Más allá de las estrellas (11 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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La lección aún no había terminado.

Llevó la vara de control hasta el extremo e inició un picado a plena marcha. El destructor le siguió pero no pudo llegar a hacer puntería sobre él. Han forzó el Headhunter al máximo, cabeceando y desviándose, seguido de cerca por el piloto de la Espo. Los motores del viejo caza empezaron a lamentarse y cada partícula de la nave vibraba como si deseara salir volando por su cuenta. Han forcejeaba con los mandos, atento al momento en que aparecería en la pantalla suspendida la indicación que esperaba. Los disparos del destructor iban haciéndose cada vez más precisos.

Entonces Han consiguió lo que buscaba. Empezó a abandonar su descenso en picado, levantando lentamente la proa y desafiando con recelo el disparo por la cola que podía poner fin a todos sus problemas y esperanzas.

Pero el piloto del destructor prefirió esperar para no desperdiciar la oportunidad, aguardando que el Headhunter se dibujara de cuerpo entero con las alas desplegadas sobre la mira de su ametralladora. No hay duda, quiere hacer un disparo perfecto, se dijo Han.

Inició un brusco viraje mientras el destructor se alineaba, siguiéndole en su maniobra. Intentando conseguir un margen de ventaja, Han cerró más el viraje, y luego todavía otro poco más. Pero el piloto del destructor seguía empecinadamente pegado a él, decidido a poner fin a la frustrante cacería y reivindicar el puesto de mejor piloto.

Y entonces, por fin, Han cerró el viraje a menos de noventa grados, lo que había estado buscando desde el principio. El espo no había prestado suficiente atención a las indicaciones de su altímetro y la mayor densidad del aire empezaba a actuar en desventaja del destructor, mermando sus posibilidades de maniobra.

Era incapaz de mantener un viraje tan cerrado.

Y en el momento mismo en que el destructor interrumpió su persecución, Han, haciendo gala del instinto que le había dado fama de telépata, invirtió el sentido de la marcha y puso a su Headhunter en un curso vertical. El destructor estaba suficientemente próximo. Han disparó una ráfaga sostenida y la nave atacante se convirtió en una nube luminosa que empezó a escupir motitas incandescentes y fragmentos de chatarra en todas direcciones.

Y, mientras su Headhunter sobrevolaba silbando la lluvia de despojos de su contrincante, Han saludó burlón.

—¡Feliz graduación, cretino!

El cuarto destructor había efectuado tres pasadas sobre la base clandestina, bombardeándola con dureza. Los cañones defensivos de la base eran incapaces de seguirlo; estaban pensados para acciones contra grandes naves y ataques masivos, no para enfrentarse a los ágiles ataques en ángulo cerrado de un caza-bombardero.

El atacante había concentrado sus primeras bombas en la supresión de la artillería antiaérea. La mayoría de los emplazamientos de los cañones hablan quedado callados. Los cuerpos muertos o moribundos de los técnicos clandestinos jalonaban la base, que ya tenía varios edificios dañados o en llamas.

Entonces apareció Jessa. Manteniendo la velocidad ganada en el descenso e ignorando la posibilidad de perder en cualquier momento, arrancadas de cuajo, las alas de su obstinado pequeño Headhunter, la muchacha se lanzó en pos del destructor en el preciso momento en que éste acababa de sobrevolar la base por tercera vez. Aquellas gentes de ahí abajo estaban bajo sus órdenes, estaban sufriendo y muriendo porque habían trabajado para ella. Jessa estaba absolutamente decidida a no permitir que sufrieran ningún bombardeo más.

Pero cuando se empezaba a colocar en posición para atacar al destructor, una andanada de cañonazos le llovió desde arriba y la alcanzó ligeramente en el borde exterior del ala de estribor. Otro destructor pasó zumbando por su lado con toda la velocidad ganada en su propio descenso; era la nave que Jessa había creído inutilizada. Sus disparos habían logrado atravesar sus escudos desviadores y habían estado a punto de partirle el ala.

Sin embargo, Jessa mantuvo su posición, decidida a derribar al menos a uno de los atacantes antes de que la derribaran a ella.

Entonces, el segundo destructor también se encontró convertido en un blanco. Han lo tuvo por un instante en su punto de mira en un disparo lateral desviado. Han empezó a hacer vibrar bruscamente la proa de su nave, sin parar de disparar contra el espo, adelantándose a sus movimientos. Su osadía se vio recompensada; el destructor se desvaneció en medio de una descarga de energía y metralla.

—¡Sólo te queda el último, Jess! —le comunicó a la muchacha en medio de las crepitaciones de la fuerza estática—. ¡Aplástalo!

Jessa tenía nuevamente a tiro el destructor. Disparó, pero sólo respondió el cañón de babor; el daño sufrido por el ala de estribor la había dejado sin cañones. Su blanco se encontraba ligeramente desplazado a estribor, de modo que erró el tiro.

