la mole del cañón en el pasillo, retrocedieron. Más voluntarios alargaron una mano para tirar de Bollux.
Entonces, sin saber cómo, todos se encontraron en la compuerta, mientras los espos parecían haber interrumpido su ataque. El cuerpo del droide surcó flotando la tubería del túnel, junto con los restantes defensores y el compañero de Atuarre. Sólo cuando todos estuvieron dentro, Han se decidió a entrar también en la compuerta, dejando una cámara extrañamente silenciosa a sus espaldas. Una bocanada de aire fresco y más denso procedente de la tubería le reanimó como si acabara de recibir una droga. Indicó a los demás que siguieran adelante. Seguía siendo el dueño del
Halcón Milenario
y estaba decidido a encargarse de levar anclas personalmente.
—¡Solo, espera!
Un hombre emergió tambaleante de la humareda.
El Vicepresidente Ejecutivo Hirken, con cara de haber envejecido un siglo, empezó a hablarle a una velocidad histérica.
—Solo, sé que han retirado la nave de asalto de la compuerta inferior. No se lo he dicho a nadie, ni siquiera a mi esposa. He ordenado la retirada de los espos para venir yo solo aquí.
Se acercó un poco más, arrastrando los pies, implorando con las manos. Han se quedó mirando al Vicepresidente encargado de la Seguridad Corporativa como si fuera un espécimen bajo una pantalla de observación.
—¡Por favor, llévame contigo, Solo! Haz lo que quieras, todo lo que quieras conmigo, pero no me dejes abandonado aquí a...
El bello rostro de Hirken se contorsionó, como si hubiera olvidado lo que iba a decir, luego el Vicepresidente Ejecutivo se desplomó contorsionándose e intentando palpar inútilmente la herida que acababa de recibir en la espalda. Su obesa esposa se acercó contoneándose hasta él seguida de varios espos y con una pistola humeante entre las manos.
Han ya había accionado la cerradura de la puerta interior. Atravesó rápidamente la puerta exterior para entrar en la tubería del túnel y también accionó la cerradura. Cuando hubo cerrado la cara exterior de la compuerta, clausuró el iris del tubo, despegó la ventosa que lo sujetaba dejando escapar un chorro de aire y lo separó de la compuerta. Allí suspendido, pudo ver a través de un ojo de buey a la esposa de Hirken y los espos que aporreaban inútilmente la ventana de la compuerta exterior. La velocidad de caída del Confín de las Estrellas ya les había alejado del túnel, arrastrándoles cada vez más abajo hacia las profundidades del pozo de gravedad del planeta. Han sentía y veía bambolearse el túnel a su alrededor a medida que la apretada masa de prisioneros era absorbida gradualmente por la nave de asalto y el
Halcón Milenario
.
Todos los ocupantes de las dos naves y los túneles estaban tan ocupados intentando abrirse paso codo contra seudópodo, o auxiliando a los heridos y los moribundos, que sólo un superviviente tuvo la ocurrencia de asomarse a contemplar la caída de la torre.
Mientras su madre y Doc se afanaban accionando los mandos del
Halcón
, intentando maniobrar el carguero con su enorme sobrecarga al tiempo que mantenían sujeta la estación de enlace por medio del rayo tractor, Pakka se colgó de una tubería del techo de la carlinga. Desde allí, el cachorro, el único con la mente desocupada y con un punto de observación favorable, observó el descenso del Confín de las Estrellas, la impecable trayectoria de un mundo sofocante y sin atmósfera.
Ni siquiera el repentino, brillante destello de su impacto distrajo la atención de los demás, pendientes de las vidas a su cargo. Sólo Pakka presenció sin parpadear y sin decir palabra la desaparición del símbolo de la Autoridad, que se inflamó y luego volvió a apagarse con la brevedad de un meteoro.
El viento soplaba con fuerza sobre el campo de aterrizaje de Urdur, un viento despiadado, frío, lacerante, pero también refrescante y libre. Los ex reclusos del Confín de las Estrellas, aquellos miembros del grupo que habían sobrevivido lo suficiente para llegar a la nueva base de los técnicos clandestinos, inhalaron sin quejarse el aire frío camino de sus alojamientos provisionales.
Han, no obstante, se arrebujó un poco más en su gabán prestado.
—No quiero discutir —protestó—. Simplemente no lo entiendo, eso es todo.
Sus palabras iban dirigidas a Doc, pero Jessa también le escuchaba, al igual que Pakka, Atuarre y su compañero, Keeheen.
El
Halcón
estaba aparcado cerca del grupo, con el acoplamiento de la tubería del túnel todavía adherido a su costado, conectándolo con la nave de asalto de la Espo. Doc, tras establecer un rápido contacto con Jessa, había guiado las dos naves cargadas hasta los topes, sin apenas espacio para respirar o moverse, hasta aquel nuevo escondrijo.
Chewbacca todavía no había descendido del
Halcón
, donde estaba muy ocupado examinando los daños sufridos por la nave desde la última vez que la había visto. Renovados aullidos de inconsolable tristeza resonaban en su interior cada vez que el wookiee descubría una nueva pieza dañada.