Authors: Kim Stanley Robinson
La pequeña ciudad (y parecía muy pequeña después de Sheffield y Cairo) estaba situada en el Borde Phillips Cráter Cuatro, a 67 grados de latitud sur. Durante el Año Sin Verano el extremo sur había sufrido varias tormentas severas que dejaron caer unos cuatro metros de nieve, una cantidad sin precedentes. Estaban en L
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281, justo después del perihelio, y en pleno verano en el sur, y al parecer los diferentes métodos para evitar una edad de hielo funcionaban: buena parte de la nieve se había derretido en una cálida primavera y ahora había lagos circulares en el fondo de los cráteres. El estanque del centro de Christianopolis tenía unos tres metros de profundidad y trescientos de diámetro; los cristianos estaban encantados con su hermoso parque acuático. Pero si ocurría lo mismo cada invierno —y los meteorólogos creían que los inviernos siguientes traerían aún más nieve, y los veranos siguientes serían aún más cálidos—, las aguas del deshielo inundarían rápidamente la ciudad y Borde Phillips Cráter Cuatro se convertiría en un lago lleno hasta los bordes. Y podía decirse lo mismo de todos los cráteres del planeta.
El congreso de Christianopolis discutiría estrategias para enfrentar esa situación. Nadia había utilizado su influencia para que asistiera gente importante, y meteorólogos, hidrólogos e ingenieros, y tal vez Sax, cuya llegada era inminente. El problema de la inundación de los cráteres sólo era el punto de partida de la discusión sobre cuencas de aguas y el ciclo hidrológico planetario.
El problema concreto de los cráteres tendría que resolverse como Nadia había predicho: canalizando. Tratarían los cráteres como si fueran bañeras y abrirían canales de desagüe. El material que había bajo los polvorientos suelos de los cráteres era extremadamente duro, pero los túneles podían abrirse con robots y luego instalar bombas y filtros y extraer el agua, manteniendo un estanque o lago central, si se quería, o desecando el cráter.
Pero ¿qué iban a hacer con el agua? Las irregulares tierras altas del sur estaban destrozadas: carcomidas y resquebrajadas, con pliegues, hundidas y fracturadas; cuando se las analizaba como posibles cuencas receptoras el resultado era desalentador. Nada llevaba a ninguna parte, y había grandes extensiones llanas. Todo el sur era un altiplano entre tres y cuatro kilómetros por encima de la antigua línea de referencia, con algunas lomas y depresiones. Nadia nunca había visto con más claridad la diferencia entre aquellas tierras altas y cualquiera de los continentes terrestres. En la Tierra, los movimientos tectónicos habían empujado las montañas con frecuencia y luego el agua había corrido por aquellos declives jóvenes siguiendo las líneas de menor resistencia para regresar al mar, cavando las venas fractales de las cuencas hidrológicas por todas partes. Incluso las regiones de cuencas secas de la Tierra estaban salpicadas por cauces y lagos secos. Pero en el sur marciano el bombardeo de meteoritos del noachiano había golpeado la tierra con ferocidad y dejado cráteres y deyecciones por todas partes; y después el irregular yermo vapuleado había estado expuesto a la incesante acción erosiva de los vientos cargados de polvo, que habían desgarrado todas las grietas. Si vertían agua sobre aquella tierra acabarían con una alocada colcha de arroyos cortos que se escurrirían hacia los cráteres sin borde más cercanos. A duras penas conseguiría alguna de esas corrientes alcanzar el mar boreal o las cuencas de Argyre o Hellas, circundadas por las cadenas montañosas de sus propias deyecciones.
