Marte Azul (43 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

BOOK: Marte Azul
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Pero como algunos señalaban, ya se habían explotado los depósitos más accesibles y la minería de superficie ya no podía realizarse como antaño; las plantas crecían por todas partes y en muchos lugares estaba formándose una superficie desértica como resultado de la hidratación, la acción bacteriana y las reacciones químicas de las arcillas. Esa costra contribuía enormemente a reducir las tormentas de polvo, que seguían siendo un problema importante; de manera que arrancarla para llegar a los depósitos minerales era inaceptable, tanto ecológica como políticamente. Los miembros rojos del cuerpo legislativo proponían prohibir la explotación minera de superficie, y por buenas razones, incluso en términos de terraformación.

Una noche al apagar la pantalla, Nadia pensó que era duro afrontar los efectos contrapuestos de sus acciones. Las cuestiones medioambientales estaban tan estrechamente ligadas que era difícil decidir qué hacer en cada caso. Y era igualmente penoso que alguien se viera constreñido por las leyes que había contribuido a promulgar; las organizaciones ya no podían actuar unilateralmente, porque muchas de sus acciones tenían ramificaciones globales. De ahí la necesidad de una regulación medioambiental y del Tribunal Medioambiental Global, que ya había tenido que fallar en varios casos y que sin duda acabaría regulando cualquier plan que saliera de aquel congreso. Los días de la terraformación desaforada habían pasado.

Y como miembro del consejo ejecutivo, Nadia tenía que limitarse a decir que el aumento de la emisión de gases de invernadero era una buena idea, para no invadir la jurisdicción del tribunal medioambiental, que Irishka defendía con uñas y dientes. Por eso Nadia pasaba mucho tiempo en contacto virtual con un grupo que estaba diseñando nuevos robots mineros que alterarían mínimamente la superficie, o conversando con un grupo que trabajaba en la creación de fijadores del polvo que podrían rociarse sobre la superficie o incluso mezclarse con ella, «suelos finos rápidos» los llamaban. Pero todos los asuntos medioambientales empezaban a entrañar problemas espinosos.

Y hasta ahí llegó la participación de Nadia en el congreso de Sabishii que ella había promovido. Pero como todos los problemas técnicos planteados se habían enredado en consideraciones políticas, Nadia pensaba que en verdad no se había perdido nada. El trabajo real había brillado por su ausencia mientras en Sheffield el consejo enfrentaba diversos problemas de su competencia: dificultades no previstas para instituir la ecoeconomía; quejas de que el Tribunal Medioambiental se estaba extralimitando en sus atribuciones; quejas sobre la nueva policía y el sistema de justicia penal; comportamiento indisciplinado y estúpido en las dos cámaras del cuerpo legislativo; resistencia roja y de otros grupos en las tierras interiores, y así hasta el infinito. Una gama que iba de lo muy importante a lo increíblemente mezquino, hasta que al fin Nadia perdió todo sentido de los límites de cada problema en aquella serie continua.

Por ejemplo, ocupaba buena parte de su tiempo con las disputas internas del consejo, que consideraba triviales pero que no podía evitar, en general relacionadas con los esfuerzos de Jackie para formar una mayoría que la apoyara en las votaciones y le permitiera imponer la línea de partido de Marte Libre o, en otras palabras, la suya propia. Eso suponía para Nadia conocer mejor a los miembros del consejo y averiguar cómo trabajar con ellos. Zeyk era un viejo conocido; a Nadia le gustaba y era una figura poderosa entre los árabes, pues había logrado ser elegido como representante de esa cultura tras derrotar a Antar. Afable, inteligente, bondadoso, coincidía con Nadia en muchos temas, incluyendo los más delicados, y eso hacía que mantuviesen una relación distendida, e incluso que estuviera naciendo una buena amistad. Ariadne era una de las diosas del matriarcado de Dorsa Brevia y el papel le venía como anillo al dedo: imperiosa e inflexible en sus principios, era una ideóloga, probablemente lo único que le impedía convertirse en una seria amenaza para el liderazgo de Jackie entre los nativos. Marión era la consejera roja, también una ideóloga, pero ya lejos de su radicalismo de antaño, aunque seguía siendo una polemista infatigable y nada fácil de derrotar. Peter, el pequeño de Ann, se había convertido en una figura poderosa en diferentes esferas de la sociedad marciana, incluyendo el equipo de investigación espacial de Da Vinci, la resistencia verde y el grupo del cable, y también, en cierto modo, debido a Ann, era el rojo más moderado. Esa versatilidad formaba parte de su naturaleza y Nadia tenía dificultades para calibrarlo; era un hombre reservado, como sus padres, y parecía desconfiar de Nadia y el resto de los Primeros Cien; como nisei que era, quería mantener las distancias. Mijail Yangel, uno de los primeros issei en seguir a los Primeros Cien a Marte, había colaborado con Arkadi casi desde el principio. Había sido uno de los propulsores de la revolución de 2061 y, en opinión de Nadia, uno de los rojos más extremistas en aquella ocasión, lo que aún la ponía furiosa, una estupidez que le impedía mantener una conversación normal con él. Sin embargo, a pesar de que había cambiado mucho, Mijail era un bogdanovista dispuesto a comprometerse. Su presencia en el consejo sorprendió a Nadia. Podía decirse que había sido un gesto en homenaje a Arkadi, y a ella le parecía conmovedor.

