Authors: Kim Stanley Robinson
—¡Que se vayan al infierno! ¡Se lo han ganado a pulso! Dejemos que se serenen, si pueden, y si lo hacen podemos visitarlos como buenos vecinos. Pero de no ser así, si tratamos de ayudarlos sólo conseguiremos que nos destruyan.
Muchos rojos y militantes de Marteprimero asintieron enfáticamente, Kasei entre ellos, que se había convertido en el líder de Marteprimero, un ala escindida de los rojos cuyos miembros, que no querían tener nada que ver con la Tierra, defendían el sabotaje, el ecosabotaje, el terrorismo, la revolución armada, cualquier medio para conseguir lo que querían. Era uno de los grupos menos tratables del congreso; a Nadia le entristeció ver a Kasei abrazando esa causa y, peor aún, liderándola.
Maya se levantó para contestar a Coyote.
—Una bonita teoría —dijo—, pero impracticable. Es como la utopía roja de Ann. Tendremos que tratar con la Tierra por fuerza, así que mejor averiguamos cómo hacerlo en vez de esconder la cabeza debajo del ala.
—Mientras ellos estén hundidos en el caos, nosotros estaremos en peligro —dijo Nadia—. Tenemos que hacer lo posible para ayudarlos. Para llevarlos en la dirección que nos conviene.
—Los dos planetas forman un sistema —dijo alguien.
—¿Qué quieres decir con eso? —explotó Coyote—. ¡Son mundos distintos, de modo que son dos sistemas!
—Intercambio de información. En la Tierra sólo existimos como un modelo o experimento. —dijo Maya—. Un experimento concebido para que la humanidad aprenda de él.
—Un experimento real. —puntualizó Nadia—. Ya no es un juego, no podemos permitirnos adoptar atractivas posturas puramente teóricas.
Después de decir esto miró a Kasei, Harmakhis y sus camaradas, pero sus palabras no parecieron causar ningún efecto.
Mas reuniones, mas charla, una comida apresurada y otra reunión con los issei de Sabishii para discutir el papel del demimonde como trampolín de sus esfuerzos. Luego la conferencia de cada noche con Art y Nirgal; pero los hombres estaban exhaustos, y los envió a la cama.
—Hablaremos en el desayuno.
También ella estaba cansada, pero muy lejos de sentirse soñolienta. Salió a dar su paseo nocturno por el túnel, en dirección norte desde Zakros. Hacia poco había descubierto un sendero alto que Coria por el muro occidental del túnel, excavado en el basalto en el punto donde la curva del cilindro formaba una pendiente de cuarenta y cinco grados. Desde ese sendero podía contemplar las copas de los árboles, y allí donde bordeaba una pequeña estribación en Knossos tenia una magnifica vista del túnel en ambas direcciones, una panorámica de aquel mundo alargado y estrecho, débilmente iluminado por unas farolas, rodeadas de irregulares masas de hojas, por la luz que arrojaban algunas ventanas y por una hilera de farolillos colgados de los pinos del parque de Gournia. Era una obra tan elegante que le dolió recordar los largos años pasados en Zigoto, bajo el hielo, en un aire glaciar y bajo una luz artificial. Si hubiesen sabido de esos túneles de lava...
El suelo del siguiente segmento, Phaistos, estaba cubierto casi por completo por un estanque alargado y poco profundo, donde el canal que discurría despacio desde Zakros se ensanchaba. Las luces submarinas en un extremo del estanque transformaban sus aguas en un extraño cristal oscuro. Nadia vio a un grupo de bañistas, cuerpos que brillaban un instante y luego desaparecían en la oscuridad. Como criaturas anfibias, salamandras... Una vez, hacia mucho tiempo, en la Tierra, unos animales acuáticos se habían arrastrado hasta la orilla y habían respirado. Debían de haber mantenido discusiones muy serias sobre la política a seguir, allá abajo, en ese océano, pensó Nadia soñolienta. Emerger o no emerger, como emerger, cuando... Llego el sonido de risas distantes; las estrellas llenaban las claraboyas dentadas...
Se volvió, bajo por una escalera y luego hecho a andar hacia Zakros, por los senderos y el césped, siguiendo el canal, invadida por imágenes fugaces y confusas. En cuanto llego a su habitación se tendió en la cama y se quedo dormida al instante, y al alba soñó con unos delfines que nadaban en el aire.
Maya la sacó bruscamente de ese sueño, diciéndole en ruso:
—Tenemos a unos terranos aquí. Norteamericanos.
—Terranos —repitió Nadia. Y tuvo miedo.
Se vistió y salió. Art acompañaba a un reducido grupo de terranos, hombres y mujeres de su misma altura y al parecer de la edad de ella, en precario equilibrio sobre sus pies mientras, con las cabezas echadas hacia atrás, contemplaban con asombro la gran cámara cilíndrica. Art intentaba presentarlos y explicar su presencia al mismo tiempo, lo que planteaba algunas dificultades incluso para su boca motorizada.
—Yo los invité, sí, bien, yo no sabía... Hola, Nadia, te presento a mi antiguo jefe, William Fort.
