Marte Verde (23 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

BOOK: Marte Verde
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—Cualquiera menos la resistencia de los rojos.

—Sí, ¿pero qué sentido tiene eso ahora?

—Marte. Sólo Marte. Un lugar que tú no has conocido nunca.

Sax levantó la vista a la cúpula blanca, sintiendo un dolor súbito, como si sufriese un ataque agudo de artritis. Era inútil discutir con ella.

Sin embargo, algo en su interior lo impulsó a seguir intentándolo.

—Mira, Ann, yo abogo por el llamado modelo mínimo viable. Es un modelo que pretende crear una atmósfera respirable sólo hasta una cota de dos o tres mil metros. Más arriba el aire continuaría siendo demasiado tenue para los humanos, y no habría demasiada vida de ningún tipo: algunas plantas de alta montaña, y más arriba aún, nada, o nada visible. El relieve vertical de Marte es tan extremo que habría vastas regiones que quedarían por encima del grueso de la atmósfera. Es un plan que me parece razonable, y que expresa un conjunto coherente de valores.

Ella no respondió. Era irritante. Una vez, intentando comprender a Ann, ser capaz de hablar con ella, había estudiado la filosofía de la ciencia. Había leído una buena cantidad de material, concentrándose sobre todo en la ética del suelo y la relación hechos-valores. Pero no parecía haber servido de mucho: en sus conversaciones con Ann, él nunca había podido aplicar lo aprendido. Ahora, mirándola allí sentada, sintiendo las articulaciones doloridas, recordó algo que Kuhn había escrito a propósito de Priestley: un científico que seguía resistiéndose después de que el resto de su profesión se convirtiera a un nuevo paradigma podía muy bien ser lógico y razonable, pero había dejado
ipsofacto
de ser un científico. Algo por el estilo le había ocurrido a Ann. Pero ¿qué era ella ahora? ¿Una contrarrevolucionaria? ¿Un profeta?

En verdad tenía el aspecto de un profeta: áspera, feroz, encolerizada, inflexible. No cambiaría nunca, ni lo perdonaría nunca. Él hubiera querido hablarle, sobre Marte, sobre Gameto, sobre Peter, sobre la muerte de Simón, que parecía haber afectado a Ursula más que a ella... pero era imposible. Ésa era la razón por la que había decidido más de una vez renunciar a hablar con Ann: era tan frustrante no llegar nunca a ninguna parte, chocar siempre con la aversión de alguien que conocía desde hacía más de sesenta años. Él ganaba todas las discusiones, pero nunca llegaba a ninguna parte. Algunas personas eran así, pero eso no lo hacía menos angustioso. En realidad, era notable cuánto del malestar psicológico era generado por una respuesta meramente emocional.

Ann partió con Desmond al día siguiente. Poco después, Sax voló al norte con Peter en uno de los pequeños aviones camuflados con los que volaba por todo Marte.

La ruta de Peter hacia Burroughs los llevó sobre Hellespontus Montes, y Sax estudió la gran cuenca de Hellas con curiosidad. Vislumbraron el borde del campo de hielo que había cubierto Punto Bajo, una masa blanca contra la negra superficie de la noche, pero el propio Punto Bajo quedaba bajo la línea del horizonte. Era una lástima, porque Sax sentía curiosidad por saber qué había ocurrido sobre el agujero de transición de Punto Bajo. Tenía trece mil metros de profundidad cuando la inundación lo llenó, y a esa profundidad era muy probable que el agua del fondo se hubiese mantenido en estado líquido y lo suficiente caliente como para subir bastante; tal vez el campo de hielo fuese en esa región un mar cubierto de hielo, con diferencias tangibles en la superficie.

Pero Peter no pensaba alterar la ruta para que él tuviese una vista mejor.

—Podrás verlo de cerca cuando seas Stephen Lindholm —le dijo con una sonrisa—. Puedes proponerlo como parte de tu trabajo para Biotique.

Así pues no se detuvieron. Y la noche siguiente aterrizaron en las accidentadas colinas al sur de Isidis, todavía en el flanco elevado del Gran Acantilado. Sax caminó hasta un túnel de entrada, bajó por él y lo siguió hasta el fondo de un armario en la zona de Personal del sótano de la Estación Libia, que era un pequeño complejo ferroviario en la intersección de la pista Burroughs-Hellas y la pista Burroughs-Elysium, que había variado su itinerario hacía poco. Cuando llegó el tren para Burroughs, Sax salió por una puerta de servicio y se unió a la multitud que subió a él. En la estación central de Burroughs fue recibido por un hombre de Biotique. Y entonces se convirtió en Stephen Lindholm, recién llegado a Burroughs y a Marte.

