Authors: Kim Stanley Robinson
Inmerso en la actividad, Nirgal era feliz la mayor parte del tiempo. Sin embargo, cierto día, al salir de la escuela y ver el edificio del comedor en vez de los grandes troncos del Creciente Guardería, se detuvo como herido por el rayo. El viejo mundo familiar había desaparecido para siempre. Así trabajaba el tiempo. Experimentó una dolorosa sensación de pérdida y se le llenaron los ojos de lágrimas. Todo aquel día anduvo aturdido y distante, viendo las cosas despojado de toda emoción, aislado como después de la muerte de Simón, exiliado en el mundo blanco más allá del mundo verde. No sabía si alguna vez podría librarse de esa melancolía. Los días de su niñez habían terminado, igual que Zigoto, y nunca volverían. Y ese día terminaría y se borraría también, esa cúpula se sublimaría poco a poco y acabaría por resquebrajarse. Nada perduraría. Entonces, ¿que sentido tenía todo? La pregunta lo atormentaba y le arrebataba el color y el sabor a todas las cosas. Hiroko advirtió su abatimiento y le preguntó qué le ocurría.
—¿Por qué hacemos todo esto, Hiroko? ¿Por qué nos molestamos en hacerlo si al fin todo acaba siendo blanco, sin importar cuánto nos esforcemos? —dijo Nirgal.
Uno podía preguntárselo todo a Hiroko, incluso lo trascendental. Ella lo miró con la cabeza inclinada a un lado, como un pájaro, y Nirgal pensó que aquella postura delataba el afecto que Hiroko sentía por él. No podía asegurarlo, sin embargo: cuanto mayor era, menos entendía a Hiroko y al mundo.
—Es triste que el viejo hogar haya desaparecido —dijo ella—. Pero tenemos que pensar en lo venidero. Eso también es viriditas: concentrarse no en lo que hemos creado, sino en lo que crearemos. La cúpula era como una flor que se marchita y muere, pero que lleva en ella la semilla de una nueva planta, que al crecer da nuevas flores y semillas. El pasado se ha ido, y pensar en el sólo te procurará tristeza. ¡Vaya, hace mucho tiempo yo fui una jovencita en el Japón, en la isla de Hokkaido! ¡Sí, tan joven como tú! Y no puedes imaginar cuánto tiempo hace de eso. Pero aquí estamos ahora, tú y yo, rodeados de estas plantas y estas gentes, si piensas en ellas y en cómo ayudarlas a crecer y medrar otra vez, sientes el
kami
que llena todas las cosas, y eso es todo lo que necesitas. Nosotros sólo podemos vivir el momento.
—¿Y el pasado? Ella rió.
—Vaya, estás creciendo, Nirgal. Bien, tienes que recordar el pasado de cuando en cuando. Fueron años buenos, ¿no es cierto? Tuviste una infancia feliz, y eso es una bendición. Pero también los días que estamos viviendo son buenos.
Se hicieron los preparativos para el viaje con Coyote y continuaron trabajando en el nuevo Zigoto, al que informalmente habían bautizado Gameto. Por las noches, en el viejo comedor trasladado, los adultos discutían largo y tendido sobre la situación. Sax, Vlad y Ursula, entre otros, querían volver a la superficie. En los refugios ocultos no podían desarrollar su trabajo de investigación de forma adecuada; querían volver a sumergirse en la corriente de la ciencia médica, de la terraformación, de la construcción.
—Nunca podremos disfrazarnos —señaló Hiroko—. Nadie puede cambiarse el genoma.
—No es el genoma lo que tenemos que cambiar, sino los archivos — dijo Sax—. Eso es lo que ha hecho Spencer. Ha introducido sus características físicas en un nuevo archivo de identidad.
—Y le alteramos las facciones con cirugía plástica —dijo Vlad.