Y luego estaba Jackie, probablemente la figura política más popular y poderosa de Marte. Al menos hasta que Nirgal regresara.

Nadia lidiaba con esas seis personas todos los días, aprendiendo a conocerlos conforme resolvían las cuestiones de sus apretadas agendas. De lo importante a lo trivial, de lo abstracto a lo personal; a Nadia aquello se le antojaba parte de un tejido en el que todo estaba interrelacionado. El trabajo del consejo no sólo no era una ocupación a tiempo parcial sino que consumía todo el tiempo de vigilia. Consumía su vida. Y sin embargo, sólo llevaba dos meses ejerciendo un mandato que duraría tres años marcianos.

Art veía que aquello la estaba agotando y hacía cuanto podía para aliviarla. Cada mañana le subía el desayuno al apartamento, como si perteneciera al servicio de habitaciones. A menudo lo había preparado él mismo y siempre estaba bueno. En cuanto entraba con la bandeja en alto, le pedía a la IA de Nadia música de jazz, no sólo de Louis Armstrong, tan querido por Nadia (aunque le buscaba viejas grabaciones de Satch para entretenerla, como
Give Peace a Chance
o
Stardust Memories
), sino también de estilos más tardíos que a ella nunca le habían agradado porque eran demasiado frenéticos, pero que parecían ser el tempo de aquellos días. Y así Charlie Parker se deslizaba y echaba a volar majestuosamente por la habitación y Charles Mingus hacía que su banda sonara como Duke Ellington atiborrado de pandorfos, que era justo lo que Ellington y el resto del swing necesitaban, en opinión de Nadia... una música muy divertida y agradable. Y, lo mejor de todo, muchas mañanas Art convocaba a Clifford Brown, un descubrimiento que había hecho en el curso de sus investigaciones para ella y del que se sentía muy orgulloso. Siempre lo presentaba ante Nadia como el lógico sucesor de Armstrong: una trompeta vibrante, alegre, positiva y melódica como la de Satch, y también brillantemente rápida, ingeniosa y complicada; Parker, pero en feliz. Era la banda sonora perfecta para aquellos tiempos agitados, frenética e intensa pero increíblemente positiva.

Art le traía el desayuno cantando All of Me bastante bien y con la filosofía básica de Satchmo de que las letras de las canciones estadounidenses sólo podían considerarse chistes tontos.
«Toda yo / por qué no me llevas toda. / ¿Es que no te das cuenta / de que no soy nada sin ti?»
Pedía música, se sentaban de espaldas a la ventana y las mañanas eran divertidas.

Pero sin importar lo bien que empezaran los días, el consejo estaba devorando la vida de Nadia y ella se sentía cada vez más asqueada de tantas disputas, negociaciones, compromisos, conciliaciones, del trato constante con la gente. Empezaba a odiarlo.

Art lo advertía y estaba preocupado. Y un día, después del trabajo, llevó a Ursula y Vlad al apartamento de Nadia y preparó la cena para los cuatro. Nadia disfrutó de la compañía de sus viejos amigos; estaban en la ciudad por otros asuntos, pero invitarlos a cenar había sido un acierto. Art era un hombre muy dulce, pensó Nadia mientras lo miraba trajinar en la cocina. Ingenuo simplón y diplomático astuto a partes iguales. Como una versión benigna de Frank, o una mezcla del oficio de Frank y la alegría de Arkadi. Rió para sí al advertir que siempre catalogaba a la gente según los modelos de los Primeros Cien, como si de algún modo todo el mundo fuera una recombinación de las características de los miembros de esa familia original. Era un mal hábito.