El hombre de Biotique, un secretario de personal, lo felicitó por su destreza al caminar, y lo llevó a un apartamento estudio en lo alto de Hunt Mesa, cerca del centro de la vieja ciudad. Los laboratorios y oficinas de Biotique también estaban en Hunt, justo bajo la cima de la mesa, y tenían grandes ventanales que daban sobre el Parque del Canal. Un distrito caro, como correspondía a una compañía que tenía a su cargo los esfuerzos de bioingeniería del proyecto de terraformación.

Desde las ventanas de la oficina de Biotique alcanzaba a ver la mayor parte de la vieja ciudad, que tenía más o menos el aspecto que él recordaba, excepto una parte extensa de las paredes de la mesa ocupada ahora por ventanas de cristal y bandas horizontales de cobre, oro, azul o verde metálicos, como si las mesas estuviesen estratificadas por capas de minerales singulares. También habían desaparecido las tiendas en lo alto de las mesas, y los edificios estaban bajo una tienda mucho mayor que ahora cubría las nueve mesas y todo lo que había alrededor de ellas. La tecnología de construcción de tiendas podía ya abarcar vastos mesocosmos, y Sax había oído que una transnac iba a cubrir Hebes Chasma, un proyecto que Ann había sugerido como alternativa a la terraformación, y del que Sax se había burlado. Y ahora iban a hacerlo. Uno nunca debía subestimar el potencial de la ciencia de los materiales, eso estaba claro.

El viejo Parque del Canal y los anchos bulevares herbosos que partían de allí y discurrían entre las mesas eran ahora bandas de verde que cortaban los techos de tejas anaranjadas. La vieja hilera doble de columnas de sal todavía se alzaba junto al canal azul. Se habían construido muchas cosas, por supuesto; pero la configuración de la ciudad era la misma. Sólo en las afueras era patente cuánto había cambiado todo, y cuánto había crecido la ciudad: el muro quedaba muy separado de las nueve mesas, de modo que una buena porción de la tierra circundante estaba a cubierto, y ya urbanizada.

El secretario de personal le ofreció una rápida visita de Biotique, y le presentó a más gente de la que Sax podía recordar.

Luego le dijeron que se incorporase al laboratorio la mañana siguiente y le dieron el resto del día para instalarse.

En su papel de Stephen Lindholm, Sax planeaba mostrar energía intelectual, sociabilidad, curiosidad y entusiasmo; y para hacerlo convincente pasó la tarde explorando Burroughs, vagando de un barrio a otro. Paseó arriba y abajo por los bulevares de astrocésped, considerando mientras lo hacía el misterioso fenómeno del crecimiento de las ciudades. Era un proceso cultural para el que no se podían encontrar buenas analogías físicas o biológicas. Él no se explicaba por qué ese extremo bajo de Isidis Planitia albergaba la ciudad más grande de Marte, y las razones originales para ubicar la ciudad allí tampoco lo hacían. Por lo que él sabía, al principio no era más que un apeadero corriente en la ruta de la pista de Elysium a Tharsis. Tal vez esa falta de localización estratégica explicaba su prosperidad, porque había sido la única ciudad importante que no había sido dañada o destruida en 2061, y quizá por eso había encabezado el crecimiento en los años de la posguerra. Por analogía con el modelo evolutivo de equilibrio interrumpido, podía decirse que esta especie en particular había sobrevivido por accidente a un impacto que había devastado a la mayoría de las otras especies, proporcionándole así una amplia ecosfera para expandirse.

Y sin duda la forma arqueada de la región, con su archipiélago de pequeñas mesas, le daba un aspecto impresionante. Paseando por los anchos bulevares verdes, las nueve mesas aparecían distribuidas con regularidad, y todas eran ligeramente distintas: las paredes de roca se distinguían por lomas, estribaciones, salientes y grietas característicos. Y ahora además por los ventanales de cristales coloreados y los edificios y parques sobre las mesetas que coronaban cada mesa. Desde cualquier punto de las calles uno siempre veía varias mesas, desparramadas como majestuosas catedrales, un placer para la vista. Y si uno tomaba un ascensor hasta la cima de una de ellas, todas a más de cien metros de altura, disfrutaba de una vista magnífica de los tejados de diferentes distritos y de una perspectiva diferente de las otras mesas, y más allá, del terreno que circundaba la ciudad. Se alcanzaba a ver a distancias mucho mayores que las habituales en Marte, debido a que estaban en el fondo de una depresión en forma de cuenco: la llanura de Isidis al norte, al oeste la oscura pendiente de Syrtis y hacia el sur la mole lejana del Gran Acantilado, perfilándose en el horizonte como un Himalaya.