—Sí, pero los cambios fueron mínimos debido a la edad. Ninguno de nosotros tiene el mismo aspecto. De todos modos, si se deciden por eso, les daremos nuevas identidades.
—¿De verdad que Spencer entró en todos los archivos? —preguntó Maya.
—El se quedó en Cairo —dijo Sax—, y tuvo la oportunidad de entrar en algunos archivos que ahora utilizan los de seguridad, eso bastó. Yo intentaré hacer algo parecido. Esperemos a ver qué dice Coyote sobre el asunto. Él no está en ningún archivo, así que seguramente sabe cómo hacerlo.
—Pero él ha estado escondido desde el principio —dijo Hiroko—. Eso es diferente.
—Es cierto, pero quizá tenga alguna idea.
—Podríamos trasladarnos al demimonde —propuso Nadia—, y permanecer fuera de los archivos. Creo que me decidiré por eso.
Maya asintió.
—Bueno, de todas maneras, un pequeño cambio de apariencia sería aconsejable. Ya sabéis que Phyllis ha vuelto.
—Todavía no puedo creer que hayan sobrevivido. Ella debe de tener nueve vidas.
—En cualquier caso, salimos en muchos noticiarios. Tendrémos que ir con cuidado.
Gameto iba completándose poco a poco. Pero por más que intentó concentrarse en la construcción, en el presente, Nirgal nunca lo sintió como su casa.
Un viajero les trajo la noticia de que Coyote llegaría pronto. A Nirgal se le aceleró el pulso: viajaría otra vez bajo el cielo nocturno cuajado de estrellas, en el rover-roca de Coyote, de refugio en refugio...
Jackie lo observó con una expresión curiosa mientras Nirgal compartía con ella esas sensaciones. Y esa tarde, después de que les dieran permiso en el trabajo, lo llevó hasta las nuevas dunas y lo besó. Cuando recobró el sentido, Nirgal le devolvió la caricia y empezaron a besarse apasionadamente; se abrazaron con fuerza y el vapor de sus respiraciones les humedeció las caras. Se arrodillaron en la depresión entre dos dunas altas, bajo una pálida neblina, y se tendieron en el nido formado por los abrigos de plumón. Se besaron y acariciaron y se fueron quitando la ropa, creando una envoltura con su propio calor, soltando vapor y quebrando la escarcha de la arena debajo de ellos. Y todo eso sin una palabra, fundiéndose en un ardiente circuito eléctrico, desafiando a Hiroko y al mundo entero. Así que esto es lo que se siente, pensó Nirgal. Bajo los cabellos negros de Jackie los granos de arena centelleaban como joyas, como si encerraran diminutas flores de hielo.
Cuando terminaron, gatearon hasta la cresta de la duna para asegurarse de que no venía nadie, y luego volvieron a su nido y se cubrieron con las ropas para calentarse. Se acurrucaron muy juntos y se besaron voluptuosamente, sin prisa. Jackie lo golpeó en el pecho con la punta del dedo y le dijo:
—Ahora nos pertenecemos el uno al otro.
Nirgal sólo pudo asentir, feliz; besó el largo cuello de la muchacha y enterró la cara en su cabello negro.
—Ahora me perteneces —dijo ella.
Él esperaba sinceramente que fuese cierto. Era lo que siempre había deseado, desde que tenía memoria.
Esa noche, sin embargo, en los baños Jackie se lanzó a la piscina, alcanzó a Harmakhis y lo abrazó estrechamente. Después se apartó un poco y miró a Nirgal con una expresión vacía, los ojos oscuros como pozos. Nirgal se sentó en el fondo poco profundo, sintiéndose helado, el torso rígido como si se preparara para recibir un golpe. Sus testículos aún estaban doloridos por el encuentro amoroso y ahí estaba ella, pegadita a Harmakhis como no lo había estado en meses, y echándole a él una mirada de basilisco.