Existían empero algunas excepciones. A la era noachiana había seguido un breve período húmedo y cálido a finales del hespérido, de no más de cien millones de años, en el que una atmósfera densa y cálida de CO
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había permitido la circulación de agua líquida por la superficie, que trazó algunos cauces en las pendientes suaves del altiplano y entre las faldas de los cráteres. Y esos cauces habían subsistido después de que la atmósfera se congelara y desapareciera, lechos secos ensanchados gradualmente por el viento, ríos fósiles, como Nirgal Vallis, Warrego Valles, Protva Valles, Patana Valles o Oltis Valles. Eran cañones angostos y sinuosos, auténticos cañones ribereños, más que grábenes o fossae.
Algunos incluso tenían sistemas tributarios rudimentarios. De manera que los esfuerzos para diseñar un sistema de macrocuencas fluviales en el sur utilizarían esos cañones como corrientes de aguas primarias, es decir, se bombearía agua a la cabecera de los tributarios. Había también algunos antiguos túneles de lava que podían transformarse fácilmente en ríos, ya que la lava, igual que el agua, había seguido el trayecto de menor resistencia pendiente abajo. Y numerosas fracturas y fisuras de grábenes inclinados, como al pie de Eridania Scopulus, que también podían utilizarse.
En el congreso se utilizaban a diario grandes globos marcianos para señalar diferentes regímenes hidrográficos. Había también salas atestadas de mapas topográficos tridimensionales y la gente se agrupaba en torno a los distintos sistemas de cuencas fluviales y discutía las ventajas e inconvenientes, o se limitaba a contemplarlos o jugueteaba con los controles para pasar, incansablemente, de una configuración a otra. Nadia vagaba por las salas observando aquellas hidrografías, aprendiendo cosas que desconocía sobre el hemisferio meridional. Había una montaña de seis mil metros de altura cerca del cráter Richardson, en el extremo sur, y el mismo casquete polar meridional era bastante alto. Por otra parte, Dorsa Brevia cruzaba una depresión que parecía un surco dejado por el impacto de Hellas, un valle profundo que podía convertirse en un lago, una idea que los habitantes de Dorsa Brevia no aprobaban. Y desde luego podían desecar la zona si querían. Había docenas de variantes, y todos los sistemas resultaban extraños para Nadia. Veía con inusitada claridad cuan diferentes eran los dibujos fractales de la gravedad de los aleatorios del impacto. En el incipiente paisaje meteorítico era posible casi cualquier cosa, porque nada era obvio, excepto que en cada posible sistema habría que construir algunos canales y túneles. Su nuevo dedo le hormigueaba, ansioso de conducir una excavadora o una perforadora.
Los planes más eficientes, lógicos o estéticamente agradables empezaron a emerger como propuestas, agrupados por zonas, formando un mosaico. En el cuadrante oriental del extremo sur, las corrientes tenderían a dirigirse hacia la Cuenca de Hellas y, a través de un par de gargantas, desaguarían en el mar de Hellas, un magnífico desarrollo. Dorsa Brevia aceptó convertir la cresta del túnel de lava de la ciudad en una presa que atravesaría una cuenca de aguas, de manera que por encima de ella habría un lago y por debajo, un río, cuyo curso llevaría hasta Hellas. Alrededor del casquete polar, la nieve permanecería congelada, pero la mayoría de los meteorólogos predecían que cuando el clima se estabilizara no nevaría demasiado en el polo, que se transformaría en un desierto helado, como la Antártida. Con el tiempo el casquete polar crecería hasta invadir una depresión bajo las Promethei Rupes, otra cuenca de impacto parcialmente borrada por la erosión. Si no deseaban un casquete polar meridional demasiado grande tendrían que derretir el hielo y conducir parte del agua al norte, tal vez al mar de Hellas. Algo similar tendría que llevarse a cabo en la Cuenca de Argyre si decidían mantenerla seca. Un grupo de abogados rojos moderados defendía esa propuesta en aquellos mismos días ante el TMG, argumentando que debían conservar al menos una de las dos grandes cuencas de impacto ocupadas por dunas. Parecía seguro que aquello obtendría un fallo favorable del tribunal, y por eso todas las cuencas hidrológicas que rodeaban Argyre debían tenerlo en cuenta.