Un bonito panorama como requisito para la ubicación de una ciudad era desde luego una idea discutible, pero había historiadores que afirmaban que la localización de muchas de las ciudades griegas antiguas se había elegido sobre todo por las vistas, a pesar de los inconvenientes, así que debía de ser uno de los factores a tener en cuenta. En cualquier caso, Burroughs era ahora una pequeña metrópolis bulliciosa de unos 150.000 habitantes, la ciudad más grande de Marte. Y todavía estaba en expansión. Hacia el final de su recorrido Sax tomó uno de los grandes ascensores exteriores que subían por el flanco de Branch Mesa, en la parte central al norte del Parque del Canal, y desde la meseta pudo ver que los barrios de las afueras, al norte de la ciudad, estaban sembrados de edificios en construcción hasta el mismo muro de la tienda. Incluso se estaba edificando alrededor de algunas mesas distantes fuera de la tienda. Era evidente que la masa crítica se había alcanzado en alguna clase de psicología de grupo, una especie de instinto gregario que había hecho de ese lugar la capital, el magneto social, el corazón de la acción. La dinámica de grupo era compleja en el mejor de los casos, incluso (hizo una mueca) una incógnita.

Lo que era desafortunado, como siempre, porque Biotique Burroughs era un grupo muy dinámico, y en los días que siguieron Sax se dio cuenta de que no era tarea fácil determinar el lugar que ocupaba en la legión de científicos que trabajaban en el proyecto. Había perdido la habilidad para encajar en un nuevo grupo, suponiendo que alguna vez la hubiese tenido. La fórmula que determinaba el número de relaciones posibles en un grupo era n(n-1)/2, donde
n
es el número de individuos que integran el grupo. Asi pues, para las mil personas de Biotique Burroughs había 499.500 posibles relaciones. Eso le parecía a Sax fuera del alcance de la comprensión de nadie: incluso las 4.950 relaciones posibles en un grupo de cien, el hipotético «límite funcional» del tamaño de un grupo humano, parecía difícil de manejar. Desde luego, así había ocurrido en la Colina Subterránea, donde habían tenido oportunidad de comprobarlo.

Por tanto, era importante encontrar un grupo pequeño en Biotique, y Sax se puso a la tarea. Era lógico concentrarse primero en su laboratorio. Sax se había unido a ellos en calidad de biofísico; era arriesgado, pero lo situaba donde él quería estar en la compañía. Y esperaba defenderse bien. Si no era así, podía justificarse diciendo que había llegado a la biofísica desde la física, lo que era cierto. Su jefe era una mujer japonesa llamada Claire, que parecía de mediana edad, una mujer muy agradable que sabía dirigir el laboratorio. Cuando Sax llegó, ella lo puso a trabajar con el equipo que estaba diseñando plantas de segunda y tercera generación para las regiones glaciares del hemisferio boreal. Esos entornos recientemente hidratados abrían enormes posibilidades para el diseño botánico, pues los diseñadores ya no tenían que basar todas las especies en xerófitos desérticos. Sax lo había previsto desde el momento en que vio la inundación rugiendo por Lus Chasma camino de Melas, en 2061. Y ahora, cuarenta años después, él iba a intervenir.

Se entregó con entusiasmo al trabajo. Primero tenía que ponerse al día sobre lo que ya habían hecho en las regiones glaciares. Leyó vorazmente, como era habitual en él, y vio cintas de vídeo, y se enteró de que con la atmósfera aún tan fría y tenue, todo el hielo nuevo que se formaba iba sublimándose, y al final las capas más superficiales se convertían en un encaje. Eso significaba que había millones de cavidades, grandes y pequeñas, en las que podía crecer la vida directamente sobre el hielo. Y por eso las primeras formas que habían sido distribuidas en abundancia eran variedades de algas de nieve y hielo. A esas algas les habían añadido rasgos freatofíticos, porque aunque el hielo era puro al principio, la ubicua arena arrastrada por el viento pronto lo transformaba en un hielo encostrado de sal. Las algas halófilas manufacturadas por ingeniería genética se habían adaptado muy bien y crecían en las superficies picadas de los glaciares, y a veces sobre el mismo hielo. Y porque eran más oscuras que el hielo, rosadas, rojas, negras o verdes, el hielo subyacente tendía a derretirse, sobre todo en los días de verano, cuando las temperaturas subían muy por encima del punto de congelación. Así pues, unas pequeñas corrientes diurnas habían empezado a discurrir por los glaciares y las pendientes. Esas regiones húmedas semejantes a morrenas recordaban algunos parajes polares y de alta montaña de la Tierra. Por eso, varios años marcianos antes los equipos de Biotique habían dispersado bacterias y plantas superiores procedentes de esos medios terranos, genéticamente alteradas para ayudarlas a sobrevivir en suelos muy salinos. Y en su mayoría esas plantas prosperaban como lo habían hecho las algas.

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