El destructor inició una rápida huida, aprovechando la ventaja bruta de sus iones para escurrirse por el lado de estribor. Una fracción de segundo más y conseguiría escapar. Jessa efectuó un tonel rápido, se deslizó boca arriba en dirección a estribor y volvió a disparar. Los cañones que aún le restaban lanzaron airados dedos rojos de destrucción y tocaron su objetivo. El destructor se inflamó y cayó despedazado, envuelto en llamas.

—Buen disparo, muñeca —la felicitó Han a través de la red de comunicaciones.

El Headhunter de Jessa prosiguió su camino, con la carlinga colgando boca abajo, próxima al nivel del suelo. Han apretó el gas a fondo y salió tras ella.

—Jess —le explicó entretanto—, en los círculos aeroespaciales, cuando una nave está en tu posición, es que se halla cabeza abajo.

—¡No puedo enderezarla! —exclamó Jessa con una nota de desesperación en la voz—. Los disparos que he recibido deben de haber iniciado un incendio lento. ¡Mis mandos no responden!

Han estaba a punto de decirle que apretara el botón de lanzamiento de emergencia, pero se contuvo a tiempo. La muchacha estaba demasiado próxima a la superficie; su asiento proyectable jamás tendría tiempo de enderezarse. Su nave estaba perdiendo altura con gran rapidez. Sólo le quedaban algunos segundos.

Han se precipitó a su encuentro y acopló su velocidad a la de Jessa.

—Jess, prepárate para apretar el botón y salir cuando yo te dé la señal.

Jessa estaba desconcertada. ¿Qué querría decir con eso? Podía darse por muerta, tanto si se estrellaba, como si salía proyectada. Sin embargo, se dispuso a hacer lo que él le decía. Han introdujo suavemente el ala de su Headhunter bajo el ala invertida de la nave de la muchacha. Ella comprendió su plan y sus pulmones se llenaron nuevamente de aire.

—A las tres —le ordenó Han—. ¡A la una!

Al decir esto tocó con la punta de su ala la parte inferior de la de ella.

—¡A las dos!

Ambos sintieron la sacudida del peligroso contacto, conscientes de que bastaría un minúsculo error para hacerlos estallar en mil pedazos sobre la llana campiña.

Han rodó hacia la izquierda y el suelo que iba deslizándose a escasa distancia bajo la cabeza colgante de Jessa pareció voltearse y desaparecer con el movimiento de rotación que el Headhunter de Han imprimió a su nave. Han concluyó su rotación con redoblada fuerza.

—¡A las tres! ¡Aprieta ese botón, Jess!

Él mismo tenía dificultades para mantener bajo control su zarandeada nave.

Sin embargo, antes de que pudiera terminar la frase, la muchacha ya estaba fuera. Descargas separadoras habían levantado y abierto hacia atrás la burbuja de su carlinga, y su asiento proyectable —la tumbona— salió volando por los aires, lejos de la nave que seguía cayendo. El Headhunter se estrelló contra la superficie del planeta, abriendo una zanja rodeada de encendidos despojos sobre el suelo. El bombardero sería la última baja de aquel día.

Jessa lo observó todo desde su asiento proyectable mientras sus unidades repulsoras la sostenían en un suave descenso hasta el suelo sobre chorros de energía. A lo lejos, alcanzó a distinguir a su piloto de flanco, el lafrariano, que preparaba su castigada nave para el aterrizaje.

Han maniobró su Headhunter y describió un largo viraje, aflojando lentamente sus retropropulsores hasta que entró en pérdida. Hizo descender su nave no muy lejos del punto de aterrizaje de la muchacha, en el momento mismo en que Jessa tocaba el suelo.

La burbuja se abrió de golpe. Han se quitó el casco y saltó fuera del viejo bombardero. Entretanto, ella ya se había liberado del arnés y se desprendía de su propio casco, palpándose todo el cuerpo hasta que hubo comprobado que no había sufrido mayores daños.

Han se le acercó en un par de saltos, mientras se despojaba de los guantes de vuelo.

—En mi nave hay espacio para dos, si nos apretamos un poco —ofreció burlón.

—Como que vivo y respiro —exclamó ella con mofa—, ¿por fin habremos visto a Han Solo ejecutar una acción desinteresada? ¿Te estás volviendo blando? Quién sabe, puede que algún día incluso llegues a adquirir unos ciertos principios morales, si te decides a despertarte por fin y a recuperar el buen sentido.

Han se detuvo, desvanecido todo su entusiasmo. Se la quedó mirando fijamente un momento y luego dijo:

—Ya lo sé todo sobre los principios morales, Jess. Un amigo mío tomó una decisión una vez, creyó estar haciendo lo moralmente justo. Y así era, demonios. Pero lo habían engañado. Perdió su carrera, su chica, todo. Ese amigo mío acabó allí, en posición de firmes, contemplando como le arrancaban los galones e insignias de mando de la túnica. Los que no pedían que lo llevaran al paredón y lo fusilaran, se reían a mandíbula batiente de él. Todo un planeta. Salió rápidamente de allí en su nave y jamás regresó.

Ella observó que una fea expresión invadía su cara.

—¿Y no hubo nadie dispuesto a declarar en favor... de tu amigo? —preguntó suavemente.

Él rió con sorna.