Sax había diseñado su propio plan hidrográfico meridional, que envió al congreso mientras el transbordador aerofrenaba para la inserción en órbita. El plan minimizaba el agua en superficie, vaciaba la mayoría de cráteres, hacía un amplio uso de los túneles y dirigía casi toda el agua a los cañones de ríos fósiles. Vastas áreas del sur seguirían siendo un desierto árido, pues abogaba por un hemisferio meseta llano y seco, surcado por cañones angostos y profundos en cuyos fondos discurrirían los ríos.
—El agua es devuelta al norte —le comunicó a Nadia—, y si estás en lo alto de la meseta, tendrá el mismo aspecto de siempre, o casi.
Y a Ann le gustará, podía haber añadido.
—Buena idea —dijo Nadia.
Y en verdad el plan de Sax no difería demasiado del que estaba consiguiendo el consenso del congreso. Norte húmedo, sur seco; un nuevo dualismo que añadir a la gran dicotomía. Y que el agua volviera a correr por los viejos ríos-cañón era satisfactorio. Un plan atractivo, dado el terreno.
Sin embargo los días en los que Sax o cualquiera podía escoger un proyecto de terraformación y ponerlo en marcha habían pasado, y para Nadia era evidente que Sax aún no lo había comprendido. Desde el principio, cuando había colado molinillos calefactores llenos de algas en el campo sin el conocimiento o aprobación de nadie más que sus cómplices, había actuado por su cuenta. Era una actitud arraigada y Sax parecía ignorar que cualquier plan hidrográfico tendría que superar el examen de los tribunales medioambientales. Pero ahora era ineludible, y a causa del gran gesto, la mitad de los cincuenta jueces eran rojos, en mayor o menor grado. Cualquier propuesta de cuenca hidrográfica, incluyendo la de Sax Russell, sería objeto de un minucioso y suspicaz escrutinio.
Nadia pensaba que si los jueces rojos examinaban cuidadosamente la propuesta de Sax, tenía que sorprenderlos su enfoque. Recordaba la conversión en el camino a Damasco, inexplicable dados los antecedentes de Sax. A menos que uno conociera toda la historia. Ella lo comprendía: Sax estaba tratando de complacer a Ann, aunque dudaba de que aquello fuera posible; sin embargo le gustaba que él lo intentara.
—Un hombre lleno de sorpresas —le comentó a Art.
—Las lesiones cerebrales suelen tener esas consecuencias.
Fuera como fuese, cuando el congreso terminó habían diseñado una hidrografía completa en la que se especificaban los futuros lagos y corrientes del hemisferio sur. Con el tiempo el plan tendría que coordinarse con planes similares para el hemisferio norte, ahora bastante desordenado en comparación, porque aún no se sabía con certeza cuál sería el tamaño final del mar boreal. Ya no se extraía agua de los acuíferos y el permafrost —además, los ecosaboteadores rojos habían volado muchas de las estaciones de bombeo en el último año—, pero aún emergía agua debido al peso de la que ya había en la superficie. Y el deshielo estival descargaba en Vastitas, más copioso cada año, tanto el del casquete polar como el del Gran Acantilado; Vastitas era la cuenca de recepción de grandes cursos de aguas, de modo que cada verano acogería enormes cantidades de agua. Por otra parte, los vientos áridos arrancaban mucha agua, que acababa precipitando. Y la evaporación del agua era más rápida que la sublimación del hielo. Calcular cuánta se evaporaba y cuánta precipitaba era el trabajo de campo de un día para un diseñador, y las diferencias de estimación se reflejaban en los distintos mapas con potenciales líneas costeras que divergían en algunos casos en cientos de kilómetros.