Una sensación extraña lo recorrió: supo que aquél sería un momento que recordaría el resto de su vida, un momento crucial. Estaban en ese baño humeante y agradable, bajo la mirada de halcón de la hierática Maya, a quien Jackie detestaba con un odio refinado, que los miraba con sospecha. Así eran las cosas. Jackie y Nirgal tal vez se pertenecían el uno al otro; pero él con toda seguridad le pertenecía a ella. Aunque la idea que ella tenía de la pertenencia no coincidía con la suya. Nirgal advirtió que todas sus certezas se desmoronaban. Volvió a mirarla, aturdido, herido, furioso —ella se apretaba contra Harmakhis aún más—, y al fin comprendió: los poseía a los dos. Claro. Y Reull y Steve y Frantz sentían la misma devoción por ella. Quizás era un vestigio del dominio de Jackie sobre la pequeña banda. Tal vez todos formaran parte de su colección. Y era evidente que ahora que Nirgal era una especie de extranjero para ellos, Jackie se sentía más cómoda con Harmakhis. Era un exiliado en su propio hogar y en el corazón de su amada. ¡Si es que ella tenía corazón!
Ignoraba si había algo de verdad en esas impresiones, y no estaba seguro de querer saberlo. Salió de la piscina y fue a refugiarse en el vestuario de hombres, sintiendo la mirada de Jackie, y también la de Maya, taladrándole la espalda.
Al entrar vio por el rabillo del ojo una cara desconocida en el espejo. Se detuvo y la reconoció: era su propia cara, contraída de angustia.
Se acercó al espejo lentamente, de nuevo con aquella extraña sensación de trascendencia. Estudió la cara, y supo que él no era el centro del universo, ni tampoco su única conciencia, sino una persona corriente, y que los otros lo veían como él a ellos cuando los miraba. Y ese extraño Nirgal del espejo era un apuesto muchacho de cabellos negros y ojos castaños, apasionado, casi el gemelo de Jackie, de gruesas cejas negras y... una mirada peculiar. La energía hormigueó en las puntas de sus dedos y recordó cómo lo miraban todos, y comprendió que él debía de representar para Jackie la misma clase de poder peligroso que ella para él. Y por eso necesitaba mantenerlo a distancia de alguna forma —por ejemplo, utilizando a Harmakhis—, para crear un cierto equilibrio, para afirmar su poder. Para demostrarle que eran una pareja de iguales. Y de súbito, la tensión del torso se aflojó y Nirgal tembló. Esbozo una media sonrisa: era cierto que se pertenecían, pero él seguía siendo él mismo.
Cuando Coyote llegó al fin y le pidió que lo acompañara, Nirgal accedió al instante, agradecido por la oportunidad. Le dolió ver el relámpago de rabia en la cara de Jackie cuando se enteró de la noticia; pero una parte de Nirgal se sintió exultante por su alteridad, por su habilidad para escapar de ella, o al menos para mantener una cierta distancia. Pareja o no, él necesitaba su identidad.
Unas noches más tarde, Coyote, Michel, Peter y él dejaron atrás la mole inmensa del casquete polar y se adentraron en el terreno fracturado, negro bajo el manto de estrellas.
Nirgal miró atrás, el luminoso acantilado blanco, con una mezcla de sentimientos en la que predominaba el alivio. Quizás excavarían cada vez más profundamente en el hielo y vivirían en una cúpula bajo el mismo Polo Sur; y mientras tanto el planeta rojo giraría en el cosmos, libre entre las estrellas. Tuvo la súbita certeza de que él nunca más viviría bajo la cúpula, volvería a ella sólo para visitas cortas. No porque él lo eligiese, sino porque ése era su destino. Una certidumbre como una piedra roja en la mano. En adelante no tendría hogar, no hasta que el planeta entero se convirtiese en su hogar, y conociera cada cráter y cañón, cada planta, cada persona, todo, en el mundo verde y en el mundo blanco. Recordando la tormenta que había visto desde el borde de Promethei Rupes, pensó que aquélla sería una tarea que ocuparía muchas vidas. Tendría que empezar a aprender.