—Hablando del diablo... —dijo Nadia, y estrechó la mano del hombre. Fort tenía un apretón firme: un hombre calvo de nariz chata, muy bronceado y arrugado, con una vaga expresión de beatitud.
—...Acaban de llegar, los bogdanovistas los trajeron hasta aquí. Yo invité al señor Fort hace algún tiempo, pero no tuve noticias de él y nosabía que vendría. Estoy muy sorprendido, y complacido, por supuesto.
—¿Tú le invitaste? —dijo Maya.
—Caramba, pues sí, porque, verán, el caso es que a él le interesa mucho ayudarnos.
Maya le echó una mirada furiosa a Nadia.
—Te dije que era un espía —masculló en ruso.
—Claro que lo dijiste —repuso Nadia, y entonces se dirigió a Fort en ingles—. Bienvenido a Marte.
—Me alegra estar aquí —dijo Fort.
Y parecía que lo decía de veras; tenía una sonrisa de bobalicón, como si estuviese demasiado complacido para mantener su expresión impenetrable. Sus compañeros, alrededor de una docena, jóvenes y viejos, parecían desorientados y recelosos, pero algunos sonreían.
Después de unos minutos incómodos Nadia llevó a Fort y su pequeño grupo a los alojamientos de invitados de Zakros, y cuando Ariadna llegó les asignaron las habitaciones. ¿Qué otra cosa podían hacer? La noticia había corrido por toda Dorsa Brevia, y cuando la gente empezó a llegar a Zakros, los rostros reflejaban tanto desagrado como curiosidad. Pero allí estaban los visitantes, después de todo, dirigentes de una de las transnacionales más importantes, y al parecer solos y sin dispositivos de seguimiento, o eso habían dicho los sabishianos. Tenían que hacer algo con ellos.
Nadia sugirió a los suizos que convocaran una reunión general a la hora del almuerzo, e invitó a los nuevos huéspedes a descansar en sus habitaciones y luego participar en la reunión. Los terranos aceptaron la invitación con gratitud, que tranquilizó a los más desconfiados. El mismo Fort parecía entregado ya a la elaboración mental de un discurso.
A la puerta de los alojamientos, Art enfrentaba una multitud de caras enfadadas.
—¿Qué te hace creer que puedes tomar decisiones como ésta por nosotros? —preguntó Maya, expresando el parecer de la mayoría—. ¡Tú, que ni siquiera eres uno de los nuestros! ¡Tú, un espía entre nosotros!
¡Haciéndote pasar por amigo y traicionándonos!
Art abrió las manos, rojo de bochorno, moviendo los hombros como si quisiera esquivar los insultos o intentara deslizarse entre ellos para apelar a los que estaban detrás, aquellos que quizá sólo sentían curiosidad.
—Necesitamos ayuda —dijo—. No podemos conseguir lo que queremos sólo con nuestro esfuerzo. Praxis es diferente, se parecen mucho a ustedes, se lo aseguro.
—¡No tienes derecho a asegurarnos nada! —dijo Maya—. ¡Eres nuestro prisionero!
Art entrecerró los ojos.
—No puedes ser prisionero y espía a la vez, ¿verdad?
—¡Puedes ser un gusano falso y traicionero a la vez! —exclamo Maya. Jackie se acercó a Art y lo miró con severidad.
—Ya sabes que la gente de Praxis tendrán que convertirse en residentes permanentes, lo quieran o no. Igual que tú.
Art sainted.
—Les advertí que podía ocurrir. Evidentemente no les importa. Quieren ayudar, de verdad. Ellos representan a la transnacional que está haciendo las cosas de manera diferente, tienen unos objetivos similares a los vuestros. Han venido para ver si pueden ayudar. Les interesa. ¿Por qué tienen que sentirse tan alterados por eso? Es una
oportunidad
.
—Escuchemos lo que Fort tiene que decir —dijo Nadia.
Los suizos habían convocado la reunión especial en el anfiteatro de Malla, y mientras los delegados iban llegando, Nadia acompañó a los terranos, apabullados aún por el tamaño del túnel de Dorsa Brevia, hasta el lugar. Art corría de un lado a otro, con los ojos desorbitados, secándose el sudor de la frente con la manga, muy nervioso. Nadia rió. Por algún motivo, la llegada de Fort la había puesto de buen humor; ella no veía qué podían perder.
Se sentó en primera fila con el grupo de Praxis. Art guió a Fort hasta la tribuna y lo presentó. Fort hizo un ademán de agradecimiento y tomó la palabra. Entonces calló y ladeó la cabeza, mirando a los de la última fila, al advertir que no había amplificación. Respiró hondo y volvió a empezar, y su voz, normalmente queda, flotó por todo el recinto, segura como la de un actor veterano, llegando sin problemas a toda la concurrencia.
—En primer lugar, me gustaría agradecer a la gente de Subarashii que me hayan traído hasta el sur para asistir a esta conferencia.
Art, que se dirigía a su asiento, se encogió al oírlo; volvió y le susurró a Fort:
—Sabishii.
—¿Cómo dice?