—Su superior inmediato cometió perjurio contra él. Sólo un testigo declaró en su defensa, ¿y quién va a creer en la palabra de un wookiee?

Han esquivó el siguiente comentario de Jessa dirigiendo la mirada hacia la base.

—Parece que el hangar principal ha quedado intacto. No te llevará mucho rato terminar de poner a punto el
Halcón
y todavía te quedará tiempo para evacuar antes de que se presenten los espos. Yo me pondré en marcha en cuanto terminemos. Los dos tenemos cosas que hacer.

Jessa cerró un ojo y le miró de soslayo.

—Es una suerte que yo siempre haya sabido que eres un mercenario, Solo. Es una suerte que supiera desde el principio que sólo accediste a pilotar ese Headhunter con objeto de proteger él
Halcón
, no para salvar vidas. Y que me salvaste sólo para que pudiera cumplir con mi parte de nuestro trato. Es una suerte que probablemente nunca llegues a realizar ni una sola acción decente y desinteresada en tu vida y que todo lo sucedido hoy se ajuste, de alguna tortuosa manera, a la codiciosa, retardada pauta de conducta que te has trazado.

Han se la quedó mirando inquisitivamente.

—¿Una suerte?

Jessa echó a andar hacia su caza-bombardero con aire fatigado.

—Una suerte para mí —le dijo por encima del hombro.

V

—¿Qué dices, Bollux? ¡Deja ya de murmurar!

Han, que estaba sentado frente a Chewbacca junto al tablero de juego, lanzó una mirada en dirección a una caja de embalaje situada en el extremo opuesto del salón de proa del
Halcón Milenario
, sobre la cual se había sentado el viejo droide. Contenedores, barriles de presión, latas recubiertas de material aislante y piezas de recambio atestaban todo el espacio libre.

El wookiee, sentado en el diván de aceleración, con la mejilla apoyada en una enorme garra, examinaba las piezas del juego holográfico. Tenía los ojos entrecerrados en profunda concentración y su negro hocico se arrugaba de vez en cuando. Han le llevaba dos piezas de ventaja y ahora estaba a punto de conseguir el empate. El piloto había estado jugando bastante mal, incapaz de concentrarse, molesto y preocupado con las complicaciones del viaje. El nuevo equipo de sensores y el platillo funcionaban perfectamente y los técnicos clandestinos habían afinado muy bien todos los sistemas de la nave espacial. Sin embargo, la mente de Han no podría reposar tranquila mientras su querido
Halcón
continuara acoplado a la enorme barcaza, como un parásito en el buche de un ave. Además, el trayecto les estaba tomando mucho más tiempo del que habría precisado el
Halcón
solo, pues la barcaza no estaba diseñada para desplazarse a gran velocidad.

Han podía escuchar el rugido amortiguado de los motores de la barcaza que vibraron al otro lado de la cubierta del carguero haciendo temblar sus botas y las plantas de sus pies. Detestaba esa barcaza, hubiera deseado poder deshacerse de ella y salir zumbando; pero un trato, a fin de cuentas, era un trato.

Y como le había explicado Jessa, las gentes que debía recoger en Orron III se estaban ocupando de conseguirle el Pase para el
Halcón
, de modo que le convenía cumplir con su parte de lo pactado.

—No he dicho nada, señor —respondió educadamente Bollux—. El que hablaba era Max.

—¿Qué ha dicho él entonces? —bufó Han.

Las dos máquinas en una a veces se comunicaban entre ellas por medio de pulsaciones informativas de alta velocidad, pero en general parecían preferir la conversación vocal.

Han siempre se ponía nervioso cuando el torso de Bollux estaba cerrado y la voz de la diminuta computadora brotaba espectralmente de un punto invisible.

—Me ha comunicado que desearía que abriera mi armadura, capitán —respondió Bollux con su hablar reposado—. ¿Puedo hacerlo?

Han, que había vuelto a concentrarse en el tablero de juego, advirtió que Chewbacca le había tendido una astuta trampa. Con el dedo indecisamente suspendido sobre las teclas de programación que controlaban las piezas, Han murmuró:

—Claro, claro, como quieras, por mí puedes dedicarte a agitar el aire si lo deseas, Bollux.

Miró malhumorado al wookiee, comprendiendo que la trampa no tenía escapatoria. Chewbacca echó la cabeza hacia atrás agitando su melena castaño rojiza y bufó con una carcajada atronadora, exhibiendo un par de prominentes colmillos.

El torso de Bollux se abrió y el aire, al escapar, produjo un suave silbido —su coraza estaba herméticamente cerrada, aislada y construida a prueba de golpes—, mientras el droide obrero separaba hacia atrás los largos brazos. El monóculo de Max Azul cobró vida y se posó en el tablero de juego en el momento preciso en que Han apretaba la tecla para ejecutar su próxima jugada. Su pieza. un monstruo tridimensional en miniatura se enzarzó en una batalla con una de las de Chewie. Pero Han habla calculado mal los sutiles parámetros de ventajas y desventajas de las dos piezas. La bestia simulada del wookiee ganó el breve combate. La pieza de Han se esfumó en el vacío de las entrañas de la computadora de donde había salido.

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