Vlad y Art hablaban de Ann. Sax había llamado a Vlad desde el transbordador que lo llevaba de vuelta a Marte, trastornado por una conversación con Ann. Se preguntaba si Ursula y Vlad considerarían la posibilidad de someter a Ann al mismo tratamiento de plasticidad cerebral que habían empleado con él después de la embolia.

—Ann nunca lo aceptaría —dijo Ursula.

—Y yo me alegraría de que lo rechazara —dijo Vlad—. Eso sería excesivo. Su cerebro no está dañado y no sabemos los efectos que el tratamiento tendría en un cerebro sano. Y uno sólo debe utilizar aquello que comprende, a menos que esté desesperado.

—Quizás Ann está desesperada —comentó Nadia.

—No. Es Sax quien está desesperado. —Vlad sonrió brevemente.— Quiere encontrar una Ann distinta cuando regrese.

—Tampoco querías someter a Sax a ese tratamiento —le recordó Ursula.

—Es cierto. No me lo habría aplicado ni a mí mismo. Pero Sax es un hombre audaz, impulsivo. —Vlad miró a Nadia.— Debemos ceñirnos a cosas como tu dedo. Ahora podemos arreglarlo.

Sorprendida, Nadia exclamó:

—¿Qué le pasa a mi dedo? Ellos rieron.

—¡El que te falta! —dijo Ursula—. Podemos hacerlo crecer de nuevo, si quieres.

—¡Ka! —exclamó Nadia. Se recostó en la silla y miró el muñón del dedo meñique de su delgada mano izquierda—. Bueno, la verdad es que no lo necesito.

Se echaron a reír de nuevo.

—Has estado a punto de engañarnos —dijo Ursula—. Pero mujer, si cuando trabajas siempre te estás quejando del dedo.

—¿Ah, sí? Asintieron.

—Podrás nadar con más facilidad —dijo Ursula.

—Pero si ya no nado.

—Tal vez dejaste de hacerlo a causa de tu mano. Nadia volvió a mirársela.

—Ka. No sé qué decir. ¿Están seguros de que funcionará?

—Podría crecer hasta convertirse en otra mano —sugirió Art—. Y luego en otra Nadia. Gemelas siamesas.

Nadia le dio un empujón cariñoso. Ursula negó con la cabeza.

—No, no. Ya lo hemos probado en otros casos de amputación y en muchos animales. Manos, brazos, piernas. Lo aprendimos de las ranas. Es un proceso en verdad sorprendente. Las células se diferencian igual que cuando el dedo se formó por primera vez.

—Una demostración bastante literal de la teoría de la emergencia —dijo Vlad con una pequeña sonrisa, por la que Nadia comprendió que él había contribuido a diseñar el procedimiento.

—¿Funciona? —le preguntó.

—Funciona. Haremos que un nuevo dedo brote de tu muñón. Es una combinación de células radicales embrionarias con algunas células de la base del meñique que conservas. Actúa como el equivalente de los homeogenes que tenías cuando eras un feto. De manera que los determinantes del desarrollo que colocamos allí hacen que las nuevas células radicales se diferencien correctamente. Después se inyecta por ultrasonido una dosis semanal de factor de crecimiento fibroblástico, además de unas cuantas células del nudillo y la uña en el momento adecuado... y funciona.

Mientras Vlad lo explicaba, Nadia sintió una oleada de calor por el cuerpo. Una persona entera. Art la observaba con cariñosa curiosidad.

—Pues, bueno, sí —dijo al fin—. Por qué no.

Durante la semana siguiente realizaron varias biopsias del dedo meñique y le pusieron inyecciones ultrasónicas en el muñón y en el brazo, y le dieron algunas pastillas. Y eso fue todo. Sólo faltaban las inyecciones semanales y esperar.

Sin embargo pronto se olvidó de su dedo, porque Charlotte llamó con un problema: Cairo hacía caso omiso de una orden del Tribunal Medioambiental concerniente al bombeo de aguas.