Los asteroides con órbita elíptica que cruzan la órbita marciana reciben el nombre de asteroides Amor. (Si cruzan la órbita terrestre se los denomina Troyanos.) En 2088, el asteroide Amor conocido como 2034 B intersectó el curso de Marte unos dieciocho millones de kilómetros detrás del planeta, y un grupo de vehículos de descenso robóticos partieron de la Luna y atracaron en él poco después. El 2034 B era una bola irregular de unos cinco kilómetros de diámetro, con una masa aproximada de quince mil millones de toneladas. Cuando los cohetes aterrizaron, el asteroide se convirtió en Nuevo Clarke.
Los cambios pronto fueron evidentes. Algunas naves se posaron en la superficie polvorienta del asteroide y empezaron a perforar, excavar, triturar, clasificar, transportar. Un reactor nuclear entró en funcionamiento y las varillas de combustible ocuparon su lugar. Se encendieron hornos y las cargadoras robóticas se prepararon para palear. Otras naves abrieron sus bodegas y diversos ingenios robóticos se descolgaron como arañas sobre la superficie y anclaron en las regulares superficies de roca. Las taladradoras actuaron. El polvo se levantó y envolvió el asteroide y volvió a posarse o escapó para siempre. Las naves extendieron tuberías y cables y se ensamblaron unas con otras.
El asteroide estaba formado por condrita carbonoso, y tenia un alto porcentaje de hielo de agua enferma de venas y burbujas en el interior de la roca. No mucho después el complejo de fábricas empezó a producir diferentes materiales con base de carbono y algunos compuestos.
El agua pesada, una parte en cada seis mil del hielo de agua del asteroide, fue separada, y a partir de ella se elaboró deuterio. Se fabricaron las piezas a partir de los compuestos de carbono y se ensamblaron. Aparecieron nuevos robots, hechos en su mayoría empleando la roca del propio Clarke. Y así, a medida que los ordenadores de las naves dirigían la creación del complejo industrial, el número de máquinas fue creciendo.
Después el proceso se simplificó, por algunos años. La fábrica principal de Nuevo Clarke hizo un cable de filamentos de nanotubo de carbono. Los nanotubos estaban formados por cadenas de átomos de carbono, y los enlaces que los mantenían unidos eran los más fuertes que podían elaborar los humanos. Los filamentos sólo tenían unas pocas docenas de metros de longitud, pero estaban agrupados en haces superpuestos que se unían a otros haces hasta que el cable alcanzo nueve metros de diámetro. Las fábricas producían los filamentos y componían los haces con tal facilidad que extraían cable a un ritmo de cuatrocientos metros a la hora, diez kilómetros al día, hora tras hora, día tras día, año tras año.
Mientras la delgada hebra de luces de carbono salía al espacio, en otra faceta del asteroide otros robots construyeron un conductor de masa, un ingenio que utilizaba el deuterio del agua para proyectar la roca triturada al espacio, a doscientos kilómetros por segundo. Se construyeron también ingenios mas convencionales alrededor del asteroide, y se los abasteció de combustible, a la espera del momento en que actuarían como cohetes de posición. Se construyeron vehículos con grandes ruedas que podían desplazarse a lo largo del cable, cada día más extenso. A medida que el cable salía se le añadían unos pequeños cohetes y maquinaria diversa.
Se activó el conductor de masa. El asteroide empezó a variar su órbita.
Pasaron los años. La nueva órbita del asteroide lo acercó a diez mil kilómetros de Marte y se encendieron los cohetes para permitir que el campo gravitatorio del planeta lo atrapara en una órbita al principio marcadamente elíptica. Los cohetes siguieron encendiéndose y apagándose para regularizar la órbita. Siguió extrayéndose cable. Pasaron los años.