Esa incertidumbre retrasaría cualquier GECO para el sur, pensó Nadia; en esencia el tribunal tenía que intentar correlacionar todos los datos disponibles, evaluar los modelos y entonces prescribir el nivel del mar y aprobar las cuencas hidrográficas de acuerdo con ese nivel. El destino de la Cuenca de Argyre en particular parecía indeterminable en esos momentos, a menos que se decidiera algo para el norte; algunos planes abogaban por llevar agua del mar boreal a Argyre si ese mar crecía demasiado, para evitar así la inundación de los cañones de Marineris, Fossa Sur y las ciudades portuarias en construcción. Los radicales rojos amenazaban con «asentamientos en la orilla occidental» para anticiparse a ese movimiento.
De manera que el TMG tenía otro gran problema que resolver. Evidentemente estaba convirtiéndose en el cuerpo político más importante de Marte; guiado por la constitución y sus dictámenes previos, estaba dirimiendo casi todos los aspectos del futuro de Marte. Nadia pensaba que así debía ser, o que al menos no había nada malo en que fuera así. Necesitaban que las decisiones con consecuencias globales fueran examinadas globalmente, y eso era todo.
Pero ocurriera lo que ocurriera en los tribunales, al menos habían formulado un plan provisional para el hemisferio sur. Y para sorpresa general, el TMG emitió un fallo preliminar positivo poco después: el plan podía activarse por partes a medida que el agua afluyera al sur, sin que importara en las primeras etapas el nivel del mar boreal. De manera que no había razón para retrasar su puesta en marcha.
Art entró radiante con las noticias.
—Podemos empezar a instalar cañerías.
Nadia, por supuesto, no podía abandonar Sheffield. Había reuniones pendientes, decisiones que tomar, gente que convencer o coaccionar. Y ella cumplía con su obligación obstinadamente, le gustara o no, y a medida que pasaba el tiempo fue haciéndolo cada vez mejor. Sabía cómo podía presionar sutilmente para abrirse camino, veía que la gente se plegaba a su voluntad si ella pedía o sugería de cierta manera. La constante corriente de decisiones afinó algunos de sus puntos de vista; descubrió que era mejor actuar de acuerdo con algunos principios políticos que juzgar los casos siguiendo el instinto. También era mejor tener aliados dignos de confianza, en el consejo y fuera de él, más que ser neutral e independiente. Y así, poco a poco se encontró convergiendo con los bogdanovistas, quienes, para su sorpresa, eran los que más cerca estaban de su propia filosofía política. Su lectura del bogdanovismo era en cierto modo simplona: Arkadi siempre había insistido en que las cosas tenían que ser justas y los individuos libres e iguales; el pasado no importaba, necesitaban inventar nuevas formas siempre que las viejas se revelaran injustas o poco prácticas, lo que sucedía a menudo. Marte era la única realidad que contaba, al menos para ellos. Con esas nociones como guía, le resultaba más fácil ver el curso a seguir y echar a andar sin más preámbulos.
Se volvió cada vez más despiadada. De cuando en cuando sentía en propia carne que el poder corrompía, una leve sensación de náusea, pero se estaba acostumbrando. Chocaba muy a menudo con Ariadne, y cuando recordaba su remordimiento después de aquel primer encontronazo con la joven minoica, le parecía ridículamente escrupuloso; ahora era mucho más brutal con quienes se cruzaban en su camino, mostraba los dientes en todas las reuniones, en breves y calculados estallidos muy eficaces para llevar a la gente derechita. Con aquellas pequeñas dosis de furia y desdén los gobernaba mejor y le resultaba más fácil conseguir algo útil de ellos. Sentía muy poco remordimiento, ya que por lo general se merecían un puñetazo en las narices; pensaban que habían colocado a una viejecita inofensiva en el trono mientras ellos seguían con sus maquinaciones, pero el trono era la silla del poder, y que la mataran si iba a pasar por toda aquella mierda sin usar una parte de ese poder para tratar de conseguir lo que quería.