—Será mejor que venga. Creo que los de Cairo están probando al tribunal, porque una facción de Marte Libre desea desafiar al gobierno global.

—¿Jackie? —preguntó Nadia.

—Creo que sí.

Cairo se levantaba en el borde de una meseta y dominaba el valle en forma de U más noroccidental de Noctis Labyrinthus. Nadia y Art salieron de la estación ferroviaria a una plaza flanqueada por altas palmeras y ella miró en derredor con disgusto; algunos de los peores acontecimientos de su vida habían ocurrido en esa ciudad, durante el asalto de 2061. Sasha había sido asesinada, entre otros muchos, y Nadia había volado Fobos, ¡con sus propias manos!, y todo eso sólo pocos días después de haber encontrado los restos carbonizados de Arkadi. Nunca había regresado a esa ciudad; la odiaba.

Descubrió que había salido mal parada de la reciente revolución. Habían volado algunas secciones de la tienda y la planta física estaba muy dañada. Estaban reconstruyéndola y añadiendo nuevos segmentos de tienda sobre esa vieja ciudad que se extendía de este a oeste por el borde del altiplano. Parecía una de aquellas ciudades nacidas de un boom económico, lo que a Nadia le parecía curioso dada su altitud, diez mil metros sobre la línea de referencia. Nunca podrían prescindir de las tiendas o salir de la ciudad sin trajes, y por esa razón Nadia había supuesto que la ciudad languidecería. Pero se encontraba en la intersección de la pista ecuatorial y la pista de Tharsis que llevaba al norte y al sur, el último lugar por el que uno podía cruzar el ecuador entre ese punto y el caos, a todo un cuadrante del planeta de distancia. A menos que se construyera un puente transMarineris en algún lugar, Cairo seguiría siendo una encrucijada estratégica.

Pero estratégica o no, quería más agua. El acuífero Compton, bajo el tramo final de Noctis y la cabecera de Marineris, había sido reventado en 2061, y el agua que contenía había recorrido los cañones de Marineris en toda su extensión, inundación que casi había acabado con Nadia y sus compañeros durante la huida apresurada después de la toma de Cairo. Gran parte del agua se había congelado en los cañones, creando un glaciar largo e irregular, o se había estancado y helado en el caos de la parte inferior de Marineris. Y por supuesto, una parte seguía en el acuífero. En años posteriores, el agua del acuífero había abastecido a las ciudades del este de Tharsis y el glaciar Marineris había avanzado lentamente cañón abajo, retrocediendo en su cabecera, donde no existía ninguna fuente que lo realimentara, y dejando detrás tierras devastadas y un rosario de lagos helados de poca profundidad. Por tanto, Cairo iba a quedarse sin su suministro regular de agua. El gabinete hidrológico de la ciudad había respondido tendiendo una tubería hacia el gran brazo meridional del mar boreal, en la depresión de Chryse, y bombeando agua hacia Cairo. Hasta ahí ningún problema; todas las tiendas conseguían el agua de algún sitio. Pero últimamente los cairotas habían empezado a acumular agua en un embalse situado en el cañón de Noctis bajo la ciudad, y habían creado una corriente que discurría hacia Ius Chasma, donde acababa represándose detrás de la cabecera del glaciar de Marineris o corriendo paralela a éste. En esencia habían creado un nuevo río que bajaba por el gran sistema de cañones, muy lejos de la ciudad, y estaban fundando numerosos asentamientos ribereños y comunidades agrícolas a lo largo del río. Un equipo judicial de rojos había denunciado esta acción ante el Tribunal Medioambiental, basándose en el estatuto legal de Valles Marineris como tesoro natural, ya que era el cañón más largo del sistema solar; si no se ejercía ninguna acción, sostenían ellos, el glaciar terminaría por desaguar en el caos y dejaría el suelo de los cañones de nuevo descubierto. Y el Tribunal Medioambiental coincidía con ellos y había emitido un requerimiento (que Charlotte llamaba «geco», por las siglas del tribunal en inglés, GEC, Global Environmental Court) exigiendo a Cairo interrumpir la extracción de agua del depósito de la ciudad. Cairo se había negado, asegurando que el gobierno global no tenía ninguna jurisdicción sobre lo que ellos llamaban «cuestiones de soporte vital de la ciudad». Mientras, seguían construyendo nuevos asentamientos río abajo todo lo rápido que podían.

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