—Sabishii. Usted dijo Subarashii, que es la transnacional. La colonia que usted visitó antes de llegar aquí se llama Sabishii. Sabishii significa «solitario». Subarashii significa «maravilloso».
—Maravilloso —dijo Fort mirando con curiosidad a Art.
Entonces se encogió de hombros y empezó a hablar: un viejo terrano con una voz queda pero penetrante, y un estilo algo inestable. Describió los comienzos de Praxis y cómo funcionaba ahora. Cuando explico la relación de Praxis con las otras transnacionales, Nadia advirtió que tenía muchos puntos en común con Marte, entre la resistencia y los mundos de la superficie, sin duda hábilmente destacados por la descripción de Fort. Y por el silencio que reinaba detrás de ella, supo que Fort había conseguido captar el interés del auditorio. Pero entonces el hombre mencionó el ecocapitalismo y algo sobre considerar a la Tierra como un mundo lleno, mientras que Marte seguía siendo un mundo vacío. Tres o cuatro rojos se levantaron de un salto.
—¿Qué quiere decir con eso? —gritó uno de ellos.
Nadia advirtió que Art apretaba los puños, y pronto comprendió la razón: la respuesta de Fort fue larga y extraña. Definió lo que él llamaba ecocapitalismo, refiriéndose a la naturaleza como la bioinfraestructura y a las personas como capital humano. Nadia miró hacia atrás y observó que muchos fruncían el ceño; Vlad y Marina tenían las cabezas juntas, y Marina tecleaba en su muñeca. De pronto, Art se levantó e interrumpió a Fort para preguntarle qué era lo que estaba haciendo Praxis en aquellos momentos y cuál pensaba que debía ser el papel de Praxis en Marte.
Fort miró a Art como si no lo reconociese.
—Hemos estado colaborando con el Tribunal Mundial. Las Naciones Unidas nunca se recuperaron del desastre de dos mil sesenta y uno, y en general se la considera como una reliquia de la Segunda Guerra Mundial, así como la Liga de Naciones fue una reliquia de la Primera. Así pues, hemos perdido a nuestro mejor arbitro en los conflictos internacionales, y entre tanto los conflictos persisten, y algunos son graves. Un número cada vez mayor de estos conflictos han sido llevados ante el Tribunal Mundial por una u otra parte, y Praxis ha fundado una especie de organización de amigos del Tribunal que trata de apoyarlo en la medida de lo posible. Acatamos sus decisiones, lo financiamos, le proporcionamos personal, tratamos de elaborar técnicas de arbitraje, y así por el estilo. Una de esas nuevas técnicas consiste en que si dos organismos internacionales del tipo que sea tienen alguna diferencia y deciden someterla a arbitraje, entran en un programa de un año de duración con el Tribunal Mundial, y los árbitros del Tribunal tratan de encontrar un curso de acción que satisfaga a ambas partes. Al final de ese año el Tribunal Mundial falla sobre cualquier problema pendiente, y si la cosa funciona se firma un acuerdo; nosotros apoyamos esos acuerdos con los medios que sean necesarios. La India se interesó en el programa y planteó el problema de los sikhs del Punjab, y hasta el presente las cosas han marchado bien. Otros casos han resultado más complicados, pero han sido instructivos. El concepto de semiautonomia está recibiendo mucha atención. En Praxis creemos que las naciones nunca fueron verdaderamente soberanas, sino semiautónomas en relación con el resto del mundo. Las metanacionales son semiautonomas, los individuos son semiautónomos, la cultura es semiautónoma en relaccion con la economía, los valores son semiautónomos en relación con los precios... Incluso ha nacido una nueva rama de la matemática que intenta describir la semiautonomia en términos formales lógicos.
Vlad, Marina y Coyote trataban de escuchar a Fort, conferenciar entre ellos y tomar notas, todo a la vez. Nadia se levantó y le hizo señas a Fort.
—¿Apoyan las demás transnacionales al Tribunal Mundial?
—No. Las metanacionales evitan al Tribunal Mundial y utilizan a las Naciones Unidas como testaferro. Me temo que siguen creyendo en el mito de la soberanía.
—Pero usted habla de un sistema que sólo funciona cuando ambas partes están de acuerdo.
—Exactamente. Todo lo que puedo decir es que Praxis está muy interesada, y que estamos intentando tender puentes entre el Tribunal Mundial y todos los poderes en la Tierra.
—¿Por qué? —preguntó Nadia.
Fort levantó las manos en un gesto que recordaba a Art.
—El capitalismo sólo funciona si hay crecimiento. Pero el crecimiento ya no es lo que era antes, ¿comprenden? Es necesario crecer hacia el interior, tender hacia la complejidad.
Jackie se puso de pie.
—Pero ustedes podrían prosperar en Marte al estilo capitalista clásico,
¿no es así?
—Supongo que sí.
—Por tanto, es muy probable que eso sea todo lo que usted quiere de nosotros, ¿no es cierto? Un nuevo mercado. Ese mundo vacío del que antes hablaba.
—Bien, en Praxis hemos llegado a la conclusión de que el mercado es sólo una parte ínfima de la comunidad. Y a nosotros nos interesa la comunidad entera.